/ sábado 22 de diciembre de 2018

Bordando los colores de Morelos

Reflexiones sobre la restauración de nuestro patrimonio tras el sismo

La riqueza patrimonial de la región que hoy ocupa Morelos se debe a un conjunto de características geográficas que han permitido diversas huellas patrimoniales de gran relevancia a largo de la historia. Tras el sismo del 19 de septiembre, más de 880 bienes muebles históricos (pintura mural y de caballete, escultura de madera y piedra, cerámica, órganos, retablos, campanas, pilas bautismales, yesería, relieves…) se vieron dañados a distintos niveles.

El hecho de que los templos, contenedores también del patrimonio de culto religioso, se vieran tan severamente destruidos, marca un parteaguas para la concepción de la conservación en el Estado y nos compromete a los restauradores, arquitectos, arqueólogos, antropólogos, historiadores y sociedad a trabajar de manera transdisciplinaria, conjuntando saberes en un ejercicio colectivo de corresponsabilidad.

Hoy, más que nunca, resulta incuestionable la vinculación social que representa el patrimonio perdido y las implicaciones profundas de su intervención, no sólo a nivel material sino social. Como especialistas viviendo una experiencia única, no podemos soslayar los distintos significados y símbolos de identidad que tienen los bienes para los distintos actores que los viven y lo que significa que se hayan lesionado.

Durante las brigadas de reconocimiento y diagnóstico, fuimos testigos de cómo muchos pobladores arriesgaron la vida poco tiempo después del sismo para rescatar a sus imágenes sagradas, su herencia cultural, cargadas en camillas o con cuerdas, abrazadas, en cadenas de manos, como fuera. Este reconocimiento nos mostró también un universo digno de reflexión: muchos bienes fueron intervenidos de manera inadecuada y otros estaban en total abandono, pero todo fue digno de ser rescatado de los escombros y resguardado de la mejor manera posible o bien re contextualizado dentro de una capilla improvisada. Lo cual nos lleva a plantear nuevamente los códigos que leemos en el contexto institucional sobre la relevancia del patrimonio cultural mueble, más allá de su temporalidad, la técnica de manufactura o el autor, para poner los reflectores en los significados depositados en cada objeto.

¿Cómo nos organizamos?

La forma en que los restauradores de bienes muebles del Centro INAH Morelos nos organizamos para afrontar las necesidades del sismo ha tenido que ver con una concepción de trabajo en equipo, intentando siempre de ver un paso más adelante en el camino. Nos vinculamos con la Coordinación Nacional de Conservación y Restauración y se nos unieron, incondicionalmente, restauradores de todo el país para construir lo que hoy vemos reflejado en mapas que se han bordado muy minuciosamente: bases de datos que reflejan un gran cúmulo de información útil para resolver distintos temas relevantes, restauradores especialistas en cada tipo de material haciéndose cargo de sanar las heridas del patrimonio mueble y proyectos de intervención que manifiestan una preocupación mucho mayor a “devolver el bien al estado anterior al sismo”.

¿Cómo visualizamos el mapa y a dónde queremos llegar?

Los caminos que hemos andado en equipo nos permitieron cuantificar, registrar y evaluar el nivel de daños, colaborar en el resguardo de bienes, apoyar con medidas de protección emergente, diseñar y defender los recursos para la restauración, revisar los proyectos de intervención y hoy día, empezar a supervisar que las intervenciones se realicen con un criterio común, regulado, meditado, que reflexione al patrimonio mueble en todos sus contextos, relacionando a todos los implicados en su conservación.

Si logramos participar en la tarea de que el rescate del patrimonio mueble del estado de Morelos se visualice y se teja de manera integral, interdisciplinaria, horizontal, social, histórica y estética, con una mirada comunitaria hacia el futuro, el aprendizaje que nos dejará el sismo será invaluable.

La riqueza patrimonial de la región que hoy ocupa Morelos se debe a un conjunto de características geográficas que han permitido diversas huellas patrimoniales de gran relevancia a largo de la historia. Tras el sismo del 19 de septiembre, más de 880 bienes muebles históricos (pintura mural y de caballete, escultura de madera y piedra, cerámica, órganos, retablos, campanas, pilas bautismales, yesería, relieves…) se vieron dañados a distintos niveles.

El hecho de que los templos, contenedores también del patrimonio de culto religioso, se vieran tan severamente destruidos, marca un parteaguas para la concepción de la conservación en el Estado y nos compromete a los restauradores, arquitectos, arqueólogos, antropólogos, historiadores y sociedad a trabajar de manera transdisciplinaria, conjuntando saberes en un ejercicio colectivo de corresponsabilidad.

Hoy, más que nunca, resulta incuestionable la vinculación social que representa el patrimonio perdido y las implicaciones profundas de su intervención, no sólo a nivel material sino social. Como especialistas viviendo una experiencia única, no podemos soslayar los distintos significados y símbolos de identidad que tienen los bienes para los distintos actores que los viven y lo que significa que se hayan lesionado.

Durante las brigadas de reconocimiento y diagnóstico, fuimos testigos de cómo muchos pobladores arriesgaron la vida poco tiempo después del sismo para rescatar a sus imágenes sagradas, su herencia cultural, cargadas en camillas o con cuerdas, abrazadas, en cadenas de manos, como fuera. Este reconocimiento nos mostró también un universo digno de reflexión: muchos bienes fueron intervenidos de manera inadecuada y otros estaban en total abandono, pero todo fue digno de ser rescatado de los escombros y resguardado de la mejor manera posible o bien re contextualizado dentro de una capilla improvisada. Lo cual nos lleva a plantear nuevamente los códigos que leemos en el contexto institucional sobre la relevancia del patrimonio cultural mueble, más allá de su temporalidad, la técnica de manufactura o el autor, para poner los reflectores en los significados depositados en cada objeto.

¿Cómo nos organizamos?

La forma en que los restauradores de bienes muebles del Centro INAH Morelos nos organizamos para afrontar las necesidades del sismo ha tenido que ver con una concepción de trabajo en equipo, intentando siempre de ver un paso más adelante en el camino. Nos vinculamos con la Coordinación Nacional de Conservación y Restauración y se nos unieron, incondicionalmente, restauradores de todo el país para construir lo que hoy vemos reflejado en mapas que se han bordado muy minuciosamente: bases de datos que reflejan un gran cúmulo de información útil para resolver distintos temas relevantes, restauradores especialistas en cada tipo de material haciéndose cargo de sanar las heridas del patrimonio mueble y proyectos de intervención que manifiestan una preocupación mucho mayor a “devolver el bien al estado anterior al sismo”.

¿Cómo visualizamos el mapa y a dónde queremos llegar?

Los caminos que hemos andado en equipo nos permitieron cuantificar, registrar y evaluar el nivel de daños, colaborar en el resguardo de bienes, apoyar con medidas de protección emergente, diseñar y defender los recursos para la restauración, revisar los proyectos de intervención y hoy día, empezar a supervisar que las intervenciones se realicen con un criterio común, regulado, meditado, que reflexione al patrimonio mueble en todos sus contextos, relacionando a todos los implicados en su conservación.

Si logramos participar en la tarea de que el rescate del patrimonio mueble del estado de Morelos se visualice y se teja de manera integral, interdisciplinaria, horizontal, social, histórica y estética, con una mirada comunitaria hacia el futuro, el aprendizaje que nos dejará el sismo será invaluable.

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