/ martes 4 de febrero de 2020

Presidencialismo sin planeación

Un problema del presidencialismo es sobre el periodo fijo del mandato presidencial que, por su rigidez, inhibe la capacidad de desarrollar proyectos significativos por el tiempo escaso, así como depender del plazo establecido en la ley para remover al presidente que pierda legitimidad y apoyo, tanto en el congreso como la percepción de la sociedad.

Otro punto aduce que el presidencialismo tiene una lógica de ganador único que no es favorable para la estabilidad democrática, pues cuando se logra la victoria de la elección se asegura el mandato por el tiempo legislado, que en México es de seis años, lo cual conlleva a ignorar el proceso de construir coaliciones y apoyos de la oposición para fortalecer su plan de gobierno. Otro problema, según el politólogo Juan Linz, es que “el estilo presidencial de la política” es menos favorable para la democracia que el parlamentario, dado que al presidente se le exige cumplir la doble función de ser jefe de Estado y jefe de gobierno a la vez, lo cual abruma al titular del Ejecutivo y al mismo tiempo lo tienta a mantener una actitud intolerante hacia la oposición.

Destaca que uno de los principales problemas del presidencialismo en México recae en las amplias competencias administrativas, legislativas y decisionales que nuestro texto constitucional confiere al titular del Ejecutivo federal, pues esto incentiva que se aleje de los reclamos de la oposición y las demandas sociales. La historia del presidencialismo en México nos muestra los excesos del poder y sus consecuencias. En efecto, son esos excesos los que deslegitiman tanto al poder ejecutivo como al sistema político en su conjunto; damos la razón a Linz cuando se refiere al “estilo presidencial de la política” como una desventaja en la estabilidad de la democracia mexicana.

Tiene razón Linz al afirmar que las democracias con más larga duración y estabilidad tienen sistemas parlamentarios. El parámetro de medición es de por lo menos 25 años de democracia ininterrumpida; solamente cuatro países con régimen presidencial han logrado permanecer este tiempo: Estados Unidos, Costa Rica, Colombia y Venezuela. En un trabajo alterno, Scott Mainwaring estudió 50 democracias que fracasaron desde 1945, de estas 27 fueron presidenciales. A partir de estos datos propuso una tasa de “éxito”, que define con la siguiente fórmula: el número de democracias estables dividida por la sumatoria de las democracias estables más el número de democracias fracasadas. Sin embargo, esto no esclarece hasta qué grado el presidencialismo per se es responsable por la tasa de éxito inferior. Se sugiere que se tome en cuenta que los intentos por establecer democracias presidenciales han tenido lugar en países subdesarrollados; debido a que el nivel de vida es un factor sustancial que contribuye a la viabilidad de la democracia, el grado de responsabilidad del presidencialismo por el fracaso de la democracia es incierto. En este sentido es preponderante el éxito de las democracias parlamentarias por ser instituidas en países industrializados, además que en realidad ninguno de los dos tipos principales de democracia, parlamentaria o presidencial, ha tenido estabilidad funcional en el Tercer Mundo, ambas han fracasado con la misma frecuencia. Se demuestra así que las condiciones sociales y económicas adversas, así como los compromisos limitados con la democracia por parte de las élites de poder, crean dificultades al margen del tipo de régimen.

En México, esas dificultades se reproducen en parte por la ausente planeación de la administración AMLO en rubros estratégicos como la salud, las relaciones exteriores, entre otras y, el presidente atiende al reloj político e ignora la coyuntura de las caravanas de la migración y de la insurrección social y ciudadana hacia su gestión.


Facebook: Daniel Adame Osorio

Instagram: @danieladameosorio

Twitter: @Danieldao1

Un problema del presidencialismo es sobre el periodo fijo del mandato presidencial que, por su rigidez, inhibe la capacidad de desarrollar proyectos significativos por el tiempo escaso, así como depender del plazo establecido en la ley para remover al presidente que pierda legitimidad y apoyo, tanto en el congreso como la percepción de la sociedad.

Otro punto aduce que el presidencialismo tiene una lógica de ganador único que no es favorable para la estabilidad democrática, pues cuando se logra la victoria de la elección se asegura el mandato por el tiempo legislado, que en México es de seis años, lo cual conlleva a ignorar el proceso de construir coaliciones y apoyos de la oposición para fortalecer su plan de gobierno. Otro problema, según el politólogo Juan Linz, es que “el estilo presidencial de la política” es menos favorable para la democracia que el parlamentario, dado que al presidente se le exige cumplir la doble función de ser jefe de Estado y jefe de gobierno a la vez, lo cual abruma al titular del Ejecutivo y al mismo tiempo lo tienta a mantener una actitud intolerante hacia la oposición.

Destaca que uno de los principales problemas del presidencialismo en México recae en las amplias competencias administrativas, legislativas y decisionales que nuestro texto constitucional confiere al titular del Ejecutivo federal, pues esto incentiva que se aleje de los reclamos de la oposición y las demandas sociales. La historia del presidencialismo en México nos muestra los excesos del poder y sus consecuencias. En efecto, son esos excesos los que deslegitiman tanto al poder ejecutivo como al sistema político en su conjunto; damos la razón a Linz cuando se refiere al “estilo presidencial de la política” como una desventaja en la estabilidad de la democracia mexicana.

Tiene razón Linz al afirmar que las democracias con más larga duración y estabilidad tienen sistemas parlamentarios. El parámetro de medición es de por lo menos 25 años de democracia ininterrumpida; solamente cuatro países con régimen presidencial han logrado permanecer este tiempo: Estados Unidos, Costa Rica, Colombia y Venezuela. En un trabajo alterno, Scott Mainwaring estudió 50 democracias que fracasaron desde 1945, de estas 27 fueron presidenciales. A partir de estos datos propuso una tasa de “éxito”, que define con la siguiente fórmula: el número de democracias estables dividida por la sumatoria de las democracias estables más el número de democracias fracasadas. Sin embargo, esto no esclarece hasta qué grado el presidencialismo per se es responsable por la tasa de éxito inferior. Se sugiere que se tome en cuenta que los intentos por establecer democracias presidenciales han tenido lugar en países subdesarrollados; debido a que el nivel de vida es un factor sustancial que contribuye a la viabilidad de la democracia, el grado de responsabilidad del presidencialismo por el fracaso de la democracia es incierto. En este sentido es preponderante el éxito de las democracias parlamentarias por ser instituidas en países industrializados, además que en realidad ninguno de los dos tipos principales de democracia, parlamentaria o presidencial, ha tenido estabilidad funcional en el Tercer Mundo, ambas han fracasado con la misma frecuencia. Se demuestra así que las condiciones sociales y económicas adversas, así como los compromisos limitados con la democracia por parte de las élites de poder, crean dificultades al margen del tipo de régimen.

En México, esas dificultades se reproducen en parte por la ausente planeación de la administración AMLO en rubros estratégicos como la salud, las relaciones exteriores, entre otras y, el presidente atiende al reloj político e ignora la coyuntura de las caravanas de la migración y de la insurrección social y ciudadana hacia su gestión.


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