/ martes 23 de julio de 2019

Señalados

Mirar hacia adentro

Siguiendo el hilo de Tlayacapan, quiero hablarles de otro alfarero tradicional de esa localidad, Don Juan Cruz Tlacomulco Navarrete. Proviene de una familia de alfareros tradicionales de fuerte raigambre en Tlayacapan, a él le enseñó su padre, campesino, que en tiempo de secas hacía comales para completar el sustento; Don Juan mismo siembra la tierra, pero unicamente para consumo familiar. Afortunadamente, sus hijos, nueras y hasta sus nietos participan de la producción de piezas de arte popular; una de sus nueras elabora ceras escamadas, de las que les hablaré en otra entrega.

De un optimismo contagioso, no cree que la alfarería vaya a desparecer, ni ve el cambio como algo malo, porque los diseños van cambiando, comenta, pero la forma de elaborarlos es la misma. No ve su oficio como un negocio, lo contempla como algo de donde sacan para todo. Cuando hay un pedido grande se junta con sus hijos, que ya trabajan por su cuenta, y entre todos lo elaboran, recibiendo cada quien el pago correspondiente a lo que hayan trabajado.

Don Juan Tlacomulco tiene un don especial para dar forma al barro. Su trabajo, ya sea en las monumentales ollas moleras de cuatro asas o los delicados árboles de la vida, adornados, por cierto, con piezas de Doña Cuca Reyes, destaca por su genio. Somos señalados, dice, quienes podemos hacer esas moleras grandes, a lo mucho somos cuatro o cinco. Para ello, desde hace ya varios años, mudó su taller a una loma cercana al centro de Tlayacapan llamada la copalera; allí crecen, silvestres, muchos árboles de copal, cuya resina es usada para aromatizar las ceremonias y ritos. Alíá cuenta con dos hornos grandes, hechos por él mismo, en los que quema las piezas que elabora, previamente asoleadas, acomodándolas conforme a sus contornos en una especie de bello tetris alfarero.

Por su maestría, en especial por la necesaria para hacer las moleras de cuatro asas, usadas en las mayordomias para elaborar las descomunales cantidades de mole necesarias para alimentar a los cientos de asistentes a las fiestas grandes, ha ganado un buen número de premios nacionales y estatales. Su factura es tan destacada, que incluso ha colaborado con artistas contemporáneos para la elaboración de piezas a cuatro manos, expuestas en museos del estado. Don Juan Tlacomulco es brisa fresca y animosa para el barro centenario de Tlayacapan y orgullo de Morelos.

Siguiendo el hilo de Tlayacapan, quiero hablarles de otro alfarero tradicional de esa localidad, Don Juan Cruz Tlacomulco Navarrete. Proviene de una familia de alfareros tradicionales de fuerte raigambre en Tlayacapan, a él le enseñó su padre, campesino, que en tiempo de secas hacía comales para completar el sustento; Don Juan mismo siembra la tierra, pero unicamente para consumo familiar. Afortunadamente, sus hijos, nueras y hasta sus nietos participan de la producción de piezas de arte popular; una de sus nueras elabora ceras escamadas, de las que les hablaré en otra entrega.

De un optimismo contagioso, no cree que la alfarería vaya a desparecer, ni ve el cambio como algo malo, porque los diseños van cambiando, comenta, pero la forma de elaborarlos es la misma. No ve su oficio como un negocio, lo contempla como algo de donde sacan para todo. Cuando hay un pedido grande se junta con sus hijos, que ya trabajan por su cuenta, y entre todos lo elaboran, recibiendo cada quien el pago correspondiente a lo que hayan trabajado.

Don Juan Tlacomulco tiene un don especial para dar forma al barro. Su trabajo, ya sea en las monumentales ollas moleras de cuatro asas o los delicados árboles de la vida, adornados, por cierto, con piezas de Doña Cuca Reyes, destaca por su genio. Somos señalados, dice, quienes podemos hacer esas moleras grandes, a lo mucho somos cuatro o cinco. Para ello, desde hace ya varios años, mudó su taller a una loma cercana al centro de Tlayacapan llamada la copalera; allí crecen, silvestres, muchos árboles de copal, cuya resina es usada para aromatizar las ceremonias y ritos. Alíá cuenta con dos hornos grandes, hechos por él mismo, en los que quema las piezas que elabora, previamente asoleadas, acomodándolas conforme a sus contornos en una especie de bello tetris alfarero.

Por su maestría, en especial por la necesaria para hacer las moleras de cuatro asas, usadas en las mayordomias para elaborar las descomunales cantidades de mole necesarias para alimentar a los cientos de asistentes a las fiestas grandes, ha ganado un buen número de premios nacionales y estatales. Su factura es tan destacada, que incluso ha colaborado con artistas contemporáneos para la elaboración de piezas a cuatro manos, expuestas en museos del estado. Don Juan Tlacomulco es brisa fresca y animosa para el barro centenario de Tlayacapan y orgullo de Morelos.

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