Además de los juego del aire, que como les comenté en la entrega pasada, son usados para curar el mal de aire, Doña Refugio “Cuca” Reyes, alfarera ritual de Tlayacapan, elabora las figuras de barro del Arcángel San Miguel que utilizan los graniceros en sus iniciaciones. Los hace a partir de un molde que lleva por lo menos 150 años en su familia. Hasta su taller, año con año, llegan futuros graniceros a comprarle esas piezas de barro cocidas en horno a cielo abierto y pintadas a mano con anilinas. En una ocasión, me comentó que le habían llegado más de 20 extranjeros, porque les habían caído dos rayos en el avión en que viajaban por Nuevo México, EUA. Como en ese lugar hay tradición granicera, los mandaron con Doña Cuca. Ella estaba entre apenada, asombrada y divertida.

El barrio en el que vive en Tlayacapan antiguamente era llamado “de los muñequeros” porque allí estaban los talleres donde se hacían estas figuras de barro. Ahora allí sólo quedan ella y su familia. Es muy importante que sean ella, su hija, su yerno y su nieto, y no sólo Doña Cuca, quienes aun trabajen estas piezas, porque es en el seno familiar donde la mayoría de las expresiones tradicionales prosperan.

En un pueblo de alfareros, en el oficio que los demás muñequeros abandonaron, Doña Cuca Reyes ha encontrado motivos de felicidad y orgullo. Trabaja la tierra hasta formar la arcilla, le da forma a mano o con moldes heredados por generaciones, hornea las figuras y luego las pinta a mano, materializando así, además de los arcángeles y los juegos del aire: nacimientos, ángeles para ofrendas de muertos y muñequitas con canastos de fruta o ramos de flores. Por ellas ha recibido muchos reconocimientos. Ha ganado varios premios, nacionales y estatales, de arte popular. Pero más importante aún, mantiene viva una expresión que nos enorgullece, que exponemos en museos y galerías, que vendemos en tiendas y, más aún, conserva una tradición que sigue sirviendo a quienes, de acuerdo con su forma de habitar este mundo, tienen necesidad de ella.