/ martes 22 de septiembre de 2020

Hasta pronto Eloy Roche

Sororidad

Un pequeño koala de peluche es el único recuerdo que yo tengo del día que regresamos de Nuevo Laredo. No sé cómo llegamos ahí ni cómo regresamos a casa. Yo tenía 7 u 8 años. No lo recuerdo. Eso fue hace más de cincuenta años. Estuvimos felices con los primos que yo casi no conocía, salvo a Elisa, una de las primas que siempre iba a la Ciudad de México y con la que siempre he tenido contacto desde entonces. Dicen que la sangre siempre llama y es verdad, porque el amor que sentimos por nuestros seres queridos no se pierden ni por haberlos dejado de ver a través de las enormes décadas que hoy nos reclaman ni por las diferencias de pensamiento que nos envuelvan.

Cuando alguien de la familia se va, se asoma claramente el otoño que deshoja irremediablemente al corazón. Pero en estos momentos del Covid 19, cuando imploramos una cuenta regresiva, el sentimiento es diferente. Nos obliga a una mirada incierta que abarca algo más que a la familia. Nos deja mirando fijamente el angustiante panorama humano durante largos y tormentosos momentos, conteniendo la respiración y cualquier sollozo que se quiera escapar de las profundidades del alma.

El hubiera no existe. Pero, ¿qué hubiera sucedido si al ver la inminente tragedia en Italia se hubieran cerrado nuestras fronteras de inmediato? ¿Qué habría sucedido si el presidente hubiera mostrado un poco más de empatía con las mujeres, con los niños con cáncer y con las mínimas rutinas sanitarias que se adoptaban alrededor del mundo como es el uso de la mascarilla, por ejemplo, para no dividir más a la sociedad ya de por si tan dividida?

Lo único que nos queda, por ahora, es rendir gran pleitesía a esos hombres y mujeres que se están batiendo entre la vida y la muerte atendiendo a los enfermos de Covid19 en situaciones extremas y muchas veces sin el equipo necesario.

Dice un amigo que la mejor forma de agradecerles es recordándolos, Así, como hoy recordamos al Dr. Eloy Roche, familia, amigos y cientos de pacientes por haber sido un extraordinario ser humano en toda la extensión de la palabra. Yo también lo recuerdo con su gran sonrisa, como aquel día que me regaló ese koala y me hizo la niña más feliz de esta tierra.

Descansa en paz, Eloy querido.

Descansen en paz todos los que se han ido en estas horrendas circunstancias.

Un pequeño koala de peluche es el único recuerdo que yo tengo del día que regresamos de Nuevo Laredo. No sé cómo llegamos ahí ni cómo regresamos a casa. Yo tenía 7 u 8 años. No lo recuerdo. Eso fue hace más de cincuenta años. Estuvimos felices con los primos que yo casi no conocía, salvo a Elisa, una de las primas que siempre iba a la Ciudad de México y con la que siempre he tenido contacto desde entonces. Dicen que la sangre siempre llama y es verdad, porque el amor que sentimos por nuestros seres queridos no se pierden ni por haberlos dejado de ver a través de las enormes décadas que hoy nos reclaman ni por las diferencias de pensamiento que nos envuelvan.

Cuando alguien de la familia se va, se asoma claramente el otoño que deshoja irremediablemente al corazón. Pero en estos momentos del Covid 19, cuando imploramos una cuenta regresiva, el sentimiento es diferente. Nos obliga a una mirada incierta que abarca algo más que a la familia. Nos deja mirando fijamente el angustiante panorama humano durante largos y tormentosos momentos, conteniendo la respiración y cualquier sollozo que se quiera escapar de las profundidades del alma.

El hubiera no existe. Pero, ¿qué hubiera sucedido si al ver la inminente tragedia en Italia se hubieran cerrado nuestras fronteras de inmediato? ¿Qué habría sucedido si el presidente hubiera mostrado un poco más de empatía con las mujeres, con los niños con cáncer y con las mínimas rutinas sanitarias que se adoptaban alrededor del mundo como es el uso de la mascarilla, por ejemplo, para no dividir más a la sociedad ya de por si tan dividida?

Lo único que nos queda, por ahora, es rendir gran pleitesía a esos hombres y mujeres que se están batiendo entre la vida y la muerte atendiendo a los enfermos de Covid19 en situaciones extremas y muchas veces sin el equipo necesario.

Dice un amigo que la mejor forma de agradecerles es recordándolos, Así, como hoy recordamos al Dr. Eloy Roche, familia, amigos y cientos de pacientes por haber sido un extraordinario ser humano en toda la extensión de la palabra. Yo también lo recuerdo con su gran sonrisa, como aquel día que me regaló ese koala y me hizo la niña más feliz de esta tierra.

Descansa en paz, Eloy querido.

Descansen en paz todos los que se han ido en estas horrendas circunstancias.

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