En una asamblea convocada a toda prisa y sin previo análisis de su reciente desastre electoral del 2 de junio –donde el voto popular lo envió al cuarto lugar de las preferencias electorales— la dirección del PRI despejó el camino para que Alejandro Moreno Cárdenas “Alito”, pueda reelegirse como presidente del partido otros 2 períodos.
El PRI se enfrenta hoy a la crisis más grave de su larga trayectoria como partido político. Fundado en marzo de 1929 por Plutarco Elías Calles como soporte político-electoral de la “familia revolucionaria”, en este 2024 su declive es cada día más pronunciado, hasta convertirse en un pequeño partido regional de escasa influencia en las decisiones políticas del país.
El PRI fue durante 70 años el partido hegemónico del gobierno, pero ahora –después de recuperar el poder en 2012-- solo es una pequeña fracción de la oposición. Alejandro Moreno Cárdenas ha sido el dirigente que mayor daño ha hecho a su partido. Cuando el líder campechano ocupó el cargo de presidente en 2019, el partido tricolor tenía más de 5 millones de militantes, y ejercía el control político de 13 entidades federativas. Además, contaba con fuertes minorías en ambas cámaras del congreso federal. En 2024 solo tiene el control político de dos entidades: Durango y Coahuila. Su militancia apenas rebasa un millón de miembros, y tan solo un puñado de legisladores lo representará en las cámaras del Congreso a partir del mes de septiembre.
El dirigente campechano tiene hoy en sus manos las ruinas del antiguo aparato del partido de estado. No solo se ha apartado de sus bases sociales, sino de los sectores que le garantizaban una gran capacidad de movilización política. El sector obrero --en manos de líderes “charros” desde la época alemanista-- lo ha abandonado, y en algunos casos los sindicatos se han adherido a Morena, como los mineros y metalúrgicos, dirigidos por Napoleón Gómez Urrutia. La Confederación de Trabajadores de México –CTM—está a punto de separarse de la vetusta estructura corporativa del partido tricolor.
A partir de la llegada de “Alito” a la dirección, el PRI ha perdido once gubernaturas en varias jornadas electorales: Oaxaca, Hidalgo, Guerrero, Sonora, Sinaloa, Colima, Zacatecas, Tlaxcala, Campeche, San Luis Potosí y Edomex. Solo ha podido retener (en alianza con el PAN) los gobiernos de Coahuila y Durango. En total, el partido tricolor gobierna hoy menos del 4% de la población mexicana.
Después de estos resultados catastróficos --y sin tomarse el tiempo necesario para sacudirse el polvo de la derrota-- la dirección política tricolor decidió mantener en el cargo a “Alito”, y reformó sus estatutos para facilitarle al menos otras dos reelecciones. (Aunque en este momento la referida reforma está sujeta a revisión). El PRI carece de capacidad de hacer juicios críticos de su propia conducción política, ni le interesa renovar sus cuadros de base y de dirección. Su dirigencia actual es un grupo político suicida que lo conducirá sin duda a la pérdida del registro electoral en el corto tiempo.
Vayamos un poco a la historia: la fundación del Partido Nacional Revolucionario (PNR) se realizó en el contexto de una severa crisis de gobernabilidad del país. Los caudillos de la revolución triunfante se habían convertido en caciques de las regiones que tenían bajo su control político y/o militar. Con frecuencia, sus disputas políticas se trasladaban a los campos de batalla. Los caudillos victoriosos de la Revolución de 1910, al empecinarse en retener el poder, se habían convertido en un estorbo para la estabilidad social del país.
A la muerte de Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles fundó el PNR con el fin de coordinar las facciones de la denominada “familia revolucionaria” y dotar de cierta estabilidad al gobierno emanado de sus filas. Era urgente acabar con el gobierno de caudillos y canalizar los conflictos por la vía institucional. El PNR surgió como partido del gobierno bajo el principio de la tolerancia recíproca entre los cacicazgos de la posrevolución.
De acuerdo con las nuevas reglas, en los procesos electorales el grupo derrotado no perdía todo, ni el vencedor se alzaba con todo el poder. Dentro de esa estructura había espacio para todas las corrientes y expresiones. Terminó la época de los caudillos militares y se abrió el camino para conseguir la estabilidad y el desarrollo económico.
Lo que actualmente está haciendo de manera sistemática “Alito” es acabar con esa tradición, y convertirse en caudillo intolerante que no quiere compartir el poder con grupos rivales. Ha desplazado a todas las corrientes, logrando que emigren casi todos sus adversarios. Cada uno de los líderes desplazados se ha llevado consigo a una parte de la militancia, en diferentes momentos. El partido tricolor se ha desfondado. Los números relacionados con este proceso (cifras oficialmente validadas por el INE) son:
- En 2017, el PRI tenía 5 millones 254 mil 778 militantes.
- En el año 2020 ya solo quedaban 2 millones 65 mil 161 miembros.
- En 2023 la militancia se redujo a 1 millón 411 mil 889 miembros.
- Por lo mismo, se puede considerar que el PRI perdió en solo 6 años 3 millones 842 mil 889 miembros, que equivalen al 73.13 por ciento de su militancia.
Es difícil saber con precisión cuál será el futuro del que fuera el partido hegemónico del estado mexicano. Pero va quedando claro es que el PRI no sabe funcionar como oposición. No fue diseñado para luchar por el poder, sino para administrarlo. Nunca pasó de ser una oficina burocrática –con nivel de secretaría de estado-- cuya función era “destapar” y abanderar a los candidatos oficiales previamente “palomeados”.
La función del PRI era presentar ante la sociedad a los “tapados” previamente ungidos por el presidente o el gobernador, según el caso. Como partido nunca tuvo capacidad orgánica de dotarse de su propia línea política, porque siempre la recibió de “arriba”; tampoco tuvo necesidad de conseguir recursos económicos para financiar las campañas, porque las dependencias del gobierno se los entregaban.
En 2012 pudo regresar a Los Pinos principalmente porque los cacicazgos de Hidalgo y del Edomex lo financiaron y le dieron 6 años más de bonanza. Pero a partir de 2018, ya “sin línea y sin lana”, la camarilla dirigente del tricolor ha venido disponiendo de las prerrogativas que provienen del INE. Cerca del final de su camino, el PRI se debate en medio de feroces pugnas internas, similares al periodo precallista. No supo renovarse, envejeció y no se dio cuenta de que en los tiempos actuales ya no hay espacio para “dedazos” y agandalle.