/ sábado 31 de octubre de 2020

[Especial] Hay historias que se siguen contando desde la tumba

Niños y damas en pena son los protagonistas de las leyendas más memorables de Jojutla

Para la poeta, experta en calaveras, Claudia Pozas Almanza, vecina de Tlaquiltenango, algunas vidas trascienden y se hacen leyendas con el tiempo.

Los niños del panteón viejo de Jojutla

Se cuenta que como cada mañana, el 19 de septiembre del 1985, apenas con una tasa de café salía presurosa María, quien garantizaba dejar bien cobijados a sus menores, y para mayor seguridad y evitar que se salieran a la calle, ponía llave a la puerta de la humilde vivienda en la desolada calle Zallas Enriques.

Estaba inmersa en sus deberes del trabajo doméstico cuando a las 7:17 horas apenas sintió la sacudida, acompañada del sosiego y el dolor de pecho que sentía, mismo que lo atribuyó a la trágica noticia que ocupaban los medios nacionales sobre edificios colapsados, muertos y lesionados en la Ciudad de México.

La radio local no daba cuenta de daños en el sur del estado, ignoró ese sexto sentido de las madres. Al regresar a su casa, en la esquina, en la misma cuadra de la Iglesia de Teocalcingo, notó que se había concentrado un mayor número de gente y un extremo de la casa se había derrumbado.

No daba crédito a lo que sus ojos revelaban, los desgarradores gritos llamando a sus hijos sin tener respuestas llamó la atención de propios y extraños. Las manos de voluntarios removiendo los escombros hicieron una nube de polvo hasta rescatar los frágiles cuerpos de dos niños de escasos tres y cinco años.

La joven madre moría de dolor, nada podía consolarla, se recriminaba por haberlos dejado solos. Creyó protegerlos dejándolos encerrados bajo llave para que no se salieran a la calle.

Recibió la ayuda necesaria para los gastos funerarios de los dos angelitos y el permiso de la autoridad municipal para sepultarlos en el viejo panteón de Jojutla, en el antiguo barrio de Las calaveras. Ese fatídico día quedó grabado entre los vecinos por los desgarradores lamentos y trascendió de voz en voz en Jojutla.

Al poco tiempo de la tragedia, María desapareció, algunos dicen que se fue para olvidar su gran dolor. En el panteón, en el extremo donde fueron sepultados los infantes, se escuchan las risas de unos niños jugando y de vez en cuando se escucha que gritan buscado a su mamá.

En la esquina de la calle Zayas Enriques se eriza la piel cuando se pasa por ahí y cuando la noche es más oscura se escuchan los desgarradores lamentos de una mujer que pregunta por sus hijos.

Mucha gente que la ha visto presumen que es María, pero otros aseguran que nunca volvió. Nadie sabe los nombres ni de esos niños y sin duda la tumba es una de tantas abandonadas, donde solo crecen flores silvestres.

El panteonero y sus amigos se dieron cita en el panteón al caer la noche, para saquear la tumba de doña Josefina y llevarse las joyas.

El panteonero y sus amigos se dieron cita en el panteón al caer la noche, para saquear la tumba de doña Josefina y llevarse las joyas.


La leyenda de Josefina de la Borgoña

Se cuenta que entre los monumentos históricos más antiguos de Jojutla están antiquísimas tumbas en el panteón viejo, que datan del siglo XVIII y XIX, y varias de esas han sido destruida por saqueadores, otras por el sismo del 2017 o el abandono del tiempo.

Esta es la leyenda de una hermosa mujer conocida como doña Josefina Borgoña, esposa de un acaudalado hacendado que llega a Jojutla atraído por el floreciente desarrollo que trasciende fronteras.

Se cuenta que la mujer tenía gran parte de su fortuna en sus valiosas joyas, ninguna igualaba su belleza y elegancia; en1846 cae enferma y cumpliendo su último deseo fue vestida con sus mejores galas y enterrada con sus joyas. Quienes cargaron el féretro cuentan del sobrepeso que tenía.

El panteonero y sus amigos se dieron cita en el panteón al caer la noche, se dirigieron a la tumba de doña Josefina para saquearla y llevarse las joyas; cerca de la medianoche llegaron a los dos metros de tierra que la cubrían.

Alumbrados con velas le quitaron los aretes, el valioso collar de perlas, pero no podían desprender el anillo, por lo que sacudieron y levantaron el brazo de la mujer, que despertó del letargo en el que estaba y del susto se murió el panteonero, mientras sus amigos salieron huyendo.

Doña Josefina murió, no se sabe si del coraje por el robo de sus joyas o por el susto al verse a medianoche en el campo santo de la cálida Jojutla y a la fecha su alma pena.

La leyenda de la mujer de blanco

Esta leyenda cuenta que esta hermosa mujer se enamoró del hijo del hacendado de la hacienda de Guadalupe, ahora La perseverancia.

Ha mediado del siglo XIX, cuando el hacendado Esteban Mendoza a conquista, le promete casarse cuando regrese antes de las fiestas a la virgen de Guadalupe e incluso le compra el vestido de novia. Sin embargo, cuando regresa se casa con otra mujer y en medio del dolor y despecho la mujer busca la venganza y acude a buscar a un famoso brujo de Panchimalco.

Se dice que le vendió el alma al diablo y pidió que la mujer del hombre sea tan triste como ella. Este pierde a su hijo y después a su mujer, pierde la hacienda y muere en la miseria.

El diablo cobra su alma, enloquecida, vestida de novia, muere y su alma en pena vaga por las riveras del río Apatlaco, buscando a los enamorados infieles.

Se dice que una dama de blanco pena en las riberas del río por un amor no correspondido.

Se dice que una dama de blanco pena en las riberas del río por un amor no correspondido.

Para la poeta, experta en calaveras, Claudia Pozas Almanza, vecina de Tlaquiltenango, algunas vidas trascienden y se hacen leyendas con el tiempo.

Los niños del panteón viejo de Jojutla

Se cuenta que como cada mañana, el 19 de septiembre del 1985, apenas con una tasa de café salía presurosa María, quien garantizaba dejar bien cobijados a sus menores, y para mayor seguridad y evitar que se salieran a la calle, ponía llave a la puerta de la humilde vivienda en la desolada calle Zallas Enriques.

Estaba inmersa en sus deberes del trabajo doméstico cuando a las 7:17 horas apenas sintió la sacudida, acompañada del sosiego y el dolor de pecho que sentía, mismo que lo atribuyó a la trágica noticia que ocupaban los medios nacionales sobre edificios colapsados, muertos y lesionados en la Ciudad de México.

La radio local no daba cuenta de daños en el sur del estado, ignoró ese sexto sentido de las madres. Al regresar a su casa, en la esquina, en la misma cuadra de la Iglesia de Teocalcingo, notó que se había concentrado un mayor número de gente y un extremo de la casa se había derrumbado.

No daba crédito a lo que sus ojos revelaban, los desgarradores gritos llamando a sus hijos sin tener respuestas llamó la atención de propios y extraños. Las manos de voluntarios removiendo los escombros hicieron una nube de polvo hasta rescatar los frágiles cuerpos de dos niños de escasos tres y cinco años.

La joven madre moría de dolor, nada podía consolarla, se recriminaba por haberlos dejado solos. Creyó protegerlos dejándolos encerrados bajo llave para que no se salieran a la calle.

Recibió la ayuda necesaria para los gastos funerarios de los dos angelitos y el permiso de la autoridad municipal para sepultarlos en el viejo panteón de Jojutla, en el antiguo barrio de Las calaveras. Ese fatídico día quedó grabado entre los vecinos por los desgarradores lamentos y trascendió de voz en voz en Jojutla.

Al poco tiempo de la tragedia, María desapareció, algunos dicen que se fue para olvidar su gran dolor. En el panteón, en el extremo donde fueron sepultados los infantes, se escuchan las risas de unos niños jugando y de vez en cuando se escucha que gritan buscado a su mamá.

En la esquina de la calle Zayas Enriques se eriza la piel cuando se pasa por ahí y cuando la noche es más oscura se escuchan los desgarradores lamentos de una mujer que pregunta por sus hijos.

Mucha gente que la ha visto presumen que es María, pero otros aseguran que nunca volvió. Nadie sabe los nombres ni de esos niños y sin duda la tumba es una de tantas abandonadas, donde solo crecen flores silvestres.

El panteonero y sus amigos se dieron cita en el panteón al caer la noche, para saquear la tumba de doña Josefina y llevarse las joyas.

El panteonero y sus amigos se dieron cita en el panteón al caer la noche, para saquear la tumba de doña Josefina y llevarse las joyas.


La leyenda de Josefina de la Borgoña

Se cuenta que entre los monumentos históricos más antiguos de Jojutla están antiquísimas tumbas en el panteón viejo, que datan del siglo XVIII y XIX, y varias de esas han sido destruida por saqueadores, otras por el sismo del 2017 o el abandono del tiempo.

Esta es la leyenda de una hermosa mujer conocida como doña Josefina Borgoña, esposa de un acaudalado hacendado que llega a Jojutla atraído por el floreciente desarrollo que trasciende fronteras.

Se cuenta que la mujer tenía gran parte de su fortuna en sus valiosas joyas, ninguna igualaba su belleza y elegancia; en1846 cae enferma y cumpliendo su último deseo fue vestida con sus mejores galas y enterrada con sus joyas. Quienes cargaron el féretro cuentan del sobrepeso que tenía.

El panteonero y sus amigos se dieron cita en el panteón al caer la noche, se dirigieron a la tumba de doña Josefina para saquearla y llevarse las joyas; cerca de la medianoche llegaron a los dos metros de tierra que la cubrían.

Alumbrados con velas le quitaron los aretes, el valioso collar de perlas, pero no podían desprender el anillo, por lo que sacudieron y levantaron el brazo de la mujer, que despertó del letargo en el que estaba y del susto se murió el panteonero, mientras sus amigos salieron huyendo.

Doña Josefina murió, no se sabe si del coraje por el robo de sus joyas o por el susto al verse a medianoche en el campo santo de la cálida Jojutla y a la fecha su alma pena.

La leyenda de la mujer de blanco

Esta leyenda cuenta que esta hermosa mujer se enamoró del hijo del hacendado de la hacienda de Guadalupe, ahora La perseverancia.

Ha mediado del siglo XIX, cuando el hacendado Esteban Mendoza a conquista, le promete casarse cuando regrese antes de las fiestas a la virgen de Guadalupe e incluso le compra el vestido de novia. Sin embargo, cuando regresa se casa con otra mujer y en medio del dolor y despecho la mujer busca la venganza y acude a buscar a un famoso brujo de Panchimalco.

Se dice que le vendió el alma al diablo y pidió que la mujer del hombre sea tan triste como ella. Este pierde a su hijo y después a su mujer, pierde la hacienda y muere en la miseria.

El diablo cobra su alma, enloquecida, vestida de novia, muere y su alma en pena vaga por las riveras del río Apatlaco, buscando a los enamorados infieles.

Se dice que una dama de blanco pena en las riberas del río por un amor no correspondido.

Se dice que una dama de blanco pena en las riberas del río por un amor no correspondido.

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