/ lunes 13 de enero de 2020

Entre México y Cuernavaca

Soñar no cuesta nada

Qué importante es, queridos lectores, que los padres platiquen con sus hijos sus muy particulares vivencias, las que hayan vivido, porque aun cuando se crean lejos aquellos tiempos, esos recuerdos los acercará a sus propios hijos.

Lo digo por lo siguiente, cuando mi padre, el C.P. Admon. de Empresas y economista, Alfredo F. Gutiérrez, me llevaba en su auto, un precioso y kilométrico Oldsmobile negro, que iba y venía de México a Cuernavaca y viceversa, siempre, pero siempre, me hablaba de los diferentes pasajes de su niñez y juventud, dividida entre ambas capitales. Me describía el Cuernavaca revolucionario con la salida obligatoria de la población hacia la CDMX con su consabido regreso años después. O de su casa de la colonia Miraval, retratada en fotos de esa época por ser la única casa que había en la naciente colonia formada por norteamericanos. De esa casa de la calle Chamilpa guardo recuerdos invaluables como el que el jardinero nos cortaba caña de azúcar, -¡sí!, había caña de azúcar en la barranca de Amanalco-, y que mordíamos con deleite hasta dejar sólo el bagazo. Pero también me contaba cómo vivió el México de la Decena Trágica durante la Revolución Mexicana primero de niño, y ya de joven en esa etapa vasconcelista con su sueño de llevar la enorme cultura del país a todo el mosaico nacional. O de su participación en los movimientos estudiantiles con Alejandro Gómez Arias de quien conservó su amistad toda su vida o con J.M. Puig Casauranc a quien mi padre le confería la verdadera autoría de la autonomía universitaria de la UNAM, entre otross, “movimiento que se fue gestando realmente contra el autoritarismo de Plutarco Elías Calles”, contaba mi padre. Mientras lo escuchaba procuraba no perder detalle, él, aunque fuera manejando, siempre maestro y quien esto escribe, que en esos momentos mágicos era yo-, como su alumna, por lo que creo sin temor a equivocarme que con mi padre nació mi amor a la historia de México y de Morelos, así es que mientras en octubre del 68, no sólo en la CDMX cundía la efervescencia política en casi todas partes, aquí en Cuernavaca, esa etapa se vivíó de otra manera, sobre todo para quienes veníamos de ver en la CDMX tanques militares a lo largo de la avenida Insurgentes a la altura de UNAM en espera de actuar contra los estudiantes si fuese necesario, -acuérdense que Díaz Ordaz no se andaba por las ramas-. En Morelos en esa turbulenta época, gobernaba don Emilio Riva Palacio Morales, (1964-1970) “uno de los mejores gobernadores que ha tenido Morelos”, a decir de muchos y como rector de la UAEM, don Teodoro Lavín González. “Claro que venían de México a invitarnos a sumarnos a los paros nacionales, visitaban de escuela en escuela”, asegura la entonces estudiante normalista María Eugenia González Castrejón, pero los escuchábamos y no nos sumábamos a esa lucha, aquí vivíamos muy tranquilos”. A su vez, la también normalista Esperanza Acosta Priani, narró como Lavín González, se enfrentó al general Vega, entonces comandante de la 24ava. Zona Militar para que le entregara a un puñado de líderes estudiantes cuernavaquenses a los que habían detenido por armas revuelo, entre ellos, por cierto, se encontraba René Sánchez Beltrán recientemente desaparecido”. Evitar el estallido estudiantil en Cuernavvaca se debió a un buen binomio, político-académico: don Emilio, hombre probo y por lo tanto, honesto e íntegro, se dedicó a construir en el Estado de Morelos, una de ellas fue el Blvd. Plan de Ayala que a más de medio siglo, sigue impecable, entre muchas más. Y don Teodoro, “un maestro muy querido por los estudiantes, exigente como buen académico, pero muiy preparado y sabía escuchar a todos los estudiantes por igual”. Por lo que no fue casualidad que Cuernavaca viviera esa época prácticamente en paz. Y dejo para la próxima el homenaje a don Jorge Cázarez Campos.Hasta el próximo lunes.

Qué importante es, queridos lectores, que los padres platiquen con sus hijos sus muy particulares vivencias, las que hayan vivido, porque aun cuando se crean lejos aquellos tiempos, esos recuerdos los acercará a sus propios hijos.

Lo digo por lo siguiente, cuando mi padre, el C.P. Admon. de Empresas y economista, Alfredo F. Gutiérrez, me llevaba en su auto, un precioso y kilométrico Oldsmobile negro, que iba y venía de México a Cuernavaca y viceversa, siempre, pero siempre, me hablaba de los diferentes pasajes de su niñez y juventud, dividida entre ambas capitales. Me describía el Cuernavaca revolucionario con la salida obligatoria de la población hacia la CDMX con su consabido regreso años después. O de su casa de la colonia Miraval, retratada en fotos de esa época por ser la única casa que había en la naciente colonia formada por norteamericanos. De esa casa de la calle Chamilpa guardo recuerdos invaluables como el que el jardinero nos cortaba caña de azúcar, -¡sí!, había caña de azúcar en la barranca de Amanalco-, y que mordíamos con deleite hasta dejar sólo el bagazo. Pero también me contaba cómo vivió el México de la Decena Trágica durante la Revolución Mexicana primero de niño, y ya de joven en esa etapa vasconcelista con su sueño de llevar la enorme cultura del país a todo el mosaico nacional. O de su participación en los movimientos estudiantiles con Alejandro Gómez Arias de quien conservó su amistad toda su vida o con J.M. Puig Casauranc a quien mi padre le confería la verdadera autoría de la autonomía universitaria de la UNAM, entre otross, “movimiento que se fue gestando realmente contra el autoritarismo de Plutarco Elías Calles”, contaba mi padre. Mientras lo escuchaba procuraba no perder detalle, él, aunque fuera manejando, siempre maestro y quien esto escribe, que en esos momentos mágicos era yo-, como su alumna, por lo que creo sin temor a equivocarme que con mi padre nació mi amor a la historia de México y de Morelos, así es que mientras en octubre del 68, no sólo en la CDMX cundía la efervescencia política en casi todas partes, aquí en Cuernavaca, esa etapa se vivíó de otra manera, sobre todo para quienes veníamos de ver en la CDMX tanques militares a lo largo de la avenida Insurgentes a la altura de UNAM en espera de actuar contra los estudiantes si fuese necesario, -acuérdense que Díaz Ordaz no se andaba por las ramas-. En Morelos en esa turbulenta época, gobernaba don Emilio Riva Palacio Morales, (1964-1970) “uno de los mejores gobernadores que ha tenido Morelos”, a decir de muchos y como rector de la UAEM, don Teodoro Lavín González. “Claro que venían de México a invitarnos a sumarnos a los paros nacionales, visitaban de escuela en escuela”, asegura la entonces estudiante normalista María Eugenia González Castrejón, pero los escuchábamos y no nos sumábamos a esa lucha, aquí vivíamos muy tranquilos”. A su vez, la también normalista Esperanza Acosta Priani, narró como Lavín González, se enfrentó al general Vega, entonces comandante de la 24ava. Zona Militar para que le entregara a un puñado de líderes estudiantes cuernavaquenses a los que habían detenido por armas revuelo, entre ellos, por cierto, se encontraba René Sánchez Beltrán recientemente desaparecido”. Evitar el estallido estudiantil en Cuernavvaca se debió a un buen binomio, político-académico: don Emilio, hombre probo y por lo tanto, honesto e íntegro, se dedicó a construir en el Estado de Morelos, una de ellas fue el Blvd. Plan de Ayala que a más de medio siglo, sigue impecable, entre muchas más. Y don Teodoro, “un maestro muy querido por los estudiantes, exigente como buen académico, pero muiy preparado y sabía escuchar a todos los estudiantes por igual”. Por lo que no fue casualidad que Cuernavaca viviera esa época prácticamente en paz. Y dejo para la próxima el homenaje a don Jorge Cázarez Campos.Hasta el próximo lunes.

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