/ sábado 11 de julio de 2020

[Especial] Celebra la vida tras enfrentar al monstruo de mil cabezas

Rodrigo Ceballos señala que lo más triste es la imagen humeante que deja el fuego en la flora y fauna; llega a casa a abrazar a su familia

Aunque Rodrigo Ceballos llegó a integrar las brigadas de combatientes de fuegos forestales o por una necesidad de trabajo, a tres años de distancia, acepta que lo mejor luego de enfrentar al “monstruo de mil cabezas” en los cerros es llegar a casa sano y salvo y abrazar a su familia. El originario de Acapantzingo en Cuernavaca, es uno de los 39 hombres y mujeres que integra el contingente del Centro Estatal de Contingencias conocidos como “zacatuches”. Lo más triste de todo es la imagen humeante que deja el fuego tras su paso por la flora y fauna, comentó en el marco del Día Nacional del Combatiente de Incendios Forestales.

De rostro maduro pero no viejo, se nota en sus rasgos el trabajo rudo y constante al que es sometido, su apariencia sana y fuerte es importante para caminar a veces por horas entre el espeso follaje y el cerro escarpado.

Con orgullo muestra su traje amarillo intenso, su pantalón grueso y sus botas especiales para enfrentar al fuego de donde venga. “Si fue por necesidad que llegue aquí como eventual”, comentó, aunque ya su hermano formaba parte de las brigadas.

Los combatientes o “zacatuches” como se les conoce a los hombres y mujeres que en temporada de incendios exponen su vida para evitar la propagación del fuego, es un nombre tomado del conejo “zacatuche” animal pequeño cuyo tamaño no rebasa los 33 centímetros de longitud y pesa entre 450 y los 700 gramos. Es el segundo conejo más pequeño del mundo y la cola es tan pequeña que por fuera resulta casi invisible a la vista. Aunque el sobre nombre es característico de los brigadistas, lo cierto es que ellos no pasan desapercibidos cuando están frente al fuego.

Para quien piensa que el trabajo es fácil no es así, antes de que le diera la responsabilidad de ir hasta donde se encuentran los incendios, tuvo que pasar una evaluación física intensa.

“Se trata de una prueba de resistencia con obstáculos, realizar al menos nueve vueltas a un perímetro establecido con una mochila de 20 kilos en 45 minutos, y es que el campo es lo que se requiere caminar a veces hasta por dos horas para llegar hasta donde está el incendio”.

No obstante ser un hombre de campo y a pesar de las vivencias, el tener por primera vez frente a frente a las humeantes olas de fuego, es un impacto fuerte “entre miedo y sorpresa, porque puedes llegar a ver una quema pero no se compara con nada cuando ocurre en el bosque, me apoye con mis compañeros con mayor experiencia, y ellos me ayudaron para ir conociendo lo que se tiene que hacer en esos momentos”.

En ese momento la respiración se agita, el aire se va por momentos, pero la fuerza de voluntad sale a flote, y sin importar exponer la vida, se trabajó de forma conjunta para tratar de detener el avance del fuego que no perdona flora y fauna y todo lo que se ponga enfrente.

Y es que cada incendio es diferente cada uno se comporta de manera distinta, sorpresiva, como si tuviera vida propia. Explica.

A pesar de toda la adrenalina que hay a cada momento, de los momentos difíciles entre el calor y el cansancio, de la soledad que a veces siente uno arriba en el cerro, “le vas agarrando cariño, porque existe un dicho, si subimos diez, tenemos que bajar todos los diez otra vez; aunque alguno no pueda caminar por algún accidente, se le apoya para regresar”.

Sin embargo esa labor también tiene momentos tristes, sobre todo el panorama desolador que el fuego deja a su paso, luego de ver el inmenso follaje en una zona, solo quedan troncos humeantes, y piedras al rojo vivo. Donde hubo vida, ya no existe nada.

¿Qué piensa uno en ese momento, frente al fuego cuando vez venir hacia ti el fuego?.

“Piensas en tu familia –dice mientras se le corta la voz-, en tu seguridad y la de tus compañeros, pero siempre vamos cuidándonos, y en equipo algunos van combatiendo y otros van liquidando, buscando ir juntos en todo momento para no perder a nadie”.

Rodrigo Ceballos, por eso no se explica el porqué la gente no ha tomado conciencia del enorme impacto que puede llegar a tener un incendio en el medio ambiente, y el trabajo de combatientes al exponer su vida, porque cuando trabajan hay ocasiones en que ni siquiera da tiempo de comer.

“Cuando finalmente terminamos de apagar un incendio nos sentimos satisfechos sí, pero al mismo tiempo tristes por ver lo que quedó del bosque, y de la ausencia de vida en todo lo que se quemó. Recuerda que la experiencia más fuerte en estos tres años de luchar en contra del fuego, fue un episodio en Tetala del Monte cuando al acudir a tratar de apagar el fuego, repentinamente el cambio del viento desvió las llamas y el incendio se propago sin nada que pudieran hacer; sintió impotencia “no pudimos hacer nada, fue una escena terrible mientras las llamas se hacían más grandes, hubo gritos de otros compañeros para salir lo antes posible de la zona hacia donde eran amenazados por la marejada de fuego, y prácticamente tuvieron que salir de entre las llamas; incluso cuando llega la noche y no se puede hacer nada, para no exponer la vida, se tiene que abandonar la zona del siniestro y regresar hasta el día siguiente mientras el incendio continua”.

Desde el año 2000 cuando fue creado el cuerpo de combatientes, afortunadamente no han tenido pérdidas de vidas humanas, al menos en estas brigadas de la Secretaria de Desarrollo Sustentable, y gracias eso el grupo hoy tiene ocupación en tiempos de incendios y en temporada de lluvias ya que apoyan a la gente cuando ocurre alguna inundación o emergencia por fuertes precipitaciones.

Como una petición a los ciudadanos, Rodrigo Ceballos dijo “ojalá que la gente cuando vea incendios en los montes se ponga un poco en nuestros zapatos, es bonito ayudar a las personas, y cuidar el bosque, porque trabajar “allá arriba por jornada de ocho a nueve horas” casi siempre es por gente que por maldad o por gusto prende fuego, tira colillas, hacen fogatas sin el cuidado, y no saben del daño que van hacer, porque no solo se pierde el bosque sino muchos recursos y bienes de otras personas.

Si bien por momentos, los “Zacatuches” hacen trabajos previos como las brechas corta fuegos, hay momentos en que no queda de otra y enfrentar a las llamas al llamado monstruo de mil cabezas porque es impredecible su comportamiento cuando en el bosque libera su fuerza. “Nada se compara con estar a uno o dos metros de las llamas, es aterrador y da miedo, es algo impresionante que estando cerca de la lumbre, trabajas y te cuidas. Porque un pequeño descuido dejar de ver el fuego significa la vida y la muerte, es solo una cuestión de segundos que te atrapa”.

Por eso el “zacatuche” morelense, confiesa que lo mejor luego de estar de cara con la muerte, es llegar a casa y abrazar a la familia y que todos los integrantes de la brigada estén sanos a salvo, “entonces dices, gracias a Dios hoy todo salió bien”. Aunque hoy acepta que ese trabajo no lo cambiaría por nada.

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Aunque Rodrigo Ceballos llegó a integrar las brigadas de combatientes de fuegos forestales o por una necesidad de trabajo, a tres años de distancia, acepta que lo mejor luego de enfrentar al “monstruo de mil cabezas” en los cerros es llegar a casa sano y salvo y abrazar a su familia. El originario de Acapantzingo en Cuernavaca, es uno de los 39 hombres y mujeres que integra el contingente del Centro Estatal de Contingencias conocidos como “zacatuches”. Lo más triste de todo es la imagen humeante que deja el fuego tras su paso por la flora y fauna, comentó en el marco del Día Nacional del Combatiente de Incendios Forestales.

De rostro maduro pero no viejo, se nota en sus rasgos el trabajo rudo y constante al que es sometido, su apariencia sana y fuerte es importante para caminar a veces por horas entre el espeso follaje y el cerro escarpado.

Con orgullo muestra su traje amarillo intenso, su pantalón grueso y sus botas especiales para enfrentar al fuego de donde venga. “Si fue por necesidad que llegue aquí como eventual”, comentó, aunque ya su hermano formaba parte de las brigadas.

Los combatientes o “zacatuches” como se les conoce a los hombres y mujeres que en temporada de incendios exponen su vida para evitar la propagación del fuego, es un nombre tomado del conejo “zacatuche” animal pequeño cuyo tamaño no rebasa los 33 centímetros de longitud y pesa entre 450 y los 700 gramos. Es el segundo conejo más pequeño del mundo y la cola es tan pequeña que por fuera resulta casi invisible a la vista. Aunque el sobre nombre es característico de los brigadistas, lo cierto es que ellos no pasan desapercibidos cuando están frente al fuego.

Para quien piensa que el trabajo es fácil no es así, antes de que le diera la responsabilidad de ir hasta donde se encuentran los incendios, tuvo que pasar una evaluación física intensa.

“Se trata de una prueba de resistencia con obstáculos, realizar al menos nueve vueltas a un perímetro establecido con una mochila de 20 kilos en 45 minutos, y es que el campo es lo que se requiere caminar a veces hasta por dos horas para llegar hasta donde está el incendio”.

No obstante ser un hombre de campo y a pesar de las vivencias, el tener por primera vez frente a frente a las humeantes olas de fuego, es un impacto fuerte “entre miedo y sorpresa, porque puedes llegar a ver una quema pero no se compara con nada cuando ocurre en el bosque, me apoye con mis compañeros con mayor experiencia, y ellos me ayudaron para ir conociendo lo que se tiene que hacer en esos momentos”.

En ese momento la respiración se agita, el aire se va por momentos, pero la fuerza de voluntad sale a flote, y sin importar exponer la vida, se trabajó de forma conjunta para tratar de detener el avance del fuego que no perdona flora y fauna y todo lo que se ponga enfrente.

Y es que cada incendio es diferente cada uno se comporta de manera distinta, sorpresiva, como si tuviera vida propia. Explica.

A pesar de toda la adrenalina que hay a cada momento, de los momentos difíciles entre el calor y el cansancio, de la soledad que a veces siente uno arriba en el cerro, “le vas agarrando cariño, porque existe un dicho, si subimos diez, tenemos que bajar todos los diez otra vez; aunque alguno no pueda caminar por algún accidente, se le apoya para regresar”.

Sin embargo esa labor también tiene momentos tristes, sobre todo el panorama desolador que el fuego deja a su paso, luego de ver el inmenso follaje en una zona, solo quedan troncos humeantes, y piedras al rojo vivo. Donde hubo vida, ya no existe nada.

¿Qué piensa uno en ese momento, frente al fuego cuando vez venir hacia ti el fuego?.

“Piensas en tu familia –dice mientras se le corta la voz-, en tu seguridad y la de tus compañeros, pero siempre vamos cuidándonos, y en equipo algunos van combatiendo y otros van liquidando, buscando ir juntos en todo momento para no perder a nadie”.

Rodrigo Ceballos, por eso no se explica el porqué la gente no ha tomado conciencia del enorme impacto que puede llegar a tener un incendio en el medio ambiente, y el trabajo de combatientes al exponer su vida, porque cuando trabajan hay ocasiones en que ni siquiera da tiempo de comer.

“Cuando finalmente terminamos de apagar un incendio nos sentimos satisfechos sí, pero al mismo tiempo tristes por ver lo que quedó del bosque, y de la ausencia de vida en todo lo que se quemó. Recuerda que la experiencia más fuerte en estos tres años de luchar en contra del fuego, fue un episodio en Tetala del Monte cuando al acudir a tratar de apagar el fuego, repentinamente el cambio del viento desvió las llamas y el incendio se propago sin nada que pudieran hacer; sintió impotencia “no pudimos hacer nada, fue una escena terrible mientras las llamas se hacían más grandes, hubo gritos de otros compañeros para salir lo antes posible de la zona hacia donde eran amenazados por la marejada de fuego, y prácticamente tuvieron que salir de entre las llamas; incluso cuando llega la noche y no se puede hacer nada, para no exponer la vida, se tiene que abandonar la zona del siniestro y regresar hasta el día siguiente mientras el incendio continua”.

Desde el año 2000 cuando fue creado el cuerpo de combatientes, afortunadamente no han tenido pérdidas de vidas humanas, al menos en estas brigadas de la Secretaria de Desarrollo Sustentable, y gracias eso el grupo hoy tiene ocupación en tiempos de incendios y en temporada de lluvias ya que apoyan a la gente cuando ocurre alguna inundación o emergencia por fuertes precipitaciones.

Como una petición a los ciudadanos, Rodrigo Ceballos dijo “ojalá que la gente cuando vea incendios en los montes se ponga un poco en nuestros zapatos, es bonito ayudar a las personas, y cuidar el bosque, porque trabajar “allá arriba por jornada de ocho a nueve horas” casi siempre es por gente que por maldad o por gusto prende fuego, tira colillas, hacen fogatas sin el cuidado, y no saben del daño que van hacer, porque no solo se pierde el bosque sino muchos recursos y bienes de otras personas.

Si bien por momentos, los “Zacatuches” hacen trabajos previos como las brechas corta fuegos, hay momentos en que no queda de otra y enfrentar a las llamas al llamado monstruo de mil cabezas porque es impredecible su comportamiento cuando en el bosque libera su fuerza. “Nada se compara con estar a uno o dos metros de las llamas, es aterrador y da miedo, es algo impresionante que estando cerca de la lumbre, trabajas y te cuidas. Porque un pequeño descuido dejar de ver el fuego significa la vida y la muerte, es solo una cuestión de segundos que te atrapa”.

Por eso el “zacatuche” morelense, confiesa que lo mejor luego de estar de cara con la muerte, es llegar a casa y abrazar a la familia y que todos los integrantes de la brigada estén sanos a salvo, “entonces dices, gracias a Dios hoy todo salió bien”. Aunque hoy acepta que ese trabajo no lo cambiaría por nada.

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