/ jueves 10 de octubre de 2019

Universitarios y normalistas

¿Cuál es la diferencia entre un estudiante universitario y uno normalista? La respuesta a esta pregunta podría explicar la posición del gobierno federal en torno a la terrible crisis que viven las universidades públicas a las que sólo se les aumentarían sus presupuestos en proporción de la inflación, y a los normalistas a quienes se les han concedido todas las peticiones, incluido el sumamente riesgoso acceso a plazas en el sistema educativo nacional.

Lo primero que uno pensaría es la forma en que se manifestaron: los normalistas secuestraron autobuses y a sus choferes y los tuvieron retenidos el tiempo suficiente para hacer que el gobierno federal concediera sus peticiones en lo que fue una concesión casi inmediata, por cierto.

Los universitarios no tuvieron, aún, mayores manifestaciones de estudiantes, fueron sus sindicatos los que determinaron el paro de hoy en las instituciones de educación superior. La manifestación se mantuvo confinada al espacio universitario y la petición por mayores recursos y rescate financiero de doce universidades en crisis, incluida la de Morelos, fue respondida por el gobierno federal con la negativa rotunda.

Los normalistas se incorporarán a un sistema que por muchos años fue clientelar, y que se controlaba por el otorgamiento discrecional de plazas para la educación pública, trabajos permanentes con acceso a prestaciones amplias que eran refrendadas y hasta extendidas en la medida de la fidelidad del magisterio nacional al gobierno en turno.

Los universitarios trabajarán, idealmente, por su cuenta o como empleados de alto nivel, y serán difícilmente controlables por el Estado. El pensamiento crítico que debe caracterizar a los universitarios los hace difícilmente controlables por regímenes a los que contribuyen a transformar.

Más allá de estas diferencias, podríamos advertir que normalistas y universitarios son dos vías de la juventud que busca mejorar sus posibilidades de empleo, o que es muy justo, a través de dos caminos diversos. El de la educación normal hoy se nota muy pavimentado, poco exigente de esfuerzos y lleno de seguros y garantías.

La universidad, en cambio, está en riesgo de desaparecer por dos causas igualmente graves: primero la crisis financiera por la que atraviesan muchas instituciones de educación superior derivada de un terrible coctel de malas decisiones internas y externas y que adquiere condiciones de emergencia en tanto su atención ha sido retrasada y regateada por los gobiernos federales y estatales. En efecto, los gobiernos de los estados no aportan lo suficiente, pero la federación tampoco reconoce el crecimiento que han tenido las instituciones, y parece también valorar poco la enorme contribución que pueden aún hacer al desarrollo del país.

La segunda amenaza para las instituciones de educación superior es mucho más profunda y tiene que ver con la transformación de las formas de adquisición del conocimiento que obliga a reformas profundas en la concepción, no sólo de lo que ocurre en las aulas, sino también en programas y planes de estudio que cambien las tradicionales carreras por colecciones de microgrados; para ello es necesario repensar la universidad y acelerar el cambio, pero también tener recursos suficientes para sobrevivirlo.

El trato discrecional que se da a las dos juventudes, normalistas y universitarios, contribuye muy poco al rescate, reforma o refundación de las instituciones de educación superior. Resulta una afrenta en tanto parece absolutamente incongruente y fundado más en estrategias autoritarias de control político que en argumentos económicos o sociales. Pedir disciplina económica y transparencia presupuestal a las universidades y no actuar con los mismos criterios respecto del sistema de educación básica y normal es un contrasentido ofensivo.


Twitter: @martinellito

Correo electrónico: dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx

¿Cuál es la diferencia entre un estudiante universitario y uno normalista? La respuesta a esta pregunta podría explicar la posición del gobierno federal en torno a la terrible crisis que viven las universidades públicas a las que sólo se les aumentarían sus presupuestos en proporción de la inflación, y a los normalistas a quienes se les han concedido todas las peticiones, incluido el sumamente riesgoso acceso a plazas en el sistema educativo nacional.

Lo primero que uno pensaría es la forma en que se manifestaron: los normalistas secuestraron autobuses y a sus choferes y los tuvieron retenidos el tiempo suficiente para hacer que el gobierno federal concediera sus peticiones en lo que fue una concesión casi inmediata, por cierto.

Los universitarios no tuvieron, aún, mayores manifestaciones de estudiantes, fueron sus sindicatos los que determinaron el paro de hoy en las instituciones de educación superior. La manifestación se mantuvo confinada al espacio universitario y la petición por mayores recursos y rescate financiero de doce universidades en crisis, incluida la de Morelos, fue respondida por el gobierno federal con la negativa rotunda.

Los normalistas se incorporarán a un sistema que por muchos años fue clientelar, y que se controlaba por el otorgamiento discrecional de plazas para la educación pública, trabajos permanentes con acceso a prestaciones amplias que eran refrendadas y hasta extendidas en la medida de la fidelidad del magisterio nacional al gobierno en turno.

Los universitarios trabajarán, idealmente, por su cuenta o como empleados de alto nivel, y serán difícilmente controlables por el Estado. El pensamiento crítico que debe caracterizar a los universitarios los hace difícilmente controlables por regímenes a los que contribuyen a transformar.

Más allá de estas diferencias, podríamos advertir que normalistas y universitarios son dos vías de la juventud que busca mejorar sus posibilidades de empleo, o que es muy justo, a través de dos caminos diversos. El de la educación normal hoy se nota muy pavimentado, poco exigente de esfuerzos y lleno de seguros y garantías.

La universidad, en cambio, está en riesgo de desaparecer por dos causas igualmente graves: primero la crisis financiera por la que atraviesan muchas instituciones de educación superior derivada de un terrible coctel de malas decisiones internas y externas y que adquiere condiciones de emergencia en tanto su atención ha sido retrasada y regateada por los gobiernos federales y estatales. En efecto, los gobiernos de los estados no aportan lo suficiente, pero la federación tampoco reconoce el crecimiento que han tenido las instituciones, y parece también valorar poco la enorme contribución que pueden aún hacer al desarrollo del país.

La segunda amenaza para las instituciones de educación superior es mucho más profunda y tiene que ver con la transformación de las formas de adquisición del conocimiento que obliga a reformas profundas en la concepción, no sólo de lo que ocurre en las aulas, sino también en programas y planes de estudio que cambien las tradicionales carreras por colecciones de microgrados; para ello es necesario repensar la universidad y acelerar el cambio, pero también tener recursos suficientes para sobrevivirlo.

El trato discrecional que se da a las dos juventudes, normalistas y universitarios, contribuye muy poco al rescate, reforma o refundación de las instituciones de educación superior. Resulta una afrenta en tanto parece absolutamente incongruente y fundado más en estrategias autoritarias de control político que en argumentos económicos o sociales. Pedir disciplina económica y transparencia presupuestal a las universidades y no actuar con los mismos criterios respecto del sistema de educación básica y normal es un contrasentido ofensivo.


Twitter: @martinellito

Correo electrónico: dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx

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