Retropía

Anthony Joab Olivera

  · jueves 5 de noviembre de 2020

La retrotopía, para Zygmunt Bauman, no sólo es un mundo ideal que se encuentra en el pasado, sino un sitio extraviado y abandonado.

Como seña de toda utopía su materialización es inalcanzable. Sin embargo, eso no desalienta a las personas a intentar ponerlas en práctica. De hecho, la forma más común de encontrar estos ejercicios, al menos parcialmente, es en la moda, siempre persistente en revivir de años anteriores estilos de música, vestimenta, incluso llegando a convertir centros de recreación en lugares codiciados. Tan sólo en la actualidad prendas de la década de los 90, como pantalones de cargo y vestidos camiseros, así como anuncios con luces neón y cafés para bailar se han popularizado nuevamente.

El atractivo de las retrotopías es crear, o querer creer, la posibilidad de reivindicar un pasado, o por lo menos algunos elementos que lo caracterizaban, en el presente. Es la negación de lo actual debido a una exacerbada fantasía del ayer. El miedo al futuro, la incertidumbre del mañana y la carencia de oportunidades empujan a las personas a refugiarse en aquello que conocen y puede brindarles seguridad y confianza: el pasado. Así, la retrotopía es un mecanismo de defensa frente a un mundo cambiante con constantes crisis y diversas ideologías que ofertan la última verdad.

Dichas pericias no se considerarían tan dramáticas sólo por usar pantalones acampanados y visitar autocinemas, en realidad, el concepto va más allá de lo que se deja ver. Significa la adopción de antiguos hábitos que permitan asegurar estabilidad y confianza. En la encuesta Cívica 2016 realizada a jóvenes de secundaria para conocer qué tan preparados estaban para asumir la ciudadanía reveló que el 67% se mostró a favor de un estado dictatorial, siempre y cuando las prácticas autoritarias proporcionen beneficios económicos. En pocas palabras, preferirían renunciar a la libertad a cambio de mayor seguridad. Hoy los jóvenes de esa generación ya pueden acceder a las urnas para votar.

Otro rasgo bastante alarmante que se presenta en el país es la aparición de sectores religiosos en la vida pública, mayoritariamente para intentar penalizar el aborto. Así también, el movimiento LGTB y la adopción homoparental sigue marcando un tabú en la comunidad más conservadora, que no se permite ceder a lo que consideran atentados a la familia tradicional. La inseguridad que reflejan los grupos ortodoxos a los cambios drásticos en la sociedad es equivalente a su postura por intentar regresar, o cuando menos preservar afanosamente, un retazo del pasado.

La ideación de un pasado prístino es realmente un sitio donde se imbricaban deficiencias y omisiones que hoy se van acortando. En muchas de las ocasiones la imposición de dogmas morales y sociales por parte de comunidades conservadoras frena el avance que han tenido grupos minoritarios de ser escuchados y subvierte el proceso a una sociedad madura y tolerante. Tampoco podemos negar que muchas de las discusiones están bajo la sombra de la suma cero, lo que tiende a radicalizar las partes implicadas y torna paradigmático la fórmula de no tolerar a los intolerantes.

Sin embargo, lo realmente extraño no es el temor de las personas por un futuro desconocido y diverso, sino la capacidad de justificar como solución al pasado para la mayoría de los problemas en el presente, porque al final de cuentas, defender al pasado siempre será una noble ingenuidad.

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