/ lunes 21 de septiembre de 2020

Vigorosa autonomía electoral

De importancia notable es el voto estratégico. Los incentivos actúan sobre las preferencias electorales de la ciudadanía. A este respecto, citamos el teorema de Gibbard-Satterh Waite en el que la votación estratégica es posible en sistemas electorales democráticos, pero no abundan ni infieren en sus consecuencias políticas ni en los votos a esperar. También nos ofrece el planteamiento de Leys-Sartori, en el que se establece que dependiendo el mayor o menor grado de voto estratégico generará sistemas fuertes o débiles.

En las elecciones de una sola vuelta, nos dice Cox, se genera el bipartidismo, ajustándose a la Ley de Duverger. Igualmente ocurre en la elección de segunda vuelta de mayoría y representación proporcional generando multipartidismo.

Se advierte también, y éste es parte del problema a resolver, que los sistemas de partidos determinan el sistema electoral, de acuerdo a lo que establecen algunas corrientes de politólogos. Cox, sin embargo, destaca que no en todos los casos es aplicable.

En la condicionante de sistemas de partidos determinando el sistema electoral se plantea el papel toral que tiene el determinismo social, entendido en muchos casos también como determinismo institucional, de manera que los partidos políticos inciden en las leyes y en las estructuras electorales. De esta manera, los triunfadores cambian las leyes si conviene a sus intereses. Citamos tres casos para ello: a) la incertidumbre frente a la cual los ganadores desean asegurarse, b) cuando las viejas reglas electorales ya no sirven a sus intereses, c) cuando por impopular, el régimen se halle fuertemente presionado por la opinión pública para reescribir las leyes electorales.

Por lo que respecta a la forma en que la sociedad incide en la definición de los sistemas de partidos y los sistemas electorales, en términos generales, sin restar valor a las afirmaciones de otros teóricos como Nohlen y Grumm, que afirman que con base en la fragmentación social se da paso a un sistema proporcional y multipartidista, el sistema de partidos puede surgir al margen del sistema electoral, como ocurre en el caso de Estados Unidos que esencialmente es bipartidista.

Es importante también analizar que no necesariamente la multiplicidad de partidos posibles es igual al número real de partidos lanzados y mucho menos al de partidos conocidos. Esto depende del acceso a los medios masivos y al dinero. Aun así, lograr que un partido obtenga votos depende precisamente del voto estratégico.

Más aún: lo fundamental es que los votos se conviertan en escaños. Existe otra escala más importante: lograr que un partido pase de un ámbito local y distrital a una visión y presencia nacional.

Un proceso similar ocurre en la selección de candidatos. El número de los posibles candidatos se reduce a los reales, posteriormente a los candidatos participantes y, finalmente, al número de candidatos que obtiene votos y eventualmente escaños. El voto estratégico de élites y masivo determina a los candidatos ganadores en gran medida.

No obstante, .¿cómo decidir quién tiene posibilidades de ganar en un sistema electoral dado? Cox nos dice que depende de las motivaciones de los votantes y del supuesto sobre las expectativas que genera el candidato. Sin embargo, hay maneras en las que el elector puede desperdiciar su voto: sufragando por el ganador seguro o votando por el perdedor seguro. Para la nominación de candidatos en algunos gobiernos no hay leyes que regulen cómo deben hacerlo los partidos políticos y en otros se ofrecen detalladas cláusulas para ello, a fin de garantizar que sus procedimientos sean democráticos.

El caso mexicano es un ejemplo por un lado, de cómo los ganadores de la coalición presidencial encabezada por Morena, han intentado más de una ocasión reescribir las leyes electorales para asegurarse una posición de construcción de futuro menos incierta y sin embargo, la arquitectura constitucional y legal en materia electoral del país ha logrado resistir ese embate de la élite del poder, tan como lo demuestra la reciente elección de cuatro consejeros electorales a cargo de un comité técnico plural (a pesar) de la mayoría del partido del presidente en cámara de diputados.

Por su lado, la encuesta ordenada por la sala superior del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, para que el INE defina al próximo dirigente del partido gobernante, es un incentivo para que, con todas sus dificultades, el arbitraje electoral afiance la idea de su efectividad y autonomía con una oposición pragmática que, surja para plantear alternativas a las graves crisis sanitaria, económica, de inseguridad y un largo etcétera a que nos ha conducido la administración del presidente, López Obrador.


Facebook: Daniel Adame Osorio

Instagram: @danieladameosorio

Twitter: @Danieldao1

De importancia notable es el voto estratégico. Los incentivos actúan sobre las preferencias electorales de la ciudadanía. A este respecto, citamos el teorema de Gibbard-Satterh Waite en el que la votación estratégica es posible en sistemas electorales democráticos, pero no abundan ni infieren en sus consecuencias políticas ni en los votos a esperar. También nos ofrece el planteamiento de Leys-Sartori, en el que se establece que dependiendo el mayor o menor grado de voto estratégico generará sistemas fuertes o débiles.

En las elecciones de una sola vuelta, nos dice Cox, se genera el bipartidismo, ajustándose a la Ley de Duverger. Igualmente ocurre en la elección de segunda vuelta de mayoría y representación proporcional generando multipartidismo.

Se advierte también, y éste es parte del problema a resolver, que los sistemas de partidos determinan el sistema electoral, de acuerdo a lo que establecen algunas corrientes de politólogos. Cox, sin embargo, destaca que no en todos los casos es aplicable.

En la condicionante de sistemas de partidos determinando el sistema electoral se plantea el papel toral que tiene el determinismo social, entendido en muchos casos también como determinismo institucional, de manera que los partidos políticos inciden en las leyes y en las estructuras electorales. De esta manera, los triunfadores cambian las leyes si conviene a sus intereses. Citamos tres casos para ello: a) la incertidumbre frente a la cual los ganadores desean asegurarse, b) cuando las viejas reglas electorales ya no sirven a sus intereses, c) cuando por impopular, el régimen se halle fuertemente presionado por la opinión pública para reescribir las leyes electorales.

Por lo que respecta a la forma en que la sociedad incide en la definición de los sistemas de partidos y los sistemas electorales, en términos generales, sin restar valor a las afirmaciones de otros teóricos como Nohlen y Grumm, que afirman que con base en la fragmentación social se da paso a un sistema proporcional y multipartidista, el sistema de partidos puede surgir al margen del sistema electoral, como ocurre en el caso de Estados Unidos que esencialmente es bipartidista.

Es importante también analizar que no necesariamente la multiplicidad de partidos posibles es igual al número real de partidos lanzados y mucho menos al de partidos conocidos. Esto depende del acceso a los medios masivos y al dinero. Aun así, lograr que un partido obtenga votos depende precisamente del voto estratégico.

Más aún: lo fundamental es que los votos se conviertan en escaños. Existe otra escala más importante: lograr que un partido pase de un ámbito local y distrital a una visión y presencia nacional.

Un proceso similar ocurre en la selección de candidatos. El número de los posibles candidatos se reduce a los reales, posteriormente a los candidatos participantes y, finalmente, al número de candidatos que obtiene votos y eventualmente escaños. El voto estratégico de élites y masivo determina a los candidatos ganadores en gran medida.

No obstante, .¿cómo decidir quién tiene posibilidades de ganar en un sistema electoral dado? Cox nos dice que depende de las motivaciones de los votantes y del supuesto sobre las expectativas que genera el candidato. Sin embargo, hay maneras en las que el elector puede desperdiciar su voto: sufragando por el ganador seguro o votando por el perdedor seguro. Para la nominación de candidatos en algunos gobiernos no hay leyes que regulen cómo deben hacerlo los partidos políticos y en otros se ofrecen detalladas cláusulas para ello, a fin de garantizar que sus procedimientos sean democráticos.

El caso mexicano es un ejemplo por un lado, de cómo los ganadores de la coalición presidencial encabezada por Morena, han intentado más de una ocasión reescribir las leyes electorales para asegurarse una posición de construcción de futuro menos incierta y sin embargo, la arquitectura constitucional y legal en materia electoral del país ha logrado resistir ese embate de la élite del poder, tan como lo demuestra la reciente elección de cuatro consejeros electorales a cargo de un comité técnico plural (a pesar) de la mayoría del partido del presidente en cámara de diputados.

Por su lado, la encuesta ordenada por la sala superior del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, para que el INE defina al próximo dirigente del partido gobernante, es un incentivo para que, con todas sus dificultades, el arbitraje electoral afiance la idea de su efectividad y autonomía con una oposición pragmática que, surja para plantear alternativas a las graves crisis sanitaria, económica, de inseguridad y un largo etcétera a que nos ha conducido la administración del presidente, López Obrador.


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