/ martes 27 de octubre de 2020

Victoria del MAS en Bolivia

A un año del golpe de estado que derrocó al anterior gobierno, la política de Bolivia dio nuevamente un vuelco de 180 grados: Luis Arce, candidato del Movimiento al Socialismo (MAS) quien fuera ministro de economía de Evo Morales, obtuvo el triunfo con más del 55% de los sufragios, que representan más que los votos agregados de los candidatos de derecha Carlos Mesa y Luis Fernando Camacho.

Este resultado significa no solo la posibilidad de continuar con del proceso de transformaciones políticas y sociales de Bolivia, sino la derrota de la oposición de derecha y su aliada, la Organización de Estados Americanos (OEA) controlada por el gobierno de USA, al que ya hace más de 50 años el gobierno de Cuba definió como “el ministerio de colonias” de ese país.

Los resultados electorales no dejan espacio a la menor duda:

- MAS con Luis Arce 55.1% de los votos

- Carlos Mesa 28.9 %

- Luis Fernando Camacho 14%.

Si confrontamos estas cifras con las obtenidas de las elecciones de un año atrás, veremos una repetición del mismo esquema: una izquierda unida y triunfante, frente a la derecha dividida y derrotada, cuyas cifras hablan de la mezquindad de sus líderes, que no aceptaron unirse a pesar de su evidente desventaja frente a su oponente del MAS.

Al opinar sobre este resultado, la posición del gobierno mexicano fue muy clara, dura y explícita: Maximiliano Reyes, subsecretario de RE, expresó una condena tajante a la gestión de Luis Almagro al frente del organismo multilateral, y lo acusó de “faccioso” y de abusar de sus facultades administrativas para intervenir activamente en la política boliviana; habló de manera anticipada de un fraude que nunca existió, y por lo tanto generó el ambiente para que se produjera el golpe militar que derrocó al gobierno de Evo Morales.

Al mismo tiempo, Reyes se pronunció por no intervenir en los asuntos internos de Venezuela y Nicaragua, en especial en el primer país, ya que la OEA ha reconocido al sedicente “Presidente encargado” Juan Guaidó, en contravención a las normas internacionales que sostienen los principios de No Intervención y Autodeterminación de los Pueblos, inscritas por lo demás en la Constitución Política de México.

A un año de distancia, ha fracasado el intento golpista de apoderarse de las riquezas naturales de Bolivia y tratar de revertir las conquistas sociales obtenidas por la población, básicamente el reconocimiento de la igualdad entre las diversas lenguas y nacionalidades que integran el mundo boliviano, formado principalmente por los quechuas , los aymarás y los mestizos descendientes de la conquista española.

Una de las tareas prioritarias del nuevo gobierno será desmantelar el aparato policiaco-militar que hizo posible desconocer los resultados electorales de un año atrás, y dar un golpe de estado que, además de las masacres de pobladores, ha acarreado funestas consecuencias en todos los aspectos de la vida del pueblo boliviano.

La política en Bolivia necesita caminar en dos pies: el apoyo del pueblo y la lealtad de las fuerzas armadas, o por lo menos el respeto de los militares a las decisiones políticas de las instituciones emanadas de la voluntad del pueblo. Si no se hace una depuración a fondo de los oficiales golpistas, el nuevo gobierno correrá el peligro inminente de sentarse en un barril de pólvora, que puede estallar en cualquier momento.

Ganar el voto y movilizar a las masas populares es una condición necesaria para el triunfo de un movimiento revolucionario. Pero eso es lamentablemente insuficiente. Pretextos nunca le han faltado ni le faltarán a las fuerzas reaccionarias para intentar el descarrilamiento de un proceso de cambio que lastima sus intereses.

El no haber asegurado la lealtad institucional de las fuerzas armadas fue una falla grave del gobierno de Evo Morales. Pagó ese error con su derrocamiento, y las intentonas que por poco le pudieron costar la vida. Las actuales fuerzas armadas bolivianas han demostrado que no son confiables. Urge, por tanto, que el nuevo gobierno inicie un proceso de depuración que no deje en pie ni uno solo de los bastiones de ese viejo poder. Y esto constituye una necesidad elemental de sobrevivencia del proceso de cambio.

La derecha se va a atrincherar en su viejo baluarte del oriente boliviano, en Santa Cruz. Ahí manda Luis Fernando Camacho, candidato vencido en las elecciones últimas, pero no derrotado en sus pretensiones políticas facciosas. Siempre ha sido y será un conspirador, a quien la revolución boliviana debe aislar y finalmente derrotar.

Sobre Luis Almagro –secretario general de la OEA—han llovido las críticas por su funesta actuación al frente de esa organización. Hoy está bajo el señalamiento de México de que carece de autoridad moral para sostenerse en el cargo, y las exigencias de su renuncia por parte de una buena parte delos dirigentes históricos de América Latina, entre ellos Luis Inazio Lula Da Silva, Dilma Roussef, Alberto Fernández, presidente de Argentina, Rafael Correa, expresidente del Ecuador.

Pese a su cinismo, Almagro deberá renunciar a la OEA más temprano que tarde. Al perder elementos de operatividad, dejará de ser útil a sus patrones del Departamento de Estado de USA, y lo desecharán como parte de una maniobra de “renovación” con algún dirigente más útil a sus imperiales designios.

El país boliviano ostenta, en su nombre mismo, el origen latinoamericano e internacionalista de su esencia nacional; ubicado en una región originalmente conocida como “Alto Perú” y renombrada como “Bolivia” en homenaje a su libertador, Simón Bolívar, de origen venezolano, y del mariscal Antonio José de Sucre, del mismo origen, vencedor de las batallas militares que fundaron esa nación. Sucre es el nombre de la capital constitucional del país, así como del departamento de Chuquisaca, una de sus regiones principales.

Bolivia por lo tanto, siempre ha sido latinoamericana por su origen y nacionalista por vocación. Es un estado plurinacional donde solo cabe la democracia, y que por definición rechaza todo tipo de exclusión, de dictadura. Un estado donde se rinde homenaje a la “Pachamama” y se rechazan hacia el ámbito privado las creencias religiosas que les fueron llevadas por los colonizadores españoles.

La nueva Bolivia debe ser la que soñaron Bolívas y Sucre, la de la generosidad y la lucha solidaria, y no la nación mezquina y vengativa de los Añez, los Mesa y los Camacho. Una Bolivia cuyas figuras históricas fueron los Tupac Amaru y Tupac Katari, símbolos de la rebeldía de nuestros pueblos contra la opresión extranjera.

A un año del golpe de estado que derrocó al anterior gobierno, la política de Bolivia dio nuevamente un vuelco de 180 grados: Luis Arce, candidato del Movimiento al Socialismo (MAS) quien fuera ministro de economía de Evo Morales, obtuvo el triunfo con más del 55% de los sufragios, que representan más que los votos agregados de los candidatos de derecha Carlos Mesa y Luis Fernando Camacho.

Este resultado significa no solo la posibilidad de continuar con del proceso de transformaciones políticas y sociales de Bolivia, sino la derrota de la oposición de derecha y su aliada, la Organización de Estados Americanos (OEA) controlada por el gobierno de USA, al que ya hace más de 50 años el gobierno de Cuba definió como “el ministerio de colonias” de ese país.

Los resultados electorales no dejan espacio a la menor duda:

- MAS con Luis Arce 55.1% de los votos

- Carlos Mesa 28.9 %

- Luis Fernando Camacho 14%.

Si confrontamos estas cifras con las obtenidas de las elecciones de un año atrás, veremos una repetición del mismo esquema: una izquierda unida y triunfante, frente a la derecha dividida y derrotada, cuyas cifras hablan de la mezquindad de sus líderes, que no aceptaron unirse a pesar de su evidente desventaja frente a su oponente del MAS.

Al opinar sobre este resultado, la posición del gobierno mexicano fue muy clara, dura y explícita: Maximiliano Reyes, subsecretario de RE, expresó una condena tajante a la gestión de Luis Almagro al frente del organismo multilateral, y lo acusó de “faccioso” y de abusar de sus facultades administrativas para intervenir activamente en la política boliviana; habló de manera anticipada de un fraude que nunca existió, y por lo tanto generó el ambiente para que se produjera el golpe militar que derrocó al gobierno de Evo Morales.

Al mismo tiempo, Reyes se pronunció por no intervenir en los asuntos internos de Venezuela y Nicaragua, en especial en el primer país, ya que la OEA ha reconocido al sedicente “Presidente encargado” Juan Guaidó, en contravención a las normas internacionales que sostienen los principios de No Intervención y Autodeterminación de los Pueblos, inscritas por lo demás en la Constitución Política de México.

A un año de distancia, ha fracasado el intento golpista de apoderarse de las riquezas naturales de Bolivia y tratar de revertir las conquistas sociales obtenidas por la población, básicamente el reconocimiento de la igualdad entre las diversas lenguas y nacionalidades que integran el mundo boliviano, formado principalmente por los quechuas , los aymarás y los mestizos descendientes de la conquista española.

Una de las tareas prioritarias del nuevo gobierno será desmantelar el aparato policiaco-militar que hizo posible desconocer los resultados electorales de un año atrás, y dar un golpe de estado que, además de las masacres de pobladores, ha acarreado funestas consecuencias en todos los aspectos de la vida del pueblo boliviano.

La política en Bolivia necesita caminar en dos pies: el apoyo del pueblo y la lealtad de las fuerzas armadas, o por lo menos el respeto de los militares a las decisiones políticas de las instituciones emanadas de la voluntad del pueblo. Si no se hace una depuración a fondo de los oficiales golpistas, el nuevo gobierno correrá el peligro inminente de sentarse en un barril de pólvora, que puede estallar en cualquier momento.

Ganar el voto y movilizar a las masas populares es una condición necesaria para el triunfo de un movimiento revolucionario. Pero eso es lamentablemente insuficiente. Pretextos nunca le han faltado ni le faltarán a las fuerzas reaccionarias para intentar el descarrilamiento de un proceso de cambio que lastima sus intereses.

El no haber asegurado la lealtad institucional de las fuerzas armadas fue una falla grave del gobierno de Evo Morales. Pagó ese error con su derrocamiento, y las intentonas que por poco le pudieron costar la vida. Las actuales fuerzas armadas bolivianas han demostrado que no son confiables. Urge, por tanto, que el nuevo gobierno inicie un proceso de depuración que no deje en pie ni uno solo de los bastiones de ese viejo poder. Y esto constituye una necesidad elemental de sobrevivencia del proceso de cambio.

La derecha se va a atrincherar en su viejo baluarte del oriente boliviano, en Santa Cruz. Ahí manda Luis Fernando Camacho, candidato vencido en las elecciones últimas, pero no derrotado en sus pretensiones políticas facciosas. Siempre ha sido y será un conspirador, a quien la revolución boliviana debe aislar y finalmente derrotar.

Sobre Luis Almagro –secretario general de la OEA—han llovido las críticas por su funesta actuación al frente de esa organización. Hoy está bajo el señalamiento de México de que carece de autoridad moral para sostenerse en el cargo, y las exigencias de su renuncia por parte de una buena parte delos dirigentes históricos de América Latina, entre ellos Luis Inazio Lula Da Silva, Dilma Roussef, Alberto Fernández, presidente de Argentina, Rafael Correa, expresidente del Ecuador.

Pese a su cinismo, Almagro deberá renunciar a la OEA más temprano que tarde. Al perder elementos de operatividad, dejará de ser útil a sus patrones del Departamento de Estado de USA, y lo desecharán como parte de una maniobra de “renovación” con algún dirigente más útil a sus imperiales designios.

El país boliviano ostenta, en su nombre mismo, el origen latinoamericano e internacionalista de su esencia nacional; ubicado en una región originalmente conocida como “Alto Perú” y renombrada como “Bolivia” en homenaje a su libertador, Simón Bolívar, de origen venezolano, y del mariscal Antonio José de Sucre, del mismo origen, vencedor de las batallas militares que fundaron esa nación. Sucre es el nombre de la capital constitucional del país, así como del departamento de Chuquisaca, una de sus regiones principales.

Bolivia por lo tanto, siempre ha sido latinoamericana por su origen y nacionalista por vocación. Es un estado plurinacional donde solo cabe la democracia, y que por definición rechaza todo tipo de exclusión, de dictadura. Un estado donde se rinde homenaje a la “Pachamama” y se rechazan hacia el ámbito privado las creencias religiosas que les fueron llevadas por los colonizadores españoles.

La nueva Bolivia debe ser la que soñaron Bolívas y Sucre, la de la generosidad y la lucha solidaria, y no la nación mezquina y vengativa de los Añez, los Mesa y los Camacho. Una Bolivia cuyas figuras históricas fueron los Tupac Amaru y Tupac Katari, símbolos de la rebeldía de nuestros pueblos contra la opresión extranjera.