/ domingo 24 de enero de 2021

Todo cambia, también el coronavirus

La clave de la vida en la tierra es el cambio adaptativo. Las especies cambian con el tiempo y ese cambio dota a los individuos de nuevas capacidades de respuesta a condiciones diversas. Así fue que de los organismos unicelulares surgieron los multicelulares y que estos fueron volviéndose más complejos y especializados hasta llegar a la increíble diversidad de vida que conocemos actualmente.

Por su naturaleza los virus merecen un capítulo aparte en la historia de la vida. Sin estar formalmente vivas, estas partículas infecciosas reconocen y se anclan a las células de otros organismos, les insertan su material genético, se apropian de su maquinaria celular para propagarse y debido al proceso de reproducción de millones de nuevas partículas virales la célula muere, agotada. A pesar de sus diferencias, los virus también se someten a las fuerzas de la evolución, cambian y se adaptan.

Con 7 mil millones de potenciales hospederos, la pandemia de COVID-19 genera condiciones inéditas para la evolución acelerada del virus SARS-CoV-2. Afortunadamente para nosotros, los coronavirus tienen un mecanismo interno de contención que limita su velocidad de cambio por lo que generan menos variantes que otros tipos de virus.

Es por esto que una de las actividades científicas más importantes durante la pandemia es determinar con la mayor precisión posible la velocidad de cambio del virus y también identificar si estos cambios tienen consecuencias en su infectividad, en la severidad de la enfermedad que producen y en la efectividad de las vacunas.

Cuando los cambios no afectan ninguno de estos aspectos se denominan cambios silenciosos. Sin embargo, cuando existe evidencia que los cambios ocasionan que una variante en particular comience a prevalecer, es decir, a ser más abundante que la original o si está asociada a una mayor severidad de la enfermedad o letalidad, es momento de prender los focos rojos.

Las vacunas son como retratos hablados del virus gracias a los cuales el sistema inmune lo reconoce y neutraliza. Si el virus comienza a cambiar se va a parecer cada vez menos a su retrato hablado y eventualmente ya no será reconocido. En ese momento las vacunas dejarán de ser efectivas.

A doce meses de su aparición, existen registros de numerosas variantes del virus SARS-CoV-2 y tres de ellas merecen atención especial. La variante B.1.1.7 se identificó desde septiembre pasado en Inglaterra. En solo cuatro meses desplazó a la variante original y se ha dispersado ya a otros continentes, con una reciente identificación en México. La variante 1.351 se identificó originalmente en Sud África en octubre y comparte algunos cambios con la inglesa por lo que podrían provenir del mismo ancestro, esta variante ha sido ya identificada en otros países. La variante P.1 fue identificada en Japón al analizar las muestras de cuatro viajeros provenientes de Brasil. No se sabe todavía su prevalencia pero se teme que los cambios que presenta pudieran conferirle inmunidad a las vacunas.

De acuerdo a declaraciones de los desarrolladores de las vacunas actualmente disponibles para su uso de emergencia, no se preveén problemas de efectividad contra la variante B.1.1.7, sin embargo existe un reporte preliminar del Instituto Nacional de Salud de Inglaterra donde estiman que pudiera ser un 30% más letal que la variante original por lo que no es prudente confiarse.

Esta misma variante es más infecciosa que la original, no solamente entre adultos sino también entre niños y jóvenes, por lo que se deben tomar medidas más estrictas para prevenir el contagio entre individuos de estos grupos de edad.

Estamos en la segunda ola de la pandemia. De momento no hay forma de saber si la expansión del contagio que estamos experimentando se debe al relajamiento de las medidas preventivas, si es un efecto del cambio de estaciones como ocurre con la influenza o si se debe a la acumulación de nuevas variantes, más infectivas o letales.

Independientemente de la causa y ante la imposibilidad de contar con vacunas efectivas de manera masiva, no queda más que reiterar que la única medida realmente útil para prevenir el contagio es el aislamiento, el uso obligatorio de cubrebocas, la higiene de manos y superficies, evitando espacios cerrados y aglomeraciones. Lo repetiremos las veces que sea necesario hasta que ya no haya un solo muerto por esta enfermedad en nuestro país.


Información adicional de éste y otros temas de interés visiten:

http://reivindicandoapluton.blogspot.mx

https://www.facebook.com/BValderramaB/



Lee: ¿Qué opina el exgobernador Sergio Estrada sobre el "helicóptero del amor"?

La clave de la vida en la tierra es el cambio adaptativo. Las especies cambian con el tiempo y ese cambio dota a los individuos de nuevas capacidades de respuesta a condiciones diversas. Así fue que de los organismos unicelulares surgieron los multicelulares y que estos fueron volviéndose más complejos y especializados hasta llegar a la increíble diversidad de vida que conocemos actualmente.

Por su naturaleza los virus merecen un capítulo aparte en la historia de la vida. Sin estar formalmente vivas, estas partículas infecciosas reconocen y se anclan a las células de otros organismos, les insertan su material genético, se apropian de su maquinaria celular para propagarse y debido al proceso de reproducción de millones de nuevas partículas virales la célula muere, agotada. A pesar de sus diferencias, los virus también se someten a las fuerzas de la evolución, cambian y se adaptan.

Con 7 mil millones de potenciales hospederos, la pandemia de COVID-19 genera condiciones inéditas para la evolución acelerada del virus SARS-CoV-2. Afortunadamente para nosotros, los coronavirus tienen un mecanismo interno de contención que limita su velocidad de cambio por lo que generan menos variantes que otros tipos de virus.

Es por esto que una de las actividades científicas más importantes durante la pandemia es determinar con la mayor precisión posible la velocidad de cambio del virus y también identificar si estos cambios tienen consecuencias en su infectividad, en la severidad de la enfermedad que producen y en la efectividad de las vacunas.

Cuando los cambios no afectan ninguno de estos aspectos se denominan cambios silenciosos. Sin embargo, cuando existe evidencia que los cambios ocasionan que una variante en particular comience a prevalecer, es decir, a ser más abundante que la original o si está asociada a una mayor severidad de la enfermedad o letalidad, es momento de prender los focos rojos.

Las vacunas son como retratos hablados del virus gracias a los cuales el sistema inmune lo reconoce y neutraliza. Si el virus comienza a cambiar se va a parecer cada vez menos a su retrato hablado y eventualmente ya no será reconocido. En ese momento las vacunas dejarán de ser efectivas.

A doce meses de su aparición, existen registros de numerosas variantes del virus SARS-CoV-2 y tres de ellas merecen atención especial. La variante B.1.1.7 se identificó desde septiembre pasado en Inglaterra. En solo cuatro meses desplazó a la variante original y se ha dispersado ya a otros continentes, con una reciente identificación en México. La variante 1.351 se identificó originalmente en Sud África en octubre y comparte algunos cambios con la inglesa por lo que podrían provenir del mismo ancestro, esta variante ha sido ya identificada en otros países. La variante P.1 fue identificada en Japón al analizar las muestras de cuatro viajeros provenientes de Brasil. No se sabe todavía su prevalencia pero se teme que los cambios que presenta pudieran conferirle inmunidad a las vacunas.

De acuerdo a declaraciones de los desarrolladores de las vacunas actualmente disponibles para su uso de emergencia, no se preveén problemas de efectividad contra la variante B.1.1.7, sin embargo existe un reporte preliminar del Instituto Nacional de Salud de Inglaterra donde estiman que pudiera ser un 30% más letal que la variante original por lo que no es prudente confiarse.

Esta misma variante es más infecciosa que la original, no solamente entre adultos sino también entre niños y jóvenes, por lo que se deben tomar medidas más estrictas para prevenir el contagio entre individuos de estos grupos de edad.

Estamos en la segunda ola de la pandemia. De momento no hay forma de saber si la expansión del contagio que estamos experimentando se debe al relajamiento de las medidas preventivas, si es un efecto del cambio de estaciones como ocurre con la influenza o si se debe a la acumulación de nuevas variantes, más infectivas o letales.

Independientemente de la causa y ante la imposibilidad de contar con vacunas efectivas de manera masiva, no queda más que reiterar que la única medida realmente útil para prevenir el contagio es el aislamiento, el uso obligatorio de cubrebocas, la higiene de manos y superficies, evitando espacios cerrados y aglomeraciones. Lo repetiremos las veces que sea necesario hasta que ya no haya un solo muerto por esta enfermedad en nuestro país.


Información adicional de éste y otros temas de interés visiten:

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