/ viernes 5 de julio de 2019

Inicios de la arquitectura fúnebre en Morelos

Los primeros enterramientos registrados se encuentran en Chapelle-aux-Saints, en Francia, donde se encontró el entierro de un Neanderthal colocado en posición fetal

Sin lugar a dudas, una de las características fundamentales no sólo del ser humano, sino del género homo, es el tratamiento que da a los cuerpos de aquellos que fueron parte de su núcleo social. Los primeros enterramientos registrados se encuentran en Chapelle-aux-Saints, en Francia, donde se encontró el entierro de un Neanderthal colocado en posición fetal, posteriormente se han encontrado cerca de 40 enterramientos, lo que nos habla de un pensamiento simbólico y una preocupación por la conservación de la conciencia después de la muerte.

En Mesoamérica son muy comunes los enterramientos, ya fuera en tumbas troncocónicas, cistas de tierra y de piedra a partir de que la población se hizo sedentaria. Sin embargo, en la mayoría de los casos, los entierros se realizan en estructuras realizadas en el momento de la inhumación. En el caso de las tumbas troncocónicas, estas tuvieron como primera función la conservación del grano alejándolo de los depredadores y garantizando su conservación, para el consumo o la siguiente siembra. Las cistas, ya fueran de tierra o recubiertas con piedra, se realizaban al interior de la unidad doméstica, con el propósito de conservar a los antepasados y sus fuerzas al interior del grupo familiar. Sin embargo, estos elementos mortuorios se realizaban en el momento del fallecimiento del miembro del grupo, sin una planificación. Por el contrario, la tumba requiere de una planeación. Ésta se construye mucho antes de que fallezca quien va a ocuparla. Así mismo, la estructura puede y está diseñada para ser reutilizada.

Son varios los asentamientos en Mesoamérica en donde se ha encontrado arquitectura funeraria temprana. Por ejemplo, una de ellas es la tumba 11 de Chiapa de Corzo, del Preclásico Medio, entre los 750 a 700 a. C. Esta tumba, junto con otros entierros que fueron colocados al interior del edificio principal del sitio, otorgó la fuerza de los difuntos a la ya sacra estructura.

La Estructura A en la Venta, entre el 900 al 600 a.C. estuvo compuesta por una gran caja realizada con columnas de basalto y techada con los mismos elementos constructivos, para finalmente ser rellenada con tierra. En este caso, el montículo de la Estructura A es un monumento funerario por derecho propio, en donde la fuerza del personaje enterrado allí se conservó en el mismo y formó parte del proyecto constructivo de todo el conjunto. De tal manera, es muy probable que los rituales que se llevaran a cabo en esa estructura estuvieran asociados a la comunicación con ese ancestro que fue tan importante como para poder ordenar la construcción del primer monumento exclusivamente funerario en Mesoamérica.

Estructura 9 desde el aire. Al centro se observa la Tumba 1.

En Oaxaca, donde la tradición de las tumbas se llevará hasta verdaderos palacios subterráneos con la misma disposición de las grandes estructuras de los gobernantes zapotecos, como una forma de continuar viviendo la misma vida después de la muerte, las tumbas más tempranas fueron simples estructuras rectangulares, techadas con madera o grandes lajas, las cuales han sido descubiertas en Monte Albán y en Monte Negro. En este último sitio, se encontró una tumba cuyo ajuar contaba con una urna efigie olmeca y que Alfonso Caso la fecha entre los años 800 al 600 a. C.

Por lo que respecta al Centro de México, la tradición funeraria comienza con las ya mencionadas tumbas troncocónicas en el área de las unidades domésticas del asentamiento, como en el sitio de Tlatilco. Sin embargo, es el hallazgo de tres tumbas en el sitio de Tlapacoya, para el Preclásico Tardío, lo que nos permite establecer el inicio de la tradición de construcción de tumbas en esta región. De acuerdo con Barba de Piña Chan, las tumbas que nos ofrecen el mayor interés corresponden a las tumbas número 1 y 2. La tumba 2, es la más temprana en el asentamiento y fue construida casi al centro de la primera etapa constructiva de la pirámide principal de Tlapacoya. En la cima de la estructura se excavó casi 1.3m y se cubrió las paredes de la cista con lajas de piedra volcánica. Sobre el piso de la tumba se colocó una cama de vegetación del lago, con el propósito de que la vida, la humedad y la fertilidad del lago acompañara al muerto, posteriormente, se cubrió con pintura roja, asociada al calor, la sangre y el sol para que las fuerzas tanto telúricas como celestes le acompañaran. El cuerpo fue cubierto por un textil o petate y se le colocaron diferentes objetos para hacerle compañía en el viaje al otro mundo. Por último, se colocaron grandes lajas de basalto que techaron la tumba y sobre la cual se construyó un piso. De tal manera, la pirámide si bien ya en un principio era un lugar sagrado, la colocación del dirigente en la pirámide, permitió que las fuerzas sagradas de la pirámide y del dirigente se unieran y fueran una, mientras la estructura continuó en uso.

Por lo que respecta a la tumba 1, ésta tuvo la doble función tanto de albergar los restos de la clase dirigente, es decir, una tumba, pero que también funcionó como ofrenda al edificio. De tal manera, la tumba número 1 fue construida muy probablemente durante la renovación de la pirámide. En este caso, se colocaron los restos de por lo menos cuatro individuos que ya habían sido enterrados previamente, pero que fueron exhumados con el propósito de que las fuerzas mánticas que acompañaban a estos personajes sacralizaran la nueva construcción del templo. Los huesos fueron dispuestos ocupando las cuatro esquinas de la tumba, por lo que el área de la tumba representó el plano del universo, de tal manera, hacían que no sólo la pirámide se sacralizara, sino la totalidad del territorio de la población.

Tumba de columnas basálticas que se encontraba al interior del Montículo A—2 de La Venta Tabasco. Parque Ecológico “La Venta”, VIlla Hermosa, Tabasco.

Hallazgo de la Tumba 1 de la Estructura 9

Como parte de las labores del Instituto Nacional de Antropología e Historia, las cuales son la protección, conservación, estudio y difusión del patrimonio arqueológico del país, se han realizado labores de excavación en la región centro-sur del Estado de Morelos, donde se ha podido encontrar importantes ocupaciones que van desde el Preclásico Temprano Superior (1200 — 1000 a.C.), el Preclásico Medio (1000 — 400 a.C.), hasta el Preclásico Tardío 400 a.C. — 200 d.C).

Dentro de estos importantes descubrimientos, se pudo delimitar y explorar un gran basamento piramidal a la cual se denominó “Estructura 9” que fue durante el Preclásico Tardío. La Estructura 9 es, por lo menos, la segunda estructura construida en el punto, ya que se han encontrado varios muros que forman parte de una estructura anterior. Casi al centro del basamento se construyó, como parte del programa constructivo, una tumba con planta en T invertida.

La cámara de la tumba se encuentra a la mitad de la antecámara y corre hacia el este. Las últimas hiladas de la pared fueron colocadas en saledizo, con el propósito de facilitar el techado de la estructura con la ayuda de grandes lajas. Finalmente, la tumba fue cubierta y colocado el piso, y de alguna manera debió ser sacralizada. Eventualmente, quien ordenase la nueva construcción de la gran plataforma falleció. En ese momento, se levantaron las lajas de la antecámara, se introdujo el cuerpo y una serie de objetos que rodearon la cabeza del señor fallecido, todas ellas, elementos que se consideraron con gran fuerza mántica para acompañar al señor en su viaje por el otro mundo y, por último, se cerró la antecámara construyendo un muro. De tal manera, al igual que en las tumbas de Tlapacoya, la presencia de la tumba y de los objetos ayudó a sacralizar el templo.

Si bien el proceso de excavación y análisis de esta tumba continúa en este momento, los objetos que acompañan al personaje son varios: 5 vasijas, un hacha, una escultura de un anciano y otras dos esculturas de piedra verde. En este artículo sólo se hará referencia a dos de ellos.

Escultura de un anciano olmeca.

Bajo una vasija efigie se encontró una pequeña escultura de piedra verde representando a un personaje desnudo y en posición sedente, con los brazos sobre las rodillas y las piernas cruzadas. La cabeza presenta la típica forma de pera del sistema sintáctico del código de representación olmeca. El personaje está sin cabello, la frente se aprecia con largas arrugas, lo mismo que las mejillas, lo que indica la elevada edad del personaje. La boca no es la típica “boca de jaguar” con las comisuras de los labios hacia abajo, sino que por el contrario son casi rectos, con una ligera sonrisa, algo cínica dado el estado flácido de las mejillas. Es probable que su factura corresponda para los años 1000 a 800 a.C.

La segunda escultura es un “penate”, se trata de una escultura de piedra verde que tradicionalmente han sido asociadas a la denominada “Cultura Mezcala”. Esta tradición, de acuerdo con Louise Paradis, que excavó en el sitio de Ahuináhuac, Guerrero, se puede establecer desde finales del Preclásico Medio hasta el Preclásico terminal, entre 700 a 200 a.C., siendo una tradición que llegó a convivir con el código de representación Olmeca. También en los sitios de Monte Albán y Monte Negro, este tipo de escultura se ha encontrado para momentos tan tempranos como 600 a 300 a. C. y continuaron en uso hasta 200 d. C. De tal manera, este “penate” puede ser fechado entre los años 700 al 200 a.C.

Sin embargo, debemos anotar que en el relativamente cercano asentamiento de Chalcatzingo, con ocupación del Preclásico Medio, no se tiene reportadas este tipo de esculturas, por lo que es probable que la tumba y la Estructura 9 correspondan a una ocupación más tardía más relacionada con las tumbas que se encontraron en Tlapacoya, es decir, para los años 400 a 200 a.C.

De tal manera, estas esculturas que son parte del ajuar funerario que contiene la tumba 1, van desde el 1000 hasta el 200 a.C. Es más que evidente que ninguna persona pudo haber vivido lo suficiente como para hacerse de tantos objetos a lo largo de 800 años. Lo más probable, es que el asentamiento del Preclásico Tardío (400 — 200 a. C.) se haya edificado sobre asentamientos más tempranos del Preclásico (Medio 1000 — 400 a.C.) y durante su construcción hallaron diferentes tumbas, las cuales fueron consideradas sagradas y sus ocupantes ancestros que provenían de los tiempos del mito. De manera que el dirigente del asentamiento llegó a poseer todos estos objetos cuya fuerza atesoraba y le permitía comunicarse con los sobrenaturales, hasta que finalmente un día murió y fue enterrado con todos sus objetos de poder en la tumba que había construido especialmente para ese efecto, de manera que sus descendientes pudieran utilizar de manera indirecta las poderosas fuerzas mánticas de sus antiguas posesiones, así como su propia presencia garantizaría la sacralidad del espacio.

Penate tipo Mezcala.

Figurillas C8: su distribución y posibles funciones

Claudia I. Alvarado León

Desde los tiempos más tempranos y hasta la época previa a la Conquista, en Mesoamérica se ha representado la figura humana en diferentes materiales (piedra, jade, arcilla), a través de distintas técnicas (en escultura, con moldes, modeladas), mostrando variados atributos (con tocados, vestimenta, alhajados) y realizando alguna actividad. Estas y otras características han permitido a los especialistas ubicarlas en épocas determinadas y dentro de una cultura particular lo que, hasta cierto punto, los ha llevado a establecer su posible significado, aunque su uso y contexto social es todavía poco entendido.

En números anteriores de este mismo suplemento cultural, se ha hecho referencia a figurillas procedentes de distintos puntos de Morelos (ver números 477, 669, 679, 684, 701 y 786), que han sido clasificadas de acuerdo con lo establecido para las tradiciones del Altiplano Central. George Vaillant (1930) fue el primer investigador en crear una tipología que, basada en los hallazgos de estos artefactos en sus trabajos en el Valle de México. Trabajos posteriores han ampliado, revisado y corregido el trabajo de Vaillant (v. Tolstoy y Paradis 1970; Reyna 1971).

En este número se exponen siete fragmentos de figurillas: tres cabezas procedentes de Olintepec y cuatro cabezas del valle de Chuautla. Las características de estas piezas corresponden a la categoría denominada C8 de Vaillant o al tipo “A de Chalcatzingo” de Reyna.

En general, el tipo C se determina por sus extremidades inferiores largas, así como por su tronco y brazos cortos. Las cabezas, partes que nos ocupan, son alargadas y rematadas con un turbante. Las caracterizaciones de la cabeza del tipo A, mismas que conservan atributos olmecas, incluyen ojos indicados con cejas arqueadas hechas con la presión de un estique de punta redondeada; con este mismo instrumento se aplicaba una presión transversal para generar los ojos; las pupilas, ubicadas muy cerca de la nariz que generó un efecto de estrabismo, se muestran con orificios profundos realizados por punzado; las bocas presentan sus comisuras hacia abajo; y su nariz es modelada de forma realista descansando sobre el labio superior. Como decoración, las cabezas presentan tocados de diferentes diseños, así como orejeras circulares.

Las tres cabezas de Olintepec (Figura 1) presentan los rasgos faciales muchos más evidentes que las de Chuautla (Figura 2). Además, dos de ellas conservaron los tocados hechos con pastillaje. Las cabezas procedentes de Chuautla presentan un estado de conservación mas pobre, aunque aún se pueden percibir los rasgos que posibilitan su categorización dentro del tipo C8.

Tres cabezas de Olintepec.

Distribución

Si bien estas figurillas son abundantes en Chalcatzingo, sitio localizado al oriente del estado, también se ha detectado su presencia en los sitios de Olintepec, Zazacatla y Chuautla, para finales del periodo Preclásico Medio (800 – 400 a.C.). Giselle Canto y Luz Vargas (ver núm. 684 de este suplemento) ya han destacado la relación de intercambio entre Chalcatzingo y Zazacatla, ubicado al oriente.

Así, partiendo de la hipótesis planteada por David Grove (1987), uno de los arqueólogos que han trabajado el sitio arqueológico de Chalcatzingo, quien señaló que este sitio funcionó como un centro de distribución que conectaba las vías de comunicación procedentes del oriente y occidente de Mesoamérica, la ruta propuesta por las investigadoras marca como punto de partida dicho sitio, en dirección a Olintepec, para posteriormente dirigirse a Las Juntas, Tlaltizapán, de donde llegaría a su destino final, Zazacatla.

La ruta propuesta, no menciona el valle de Chuautla y, sin embargo, la identificación de las figurillas que aquí se exponen como características de Chalcatzingo conducen a considerar el área como un punto más en dicha ruta de intercambio. Asimismo, el hallazgo de este mismo tipo de figurillas en Olintepec contribuye a fortalecer la hipótesis sobre la ruta planteada.

Función

Grove (1984, 1987), señaló que la variedad en las formas en que se representan los rasgos faciales de las figurillas C8, éstas debieron ser representaciones de personas específicas. Inclusive, anotó que existió una asociación entre los individuos representados y las formas de los tocados. Para los objetos que nos ocupan es difícil poder llegar a establecer esta correlación debido a que, de las siete cabezas, únicamente dos presentaron tocado. Ahora bien, tomando en consideración la propuesta de Grove junto con otros aspectos de las figurillas, como una mayor inversión en los acabados, Susan Gillespie (1987) propone que éstas hayan representado gobernantes, utilizándose en rituales centrados en el culto hacia ellos, ya que eran reconocidos como personas poseedoras de poderes sobrenaturales, hecho que les brindaba “derecho a gobernar”.

Ahora bien, en un artículo de 1993, Gillespie señala que la mayoría de los fragmentos de figurillas C8 identificadas en Chalcatzingo perteneció a cuerpos femeninos, lo que le llevó a sugerir que las cabezas halladas eran muy probablemente de mujeres. La autora apuntó que los cuerpos de las mujeres representan los ciclos asociados a la vida: adolescencia, etapas del embarazo y la crianza de niños. Así, Gillespie anota que la función de estas representaciones femeninas estuvo asociada a rituales centrados en la fertilidad y ya no, en la figura de los gobernantes. Pero, en lugar de disociar las figurillas femeninas de los rituales vinculados a la esfera política, más bien destaca la posible relevancia del papel de la mujer en su contribución a la acumulación de poder político y a la toma de decisiones durante el Preclásico.

Los contextos arqueológicos son esenciales para establecer funciones y usos de los artefactos hallados durante las excavaciones. Ann Cyphers (1988) apunta hacia esa dirección y discrepa de la propuesta de Grove y Gillespie. En general, en Chalcatzingo como también lo indica Gillespie, las figurillas descritas aparecen en áreas domésticas, muy cercanas a los entornos en donde se preparaban alimentos, lo cual descarta la participación de las figurillas femeninas en rituales de carácter político. Al respecto, Cyphers propone que las figurillas fueron usadas por mujeres para rituales de carácter doméstico, asociados a la curación, el embarazo y ritos de pubertad. Al mismo tiempo, señala que los tocados y la representación de los ojos son indicadores de cierto estatus social que los vinculaba con ciertos grupos sociales.

Conclusión

Las cabezas de las figurillas que aquí se presentan, si bien pueden ser usadas como indicadores de las redes de comercio que debieron existir entre las áreas oriente y poniente del estado de Morelos, es difícil poder ofrecer una conclusión acerca de su función. De acuerdo con los estudios previos acerca del tipo C8, cada una de las cabezas identificadas presentaba un tipo de tocado distinto, lo cual les proveía de una “personalidad” propia al individuo representado. La gran variedad de diseños y formas desestima que éstas sean representaciones de gobernantes, en tanto que existen millares de ellas en distintas áres no sólo del estado de Morelos, sino también en el Valle de México, Puebla y el golfo de México. Asimismo, la ausencia de los cuerpos tampoco permite identificar el género que representaron y, por lo tanto, aseverar que éstas hayan sido usadas para rituales asociados a la fertilidad.

Aún quedan muchas preguntas por resolver, pero por lo pronto, podemos señalar que las redes de intercambio, no sólo de productos, sino también de ideas y tecnologías, entre otros muchos aspectos de las sociedades mesoamericanas, se ven fuertemente fundamentados con la presencia de figurillas que comparten mismos atributos.

La identificación de figurillas C8 en la zona nuclear olmeca como Tres Zapotes y San Lorenzo (Veracruz) y La Venta (Tabasco), así como en Chalcatzingo, Olintepec, Chuautla son resultado tanto de prácticas culturales que se compartían a través de redes de intercambio e interacción entre grupos sociales con un nivel jerárquico elevado. Además, para el caso de los sitios de Morelos, se puede señalar que es posible que los sitios aquí abordados hayan formado parte de la esfera política controlada por el cacicazgo de Chalcatzingo durante el periodo Preclásico Medio.

Sin lugar a dudas, una de las características fundamentales no sólo del ser humano, sino del género homo, es el tratamiento que da a los cuerpos de aquellos que fueron parte de su núcleo social. Los primeros enterramientos registrados se encuentran en Chapelle-aux-Saints, en Francia, donde se encontró el entierro de un Neanderthal colocado en posición fetal, posteriormente se han encontrado cerca de 40 enterramientos, lo que nos habla de un pensamiento simbólico y una preocupación por la conservación de la conciencia después de la muerte.

En Mesoamérica son muy comunes los enterramientos, ya fuera en tumbas troncocónicas, cistas de tierra y de piedra a partir de que la población se hizo sedentaria. Sin embargo, en la mayoría de los casos, los entierros se realizan en estructuras realizadas en el momento de la inhumación. En el caso de las tumbas troncocónicas, estas tuvieron como primera función la conservación del grano alejándolo de los depredadores y garantizando su conservación, para el consumo o la siguiente siembra. Las cistas, ya fueran de tierra o recubiertas con piedra, se realizaban al interior de la unidad doméstica, con el propósito de conservar a los antepasados y sus fuerzas al interior del grupo familiar. Sin embargo, estos elementos mortuorios se realizaban en el momento del fallecimiento del miembro del grupo, sin una planificación. Por el contrario, la tumba requiere de una planeación. Ésta se construye mucho antes de que fallezca quien va a ocuparla. Así mismo, la estructura puede y está diseñada para ser reutilizada.

Son varios los asentamientos en Mesoamérica en donde se ha encontrado arquitectura funeraria temprana. Por ejemplo, una de ellas es la tumba 11 de Chiapa de Corzo, del Preclásico Medio, entre los 750 a 700 a. C. Esta tumba, junto con otros entierros que fueron colocados al interior del edificio principal del sitio, otorgó la fuerza de los difuntos a la ya sacra estructura.

La Estructura A en la Venta, entre el 900 al 600 a.C. estuvo compuesta por una gran caja realizada con columnas de basalto y techada con los mismos elementos constructivos, para finalmente ser rellenada con tierra. En este caso, el montículo de la Estructura A es un monumento funerario por derecho propio, en donde la fuerza del personaje enterrado allí se conservó en el mismo y formó parte del proyecto constructivo de todo el conjunto. De tal manera, es muy probable que los rituales que se llevaran a cabo en esa estructura estuvieran asociados a la comunicación con ese ancestro que fue tan importante como para poder ordenar la construcción del primer monumento exclusivamente funerario en Mesoamérica.

Estructura 9 desde el aire. Al centro se observa la Tumba 1.

En Oaxaca, donde la tradición de las tumbas se llevará hasta verdaderos palacios subterráneos con la misma disposición de las grandes estructuras de los gobernantes zapotecos, como una forma de continuar viviendo la misma vida después de la muerte, las tumbas más tempranas fueron simples estructuras rectangulares, techadas con madera o grandes lajas, las cuales han sido descubiertas en Monte Albán y en Monte Negro. En este último sitio, se encontró una tumba cuyo ajuar contaba con una urna efigie olmeca y que Alfonso Caso la fecha entre los años 800 al 600 a. C.

Por lo que respecta al Centro de México, la tradición funeraria comienza con las ya mencionadas tumbas troncocónicas en el área de las unidades domésticas del asentamiento, como en el sitio de Tlatilco. Sin embargo, es el hallazgo de tres tumbas en el sitio de Tlapacoya, para el Preclásico Tardío, lo que nos permite establecer el inicio de la tradición de construcción de tumbas en esta región. De acuerdo con Barba de Piña Chan, las tumbas que nos ofrecen el mayor interés corresponden a las tumbas número 1 y 2. La tumba 2, es la más temprana en el asentamiento y fue construida casi al centro de la primera etapa constructiva de la pirámide principal de Tlapacoya. En la cima de la estructura se excavó casi 1.3m y se cubrió las paredes de la cista con lajas de piedra volcánica. Sobre el piso de la tumba se colocó una cama de vegetación del lago, con el propósito de que la vida, la humedad y la fertilidad del lago acompañara al muerto, posteriormente, se cubrió con pintura roja, asociada al calor, la sangre y el sol para que las fuerzas tanto telúricas como celestes le acompañaran. El cuerpo fue cubierto por un textil o petate y se le colocaron diferentes objetos para hacerle compañía en el viaje al otro mundo. Por último, se colocaron grandes lajas de basalto que techaron la tumba y sobre la cual se construyó un piso. De tal manera, la pirámide si bien ya en un principio era un lugar sagrado, la colocación del dirigente en la pirámide, permitió que las fuerzas sagradas de la pirámide y del dirigente se unieran y fueran una, mientras la estructura continuó en uso.

Por lo que respecta a la tumba 1, ésta tuvo la doble función tanto de albergar los restos de la clase dirigente, es decir, una tumba, pero que también funcionó como ofrenda al edificio. De tal manera, la tumba número 1 fue construida muy probablemente durante la renovación de la pirámide. En este caso, se colocaron los restos de por lo menos cuatro individuos que ya habían sido enterrados previamente, pero que fueron exhumados con el propósito de que las fuerzas mánticas que acompañaban a estos personajes sacralizaran la nueva construcción del templo. Los huesos fueron dispuestos ocupando las cuatro esquinas de la tumba, por lo que el área de la tumba representó el plano del universo, de tal manera, hacían que no sólo la pirámide se sacralizara, sino la totalidad del territorio de la población.

Tumba de columnas basálticas que se encontraba al interior del Montículo A—2 de La Venta Tabasco. Parque Ecológico “La Venta”, VIlla Hermosa, Tabasco.

Hallazgo de la Tumba 1 de la Estructura 9

Como parte de las labores del Instituto Nacional de Antropología e Historia, las cuales son la protección, conservación, estudio y difusión del patrimonio arqueológico del país, se han realizado labores de excavación en la región centro-sur del Estado de Morelos, donde se ha podido encontrar importantes ocupaciones que van desde el Preclásico Temprano Superior (1200 — 1000 a.C.), el Preclásico Medio (1000 — 400 a.C.), hasta el Preclásico Tardío 400 a.C. — 200 d.C).

Dentro de estos importantes descubrimientos, se pudo delimitar y explorar un gran basamento piramidal a la cual se denominó “Estructura 9” que fue durante el Preclásico Tardío. La Estructura 9 es, por lo menos, la segunda estructura construida en el punto, ya que se han encontrado varios muros que forman parte de una estructura anterior. Casi al centro del basamento se construyó, como parte del programa constructivo, una tumba con planta en T invertida.

La cámara de la tumba se encuentra a la mitad de la antecámara y corre hacia el este. Las últimas hiladas de la pared fueron colocadas en saledizo, con el propósito de facilitar el techado de la estructura con la ayuda de grandes lajas. Finalmente, la tumba fue cubierta y colocado el piso, y de alguna manera debió ser sacralizada. Eventualmente, quien ordenase la nueva construcción de la gran plataforma falleció. En ese momento, se levantaron las lajas de la antecámara, se introdujo el cuerpo y una serie de objetos que rodearon la cabeza del señor fallecido, todas ellas, elementos que se consideraron con gran fuerza mántica para acompañar al señor en su viaje por el otro mundo y, por último, se cerró la antecámara construyendo un muro. De tal manera, al igual que en las tumbas de Tlapacoya, la presencia de la tumba y de los objetos ayudó a sacralizar el templo.

Si bien el proceso de excavación y análisis de esta tumba continúa en este momento, los objetos que acompañan al personaje son varios: 5 vasijas, un hacha, una escultura de un anciano y otras dos esculturas de piedra verde. En este artículo sólo se hará referencia a dos de ellos.

Escultura de un anciano olmeca.

Bajo una vasija efigie se encontró una pequeña escultura de piedra verde representando a un personaje desnudo y en posición sedente, con los brazos sobre las rodillas y las piernas cruzadas. La cabeza presenta la típica forma de pera del sistema sintáctico del código de representación olmeca. El personaje está sin cabello, la frente se aprecia con largas arrugas, lo mismo que las mejillas, lo que indica la elevada edad del personaje. La boca no es la típica “boca de jaguar” con las comisuras de los labios hacia abajo, sino que por el contrario son casi rectos, con una ligera sonrisa, algo cínica dado el estado flácido de las mejillas. Es probable que su factura corresponda para los años 1000 a 800 a.C.

La segunda escultura es un “penate”, se trata de una escultura de piedra verde que tradicionalmente han sido asociadas a la denominada “Cultura Mezcala”. Esta tradición, de acuerdo con Louise Paradis, que excavó en el sitio de Ahuináhuac, Guerrero, se puede establecer desde finales del Preclásico Medio hasta el Preclásico terminal, entre 700 a 200 a.C., siendo una tradición que llegó a convivir con el código de representación Olmeca. También en los sitios de Monte Albán y Monte Negro, este tipo de escultura se ha encontrado para momentos tan tempranos como 600 a 300 a. C. y continuaron en uso hasta 200 d. C. De tal manera, este “penate” puede ser fechado entre los años 700 al 200 a.C.

Sin embargo, debemos anotar que en el relativamente cercano asentamiento de Chalcatzingo, con ocupación del Preclásico Medio, no se tiene reportadas este tipo de esculturas, por lo que es probable que la tumba y la Estructura 9 correspondan a una ocupación más tardía más relacionada con las tumbas que se encontraron en Tlapacoya, es decir, para los años 400 a 200 a.C.

De tal manera, estas esculturas que son parte del ajuar funerario que contiene la tumba 1, van desde el 1000 hasta el 200 a.C. Es más que evidente que ninguna persona pudo haber vivido lo suficiente como para hacerse de tantos objetos a lo largo de 800 años. Lo más probable, es que el asentamiento del Preclásico Tardío (400 — 200 a. C.) se haya edificado sobre asentamientos más tempranos del Preclásico (Medio 1000 — 400 a.C.) y durante su construcción hallaron diferentes tumbas, las cuales fueron consideradas sagradas y sus ocupantes ancestros que provenían de los tiempos del mito. De manera que el dirigente del asentamiento llegó a poseer todos estos objetos cuya fuerza atesoraba y le permitía comunicarse con los sobrenaturales, hasta que finalmente un día murió y fue enterrado con todos sus objetos de poder en la tumba que había construido especialmente para ese efecto, de manera que sus descendientes pudieran utilizar de manera indirecta las poderosas fuerzas mánticas de sus antiguas posesiones, así como su propia presencia garantizaría la sacralidad del espacio.

Penate tipo Mezcala.

Figurillas C8: su distribución y posibles funciones

Claudia I. Alvarado León

Desde los tiempos más tempranos y hasta la época previa a la Conquista, en Mesoamérica se ha representado la figura humana en diferentes materiales (piedra, jade, arcilla), a través de distintas técnicas (en escultura, con moldes, modeladas), mostrando variados atributos (con tocados, vestimenta, alhajados) y realizando alguna actividad. Estas y otras características han permitido a los especialistas ubicarlas en épocas determinadas y dentro de una cultura particular lo que, hasta cierto punto, los ha llevado a establecer su posible significado, aunque su uso y contexto social es todavía poco entendido.

En números anteriores de este mismo suplemento cultural, se ha hecho referencia a figurillas procedentes de distintos puntos de Morelos (ver números 477, 669, 679, 684, 701 y 786), que han sido clasificadas de acuerdo con lo establecido para las tradiciones del Altiplano Central. George Vaillant (1930) fue el primer investigador en crear una tipología que, basada en los hallazgos de estos artefactos en sus trabajos en el Valle de México. Trabajos posteriores han ampliado, revisado y corregido el trabajo de Vaillant (v. Tolstoy y Paradis 1970; Reyna 1971).

En este número se exponen siete fragmentos de figurillas: tres cabezas procedentes de Olintepec y cuatro cabezas del valle de Chuautla. Las características de estas piezas corresponden a la categoría denominada C8 de Vaillant o al tipo “A de Chalcatzingo” de Reyna.

En general, el tipo C se determina por sus extremidades inferiores largas, así como por su tronco y brazos cortos. Las cabezas, partes que nos ocupan, son alargadas y rematadas con un turbante. Las caracterizaciones de la cabeza del tipo A, mismas que conservan atributos olmecas, incluyen ojos indicados con cejas arqueadas hechas con la presión de un estique de punta redondeada; con este mismo instrumento se aplicaba una presión transversal para generar los ojos; las pupilas, ubicadas muy cerca de la nariz que generó un efecto de estrabismo, se muestran con orificios profundos realizados por punzado; las bocas presentan sus comisuras hacia abajo; y su nariz es modelada de forma realista descansando sobre el labio superior. Como decoración, las cabezas presentan tocados de diferentes diseños, así como orejeras circulares.

Las tres cabezas de Olintepec (Figura 1) presentan los rasgos faciales muchos más evidentes que las de Chuautla (Figura 2). Además, dos de ellas conservaron los tocados hechos con pastillaje. Las cabezas procedentes de Chuautla presentan un estado de conservación mas pobre, aunque aún se pueden percibir los rasgos que posibilitan su categorización dentro del tipo C8.

Tres cabezas de Olintepec.

Distribución

Si bien estas figurillas son abundantes en Chalcatzingo, sitio localizado al oriente del estado, también se ha detectado su presencia en los sitios de Olintepec, Zazacatla y Chuautla, para finales del periodo Preclásico Medio (800 – 400 a.C.). Giselle Canto y Luz Vargas (ver núm. 684 de este suplemento) ya han destacado la relación de intercambio entre Chalcatzingo y Zazacatla, ubicado al oriente.

Así, partiendo de la hipótesis planteada por David Grove (1987), uno de los arqueólogos que han trabajado el sitio arqueológico de Chalcatzingo, quien señaló que este sitio funcionó como un centro de distribución que conectaba las vías de comunicación procedentes del oriente y occidente de Mesoamérica, la ruta propuesta por las investigadoras marca como punto de partida dicho sitio, en dirección a Olintepec, para posteriormente dirigirse a Las Juntas, Tlaltizapán, de donde llegaría a su destino final, Zazacatla.

La ruta propuesta, no menciona el valle de Chuautla y, sin embargo, la identificación de las figurillas que aquí se exponen como características de Chalcatzingo conducen a considerar el área como un punto más en dicha ruta de intercambio. Asimismo, el hallazgo de este mismo tipo de figurillas en Olintepec contribuye a fortalecer la hipótesis sobre la ruta planteada.

Función

Grove (1984, 1987), señaló que la variedad en las formas en que se representan los rasgos faciales de las figurillas C8, éstas debieron ser representaciones de personas específicas. Inclusive, anotó que existió una asociación entre los individuos representados y las formas de los tocados. Para los objetos que nos ocupan es difícil poder llegar a establecer esta correlación debido a que, de las siete cabezas, únicamente dos presentaron tocado. Ahora bien, tomando en consideración la propuesta de Grove junto con otros aspectos de las figurillas, como una mayor inversión en los acabados, Susan Gillespie (1987) propone que éstas hayan representado gobernantes, utilizándose en rituales centrados en el culto hacia ellos, ya que eran reconocidos como personas poseedoras de poderes sobrenaturales, hecho que les brindaba “derecho a gobernar”.

Ahora bien, en un artículo de 1993, Gillespie señala que la mayoría de los fragmentos de figurillas C8 identificadas en Chalcatzingo perteneció a cuerpos femeninos, lo que le llevó a sugerir que las cabezas halladas eran muy probablemente de mujeres. La autora apuntó que los cuerpos de las mujeres representan los ciclos asociados a la vida: adolescencia, etapas del embarazo y la crianza de niños. Así, Gillespie anota que la función de estas representaciones femeninas estuvo asociada a rituales centrados en la fertilidad y ya no, en la figura de los gobernantes. Pero, en lugar de disociar las figurillas femeninas de los rituales vinculados a la esfera política, más bien destaca la posible relevancia del papel de la mujer en su contribución a la acumulación de poder político y a la toma de decisiones durante el Preclásico.

Los contextos arqueológicos son esenciales para establecer funciones y usos de los artefactos hallados durante las excavaciones. Ann Cyphers (1988) apunta hacia esa dirección y discrepa de la propuesta de Grove y Gillespie. En general, en Chalcatzingo como también lo indica Gillespie, las figurillas descritas aparecen en áreas domésticas, muy cercanas a los entornos en donde se preparaban alimentos, lo cual descarta la participación de las figurillas femeninas en rituales de carácter político. Al respecto, Cyphers propone que las figurillas fueron usadas por mujeres para rituales de carácter doméstico, asociados a la curación, el embarazo y ritos de pubertad. Al mismo tiempo, señala que los tocados y la representación de los ojos son indicadores de cierto estatus social que los vinculaba con ciertos grupos sociales.

Conclusión

Las cabezas de las figurillas que aquí se presentan, si bien pueden ser usadas como indicadores de las redes de comercio que debieron existir entre las áreas oriente y poniente del estado de Morelos, es difícil poder ofrecer una conclusión acerca de su función. De acuerdo con los estudios previos acerca del tipo C8, cada una de las cabezas identificadas presentaba un tipo de tocado distinto, lo cual les proveía de una “personalidad” propia al individuo representado. La gran variedad de diseños y formas desestima que éstas sean representaciones de gobernantes, en tanto que existen millares de ellas en distintas áres no sólo del estado de Morelos, sino también en el Valle de México, Puebla y el golfo de México. Asimismo, la ausencia de los cuerpos tampoco permite identificar el género que representaron y, por lo tanto, aseverar que éstas hayan sido usadas para rituales asociados a la fertilidad.

Aún quedan muchas preguntas por resolver, pero por lo pronto, podemos señalar que las redes de intercambio, no sólo de productos, sino también de ideas y tecnologías, entre otros muchos aspectos de las sociedades mesoamericanas, se ven fuertemente fundamentados con la presencia de figurillas que comparten mismos atributos.

La identificación de figurillas C8 en la zona nuclear olmeca como Tres Zapotes y San Lorenzo (Veracruz) y La Venta (Tabasco), así como en Chalcatzingo, Olintepec, Chuautla son resultado tanto de prácticas culturales que se compartían a través de redes de intercambio e interacción entre grupos sociales con un nivel jerárquico elevado. Además, para el caso de los sitios de Morelos, se puede señalar que es posible que los sitios aquí abordados hayan formado parte de la esfera política controlada por el cacicazgo de Chalcatzingo durante el periodo Preclásico Medio.

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