/ lunes 13 de septiembre de 2021

Ritos a Tezcatlipoca en cavernas hoy, desde tiempos inmemorables (II)

San Juan Tlacotenco, Tepoztlán.- En este lugar todo es bosque y silencio. Al principio se avanza en penumbra y después y con dificultad, se sigue en la más absoluta oscuridad por el interior de la gruta llamada Chimalacatépetl, un recinto utilizado por los tepoztecos desde siempre como santuario prehispánico. Aquí, en el corazón de esta inmensa gruta, aún inexplorada del todo, asentada en los altos de Tepoztlán y bajo la falda sur del Corredor Biológico Chichinautzin, los tepoztecos viven hasta la fecha con sus viejas costumbres.

Sin decir nada, miran hacia abajo a los pétreos cerros de figuras que tienen a sus pies. Ellos saben, porque así han sido enseñados desde tiempos inmemoriales, que esos promontorios son sagrados, que hay que cuidarlos y por lo mismo han rechazado, uno tras uno, cada proyecto turístico que tenga que ver con lugares ancestrales. Región de aromas mezclados entre sí, con copal y mole verde con tamales “nejos” (palabra de origen nahua). En el interior del cerro Chimalacatépetl, existe una enorme, fascinante y oscura caverna consagrada al dios Tezcatlipoca, en la que desde tiempos inmemorables se han efectuado ritos de invocación a dioses que, pese a los 500 años de la conquista continúan arraigados en el alma de los lugareños.

Costumbres muy antiguas que en el tercer milenio siguen vivas y que a través de la tradición oral han pasadas a ciertos elegidos, lo que ha permitido que por “tiemperos, graniceros o llamadores” invoquen lluvias o pidan por la fertilización de las tierras para cultivos, todo esto a través de ceremonias tradicionales en el interior de las cuevas o frente a la iglesia de San Juan Bautista, ubicada en el centro del pueblo donde aún le dedican al dios ancestral, danzas aztecas que desde luego no son para San Juan Bautista. Aquí. el alma obstinada de estos tepoztecos que se arraiga en el maíz azul, amarillo o rojo con que preparan su diario alimento, recorre barrancas y caminos enriquecidos por leyendas, cielos, lunas y soles que aspiran extasiados y guardan secretos en bosques y cavernas protegidos por pobladores que defienden todo intento de atraer la modernidad. Uno puede preguntar de todo en el pueblo, pero al momento de mencionarles la o las cuevas, sus rostros pierden toda expresividad. Año con año antes del inicio de las siembras, primero en la cueva, luego en la iglesia en donde hace 500 años confiados dominicos en su cruzada espiritual creyeron en vano que adoctrinaban a sus pobladores.

Antes de su ingreso a sus rituales, piden permiso a la cueva para entrar. Saludan a los cuatro puntos cardinales así como al cielo, a la tierra y al centro del individuo con la mano puesta hacia el corazón. Entran con comida y granos y los dejan a su salida pero antes, hacen resonar los caracoles, invocan a los dioses con los teponaxtles para recibir la energía del lugar, todo esto ante unos pocos asistentes, conocedores de la tradición. A finales de los noventa del siglo pasado se localizaron en algunas de las cuevas registradas por el INAH Morelos, petroglifos o petrograbados por lo que se consideran zonas arqueológicas y de ellas, en la que se encuentra bajo el cerro denominado Chimalacatépetl, seis enterramientos. Lo interesante en este caso es que no fueron hechos bajo tierra, sino depositados sobre basamentos sin cubrir y rodeados de oscuridad total y la humedad natural del ecosistema de la cueva, es como si el difunto entrara a una de las nueve regiones del Mictlán (inframundo de la cultura mexica). Estas cavidades llamadas grutas artificiales que cuentan con cubrimiento de lava arrojada por algún volcán como el Xitle, los lugareños creen que las lajas que invaden cientos de hectáreas de su pueblo podrían también provenir del volcán Chichinautzin, apagado desde tiempos inmemorables. Para los arqueólogos, el lugar, además de ser una zona de refugio natural, es un santuario prehispánico –léase cementerio- y para los lugareños es un sitio de ritos sagrados sin que el secreto de su existencia fuera revelado a extraños lo que permitió durante varios siglos, que el largo acceso a la gruta no presente alteración alguna.

Debido al descubrimiento de los seis enterramientos se conoció el aspecto topográfico de una parte del túnel, trabajo que en su momento estuvo a cargo de espeleólogos profesionales, entre ellos Hortensia de Vega Nova, Tere Loera y varios más. Entre las varias cavernas que existen en Tepoztlán, una de ellas es llamada la “Puerta Sagrada” y su localización solo a ciertas personas les es revelado. Hay otra más que tan sólo el agujero por el que se penetra en medio de bosque, tiene 6 metros de diámetro y se encuentra en el suelo en forma de pozo. Hay que descender por cuerda 10 metros hasta el primer piso de la gruta, y de ahí seguir el descenso a otros pisos, para llegar a las grandes bóvedas. Y hasta el próximo lunes queridos lectores.

San Juan Tlacotenco, Tepoztlán.- En este lugar todo es bosque y silencio. Al principio se avanza en penumbra y después y con dificultad, se sigue en la más absoluta oscuridad por el interior de la gruta llamada Chimalacatépetl, un recinto utilizado por los tepoztecos desde siempre como santuario prehispánico. Aquí, en el corazón de esta inmensa gruta, aún inexplorada del todo, asentada en los altos de Tepoztlán y bajo la falda sur del Corredor Biológico Chichinautzin, los tepoztecos viven hasta la fecha con sus viejas costumbres.

Sin decir nada, miran hacia abajo a los pétreos cerros de figuras que tienen a sus pies. Ellos saben, porque así han sido enseñados desde tiempos inmemoriales, que esos promontorios son sagrados, que hay que cuidarlos y por lo mismo han rechazado, uno tras uno, cada proyecto turístico que tenga que ver con lugares ancestrales. Región de aromas mezclados entre sí, con copal y mole verde con tamales “nejos” (palabra de origen nahua). En el interior del cerro Chimalacatépetl, existe una enorme, fascinante y oscura caverna consagrada al dios Tezcatlipoca, en la que desde tiempos inmemorables se han efectuado ritos de invocación a dioses que, pese a los 500 años de la conquista continúan arraigados en el alma de los lugareños.

Costumbres muy antiguas que en el tercer milenio siguen vivas y que a través de la tradición oral han pasadas a ciertos elegidos, lo que ha permitido que por “tiemperos, graniceros o llamadores” invoquen lluvias o pidan por la fertilización de las tierras para cultivos, todo esto a través de ceremonias tradicionales en el interior de las cuevas o frente a la iglesia de San Juan Bautista, ubicada en el centro del pueblo donde aún le dedican al dios ancestral, danzas aztecas que desde luego no son para San Juan Bautista. Aquí. el alma obstinada de estos tepoztecos que se arraiga en el maíz azul, amarillo o rojo con que preparan su diario alimento, recorre barrancas y caminos enriquecidos por leyendas, cielos, lunas y soles que aspiran extasiados y guardan secretos en bosques y cavernas protegidos por pobladores que defienden todo intento de atraer la modernidad. Uno puede preguntar de todo en el pueblo, pero al momento de mencionarles la o las cuevas, sus rostros pierden toda expresividad. Año con año antes del inicio de las siembras, primero en la cueva, luego en la iglesia en donde hace 500 años confiados dominicos en su cruzada espiritual creyeron en vano que adoctrinaban a sus pobladores.

Antes de su ingreso a sus rituales, piden permiso a la cueva para entrar. Saludan a los cuatro puntos cardinales así como al cielo, a la tierra y al centro del individuo con la mano puesta hacia el corazón. Entran con comida y granos y los dejan a su salida pero antes, hacen resonar los caracoles, invocan a los dioses con los teponaxtles para recibir la energía del lugar, todo esto ante unos pocos asistentes, conocedores de la tradición. A finales de los noventa del siglo pasado se localizaron en algunas de las cuevas registradas por el INAH Morelos, petroglifos o petrograbados por lo que se consideran zonas arqueológicas y de ellas, en la que se encuentra bajo el cerro denominado Chimalacatépetl, seis enterramientos. Lo interesante en este caso es que no fueron hechos bajo tierra, sino depositados sobre basamentos sin cubrir y rodeados de oscuridad total y la humedad natural del ecosistema de la cueva, es como si el difunto entrara a una de las nueve regiones del Mictlán (inframundo de la cultura mexica). Estas cavidades llamadas grutas artificiales que cuentan con cubrimiento de lava arrojada por algún volcán como el Xitle, los lugareños creen que las lajas que invaden cientos de hectáreas de su pueblo podrían también provenir del volcán Chichinautzin, apagado desde tiempos inmemorables. Para los arqueólogos, el lugar, además de ser una zona de refugio natural, es un santuario prehispánico –léase cementerio- y para los lugareños es un sitio de ritos sagrados sin que el secreto de su existencia fuera revelado a extraños lo que permitió durante varios siglos, que el largo acceso a la gruta no presente alteración alguna.

Debido al descubrimiento de los seis enterramientos se conoció el aspecto topográfico de una parte del túnel, trabajo que en su momento estuvo a cargo de espeleólogos profesionales, entre ellos Hortensia de Vega Nova, Tere Loera y varios más. Entre las varias cavernas que existen en Tepoztlán, una de ellas es llamada la “Puerta Sagrada” y su localización solo a ciertas personas les es revelado. Hay otra más que tan sólo el agujero por el que se penetra en medio de bosque, tiene 6 metros de diámetro y se encuentra en el suelo en forma de pozo. Hay que descender por cuerda 10 metros hasta el primer piso de la gruta, y de ahí seguir el descenso a otros pisos, para llegar a las grandes bóvedas. Y hasta el próximo lunes queridos lectores.