/ miércoles 24 de febrero de 2021

Promueven la cultura en la tierra de Zapata

La Casa “Coronel Francisco Franco Salazar” ha demostrado que todo sueño es posible, por inalcanzable que parezca

Durante mucho tiempo, Brianda soñó con que Anenecuilco, la tierra de Emiliano Zapata Salazar, contara con un espacio que fomentara la creatividad de los niños y difundiera el trabajo de los creadores y artesanos locales. Así que al entrar a la Casa de Cultura “Coronel Francisco Franco Salazar”, tocar sus paredes y abarcar con la mirada cada espacio del edificio, siente una gran satisfacción. Sin embargo, hacer realidad este proyecto no fue nada fácil.

“La idea surgió en el año 2007, al tener la oportunidad de estudiar en Cuernavaca y darme cuenta que allá se goza de un mayor acercamiento cultural, hay muchos espacios, muchos lugares adonde ir, exposiciones de libros, cine, teatro, todo...”, recuerda Brianda, quien estudió la licenciatura en informática en la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM).

En 2007, los jóvenes Brianda Azaharel Sánchez, Dante Aguilar y Sandino Leal hablaron por primera vez sobre su deseo de abrir un espacio comunitario en esta localidad del municipio de Ayala, que en 1879 vio nacer al Caudillo del Sur. En aquel entonces, pensar en un lugar así en la Tierra del Jefe parecía algo lejano, casi imposible.

“Algunos decían que mejor pidiéramos un parque o una plaza de toros”, cuenta Brianda.

Pero, poco a poco, aquel proyecto fue haciéndose escuchar más y más. Primero fue el ejido: a fuerza de insistencia, el ejido de Anenecuilco decidió poner a su disposición un predio de 598 metros cuadrados, ubicado en la calle Libertad.

“Limpiamos todo esto, que era jegüitera enorme”, narra a trece años de aquellos momentos. Y aunque en ese entonces parecía que las cosas empezaban a ir bien para ellos, tuvieron que pasar cinco años más para que alguien volviera a creer en su añorada casa comunitaria: en 2012, Brianda, Dante y Sandino aprovecharon una reunión con el diputado federal Víctor Nájera para exponerle sus ideas y convencerlo de apoyarlos. Fue una reunión que empezó tarde y terminó a las once de la noche, de manera que los tres tuvieron que regresar a casa caminando. Pero regresaron contentos: el legislador se había comprometido a gestionar recursos para edificar la Casa de Cultura en aquel terreno. Para fines de año, la etiqueta del proyecto fue publicada en el Diario Oficial de la Federación. Los siguientes tres años fueron de trabajo y paciencia. En marzo de 2015, la Casa de Cultura por fin abrió sus puertas.

“Tardó tanto tiempo por cuestiones administrativas, asta que el 14 de marzo me invitaron como promotora del proyecto, junto con Sandino, Dante y el comisariado ejidal. Todos estábamos aquí”.

Antes de la apertura, los jóvenes habían solicitado que el predio siguiera siendo propiedad del ejido, así que en la ceremonia de inauguración el entonces presidente municipal José Manuel Tablas lo dejó todo en sus manos. El comisariado ejidal, entonces, designó a Brianda como directora.

“En mi cabeza jamás pensé que iba a ocupar un espacio, porque era un proyecto que iba a promover, pero no tenía planeado participar”, se acuerda.

Un proyecto comunitario

Durante sus primeros años (y aun ahora), la Casa de Cultura de Anenecuilco creció a través de las donaciones de amigos y vecinos: cada mueble y aparato que llegaba al lugar lo hacía en carácter de prestado o donado. Para Brianda, estos préstamos y donaciones recompensaron cada instante en que llegó a dudar si valía la pena continuar con el proyecto.

“Seis años son un pestañeo, pero si volteas a ver antes no teníamos nada, ni un clavito: era ir, traer sillas prestadas, regresarnos para llevarlas de vuelta. Siempre hubo alguien que dijo yo te pongo el agua, yo barro, yo trapeo, te regalo cloro. Hay gente que a veces ni siquiera es del pueblo, y cuando llegan esas personas, esos pequeños detalles son tan grandes que dan energía para continuara, porque a veces el bajón es terrible”, reconoce.

A unos metros del Museo Casa Zapata, que conserva los restos de la vivienda en la que nació El Caudillo, la Casa de Cultura se convirtió en unos años en un espacio abierto a talentos locales, un lugar para que los jóvenes ayalenses expusieran sus trabajos y un escenario que invitaba a los artistas de la región a aprovecharlo. Desde la entrada del lugar, el deseo de hacer crecer el público en las exposiciones que se han montado ha llevado a Brianda a pararse ante la gente y convencerlos de que vale la pena entrar. Y aunque la gente del campo puede resistirse a permanecer largo tiempo ante un cuadro o quedarse a escuchar un concierto, Brianda confía en que las cosas pueden ser distintas.

“Es convencer a la gente de que el arte no solamente es para los que estudiaron, sino para que todos lo disfrutemos. El arte no conoce el nivel económico, ni académico, es para disfrutarlo. Yo le digo a los artistas que sin el arte el mundo se lo llevaría el carajo, porque son ellos los que nos recuerdan que tenemos sentimientos”, expresa, sentada en una de las tantas sillas donadas, ante un escritorio que, ahí sí, desconozco si es donado o no.

Año de Zapata y Covid-19

En 2019, la Casa de Cultura “Coronel Francisco Franco Salazar” inició una nueva etapa en su historia, luego de haber sido considerada por la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano (Sedatu) para un trabajo de rehabilitación, como parte de las obras realizadas en el municipio en el centenario luctuoso de Zapata. Con esta rehabilitación, que contribuyó a mejorar la imagen del edificio y concluir su segunda planta, Brianda Franco espera que la Casa de Cultura se consolide como un referente de la cultura, a la espera de que la pandemia del Covid-19 permita reanudar las actividades presenciales.

“Con esta nueva imagen abrimos las puertas a más talleristas, promotores comunitarios que deseen usar el espacio, que no se renta, es un trueque y no se trata de dinero sino de participación”, explica.

Durante la contingencia sanitaria, las actividades presenciales se han limitado a las restricciones de las autoridades de salud, abriendo un nuevo formato que permite reuniones y talleres a distancia, a través de las plataformas virtuales.

“Tenemos un círculo de lectura, talleres de modelado en tercera dimensión para chicos que deseen estudiar ingeniería o arquitectura. Próximamente tendremos el apoyo de la Secretaría de Cultura con tres talleristas de cartoneria, pintura y escultura”.

Para la directora del espacio, el que hoy en día el lugar sea considerado para proyectos culturales de carácter estatal y nacional es sólo una fase más del sueño que tuvieron aquellos tres jóvenes.

“Yo lo veo cada vez que llego y toco la pared, veo que existe el edificio, algo que ni siquiera imaginábamos, porque decían que estábamos loquitos, nos daban el avión. Casi decían que era la loca del pueblo, que nunca a ser posible”, dice Brianda e insiste en un consejo: que aquellos que han hecho de la cultura un sueño no se rindan jamás. “Los sueños son posibles”, concluye.

Durante mucho tiempo, Brianda soñó con que Anenecuilco, la tierra de Emiliano Zapata Salazar, contara con un espacio que fomentara la creatividad de los niños y difundiera el trabajo de los creadores y artesanos locales. Así que al entrar a la Casa de Cultura “Coronel Francisco Franco Salazar”, tocar sus paredes y abarcar con la mirada cada espacio del edificio, siente una gran satisfacción. Sin embargo, hacer realidad este proyecto no fue nada fácil.

“La idea surgió en el año 2007, al tener la oportunidad de estudiar en Cuernavaca y darme cuenta que allá se goza de un mayor acercamiento cultural, hay muchos espacios, muchos lugares adonde ir, exposiciones de libros, cine, teatro, todo...”, recuerda Brianda, quien estudió la licenciatura en informática en la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM).

En 2007, los jóvenes Brianda Azaharel Sánchez, Dante Aguilar y Sandino Leal hablaron por primera vez sobre su deseo de abrir un espacio comunitario en esta localidad del municipio de Ayala, que en 1879 vio nacer al Caudillo del Sur. En aquel entonces, pensar en un lugar así en la Tierra del Jefe parecía algo lejano, casi imposible.

“Algunos decían que mejor pidiéramos un parque o una plaza de toros”, cuenta Brianda.

Pero, poco a poco, aquel proyecto fue haciéndose escuchar más y más. Primero fue el ejido: a fuerza de insistencia, el ejido de Anenecuilco decidió poner a su disposición un predio de 598 metros cuadrados, ubicado en la calle Libertad.

“Limpiamos todo esto, que era jegüitera enorme”, narra a trece años de aquellos momentos. Y aunque en ese entonces parecía que las cosas empezaban a ir bien para ellos, tuvieron que pasar cinco años más para que alguien volviera a creer en su añorada casa comunitaria: en 2012, Brianda, Dante y Sandino aprovecharon una reunión con el diputado federal Víctor Nájera para exponerle sus ideas y convencerlo de apoyarlos. Fue una reunión que empezó tarde y terminó a las once de la noche, de manera que los tres tuvieron que regresar a casa caminando. Pero regresaron contentos: el legislador se había comprometido a gestionar recursos para edificar la Casa de Cultura en aquel terreno. Para fines de año, la etiqueta del proyecto fue publicada en el Diario Oficial de la Federación. Los siguientes tres años fueron de trabajo y paciencia. En marzo de 2015, la Casa de Cultura por fin abrió sus puertas.

“Tardó tanto tiempo por cuestiones administrativas, asta que el 14 de marzo me invitaron como promotora del proyecto, junto con Sandino, Dante y el comisariado ejidal. Todos estábamos aquí”.

Antes de la apertura, los jóvenes habían solicitado que el predio siguiera siendo propiedad del ejido, así que en la ceremonia de inauguración el entonces presidente municipal José Manuel Tablas lo dejó todo en sus manos. El comisariado ejidal, entonces, designó a Brianda como directora.

“En mi cabeza jamás pensé que iba a ocupar un espacio, porque era un proyecto que iba a promover, pero no tenía planeado participar”, se acuerda.

Un proyecto comunitario

Durante sus primeros años (y aun ahora), la Casa de Cultura de Anenecuilco creció a través de las donaciones de amigos y vecinos: cada mueble y aparato que llegaba al lugar lo hacía en carácter de prestado o donado. Para Brianda, estos préstamos y donaciones recompensaron cada instante en que llegó a dudar si valía la pena continuar con el proyecto.

“Seis años son un pestañeo, pero si volteas a ver antes no teníamos nada, ni un clavito: era ir, traer sillas prestadas, regresarnos para llevarlas de vuelta. Siempre hubo alguien que dijo yo te pongo el agua, yo barro, yo trapeo, te regalo cloro. Hay gente que a veces ni siquiera es del pueblo, y cuando llegan esas personas, esos pequeños detalles son tan grandes que dan energía para continuara, porque a veces el bajón es terrible”, reconoce.

A unos metros del Museo Casa Zapata, que conserva los restos de la vivienda en la que nació El Caudillo, la Casa de Cultura se convirtió en unos años en un espacio abierto a talentos locales, un lugar para que los jóvenes ayalenses expusieran sus trabajos y un escenario que invitaba a los artistas de la región a aprovecharlo. Desde la entrada del lugar, el deseo de hacer crecer el público en las exposiciones que se han montado ha llevado a Brianda a pararse ante la gente y convencerlos de que vale la pena entrar. Y aunque la gente del campo puede resistirse a permanecer largo tiempo ante un cuadro o quedarse a escuchar un concierto, Brianda confía en que las cosas pueden ser distintas.

“Es convencer a la gente de que el arte no solamente es para los que estudiaron, sino para que todos lo disfrutemos. El arte no conoce el nivel económico, ni académico, es para disfrutarlo. Yo le digo a los artistas que sin el arte el mundo se lo llevaría el carajo, porque son ellos los que nos recuerdan que tenemos sentimientos”, expresa, sentada en una de las tantas sillas donadas, ante un escritorio que, ahí sí, desconozco si es donado o no.

Año de Zapata y Covid-19

En 2019, la Casa de Cultura “Coronel Francisco Franco Salazar” inició una nueva etapa en su historia, luego de haber sido considerada por la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano (Sedatu) para un trabajo de rehabilitación, como parte de las obras realizadas en el municipio en el centenario luctuoso de Zapata. Con esta rehabilitación, que contribuyó a mejorar la imagen del edificio y concluir su segunda planta, Brianda Franco espera que la Casa de Cultura se consolide como un referente de la cultura, a la espera de que la pandemia del Covid-19 permita reanudar las actividades presenciales.

“Con esta nueva imagen abrimos las puertas a más talleristas, promotores comunitarios que deseen usar el espacio, que no se renta, es un trueque y no se trata de dinero sino de participación”, explica.

Durante la contingencia sanitaria, las actividades presenciales se han limitado a las restricciones de las autoridades de salud, abriendo un nuevo formato que permite reuniones y talleres a distancia, a través de las plataformas virtuales.

“Tenemos un círculo de lectura, talleres de modelado en tercera dimensión para chicos que deseen estudiar ingeniería o arquitectura. Próximamente tendremos el apoyo de la Secretaría de Cultura con tres talleristas de cartoneria, pintura y escultura”.

Para la directora del espacio, el que hoy en día el lugar sea considerado para proyectos culturales de carácter estatal y nacional es sólo una fase más del sueño que tuvieron aquellos tres jóvenes.

“Yo lo veo cada vez que llego y toco la pared, veo que existe el edificio, algo que ni siquiera imaginábamos, porque decían que estábamos loquitos, nos daban el avión. Casi decían que era la loca del pueblo, que nunca a ser posible”, dice Brianda e insiste en un consejo: que aquellos que han hecho de la cultura un sueño no se rindan jamás. “Los sueños son posibles”, concluye.

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