/ sábado 11 de septiembre de 2021

[Extranjeros en Morelos] Josephus Daniels, el periodista embajador

El diplomático norteamericano fue operador del New Deal y vio con simpatía la expropiación petrolera

Josephus Daniels fue embajador de Estados Unidos en México de 1933 a 1942 ante los gobiernos de los presidentes Abelardo Rodríguez, Lázaro Cárdenas y Manuel Ávila Camacho y fue un excelente operador de la política del Buen Vecino del presidente Franklin D. Roosevelt.

Daniels nació en 1862 y fue embajador en México a los 71 años de edad. En 1914 era secretario de la Marina de su país (y su subsecretario fue el futuro presidente Roosevelt), por lo cual les tocó ejecutar la orden del presidente Woodrow Wilson para invadir el puerto de Veracruz. El recuerdo de los 125 mexicanos muertos por los marines en 1914 todavía estaba vivo en 1933 y la designación de Daniels como embajador originó muchas protestas en nuestro país.

La profesión original de Daniels era el periodismo. Fue propietario y director de un diario en su natal Carolina del Norte y un hijo suyo lo suplió durante el tiempo de la embajada en México. A esta comisión renunció por enfermedad de su esposa. Daniels escribió varios libros, entre ellos su autobiografía en cinco tomos. El quinto se refiere a su estancia en México y lo llamó Diplomático en mangas de camisa.

Daniels quiso a nuestro país y lo demostró de diversas maneras. “Ambos [su esposa y él] salimos de México con amor imperecedero en nuestros corazones para México y los mexicanos. Jamás he querido a ninguna otra tierra más que a México”. Pero no todo fueron palabras. Hubo hechos, algunos de poca transcendencia, otros de la mayor. Entre aquéllos sobresale el gusto de Daniels por vestirse de charro y su esposa de tehuana.

Entre los hechos trascendentales destaca, sobre todo, el casi apoyo y simpatía que dio a la expropiación petrolera. Probablemente sin un presidente Roosevelt y sin un embajador Daniels, las consecuencias y el desenlace de la expropiación hubieran sido diferentes.

Daniels relata que su antecesor, el embajador Morrow, encargó a Diego Rivera los murales del Palacio de Cortés:

“Cuando Rivera había terminado casi todo el mural (asegurándose que el señor Morrow le dio veinte mil dólares por su ejecución), el embajador fue a contemplarlo en una ocasión, y dijo a Rivera: ‘Presenta usted a todos los sacerdotes como villanos o bandidos. Entre los sacerdotes españoles hubo algunos buenos en esa época. Creo que debe usted incluir en su pintura, uno de los sacerdotes benignos que dieron sus vidas tratando de ayudar al pueblo, y no hacer que, los que no conocen, supongan que todos los sacerdotes eran pícaros y maleantes’. Se asegura que Rivera se encogió de hombros y resignado dijo: ‘Pues si usted lo quiere, así lo haré’. Poco después, llegó el señor Morrow para ver el trabajo terminado, y volviéndose al pintor dijo: ‘No veo ningún sacerdote con cara amable; parece que no cumplió usted su promesa de presentar por lo menos uno que no tuviera cruel semblante’. ‘Sí señor –respondió Rivera-; venga usted conmigo y le voy a enseñar que sí cumplí con esa promesa’. Señaló entonces (y los guías ahora lo señalan siempre) una figura de sacerdote. No se ve sino su espalda. Lleva una sotana y el capuchón del hábito en la cabeza. Lo único que indica que es un sacerdote es el hábito religioso.”

Viene al caso destacar que, acerca de un famoso trabajo de nuestro gran muralista en Estados Unidos, Daniels comenta:

“En 1933, los periódicos hablaron mucho sobre los murales para cuya ejecución Nelson Rockefeller contrató a Diego Rivera, y que deberían decorar el Centro Rockefeller de Nueva York. Se sorprendió el público cuando el joven Rockefeller ordenó la destrucción de las obras ejecutadas por Rivera en dicho lugar, porque contenían una figura de Lenin entre las de los hombres más grandes de la Tierra.”

Josephus Daniels fue embajador de Estados Unidos en México de 1933 a 1942 ante los gobiernos de los presidentes Abelardo Rodríguez, Lázaro Cárdenas y Manuel Ávila Camacho y fue un excelente operador de la política del Buen Vecino del presidente Franklin D. Roosevelt.

Daniels nació en 1862 y fue embajador en México a los 71 años de edad. En 1914 era secretario de la Marina de su país (y su subsecretario fue el futuro presidente Roosevelt), por lo cual les tocó ejecutar la orden del presidente Woodrow Wilson para invadir el puerto de Veracruz. El recuerdo de los 125 mexicanos muertos por los marines en 1914 todavía estaba vivo en 1933 y la designación de Daniels como embajador originó muchas protestas en nuestro país.

La profesión original de Daniels era el periodismo. Fue propietario y director de un diario en su natal Carolina del Norte y un hijo suyo lo suplió durante el tiempo de la embajada en México. A esta comisión renunció por enfermedad de su esposa. Daniels escribió varios libros, entre ellos su autobiografía en cinco tomos. El quinto se refiere a su estancia en México y lo llamó Diplomático en mangas de camisa.

Daniels quiso a nuestro país y lo demostró de diversas maneras. “Ambos [su esposa y él] salimos de México con amor imperecedero en nuestros corazones para México y los mexicanos. Jamás he querido a ninguna otra tierra más que a México”. Pero no todo fueron palabras. Hubo hechos, algunos de poca transcendencia, otros de la mayor. Entre aquéllos sobresale el gusto de Daniels por vestirse de charro y su esposa de tehuana.

Entre los hechos trascendentales destaca, sobre todo, el casi apoyo y simpatía que dio a la expropiación petrolera. Probablemente sin un presidente Roosevelt y sin un embajador Daniels, las consecuencias y el desenlace de la expropiación hubieran sido diferentes.

Daniels relata que su antecesor, el embajador Morrow, encargó a Diego Rivera los murales del Palacio de Cortés:

“Cuando Rivera había terminado casi todo el mural (asegurándose que el señor Morrow le dio veinte mil dólares por su ejecución), el embajador fue a contemplarlo en una ocasión, y dijo a Rivera: ‘Presenta usted a todos los sacerdotes como villanos o bandidos. Entre los sacerdotes españoles hubo algunos buenos en esa época. Creo que debe usted incluir en su pintura, uno de los sacerdotes benignos que dieron sus vidas tratando de ayudar al pueblo, y no hacer que, los que no conocen, supongan que todos los sacerdotes eran pícaros y maleantes’. Se asegura que Rivera se encogió de hombros y resignado dijo: ‘Pues si usted lo quiere, así lo haré’. Poco después, llegó el señor Morrow para ver el trabajo terminado, y volviéndose al pintor dijo: ‘No veo ningún sacerdote con cara amable; parece que no cumplió usted su promesa de presentar por lo menos uno que no tuviera cruel semblante’. ‘Sí señor –respondió Rivera-; venga usted conmigo y le voy a enseñar que sí cumplí con esa promesa’. Señaló entonces (y los guías ahora lo señalan siempre) una figura de sacerdote. No se ve sino su espalda. Lleva una sotana y el capuchón del hábito en la cabeza. Lo único que indica que es un sacerdote es el hábito religioso.”

Viene al caso destacar que, acerca de un famoso trabajo de nuestro gran muralista en Estados Unidos, Daniels comenta:

“En 1933, los periódicos hablaron mucho sobre los murales para cuya ejecución Nelson Rockefeller contrató a Diego Rivera, y que deberían decorar el Centro Rockefeller de Nueva York. Se sorprendió el público cuando el joven Rockefeller ordenó la destrucción de las obras ejecutadas por Rivera en dicho lugar, porque contenían una figura de Lenin entre las de los hombres más grandes de la Tierra.”

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