/ viernes 3 de agosto de 2018

Genial la abuela

Esa finura fue la que conquistó a su Andrés, el compañero con el que compartió toda la vida

Uno a uno fueron llegando los hijos a la casa de la abuela, la noche previa a la fiesta. Regularmente es el punto de reunión de los fines de semana, o los días festivos, o también cumpleaños, los festejos de los nietos que son los más consentidos, ah! y por supuesto sin excusa ni pretexto todos tienen que estar con ella el día de su cumpleaños. Ella, de gesto duro y mirada penetrante, refleja en todo momento su altivez, su dominio personal y de público, todo un personaje, aunque sonría no se le ve por dónde tenga la dulzura, que contrasta con su delicada, blanquísima y fina piel cuidada desde que era niña; sus manos envejecidas claro y con las arrugas que a sus ochenta y tres años el tiempo no perdona, pero también muy cuidadas y las uñas bien pintaditas; su blanca cabellera apenas teñida hacia un tono grisáceo, no hace más que remarcar el abolengo, que ella un día y otro también saca a flote.

Esa finura fue la que conquistó a su Andrés, el compañero con el que compartió toda la vida, desde muy jóvenes pero que se le adelantó en el camino hace dos años debido a un cáncer.

Desde entonces hasta hoy, se ha propuesto sacar la casta y disfrutar en lo que le queda de vida, a sus hijos y fundamentalmente a sus nietos.

Esta fiesta, de los quince años de su nieta Clarita, es una sorpresa que la misma abuela propició. Mandó arreglar, como sólo ella sabe, su enorme casa y el jardín y allí será el festejo.

Justamente de eso comentan esta noche anterior a la fiesta, cuatro de sus cinco hijos:

-Madre- le dice Andrés, el mayor: -Vendrá el mariachi que pediste -

-Bien- dice ella sentada en el elegante sillón principal de la sala, el que ocupaba en vida únicamente su señor marido.

-¿Trajiste los recuerdos?-, preguntó Diana la esposa de Andrés a la hermana menor.

-No, los tengo en la casa cuñada, dejé a los muchachos acomodándolos en unas canastas muy monas que encontramos, se van a ver lindísimos… -Y sí que no se espera la nena Clarita esta fiesta-, dijo Andrés que habló con ella en la tarde - está pensando que sólo que irá a comer con sus papás -.

-Sí, en eso piensa. Qué bueno que mañana la acompañarán algunas amigas a comer para distraerla, y de allí se la traen con la abuela en la nochecita…-dijo Roberto, el segundo de los hijos de doña Laura, y el padre de Clarita, la agasajada.

-Todo tiene que salir bien, ¡cómo mi nieta se iba a quedar sin fiesta de quince años! -suspiró la abuela:

Llegó el día sábado. Justo después de la comida, Clarita llegó a la casa de su abuela con su mami y sus amigas. Ya venían de haber comido y la abuela la llevó a recámara. Clarita lo tomó por sorpresa, vestido de fiesta, su tocado y enseguida entró el estilista para peinado y maquillaje. A Clarita se le hizo muy escandaloso ese hecho, pero le gustó verse bonita en el día de su cumple, la abuela sólo le decía que quería verla radiante. Allí se apareció la tía Diana y charlaron todas las tías un buen rato en la recámara mientras disfrutaban ver arreglar a Clarita, quien ni se había percatado de los arreglos extraordinarios del jardín de la abuela y el movimiento que ya había afuera.

Poco antes de las siete, luego de que terminaron de arreglarla, la abuela se acercó a Clarita:

-Querida, acompáñame al salón -Clarita lo hizo de muy buen gusto, entonces las tías y las primas, los tíos y sus papás ya estaba todos listas esperándolas , cuando entraron la abuela y Clarita, todos corearon: ¡¡Felicidades Clarita!!! -ella cambió de color, estaba sorprendida y luego miró sobre el sillón dela abuela: un bellísimo vestido largo escotado y entallado de color rosa muy muy tenue, unos guantes blancos y zapatillas, fina peineta en sus cabellos y en sus manos un delicado ramo de flores naturales que entonaban bastante bien con el vestido. Clarita estaba deslumbrada, coloradita, nerviosa, no podía decir nada de la emoción, miraba lo que había en el sillón, el escándalo de sus tías, su mami y a la abuela, los amigos, todos. Bonita fiesta transcurrió.

Luego, llegó la hora de partir el pastel y cuando Clarita tenía que pedir un deseo, la abuela se quitó del dedo anular su más preciado anillo, el que ha pasado de generación en generación, lo metió a una vela que encendió y que Clarita apagó.

Diana casi se colapsa y al propio hijo mayor Andrés no fue algo que le hiciera mucha gracia, se les veía en la cara, pero aguantaron sus comentarios: ¡le había regalado la abuela a su nieta, nada menos que su propio anillo, y que tenía tremendo diamante!

Todo el mundo chuleó el regaló y la abuela no chistó en decir:

-Hijita, muchas felicidades!!! -la abuela sabía lo que hacía, cuando se abrazaron y en secreto la abuela dijo a Clarita: -Se queda en las mejores manos-, Clarita le sonreía, miraba el anillo y no tenía palabras.

La fiesta siguió a todo lo que daba. Y ese fue el gran pretexto para el tío Andrés que se puso una “increíble” borrachera. Les dieron las cinco de la mañana y él estaba de necio siguiendo la fiesta:

- Por mi sobrina… sí por ella… por mi sobrina Clarita -los que aguantaron la tornaboda, se siguieron hasta mediodía del domingo; a esa hora, regresaron a comer muchos parientes, la abuela ya les tenía listo el recalentado, las bebidas y otra vez llegó un mariachi, la fiesta seguiría y Clarita, no hablaba más que del anillo. Estaba muy emocionada ¡Gracias, abuela, eres genia!

Uno a uno fueron llegando los hijos a la casa de la abuela, la noche previa a la fiesta. Regularmente es el punto de reunión de los fines de semana, o los días festivos, o también cumpleaños, los festejos de los nietos que son los más consentidos, ah! y por supuesto sin excusa ni pretexto todos tienen que estar con ella el día de su cumpleaños. Ella, de gesto duro y mirada penetrante, refleja en todo momento su altivez, su dominio personal y de público, todo un personaje, aunque sonría no se le ve por dónde tenga la dulzura, que contrasta con su delicada, blanquísima y fina piel cuidada desde que era niña; sus manos envejecidas claro y con las arrugas que a sus ochenta y tres años el tiempo no perdona, pero también muy cuidadas y las uñas bien pintaditas; su blanca cabellera apenas teñida hacia un tono grisáceo, no hace más que remarcar el abolengo, que ella un día y otro también saca a flote.

Esa finura fue la que conquistó a su Andrés, el compañero con el que compartió toda la vida, desde muy jóvenes pero que se le adelantó en el camino hace dos años debido a un cáncer.

Desde entonces hasta hoy, se ha propuesto sacar la casta y disfrutar en lo que le queda de vida, a sus hijos y fundamentalmente a sus nietos.

Esta fiesta, de los quince años de su nieta Clarita, es una sorpresa que la misma abuela propició. Mandó arreglar, como sólo ella sabe, su enorme casa y el jardín y allí será el festejo.

Justamente de eso comentan esta noche anterior a la fiesta, cuatro de sus cinco hijos:

-Madre- le dice Andrés, el mayor: -Vendrá el mariachi que pediste -

-Bien- dice ella sentada en el elegante sillón principal de la sala, el que ocupaba en vida únicamente su señor marido.

-¿Trajiste los recuerdos?-, preguntó Diana la esposa de Andrés a la hermana menor.

-No, los tengo en la casa cuñada, dejé a los muchachos acomodándolos en unas canastas muy monas que encontramos, se van a ver lindísimos… -Y sí que no se espera la nena Clarita esta fiesta-, dijo Andrés que habló con ella en la tarde - está pensando que sólo que irá a comer con sus papás -.

-Sí, en eso piensa. Qué bueno que mañana la acompañarán algunas amigas a comer para distraerla, y de allí se la traen con la abuela en la nochecita…-dijo Roberto, el segundo de los hijos de doña Laura, y el padre de Clarita, la agasajada.

-Todo tiene que salir bien, ¡cómo mi nieta se iba a quedar sin fiesta de quince años! -suspiró la abuela:

Llegó el día sábado. Justo después de la comida, Clarita llegó a la casa de su abuela con su mami y sus amigas. Ya venían de haber comido y la abuela la llevó a recámara. Clarita lo tomó por sorpresa, vestido de fiesta, su tocado y enseguida entró el estilista para peinado y maquillaje. A Clarita se le hizo muy escandaloso ese hecho, pero le gustó verse bonita en el día de su cumple, la abuela sólo le decía que quería verla radiante. Allí se apareció la tía Diana y charlaron todas las tías un buen rato en la recámara mientras disfrutaban ver arreglar a Clarita, quien ni se había percatado de los arreglos extraordinarios del jardín de la abuela y el movimiento que ya había afuera.

Poco antes de las siete, luego de que terminaron de arreglarla, la abuela se acercó a Clarita:

-Querida, acompáñame al salón -Clarita lo hizo de muy buen gusto, entonces las tías y las primas, los tíos y sus papás ya estaba todos listas esperándolas , cuando entraron la abuela y Clarita, todos corearon: ¡¡Felicidades Clarita!!! -ella cambió de color, estaba sorprendida y luego miró sobre el sillón dela abuela: un bellísimo vestido largo escotado y entallado de color rosa muy muy tenue, unos guantes blancos y zapatillas, fina peineta en sus cabellos y en sus manos un delicado ramo de flores naturales que entonaban bastante bien con el vestido. Clarita estaba deslumbrada, coloradita, nerviosa, no podía decir nada de la emoción, miraba lo que había en el sillón, el escándalo de sus tías, su mami y a la abuela, los amigos, todos. Bonita fiesta transcurrió.

Luego, llegó la hora de partir el pastel y cuando Clarita tenía que pedir un deseo, la abuela se quitó del dedo anular su más preciado anillo, el que ha pasado de generación en generación, lo metió a una vela que encendió y que Clarita apagó.

Diana casi se colapsa y al propio hijo mayor Andrés no fue algo que le hiciera mucha gracia, se les veía en la cara, pero aguantaron sus comentarios: ¡le había regalado la abuela a su nieta, nada menos que su propio anillo, y que tenía tremendo diamante!

Todo el mundo chuleó el regaló y la abuela no chistó en decir:

-Hijita, muchas felicidades!!! -la abuela sabía lo que hacía, cuando se abrazaron y en secreto la abuela dijo a Clarita: -Se queda en las mejores manos-, Clarita le sonreía, miraba el anillo y no tenía palabras.

La fiesta siguió a todo lo que daba. Y ese fue el gran pretexto para el tío Andrés que se puso una “increíble” borrachera. Les dieron las cinco de la mañana y él estaba de necio siguiendo la fiesta:

- Por mi sobrina… sí por ella… por mi sobrina Clarita -los que aguantaron la tornaboda, se siguieron hasta mediodía del domingo; a esa hora, regresaron a comer muchos parientes, la abuela ya les tenía listo el recalentado, las bebidas y otra vez llegó un mariachi, la fiesta seguiría y Clarita, no hablaba más que del anillo. Estaba muy emocionada ¡Gracias, abuela, eres genia!

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