/ miércoles 30 de marzo de 2022

Viridiana, Evelin, Maya, Marcela, a todas nos quieren muertas

“Ya no se puede vivir así”. Esas eran las palabras que salían de la boca de mi abuela Cristina cuando supo de la muerte de mi amiga Viridiana Escobar.

La suya fue una muerte súbita. Una muerte llena de tremor e indignación. Y no fue para menos, el coraje germinó en muchas familias del vecindario de San Quintín. Padres y madres, maestros y directivos académicos estaban enardecidos con el homicidio de esta niña.

Con sólo 14 años de edad, Viridiana fue ultrajada por tres hombres que la esperaban a tres cuadras de la secundaria. Ese mediodía quedó enmarcado como un jueves gris para la memoria de la comunidad de San Quintín.

“Viri”, como le decían quienes la conocían en el pueblo, salía con mochila al hombro, suéter a la cintura, audífonos en los oídos y su teléfono inteligente en mano.

Distraída del bullicio que azotaba esa mañana del 14 de marzo de 2011, la chiquilla caminaba cantando la melodía “Burnin´ up” a ritmo de su banda favorita, los Jonas Brothers. Absorta del ruido exterior. Y quizás el momento justo para que esos tres malhechores la secuestraran.

Uno de los agresores, de estatura media, complexión robusta y capucha a la cabeza, ya venía detrás de ella. La tomó de la cintura como si la abrazara un poderoso pulpo. Le tapó la boca, arrancándole los audífonos y le vociferó amenazas al oído derecho quitándole toda la efusividad que traía consigo. La sujetó tan fuerte hasta subirla a una camioneta Ford doble cabina roja con placas NWF 3564 del Estado de México, con los vidrios totalmente polarizados.

Al interior de la troca ya lo esperaban los otros dos raptores. El copiloto y chofer, tipos mal encarados sin igual.

A pesar de que sólo hubo dos testigos en la escena del rapto, ningún otro indicio se agregó hasta el décimo tercer día. -Aunque cabe decir que el único rastro que dejó ese lamentable hecho fueron los audífonos color morado que quedaron sobre la banqueta donde transitó la colegiala- y el eco de angustia de aquella niña.

El 27 de marzo de 2011, el cuerpo de Viridiana apareció en un predio abandonado ubicado en la ciudad de Tijuana, estado de Baja California. En los brazos, cuello y piernas había señales de la cruel tortura a la que había sido sometida durante esos días que estuvo privada de la libertad.

De acuerdo a los datos que arrojó la investigación hecha por la Fiscalía del Estado, la niña fue violada en repetidas ocasiones. Entre las cicatrices que quedaron intactas en el cadáver se observaron quemaduras de cigarro en brazos, manos, cuello y piernas.

Sus padres y hermanos vivieron el luto ensimismados en vengar la muerte de la hija menor. Sin embargo, al paso de los días, decidieron vender su casa e irse para siempre del pueblo de San Quintín para quizás algún día olvidar el dolor.

Que se traguen sus cifras porque la realidad es otra

Quiero precisar que el relato anterior forma parte de un compendio de cuentos que su servidora y amiga Evelia Domínguez registró hace unos años, pero nunca imaginé que en mi tierra o peor aún, que en la ciudad donde nací estén ocurriendo crímenes brutales tal como le pasó a la protagonista de la historia, Viridiana.

Como mujer morelense, y sobre todo como cuautlense, estoy aturdida, molesta e indignada por la forma en cómo los gobiernos, llámese a este tenor, los tres niveles de gobierno, han permitido que los delincuentes y malvivientes se apoderen de la tranquilidad de muchas de nuestras familias.

El feminicidio de Evelin Afiune Ramírez solo vino a decirnos que la vida en nuestro heroico municipio no pinta nada bien. Nos vino a restregar que como ciudadanos tenemos que reagruparnos y conformar un bloque, porque las estrategias que supuestamente han puesto en marcha quienes velan por nuestra seguridad, no están dando ningún resultado.

Las mujeres estamos indefensas. Y por más que existan números y estadísticas con las cuales se amparan los funcionarios, la realidad es totalmente otra.

No sé si me da rabia o risa, pero las declaraciones que hace poco manifestó el Comisionado Estatal de Seguridad Pública, José Antonio Ortíz Guarneros, lejos de dejarme tranquila, solo aumentó el deseo de expresarle: “señor ya no nos chupamos el dedo”. Más aún, cuando escuché lo siguiente: “el Estado tiene 36 municipios, en 25 no hubo ningún feminicidio. Realmente sí hemos tenido un avance”. Gracias señor, qué gran alivio, sin embargo, le recuerdo que los planteamientos que se trazó desde que tomó las riendas de la seguridad, no se están cumpliendo y que seguimos inmersos en un TOTAL ESTADO DE ALERTA DE VIOLENCIA DE GÉNERO.

Le pregunto al gobierno de Morelos, al gobierno de Cuautla, a diputados y senadores que dicen estar preocupados por nuestro bienestar: ¿A cuántas más nos tienen que desaparecer para que realmente hagan su trabajo?, ¿o es necesario que sufran el mismo dolor que padecen quienes han perdido a sus hijas (os)?.

“Ya no se puede vivir así”. Esas eran las palabras que salían de la boca de mi abuela Cristina cuando supo de la muerte de mi amiga Viridiana Escobar.

La suya fue una muerte súbita. Una muerte llena de tremor e indignación. Y no fue para menos, el coraje germinó en muchas familias del vecindario de San Quintín. Padres y madres, maestros y directivos académicos estaban enardecidos con el homicidio de esta niña.

Con sólo 14 años de edad, Viridiana fue ultrajada por tres hombres que la esperaban a tres cuadras de la secundaria. Ese mediodía quedó enmarcado como un jueves gris para la memoria de la comunidad de San Quintín.

“Viri”, como le decían quienes la conocían en el pueblo, salía con mochila al hombro, suéter a la cintura, audífonos en los oídos y su teléfono inteligente en mano.

Distraída del bullicio que azotaba esa mañana del 14 de marzo de 2011, la chiquilla caminaba cantando la melodía “Burnin´ up” a ritmo de su banda favorita, los Jonas Brothers. Absorta del ruido exterior. Y quizás el momento justo para que esos tres malhechores la secuestraran.

Uno de los agresores, de estatura media, complexión robusta y capucha a la cabeza, ya venía detrás de ella. La tomó de la cintura como si la abrazara un poderoso pulpo. Le tapó la boca, arrancándole los audífonos y le vociferó amenazas al oído derecho quitándole toda la efusividad que traía consigo. La sujetó tan fuerte hasta subirla a una camioneta Ford doble cabina roja con placas NWF 3564 del Estado de México, con los vidrios totalmente polarizados.

Al interior de la troca ya lo esperaban los otros dos raptores. El copiloto y chofer, tipos mal encarados sin igual.

A pesar de que sólo hubo dos testigos en la escena del rapto, ningún otro indicio se agregó hasta el décimo tercer día. -Aunque cabe decir que el único rastro que dejó ese lamentable hecho fueron los audífonos color morado que quedaron sobre la banqueta donde transitó la colegiala- y el eco de angustia de aquella niña.

El 27 de marzo de 2011, el cuerpo de Viridiana apareció en un predio abandonado ubicado en la ciudad de Tijuana, estado de Baja California. En los brazos, cuello y piernas había señales de la cruel tortura a la que había sido sometida durante esos días que estuvo privada de la libertad.

De acuerdo a los datos que arrojó la investigación hecha por la Fiscalía del Estado, la niña fue violada en repetidas ocasiones. Entre las cicatrices que quedaron intactas en el cadáver se observaron quemaduras de cigarro en brazos, manos, cuello y piernas.

Sus padres y hermanos vivieron el luto ensimismados en vengar la muerte de la hija menor. Sin embargo, al paso de los días, decidieron vender su casa e irse para siempre del pueblo de San Quintín para quizás algún día olvidar el dolor.

Que se traguen sus cifras porque la realidad es otra

Quiero precisar que el relato anterior forma parte de un compendio de cuentos que su servidora y amiga Evelia Domínguez registró hace unos años, pero nunca imaginé que en mi tierra o peor aún, que en la ciudad donde nací estén ocurriendo crímenes brutales tal como le pasó a la protagonista de la historia, Viridiana.

Como mujer morelense, y sobre todo como cuautlense, estoy aturdida, molesta e indignada por la forma en cómo los gobiernos, llámese a este tenor, los tres niveles de gobierno, han permitido que los delincuentes y malvivientes se apoderen de la tranquilidad de muchas de nuestras familias.

El feminicidio de Evelin Afiune Ramírez solo vino a decirnos que la vida en nuestro heroico municipio no pinta nada bien. Nos vino a restregar que como ciudadanos tenemos que reagruparnos y conformar un bloque, porque las estrategias que supuestamente han puesto en marcha quienes velan por nuestra seguridad, no están dando ningún resultado.

Las mujeres estamos indefensas. Y por más que existan números y estadísticas con las cuales se amparan los funcionarios, la realidad es totalmente otra.

No sé si me da rabia o risa, pero las declaraciones que hace poco manifestó el Comisionado Estatal de Seguridad Pública, José Antonio Ortíz Guarneros, lejos de dejarme tranquila, solo aumentó el deseo de expresarle: “señor ya no nos chupamos el dedo”. Más aún, cuando escuché lo siguiente: “el Estado tiene 36 municipios, en 25 no hubo ningún feminicidio. Realmente sí hemos tenido un avance”. Gracias señor, qué gran alivio, sin embargo, le recuerdo que los planteamientos que se trazó desde que tomó las riendas de la seguridad, no se están cumpliendo y que seguimos inmersos en un TOTAL ESTADO DE ALERTA DE VIOLENCIA DE GÉNERO.

Le pregunto al gobierno de Morelos, al gobierno de Cuautla, a diputados y senadores que dicen estar preocupados por nuestro bienestar: ¿A cuántas más nos tienen que desaparecer para que realmente hagan su trabajo?, ¿o es necesario que sufran el mismo dolor que padecen quienes han perdido a sus hijas (os)?.