/ lunes 13 de julio de 2020

Vlady, siempre fiel a su pasado de novela que vivió

Las vueltas que da la vida

Queridos amigos, son tantos los personajes que han vivido en Cuernavaca, que hoy les traigo hasta estas líneas a uno más para que lo conozcan. Toca el turno al pintor soviético-mexicano, con ascendencia belga-rusa, Vladimir Kibalchich Ruzakov mejor conocido como Vlady.

Nacido en San Petesburgo el 15 de junio de 1920, siendo un niño, inicia una travesía terrible con sus padres, trotskistas de corazón y acción desterrados por lo mismo por Stalin a Siberia y a Oremburgo la parte de Rusia limítrofe con Asia cuando rompen ambos líderes: Stalin y Trotsky muerto ya Lenin en circunstancias no del todo aclaradas. Catalogado como uno de los grandes pintores en México de la segunda mitad del siglo XX, hay quien lo llama el pintor de la revolución social o el pintor bohemio, yo lo llamo el pintor que mejor ha reflejado en sus lienzos no sólo magníficos retratos y auto retratos o dibujos sin igual y paisajes diversos muchos de ellos de su patria de origen o cuyo origen surgen de su imaginación: como puentes que no van hacia ningún lado; también ha pintado en muros y lienzos sus demonios internos incluso sus pesadillas más íntimas, pero casi siempre con tintes sociales ya que este singular pintor procedía de una familia netamente comunista. Su padre, el notable de verdad notable escritor Víctor Lvóvich Kibálchich, mejor conocido como Víctor Serge, fue un socialista activista pero además fecundo escritor, poeta y ensayista y sobre todo participante del proceso revolucionario ruso a partir de su llegada a Petrogrado en 1919, un año antes de que naciera Vlady, trabajando en el recién fundado Comintern –la internacional comunista-, como periodista, editor y traductor.

Entre las obras publicadas de Serge, se cuentan: Memorias de un revolucionario, El caso Tulayev y El año de la Revolución, entre varias más. Su hijo Vlady, gran admirador de su padre, fue un entusiasta promotor para la edición de sus obras toda su vida. A partir de la muerte de su padre, ya radicados hacía tiempo en la CDMX,siete años después de la de Trotsky, Vlady contrae matrimonio con Isabel Díaz Fabela, quien se perfilaría y daría a su vida de pareja en común con el ruso, como ella lo llamaba cariñosamente, un fuerte tinte mexicano. El haberla conocido fue para el pintor como un básamo pues Isabel se ocupó de él de una manera tierna y maternal, vivían pendientes uno del otro, nunca tuvieron hijos y conforme Isabel fue perdiendo la vista, lo esperaba siempre en su “Dasha”, -casa de campo en Rusia-, así decía un pequeño letrero junto a la entrada a su casa ubicada en Lomas de Cortés de esta ciudad de Cuernavaca lugar donde vivieron sus últimos 15 años de vida. Ahí mismo en ese amplio terreno, tenían su casa y a un lado del jardín, su estudio de gran altura capaz de albergar murales y cuadros. Vlady, adoraba a su mujer, ambos se quisieron mucho y juntos estuvieron hasta el final. Además de haber obtenido la distinción de una beca Guggenheim; el Premio del Salón Anual de la Plástica Mexicana por lo cual fue invitado por el entonces presidente don Luis Echeverría Álvarez a pintar un mural en el Palacio Nacional, lo cual rechazó Vlady ya que consideró que el lugar que le asignarían cerca de las obras de Diego Rivera no era adecuado para él, en cambio sí aceptó gustoso el encargo de pintar dos mil metros cuadrados en la Biblioteca “Miguel Lerdo de Tejada”, en el Centro Histórico de la CDMX, en el antiguo templo de San Felipe Neri, por cierto a dicha obra se le conoce como la Capilla Sixtina de Vlady trabajo que le llevo una década concluirlo. Durante su trayectoria recibió participó en varias Bienales, recibió una condecoración del gobierno francés que le otorgó el Embajador de ese país en México.

Cuando le declararon un cáncer cerebral el pintor tuvo la deferencia de llamar por teléfono a sus amigos más cercanos para despedirse de la vida. Para mí fue un honor recibir una llamada de él, ya que Vlady jamás cuestionó las distintas ideologías de sus amigos. De enorme personalidad e inteligencia, no aceptaba respuestas fáciles ó tontas a sus cuestionamientos. La vida –de novela- que él vivió desde pequeño tanto en Siberia como el Oremburgo, Francia, Bélgica y México, siempre acompañando a su padre, ya fallecida su madre, lo hizo ser un puente de enlace entre Rusia y México. Su conversación era fascinante, con fuerte acento ruso, hablaba en perfecto francés y español. Y cuando era invitado a alguna recepción, nunca permanecía ocioso, aún en desayunos o comidas, sacaba un cuadernillo con las hojas en blanco y sin aspavientos ni comentario alguno, Vlady dibujaba, siempre dibujaba lo que captara en ese moento su atención y sólo paraba de hacerlo cuando intervenía en una conversación que acompañaba con sus manos, mientras tanto hacía lo que quería con el papel, metía un dedo en su café y mojaba su hoja para ver el efecto en un dibujo. Pero lo más representativo de Vlady fue siempre su preciosa mirada de un azul claro intenso como de niño. Y eso sí, cuando no estaba de acuerdo con algo nunca permitía que hicieran a un lado sus opiniones siempre a favor de las masas o de gente con profundas convicciones sociales. Pintó un cuadro tamaño natural del obispo de Chiapas don Samuel Ruiz en el que aparece el sub comandante Marcos al que defendía a capa y espada. Pero a nivel personal Vlady había vivido tanto, había sufrido tanto, su madre loca luego de la reclusión helada en Siberia en donde hasta los mocos se congelaban, nos contaba, que pese a todo ello no perdió su sentido de tolerancia con respecto a sus amigos. Uno de ellos fue Regis Debray el famoso biógrafo francés de Ernesto “el Che Guevara”. Pero también lo fue del gran escritor Ricardo Garibay antagonista total a sus ideas socialistas. A Vlady eso no le interesaba, ni hacía proselitismo jamás a favor del socialismo. Así lo recuerdo y lo traigo frente a ustedes para que disfruten su cercanía con él como yo lo hice casi hasta el momento de su muerte. Una anécdota más, cuando lo entrevistaba, gesticulaba, aseveraba, se paraba, caminaba de un lado a otro, de pronto se detenía con las manos en la cintura, contestaba y se volvía a sentar. Farfullaba y en ocasiones tartamudeaba cuando defendía con énfasis sus ideas. Portaba siempre caminas de telas sencillas estilo ruso Kozovorotka, -cuello corrido con botones de lado y cinturón anudado dejando floja su parte superior. Casi siempre los mismos pantalones, grises, manchados de recuerdos y de color igual que su largo pelo siempre atado en cola de caballo con una agujeta de zapatos y casi siempre coronaba su cabeza con un sombrero de palma tipo rancho o con una gorra soviética de tiempos de la revolución que portaba con orgullo. Decía, “Qué curiosos son en Cuernavaca, aquí vivió Maximiliano y nunca se le da realce. Igual a Iván Illich, toda esa gente le ha dado presencia a esta ciudad en el mundo. Ojalá algún día lo hagan”. Ahora yo lo hago. Con esto finalizo este relato acerca del gran Vlady.

Queridos amigos, son tantos los personajes que han vivido en Cuernavaca, que hoy les traigo hasta estas líneas a uno más para que lo conozcan. Toca el turno al pintor soviético-mexicano, con ascendencia belga-rusa, Vladimir Kibalchich Ruzakov mejor conocido como Vlady.

Nacido en San Petesburgo el 15 de junio de 1920, siendo un niño, inicia una travesía terrible con sus padres, trotskistas de corazón y acción desterrados por lo mismo por Stalin a Siberia y a Oremburgo la parte de Rusia limítrofe con Asia cuando rompen ambos líderes: Stalin y Trotsky muerto ya Lenin en circunstancias no del todo aclaradas. Catalogado como uno de los grandes pintores en México de la segunda mitad del siglo XX, hay quien lo llama el pintor de la revolución social o el pintor bohemio, yo lo llamo el pintor que mejor ha reflejado en sus lienzos no sólo magníficos retratos y auto retratos o dibujos sin igual y paisajes diversos muchos de ellos de su patria de origen o cuyo origen surgen de su imaginación: como puentes que no van hacia ningún lado; también ha pintado en muros y lienzos sus demonios internos incluso sus pesadillas más íntimas, pero casi siempre con tintes sociales ya que este singular pintor procedía de una familia netamente comunista. Su padre, el notable de verdad notable escritor Víctor Lvóvich Kibálchich, mejor conocido como Víctor Serge, fue un socialista activista pero además fecundo escritor, poeta y ensayista y sobre todo participante del proceso revolucionario ruso a partir de su llegada a Petrogrado en 1919, un año antes de que naciera Vlady, trabajando en el recién fundado Comintern –la internacional comunista-, como periodista, editor y traductor.

Entre las obras publicadas de Serge, se cuentan: Memorias de un revolucionario, El caso Tulayev y El año de la Revolución, entre varias más. Su hijo Vlady, gran admirador de su padre, fue un entusiasta promotor para la edición de sus obras toda su vida. A partir de la muerte de su padre, ya radicados hacía tiempo en la CDMX,siete años después de la de Trotsky, Vlady contrae matrimonio con Isabel Díaz Fabela, quien se perfilaría y daría a su vida de pareja en común con el ruso, como ella lo llamaba cariñosamente, un fuerte tinte mexicano. El haberla conocido fue para el pintor como un básamo pues Isabel se ocupó de él de una manera tierna y maternal, vivían pendientes uno del otro, nunca tuvieron hijos y conforme Isabel fue perdiendo la vista, lo esperaba siempre en su “Dasha”, -casa de campo en Rusia-, así decía un pequeño letrero junto a la entrada a su casa ubicada en Lomas de Cortés de esta ciudad de Cuernavaca lugar donde vivieron sus últimos 15 años de vida. Ahí mismo en ese amplio terreno, tenían su casa y a un lado del jardín, su estudio de gran altura capaz de albergar murales y cuadros. Vlady, adoraba a su mujer, ambos se quisieron mucho y juntos estuvieron hasta el final. Además de haber obtenido la distinción de una beca Guggenheim; el Premio del Salón Anual de la Plástica Mexicana por lo cual fue invitado por el entonces presidente don Luis Echeverría Álvarez a pintar un mural en el Palacio Nacional, lo cual rechazó Vlady ya que consideró que el lugar que le asignarían cerca de las obras de Diego Rivera no era adecuado para él, en cambio sí aceptó gustoso el encargo de pintar dos mil metros cuadrados en la Biblioteca “Miguel Lerdo de Tejada”, en el Centro Histórico de la CDMX, en el antiguo templo de San Felipe Neri, por cierto a dicha obra se le conoce como la Capilla Sixtina de Vlady trabajo que le llevo una década concluirlo. Durante su trayectoria recibió participó en varias Bienales, recibió una condecoración del gobierno francés que le otorgó el Embajador de ese país en México.

Cuando le declararon un cáncer cerebral el pintor tuvo la deferencia de llamar por teléfono a sus amigos más cercanos para despedirse de la vida. Para mí fue un honor recibir una llamada de él, ya que Vlady jamás cuestionó las distintas ideologías de sus amigos. De enorme personalidad e inteligencia, no aceptaba respuestas fáciles ó tontas a sus cuestionamientos. La vida –de novela- que él vivió desde pequeño tanto en Siberia como el Oremburgo, Francia, Bélgica y México, siempre acompañando a su padre, ya fallecida su madre, lo hizo ser un puente de enlace entre Rusia y México. Su conversación era fascinante, con fuerte acento ruso, hablaba en perfecto francés y español. Y cuando era invitado a alguna recepción, nunca permanecía ocioso, aún en desayunos o comidas, sacaba un cuadernillo con las hojas en blanco y sin aspavientos ni comentario alguno, Vlady dibujaba, siempre dibujaba lo que captara en ese moento su atención y sólo paraba de hacerlo cuando intervenía en una conversación que acompañaba con sus manos, mientras tanto hacía lo que quería con el papel, metía un dedo en su café y mojaba su hoja para ver el efecto en un dibujo. Pero lo más representativo de Vlady fue siempre su preciosa mirada de un azul claro intenso como de niño. Y eso sí, cuando no estaba de acuerdo con algo nunca permitía que hicieran a un lado sus opiniones siempre a favor de las masas o de gente con profundas convicciones sociales. Pintó un cuadro tamaño natural del obispo de Chiapas don Samuel Ruiz en el que aparece el sub comandante Marcos al que defendía a capa y espada. Pero a nivel personal Vlady había vivido tanto, había sufrido tanto, su madre loca luego de la reclusión helada en Siberia en donde hasta los mocos se congelaban, nos contaba, que pese a todo ello no perdió su sentido de tolerancia con respecto a sus amigos. Uno de ellos fue Regis Debray el famoso biógrafo francés de Ernesto “el Che Guevara”. Pero también lo fue del gran escritor Ricardo Garibay antagonista total a sus ideas socialistas. A Vlady eso no le interesaba, ni hacía proselitismo jamás a favor del socialismo. Así lo recuerdo y lo traigo frente a ustedes para que disfruten su cercanía con él como yo lo hice casi hasta el momento de su muerte. Una anécdota más, cuando lo entrevistaba, gesticulaba, aseveraba, se paraba, caminaba de un lado a otro, de pronto se detenía con las manos en la cintura, contestaba y se volvía a sentar. Farfullaba y en ocasiones tartamudeaba cuando defendía con énfasis sus ideas. Portaba siempre caminas de telas sencillas estilo ruso Kozovorotka, -cuello corrido con botones de lado y cinturón anudado dejando floja su parte superior. Casi siempre los mismos pantalones, grises, manchados de recuerdos y de color igual que su largo pelo siempre atado en cola de caballo con una agujeta de zapatos y casi siempre coronaba su cabeza con un sombrero de palma tipo rancho o con una gorra soviética de tiempos de la revolución que portaba con orgullo. Decía, “Qué curiosos son en Cuernavaca, aquí vivió Maximiliano y nunca se le da realce. Igual a Iván Illich, toda esa gente le ha dado presencia a esta ciudad en el mundo. Ojalá algún día lo hagan”. Ahora yo lo hago. Con esto finalizo este relato acerca del gran Vlady.

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