Terminó el Buen Fin, y aunque las primeras cifras parecen indicar una meta alcanzada en el monto económico de ventas totales, lo cierto es que no se acercan, en términos de ventas por unidad, a un escenario tranquilizador especialmente si, como dicen los empresarios, los cuatro días de promociones en noviembre superarán la expectativa de ventas en diciembre. Por supuesto que la Cámara Nacional de Comercio calcula un crecimiento mucho mayor, especialmente en las grandes cadenas comerciales, que estima incrementaron sus ventas hasta en 80 por ciento durante el fin de semana largo, pero incluso eso parece insuficiente para un repunte económico como el que necesita Morelos, mucho más si consideramos que el pequeño y mediano comercio, los mayores generadores de empleo, apenas incrementaron sus ventas en un 20 por ciento.
Eso sí, la gente abarrotó los establecimientos comerciales y quienes tienen posibilidades saturaron sus tarjetas de crédito, lo que parece una señal regularmente buena asociada a la percepción (más fundada en la fe que en la ciencia) de que los nuevos gobiernos, estatal y federal, provocarán cambios positivos para la economía local y nacional.
La dinamización parcial de la economía en una fecha específica del año estuvo marcada, de acuerdo con el público, por dos extremos de las cadenas comerciales, y un centro. Algunas tiendas con presencia nacional, ofrecían extraordinarios descuentos extraordinarios; algunos autoservicios tenían una serie de reglas y condiciones para aplicar descuentos (como la compra mínima), que hacían muy difícil acceder a los mismos; y en medio los medianos y pequeños comercios que hicieron su mejor intento ofreciendo descuentos dentro de sus posibilidades, que no son muy amplias, llegando hasta 25 o 30 por ciento en los casos más raros. Otros establecimientos como cadenas de restaurantes, de plano no aplicaban descuento alguno, pese a que sus páginas lo anunciaban. Pero aún así, la nobleza y el frenesí de los consumidores estuvo presente el fin de semana, nuevamente golpeados por los abusos a su buena fe algunos, otros bastante satisfechos, y unos más con una especie de sentimiento de culpa por haber gastado o utilizado un crédito de cuyo provecho ahora dudan.
Lo importante es que, por segunda vez en el mes, la gente salió a las calles y a las plazas con mucha esperanza, y no parecía importar mucho el repunte de la actividad criminal en el estado, por el contrario, la gente parece tener una percepción de seguridad, por lo menos parcial, que favorece a la actividad económica, muy probablemente más por la esperanza de un venturoso nuevo gobierno que por alguna realidad que apoye este cambio de conducta.
El problema para los gobiernos estatal y federal, en todo caso, es lograr cumplir con la expectativa ciudadana y que esta percepción de incipiente bonanza no sea diluida muy pronto por la cruel realidad. Y no se trata de las formas de comunicar, ni de las estrategias simbólicas, hasta ahora muy eficientes, que el gobernador Cuauhtémoc Blanco, y el presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, emprenden para construir significados; sino de los hechos que pudieran sostener estos discursos y estrategias y que, por lo menos al momento, parecen ausentes. En una terrible paradoja, la eficiencia de los símbolos y comunicación de ambos gobernantes radica en la distancia que han podido guardar de realidades que son evidentes, y cuya transformación no parece estar en sus proyectos de gobierno. Habría que poner atención para evitar que un Buen Fin no sea opacado por 51 fines muy malos.
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