/ lunes 23 de noviembre de 2020

Al abuelo que yo no conocí

Las vueltas que da la vida

Queridos lectores, estos días en que la patria celebra a todo lo que da un aniversario más de la Revolución Mexicana, en el Monumento de la Revolución, en donde por cierto están enterrados casi todos los próceres menos Zapata.

Y hago la acotación desde aquí que fueron sus hijos quienes impidieron que el cuerpo de su padre asesinado a traición por la federación fuera trasladado a ese lugar por instrucciones del gobierno que lo mandó a asesinar, por lo que hasta el momento se encuentra en la ciudad de Cuautla, bajo, a mi juicio, la mejor escultura de Zapata. Francisco I. (Indalecio) Madero, quien contó en sus inicios con el respaldo del Caudillo del Sur desde 1910, ya desde la llegada triunfal en tren a la Ciudad de México, Zapata, nuestro Zapata, estuvo con él aunque bien poco le duró ese gusto.

Les explico por qué. Aquí les traigo para ustedes una anécdota histórica de su desencanto ya publicada por mí a través del Instituto de Cultura en tiempos de Martha Ketchum (q.e.p.d.) y posteriormente la incluyeron, entre otras colaboraciones, en el precioso libro “Historia del Jardín Borda”, publicado por la ex Secretaria de Cultura Cristina Faesler.

Madero, a pesar de que tenía ya la presidencia prácticamente en el bolsillo, inicia su gira para obtener el voto popular democráticamente. Al llegar a Cuernavaca, era el 12 de junio de 1911 la sociedad más relevante de la ciudad acuden a un banquete en el Jardín Borda organizado por el entonces gobernador provisional de Morelos Juan Nepomuceno Carreón en honor a Madero y su comitiva. Ya antes Madero se había dado un baño de pueblo y se lo seguiría dando al término de la comida donde las tropas zapatistas, bien organizadas, demostrarían su fuerza desfilando frente a él. Pero de vuelta a la comida, hasta la entrada al Jardín Borda iban llegando los elegantes miembros de la sociedad. Y cuál va siendo la sorpresa de uno de los invitados, mi abuelo, el abogado morelense Manuel Gutiérrez Guerrero, hijo de padre cuautlense y de madre de Coatlán del Río, que entre los invitados de honor de Madero estaba sentado, con elegante traje de charro color negro, don Emiliano Zapata.

Mi abuelo, que había sido de joven militar y posteriormente estudió abogacía, incluso fue Magistrado en Veracruz y trabajó como abogado para los hacendados Morelenses en cuestiones de exportación del azúcar al mundo, caso contrario al resto de los invitados a los que parecía no interesarles su presencia, a mi abuelo sí, tomó el Menú de la mesa donde estaba ubicado, todavía bajo la influencia porfiriana escrito en francés, y pasó a que los invitados principales lo firmaran al reverso. Sólo la firma les pidió. Y allí, entre las de Madero y su familia y de otros muy importantes invitados como la de Peppino Garibaldi -nieto del famoso libertador italiano Giuseppe Garibaldi- quien junto a Pascual Orozco el llamado “Ranchero Indomable” y José de Jesús Branco toman Cd. Juárez a favor de Madero un mes antes del famoso banquete en Cuernavaca, estaba, en medio de las de los demás firmantes, la de Emiliano Zapata, inconfundible. Cuando 100 años después, presenté ese Menú al Archivo General de la Nación, se me dijo que ese menú era una alhaja por la cantidad de firmas que aparecen incluidas, entre ellas las de la comitiva que acompañaba a Madero, pero sobre todo porque ese Menú es el único documento que atestigua con su firma que Zapata sí fue invitado y sí asistió, aunque brevemente y les explico porqué. Ya casi para empezar la comida, estando todos sentados irrumpe un elegantísimo grupo de cuatro o cinco hacendados vestidos como verdaderos Lords ingleses, recordemos que Morelos ocupó varias veces el sitial número uno mundial en exportación de azúcar. Y don Manuel Gutiérrez, mi abuelo, volteó de inmediato a ver la reacción de Zapata, acérrimo enemigo de ellos y vio cuando éste voltea a su vez a ver qué hacía Madero quien los saludó a la distancia levantando el brazo derecho e invitándolos al mismo tiempo a acercarse con un ademán de su mano. En ese momento Zapata, que llevaba seguridad a discreción, ciertamente comprendió que Madero, finalmente otro hacendado como ellos, jamás entendería ni apoyaría la justa demanda del campesinado morelense de reclamar y recuperar sus tierras a quienes las habían usurpado, ni la lucha de Zapata para repartirlas entre quienes las trabajarían con sus propias manos. Hizo una seña discreta, adusto el rostro y casi imperceptible, -mi abuelo no le quitaba la mirada-, y vio cuando de inmediato le trajeron su sombrero. Se levantó y caminó hacia Madero quien también se levantó de su silla al verlo dirigirse a él. Platicaron entre ellos cinco, seis minutos, con toda seguridad uno tratando de convencer a Zapata que no se fuera -le convenía tenerlo de su lado-, el otro, explicándole al candidato, -congruente como siempre fue-, que jamás compartiría el pan y la sal con sus enemigos, se despidió y salió, lo acompañó hasta la salida del Borda un ujier con alto sobrero de copa enviado por Madero en señal de respeto. Cinco meses después, Zapata, que confirmó en la actuación de Madero sus augurios se volvió a levantar en armas pero ahora contra el ya presidente. ¿Por qué recuerdo hoy día a mi abuelo, quien años después le platicó esta anécdota a su hijo, mi padre? Por la sencilla razón de que a pesar de que mi abuelo pertenecía a una clase acomodada por llamarla de alguna forma, supo valorar ese documento que años después, se lo entregó para su custodia y mi padre a su vez lo valoró y resguardó en el archivo familiar para que finalmente quien esto escribe, le diera un buen uso dándolo a conocer al Archivo General de la Nación durante el Centenario de la Revolución Mexicana. Tiempo después, en la década de los años treinta, mi abuelo quien dejó a su esposa Sarita Martínez de Mestre, mi preciosa abuela cubana y a mi padre bien protegidos económicamente, se hizo humo en mi familia. Pero a la distancia, dedico estas modestas líneas con mi gratitud y reconocimiento al abuelo que tuvo la visión de saber que ese menú algún día sería valorado y que por desgracia yo nunca lo conocí. Tal vez, algún día…. Y hasta el próximo lunes.

Queridos lectores, estos días en que la patria celebra a todo lo que da un aniversario más de la Revolución Mexicana, en el Monumento de la Revolución, en donde por cierto están enterrados casi todos los próceres menos Zapata.

Y hago la acotación desde aquí que fueron sus hijos quienes impidieron que el cuerpo de su padre asesinado a traición por la federación fuera trasladado a ese lugar por instrucciones del gobierno que lo mandó a asesinar, por lo que hasta el momento se encuentra en la ciudad de Cuautla, bajo, a mi juicio, la mejor escultura de Zapata. Francisco I. (Indalecio) Madero, quien contó en sus inicios con el respaldo del Caudillo del Sur desde 1910, ya desde la llegada triunfal en tren a la Ciudad de México, Zapata, nuestro Zapata, estuvo con él aunque bien poco le duró ese gusto.

Les explico por qué. Aquí les traigo para ustedes una anécdota histórica de su desencanto ya publicada por mí a través del Instituto de Cultura en tiempos de Martha Ketchum (q.e.p.d.) y posteriormente la incluyeron, entre otras colaboraciones, en el precioso libro “Historia del Jardín Borda”, publicado por la ex Secretaria de Cultura Cristina Faesler.

Madero, a pesar de que tenía ya la presidencia prácticamente en el bolsillo, inicia su gira para obtener el voto popular democráticamente. Al llegar a Cuernavaca, era el 12 de junio de 1911 la sociedad más relevante de la ciudad acuden a un banquete en el Jardín Borda organizado por el entonces gobernador provisional de Morelos Juan Nepomuceno Carreón en honor a Madero y su comitiva. Ya antes Madero se había dado un baño de pueblo y se lo seguiría dando al término de la comida donde las tropas zapatistas, bien organizadas, demostrarían su fuerza desfilando frente a él. Pero de vuelta a la comida, hasta la entrada al Jardín Borda iban llegando los elegantes miembros de la sociedad. Y cuál va siendo la sorpresa de uno de los invitados, mi abuelo, el abogado morelense Manuel Gutiérrez Guerrero, hijo de padre cuautlense y de madre de Coatlán del Río, que entre los invitados de honor de Madero estaba sentado, con elegante traje de charro color negro, don Emiliano Zapata.

Mi abuelo, que había sido de joven militar y posteriormente estudió abogacía, incluso fue Magistrado en Veracruz y trabajó como abogado para los hacendados Morelenses en cuestiones de exportación del azúcar al mundo, caso contrario al resto de los invitados a los que parecía no interesarles su presencia, a mi abuelo sí, tomó el Menú de la mesa donde estaba ubicado, todavía bajo la influencia porfiriana escrito en francés, y pasó a que los invitados principales lo firmaran al reverso. Sólo la firma les pidió. Y allí, entre las de Madero y su familia y de otros muy importantes invitados como la de Peppino Garibaldi -nieto del famoso libertador italiano Giuseppe Garibaldi- quien junto a Pascual Orozco el llamado “Ranchero Indomable” y José de Jesús Branco toman Cd. Juárez a favor de Madero un mes antes del famoso banquete en Cuernavaca, estaba, en medio de las de los demás firmantes, la de Emiliano Zapata, inconfundible. Cuando 100 años después, presenté ese Menú al Archivo General de la Nación, se me dijo que ese menú era una alhaja por la cantidad de firmas que aparecen incluidas, entre ellas las de la comitiva que acompañaba a Madero, pero sobre todo porque ese Menú es el único documento que atestigua con su firma que Zapata sí fue invitado y sí asistió, aunque brevemente y les explico porqué. Ya casi para empezar la comida, estando todos sentados irrumpe un elegantísimo grupo de cuatro o cinco hacendados vestidos como verdaderos Lords ingleses, recordemos que Morelos ocupó varias veces el sitial número uno mundial en exportación de azúcar. Y don Manuel Gutiérrez, mi abuelo, volteó de inmediato a ver la reacción de Zapata, acérrimo enemigo de ellos y vio cuando éste voltea a su vez a ver qué hacía Madero quien los saludó a la distancia levantando el brazo derecho e invitándolos al mismo tiempo a acercarse con un ademán de su mano. En ese momento Zapata, que llevaba seguridad a discreción, ciertamente comprendió que Madero, finalmente otro hacendado como ellos, jamás entendería ni apoyaría la justa demanda del campesinado morelense de reclamar y recuperar sus tierras a quienes las habían usurpado, ni la lucha de Zapata para repartirlas entre quienes las trabajarían con sus propias manos. Hizo una seña discreta, adusto el rostro y casi imperceptible, -mi abuelo no le quitaba la mirada-, y vio cuando de inmediato le trajeron su sombrero. Se levantó y caminó hacia Madero quien también se levantó de su silla al verlo dirigirse a él. Platicaron entre ellos cinco, seis minutos, con toda seguridad uno tratando de convencer a Zapata que no se fuera -le convenía tenerlo de su lado-, el otro, explicándole al candidato, -congruente como siempre fue-, que jamás compartiría el pan y la sal con sus enemigos, se despidió y salió, lo acompañó hasta la salida del Borda un ujier con alto sobrero de copa enviado por Madero en señal de respeto. Cinco meses después, Zapata, que confirmó en la actuación de Madero sus augurios se volvió a levantar en armas pero ahora contra el ya presidente. ¿Por qué recuerdo hoy día a mi abuelo, quien años después le platicó esta anécdota a su hijo, mi padre? Por la sencilla razón de que a pesar de que mi abuelo pertenecía a una clase acomodada por llamarla de alguna forma, supo valorar ese documento que años después, se lo entregó para su custodia y mi padre a su vez lo valoró y resguardó en el archivo familiar para que finalmente quien esto escribe, le diera un buen uso dándolo a conocer al Archivo General de la Nación durante el Centenario de la Revolución Mexicana. Tiempo después, en la década de los años treinta, mi abuelo quien dejó a su esposa Sarita Martínez de Mestre, mi preciosa abuela cubana y a mi padre bien protegidos económicamente, se hizo humo en mi familia. Pero a la distancia, dedico estas modestas líneas con mi gratitud y reconocimiento al abuelo que tuvo la visión de saber que ese menú algún día sería valorado y que por desgracia yo nunca lo conocí. Tal vez, algún día…. Y hasta el próximo lunes.

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