José Manuel Sanz Rivera ha pisado muchos callos, por usar una forma coloquial para la cantidad de intereses (legítimos o no) que su presencia y acciones en el gabinete de Cuauhtémoc Blanco han tocado. La función más administrativa y de extraordinaria confianza que Sanz ocupa como jefe de la oficina de la gubernatura es difícilmente evaluable en términos públicos. No se trata, como en educación, salud, obras, seguridad, hacienda, de un despacho que genere resultados tangibles para el público, sino más bien de un espacio que se entiende como una jefatura de gabinete y de comunicación social (así es el descriptivo que ofrece la Ley Orgánica de la Administración Pública) sobre la que la percepción de los ciudadanos es un segundo momento de evaluación (en comunicación social podría debatirse lo evidentemente público de los asuntos, pero también tendría que reconocerse que esa oficina se alimenta de las acciones y actuaciones de otros órganos gubernamentales).
Así, la posición de mayor confianza en el gabinete, en el sentido de que su funcionamiento opera más en la esfera de la percepción de un solo hombre, Cuauhtémoc Blanco, que en indicadores tangibles, sería la que ocupa el ex promotor deportivo quien hoy enfrenta casi diario los rumores de renuncias que parecieran por momentos ubicarse más en el wishful thinking de algunos que en alguna percepción objetiva sobre el desempeño de Sanz Rivera. En José Manuel se percibe un hombre duro, de pocas palabras, defensor a ultranza de Cuauhtémoc Blanco, y se han tejido leyendas terribles sobre las operaciones de Sanz, pero hasta el momento no se conoce denuncia alguna sobre esos supuestos.
Así Sanz, que parece haber decidido manejarse con un perfil menos público a últimas fechas, tiene que responder preguntas sobre su renuncia que provienen de quienes apuestan a la salida de este funcionario para debilitar a uno de los grupos que se han identificado en la grilla palaciega. Algunos de los rumores provienen de los propios despachos de quienes se han ubicado en el gobierno del estado como sus rivales en los afectos de Cuauhtémoc Blanco, y otros en quienes han sentido que las decisiones del funcionario les afectan de alguna forma.
Pero el hecho de considerar a José Manuel Sanz como el hombre fuerte del gabinete, el mandamás, el que toma las decisiones, o cualquier otro cursilísimo mote deja muy mal parado al gobernador, de quien se pensaría entonces que carece de una visión o un proyecto de estado, de capacidad de determinación política, de autonomía en sus decisiones. Este hilo discursivo, por cierto, resulta bastante conveniente porque supone que la única forma de que Cuauhtémoc Blanco demostrara independencia sería el retiro de José Manuel Sanz. Es decir, el discurso en sí mismo es tramposo porque orilla a una salida única a una disyuntiva que, viendo el comportamiento reciente del gobernador y su gabinete, parece absolutamente falsa: Cuauhtémoc o Sanz.
La pregunta es si hay algún hecho reciente que justificara el alejamiento entre los dos personajes visibles de esta historia, entonces puede tejerse algo.
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