/ sábado 2 de marzo de 2019

La huella ecológica y el futuro inmediato, controversia de racionalidades

El Tlacuache

Razonar se trata de ordenar ideas, poner orden a los pensamientos y conceptos para llegar a una conclusión, implica conocer las opciones o usar el instinto para tomar una decisión, la racionalidad se usa para determinar en una situación que es lo mejor o lo más lógico. La economía reconoce a la racionalidad económica como la valoración que hacen los consumidores para obtener un mayor beneficio de un producto con el menor gasto posible, esta depende de la necesidad de recursos, estimando valor y costo. Sin embargo, estudios señalan que el comportamiento de los consumidores no es totalmente racional y depende en gran parte de los estímulos que los productos y servicios tienen.

La racionalidad económica históricamente no se relaciona con la sustentabilidad, esta última se basa principalmente en el mantenimiento del capital natural y cualquier sistema que produzca a costa de degradar el capital natural no podrá́ ser considerado sustentable (Flores y Sarandón, 2002 y citas)

La racionalidad ambiental por otro lado es aquella que incorpora otras formas de comprensión y significación del mundo que abren la vía de construcción de un futuro sustentable a partir de las formas de ser y de saber de los pueblos tradicionales y de las tendencias ecológicas. El diálogo de saberes es indispensable en una racionalidad ambiental que busca la deconstrucción de la globalización, del pensamiento dominante para abrir paso a la construcción de sociedades sustentables a partir de formas diversas de comprender la naturaleza (Leff, 2003).

En occidente, la racionalidad económica legitima y fundamenta los valores y la forma en que las personas piensan y actúan, la naturaleza tiene entonces también un valor económico (Leff, 2000). El daño hecho a la naturaleza a través de la innumerable cantidad de industrias que degradan, contaminan y destruyen suelo, agua y cielo ha generado, sin dudas, un importante costo ecológico, que es difícilmente cuantificable por las ciencias económicas, lo que lleva a la separación entre los problemas ecológicos y aquellos relacionados con la eficiencia económica. Por lo tanto, decisiones que aparecen como económicamente racionales pueden ser, a su vez, ecológicamente insustentables (Flores y Sarandón, 2002 y citas).

El consumo sustentable surge entonces como solución, debido a la creciente preocupación de las consecuencias ambientales que la huella ecológica humana está dejando en el planeta con secuelas ya irreversibles.

De acuerdo al Programa de las Naciones Unidad para el Desarrollo no habrá un crecimiento económico y desarrollo sostenible si no se reduce la huella ecológica mediante un cambio en los métodos de producción y consumo de bienes y recursos, para esto es necesario una gestión eficiente de los recursos naturales y cambiar la forma en que se eliminan los desechos tóxicos. Igual de importante es hacer que las industrias, los negocios y los consumidores reciclen y reduzcan los desechos. Es alarmante porque de acuerdo a Beltrán Morales (2002) 86 % de este consumo mundial corresponde a sólo el 20% de la población del planeta y solo el 20 % de la población más pobre consume el 1.3 % de los bienes producidos, el consumo sustentable busca entonces aportar a la seguridad alimentaria y llevarnos hacia una economía que utilice los recursos de manera más eficiente, mediante la concientización de considerar principalmente factores ambientales y de salud en la toma de decisión de compra.

Afortunadamente es por ello que han empezado a surgir modelos económicos alternativos que intentan superar estas limitaciones, un ejemplo de estos es el propuesto por la Economía del Medio Ambiente que propone asignar precio a los costos ambientales provocados por las actividades agropecuarias (Flores y Sarandón, 2002), o el creciente interés en consumir productos locales que fortalecen la economía local y empoderan sectores sociales, así como aquellos que promueven el consumo “verde”.

Sin embargo nuestra sociedad actual se sigue caracteriza por ser “una sociedad de consumo” a modo de crítica, consumir en las sociedades modernas no sólo es satisfacer necesidades, implica actividades, prácticas sociales que nos hagan actuar como consumidores relacionadas a la difusión de la economía del mercado, la globalización, el desarrollo de los medios de comunicación y otros fenómenos sociales que deben tomarse en cuenta y de forma crítica para poder entenderse, en esta sigue predominando la “continua e incansable búsqueda de objetos y servicios nuevos y distintivos, aunque superfluos, asociado al desarrollo capitalista” (Sassatelli, 2012). Sabemos entonces que el modelo económico capitalista fomenta el consumo desmesurado y la acumulación de capitales para un grupo pequeño y específico de personas, lo que genera pobreza y desigualdad, así como un gran número de problemas ambientales (Pérez, 2016).

Es este mismo modelo económico dominante el que plantea que la educación es la mejor herramienta para seguir reproduciendo el sistema que legitima la explotación de la naturaleza para no sólo necesidades básicas sino para ganancias excesivas para ciertos sectores. Si la educación promueve un tipo de desarrollo es en esta misma donde se debe prestar atención.

La crisis ambiental es visible, y las actitudes que cada individuo tiene respecto a ello están en función de cómo lo percibimos, cómo nos afecta individualmente y a nuestra comunidad, esto de acuerdo a nuestras valoraciones, por lo tanto entender las diferentes relaciones entre los seres humanos y el medio ambiente es importante (Pérez, 2016), así como promover la educación ambiental en todos grupos sociales donde nos desenvolvemos como pieza fundamental para promover diferentes perspectivas respecto al uso y deshecho de los recursos.

Para leer más:

  • Beltrán Morales, L. F. (2002). Consumo sustentable como derecho-obligación para disfrutar de un medio ambiente sano. Región y sociedad, 14(23), 193-198.
  • Flores, C. C. & S. J. Sarandón. (2002). ¿Racionalidad económica versus sustentabilidad ecológica? El ejemplo del costo oculto de la perdida de fertilidad del suelo durante el proceso de agriculturización en la Región Pampeana Argentina. Rev. Fac. Agron. 105(1): 52-67.
  • Leff, E. 2000. Espacio, lugar y tiempo: la reapropiación social de la naturaleza y la construcción local de la racionalidad ambiental. Desenvolvimento e Meio Ambiente, 1.
  • Leff, E. (2003). Racionalidad ambiental y diálogo de saberes: sentidos y senderos de un futuro sustentable. Desenvolvimento e meio ambiente, 7, 13-40.
  • Pérez, R. M. (2016). El cuidado del medio ambiente, una cuestión ética. Sincronía, (69), 20-31.
  • Sassatelli, R. 2012. “Introducción. Nacidos para consumir” en: Consumo, cultura y sociedad.-1ª ed.- Buenos Aires: Amorrortu, pp. 13-21.
  • Programa de las Naciones Unidad para el Desarrollo, http://www.undp.org/content/undp/es/home/sustainable-development-goals/goal-12-responsible-consumption-and-production.html, revisado el 19 de diciembre de 2018.

Coordinación editorial: Eduardo Corona Martínez.

Razonar se trata de ordenar ideas, poner orden a los pensamientos y conceptos para llegar a una conclusión, implica conocer las opciones o usar el instinto para tomar una decisión, la racionalidad se usa para determinar en una situación que es lo mejor o lo más lógico. La economía reconoce a la racionalidad económica como la valoración que hacen los consumidores para obtener un mayor beneficio de un producto con el menor gasto posible, esta depende de la necesidad de recursos, estimando valor y costo. Sin embargo, estudios señalan que el comportamiento de los consumidores no es totalmente racional y depende en gran parte de los estímulos que los productos y servicios tienen.

La racionalidad económica históricamente no se relaciona con la sustentabilidad, esta última se basa principalmente en el mantenimiento del capital natural y cualquier sistema que produzca a costa de degradar el capital natural no podrá́ ser considerado sustentable (Flores y Sarandón, 2002 y citas)

La racionalidad ambiental por otro lado es aquella que incorpora otras formas de comprensión y significación del mundo que abren la vía de construcción de un futuro sustentable a partir de las formas de ser y de saber de los pueblos tradicionales y de las tendencias ecológicas. El diálogo de saberes es indispensable en una racionalidad ambiental que busca la deconstrucción de la globalización, del pensamiento dominante para abrir paso a la construcción de sociedades sustentables a partir de formas diversas de comprender la naturaleza (Leff, 2003).

En occidente, la racionalidad económica legitima y fundamenta los valores y la forma en que las personas piensan y actúan, la naturaleza tiene entonces también un valor económico (Leff, 2000). El daño hecho a la naturaleza a través de la innumerable cantidad de industrias que degradan, contaminan y destruyen suelo, agua y cielo ha generado, sin dudas, un importante costo ecológico, que es difícilmente cuantificable por las ciencias económicas, lo que lleva a la separación entre los problemas ecológicos y aquellos relacionados con la eficiencia económica. Por lo tanto, decisiones que aparecen como económicamente racionales pueden ser, a su vez, ecológicamente insustentables (Flores y Sarandón, 2002 y citas).

El consumo sustentable surge entonces como solución, debido a la creciente preocupación de las consecuencias ambientales que la huella ecológica humana está dejando en el planeta con secuelas ya irreversibles.

De acuerdo al Programa de las Naciones Unidad para el Desarrollo no habrá un crecimiento económico y desarrollo sostenible si no se reduce la huella ecológica mediante un cambio en los métodos de producción y consumo de bienes y recursos, para esto es necesario una gestión eficiente de los recursos naturales y cambiar la forma en que se eliminan los desechos tóxicos. Igual de importante es hacer que las industrias, los negocios y los consumidores reciclen y reduzcan los desechos. Es alarmante porque de acuerdo a Beltrán Morales (2002) 86 % de este consumo mundial corresponde a sólo el 20% de la población del planeta y solo el 20 % de la población más pobre consume el 1.3 % de los bienes producidos, el consumo sustentable busca entonces aportar a la seguridad alimentaria y llevarnos hacia una economía que utilice los recursos de manera más eficiente, mediante la concientización de considerar principalmente factores ambientales y de salud en la toma de decisión de compra.

Afortunadamente es por ello que han empezado a surgir modelos económicos alternativos que intentan superar estas limitaciones, un ejemplo de estos es el propuesto por la Economía del Medio Ambiente que propone asignar precio a los costos ambientales provocados por las actividades agropecuarias (Flores y Sarandón, 2002), o el creciente interés en consumir productos locales que fortalecen la economía local y empoderan sectores sociales, así como aquellos que promueven el consumo “verde”.

Sin embargo nuestra sociedad actual se sigue caracteriza por ser “una sociedad de consumo” a modo de crítica, consumir en las sociedades modernas no sólo es satisfacer necesidades, implica actividades, prácticas sociales que nos hagan actuar como consumidores relacionadas a la difusión de la economía del mercado, la globalización, el desarrollo de los medios de comunicación y otros fenómenos sociales que deben tomarse en cuenta y de forma crítica para poder entenderse, en esta sigue predominando la “continua e incansable búsqueda de objetos y servicios nuevos y distintivos, aunque superfluos, asociado al desarrollo capitalista” (Sassatelli, 2012). Sabemos entonces que el modelo económico capitalista fomenta el consumo desmesurado y la acumulación de capitales para un grupo pequeño y específico de personas, lo que genera pobreza y desigualdad, así como un gran número de problemas ambientales (Pérez, 2016).

Es este mismo modelo económico dominante el que plantea que la educación es la mejor herramienta para seguir reproduciendo el sistema que legitima la explotación de la naturaleza para no sólo necesidades básicas sino para ganancias excesivas para ciertos sectores. Si la educación promueve un tipo de desarrollo es en esta misma donde se debe prestar atención.

La crisis ambiental es visible, y las actitudes que cada individuo tiene respecto a ello están en función de cómo lo percibimos, cómo nos afecta individualmente y a nuestra comunidad, esto de acuerdo a nuestras valoraciones, por lo tanto entender las diferentes relaciones entre los seres humanos y el medio ambiente es importante (Pérez, 2016), así como promover la educación ambiental en todos grupos sociales donde nos desenvolvemos como pieza fundamental para promover diferentes perspectivas respecto al uso y deshecho de los recursos.

Para leer más:

  • Beltrán Morales, L. F. (2002). Consumo sustentable como derecho-obligación para disfrutar de un medio ambiente sano. Región y sociedad, 14(23), 193-198.
  • Flores, C. C. & S. J. Sarandón. (2002). ¿Racionalidad económica versus sustentabilidad ecológica? El ejemplo del costo oculto de la perdida de fertilidad del suelo durante el proceso de agriculturización en la Región Pampeana Argentina. Rev. Fac. Agron. 105(1): 52-67.
  • Leff, E. 2000. Espacio, lugar y tiempo: la reapropiación social de la naturaleza y la construcción local de la racionalidad ambiental. Desenvolvimento e Meio Ambiente, 1.
  • Leff, E. (2003). Racionalidad ambiental y diálogo de saberes: sentidos y senderos de un futuro sustentable. Desenvolvimento e meio ambiente, 7, 13-40.
  • Pérez, R. M. (2016). El cuidado del medio ambiente, una cuestión ética. Sincronía, (69), 20-31.
  • Sassatelli, R. 2012. “Introducción. Nacidos para consumir” en: Consumo, cultura y sociedad.-1ª ed.- Buenos Aires: Amorrortu, pp. 13-21.
  • Programa de las Naciones Unidad para el Desarrollo, http://www.undp.org/content/undp/es/home/sustainable-development-goals/goal-12-responsible-consumption-and-production.html, revisado el 19 de diciembre de 2018.

Coordinación editorial: Eduardo Corona Martínez.

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