/ jueves 2 de julio de 2020

Apocalípticos e integrados

“Cultura de masas” hace referencia al expansivo consumo de productos culturales, como música, literatura y cine, dirigido al porcentaje acrítico de la población.

Umberto Eco hace la irónica distinción de un apocalíptico e integrado a partir de la elección de consumir productos culturales que circulan en el mercado, guiados por su sentido del gusto: el primero es el individuo que, impulsado por un paladar sofisticado, lamenta que la cultura cada día recaiga en productos genéricos y carentes de sentido, únicamente dirigidos a esa parte de la población que sólo consume sin criterio, no ocultando su desdén que la cantidad reduce la calidad; el otro es un sujeto que busca descifrar el significado, acaso profundo, en los productos culturales que pronto se viralizan. De una forma lata, es el aventurero optimista por adquirir nuevos contenidos.

Eco nunca dejó de mostrar que tal distinción era sarcástica y fetichista, y lejos de encubrir, trataba de explicar el efecto sobre sus causas con el tono mordaz que lo patentiza. El apocalíptico siempre será un individuo snob con tendencias a banalizar los productos que parecen agradar a la mayoría del público y no esconde su pesimismo, y rechazo, al menospreciar el gusto de los mass-media. Por su parte, el integrado acepta, y aprovecha, el cada vez mayor y fácil alcance que tiene el mercado al poner en marcha productos, espera ansioso los siguientes lanzamientos y no siente recelo de adquirir la tendencia.

Tal distinción también es asequible en la creciente división formada respecto a la crisis sanitaria y la exposición mediática de la población. Desde el primer paciente diagnosticado, el primer deceso y las medidas restrictivas que le presidieron, la población no ha dejado de consumir contenido y mantiene seguimiento sobre el fenómeno. Tanto nacional e internacionalmente, la información que transita no es la excepción a tintes sensacionalistas, ambigüedades, incluso llegando al grado de fake news, notas desinformativas y la puesta en escena a teorías conspirativas. Los medios oficiales, así como las distintas personalidades que muestran la información parecen propiciar el impulso necesario para una percepción que los divide en los mismos caracteres.

En el nuevo orden de las cosas podemos reconocer a un apocalíptico con las señas del individuo que, temeroso de un rebrote o la indefinida prolongación, opta por el confinamiento y únicamente abandona su hogar para abastecerse de víveres, sigue de cerca las medidas sanitarias y la evolución de la enfermedad. En el caso más extremo, es la persona que no tiene reparos al quejarse por la falta de solidaridad y empatía de los demás por las medidas restrictivas. Un integrado es equivalente al sujeto que, saturado de información o ajena a ella, decide rehacer su vida apenas prestando atención a las medidas sanitarias, en ocasiones por necesidad de proseguir con su trabajo o mera indiferencia, y busca adaptarse a la realidad.

La lección de la “cultura para masas” es más complicada que una simple categorización del gusto: es la aceptación del poder que los medios poseen para influir sobre las decisiones personales y el peligro que supone la vanidad. No obstante, al apocalíptico le sigue complaciendo saber que la parte crítica e instruida de la población parece congeniar con sus principios, mientras que el integrado se consuela en asumir los efectos inmediatos de una sociedad que, tarde o temprano, tendrá que integrarse a la nueva normalidad.

Mientras tanto, ambas partes reducen el problema a una cuestión de mera sofisticación y cultura.

“Cultura de masas” hace referencia al expansivo consumo de productos culturales, como música, literatura y cine, dirigido al porcentaje acrítico de la población.

Umberto Eco hace la irónica distinción de un apocalíptico e integrado a partir de la elección de consumir productos culturales que circulan en el mercado, guiados por su sentido del gusto: el primero es el individuo que, impulsado por un paladar sofisticado, lamenta que la cultura cada día recaiga en productos genéricos y carentes de sentido, únicamente dirigidos a esa parte de la población que sólo consume sin criterio, no ocultando su desdén que la cantidad reduce la calidad; el otro es un sujeto que busca descifrar el significado, acaso profundo, en los productos culturales que pronto se viralizan. De una forma lata, es el aventurero optimista por adquirir nuevos contenidos.

Eco nunca dejó de mostrar que tal distinción era sarcástica y fetichista, y lejos de encubrir, trataba de explicar el efecto sobre sus causas con el tono mordaz que lo patentiza. El apocalíptico siempre será un individuo snob con tendencias a banalizar los productos que parecen agradar a la mayoría del público y no esconde su pesimismo, y rechazo, al menospreciar el gusto de los mass-media. Por su parte, el integrado acepta, y aprovecha, el cada vez mayor y fácil alcance que tiene el mercado al poner en marcha productos, espera ansioso los siguientes lanzamientos y no siente recelo de adquirir la tendencia.

Tal distinción también es asequible en la creciente división formada respecto a la crisis sanitaria y la exposición mediática de la población. Desde el primer paciente diagnosticado, el primer deceso y las medidas restrictivas que le presidieron, la población no ha dejado de consumir contenido y mantiene seguimiento sobre el fenómeno. Tanto nacional e internacionalmente, la información que transita no es la excepción a tintes sensacionalistas, ambigüedades, incluso llegando al grado de fake news, notas desinformativas y la puesta en escena a teorías conspirativas. Los medios oficiales, así como las distintas personalidades que muestran la información parecen propiciar el impulso necesario para una percepción que los divide en los mismos caracteres.

En el nuevo orden de las cosas podemos reconocer a un apocalíptico con las señas del individuo que, temeroso de un rebrote o la indefinida prolongación, opta por el confinamiento y únicamente abandona su hogar para abastecerse de víveres, sigue de cerca las medidas sanitarias y la evolución de la enfermedad. En el caso más extremo, es la persona que no tiene reparos al quejarse por la falta de solidaridad y empatía de los demás por las medidas restrictivas. Un integrado es equivalente al sujeto que, saturado de información o ajena a ella, decide rehacer su vida apenas prestando atención a las medidas sanitarias, en ocasiones por necesidad de proseguir con su trabajo o mera indiferencia, y busca adaptarse a la realidad.

La lección de la “cultura para masas” es más complicada que una simple categorización del gusto: es la aceptación del poder que los medios poseen para influir sobre las decisiones personales y el peligro que supone la vanidad. No obstante, al apocalíptico le sigue complaciendo saber que la parte crítica e instruida de la población parece congeniar con sus principios, mientras que el integrado se consuela en asumir los efectos inmediatos de una sociedad que, tarde o temprano, tendrá que integrarse a la nueva normalidad.

Mientras tanto, ambas partes reducen el problema a una cuestión de mera sofisticación y cultura.

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