Y de repente esta ciudad se fue quedando vacía, más vacía que una fiesta cuando no llegan los músicos y todo se tiene que reinventar, porque la fiesta no se puede detener o el “Santo Patrón venerado” no podrá ayudar a detener las calamidades que empiezan a golpear a todos por igual, en este pueblo de creyentes e idealistas, de soñadores y pecadores, de vividores del asombro, pero especialmente de ilusionistas y contadores de cuentos que hoy no tiene con quien platicar más allá de sí mismo.
El espanto y el miedo a lo que no se puede ver ni tocar, pero que todos dicen que está ahí esperando a que te descuides, es ahora una manera de ver la vida con más certeza de que estamos presente y necesitándose de unos a otros por el simple hecho de estar juntos.
Ahora en la soledad de las calles una mirada o un saludo se convierten en el mejor estímulo para saber que no estás tan solo y que también puedes compartir esa terrible inquietud de no saber que sigue y si solo cerrando las puertas de casa será tu protección a eso que puede entrar a tu espacio cuando y como menos lo imagines.
Por eso ahora todos los caminos, calles y recovecos de este Barrio de Acapantzingo llevan más fácilmente a la Capilla de San Diego de Alcalá que en su soledad y encierro comparte el silencio de esta ciudad y en donde todos los días aparecen ramos de flores que se comparten al pie de la puerta como queriendo ser la llave para que se abran sus puertas.
Y el santo protector ayude a convivir y a rebajar este miedo que asusta y hace que no haya suficientes flores para abrir las puertas de esta capilla y de su santo protector.
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