/ jueves 11 de julio de 2019

La incidencia sacerdotal en la comunidad

Diócesis de Cuernavaca

Los ministros del Evangelio deben ser personas capaces de caldear el corazón de las personas, de caminar con ellas en la noche, de saber dialogar e incluso descender a su noche y su oscuridad sin perderse. El pueblo de Dios necesita pastores y no funcionarios ‘clérigos de despacho’.

Papa Francisco

En varias ocasiones, cuando tengo la oportunidad de hablar con mis amigos activistas, y se toca el tema de ¿qué tanto bien hace un sacerdote a la sociedad?, mi respuesta siempre ha sido tratar de mirar la cercanía del sacerdote allí donde no llega nunca el político mediático, pocas veces el activista social y casi nunca alguna otra figura social. Me refiero a que el sacerdote que normalmente ejerce su ministerio adecuadamente, tiene mediante el servicio de los sacramentos y su compromiso pastoral, un acercamiento personal con la gente que le permite generar vínculos de fraternidad y amistad, logrando convertirse no sólo por su investidura sino por sus obras y cercanía en una figura de liderazgo y autoridad que legítima la misma comunidad, cuando no es así, inmediatamente es la misma comunidad la que pide su cambio. El sacerdote por lo tanto se congratula con la comunidad cuando sus acciones responden a las necesidades del bien común del pueblo.

Lo cual, la gente valora en demasía la presencia sacerdotal cuando éste escucha, consuela, acompaña el corazón dolido de las personas; cuando visita al enfermo, ora por él, lo unge o le lleva la eucaristía; cuando visita al hermano encarcelado, cuando comparte las alegría de un nuevo miembro a la gran familia por medio del bautismo o de la una acción de gracias o más aún la de la unión matrimonial; cuando alienta la vida de los grupos parroquiales, su convivencia con las familias, la impartición de talleres, sus predicas dominicales, impulsar proyectos de bien comunitario, entre otras tantas obras creativas de caridad, no cabe duda, que el sacerdote se vuelve un referente de autoridad moral muy fuerte para la comunidad, porque precisamente comparte las alegrías y las tristezas ordinarias de la vida del pueblo, cosa que los otros líderes compran o capitalizan para sus propios beneficios, o simplemente no llegan al corazón de las personas, porque no lograron involucrarse tan íntimamente con la comunidad como lo hace un sacerdote.

El sacerdote sigue teniendo a pesar de tanto ataque mediático (aunque no por ello trate de justificar sus errores) una aceptación mayoritaria en la sociedad sobre todo en el sentido de confiabilidad. La gente prefiere confiar en un sacerdote más que en un político, policía, activista social, funcionario público o compañía empresarial. Porque a pesar de los defectos de un sacerdote, son más los bienes que propicia.

Ahora bien, con esto quiero resaltar el papel de incidencia sacerdotal, es decir, el sacerdote realiza una sinergia comunitaria favorable para la reconstrucción del tejido social, mediante la promoción, formación y vivencia de los valores evangélicos. La mayoría de nuestros sacerdotes gastan día a día sus esfuerzos en esta línea, la cual como he señalado anteriormente, le debemos un sincero agradecimiento a quien fielmente se ha dedicado a conservar y fortalecer la vida cristiana. El mismo Estado reconoce que la iglesia hace mucho bien para la paz social, porque aunque no se ve en los medios masivos de comunicación, la labor social de nuestros sacerdotes es medular en la construcción de una sociedad más humanista.

Por ello pido su oración constante por cada uno de sus sacerdotes que están a cargo de su comunidad, si oramos por ellos y pedimos a nuestro Señor que siga llamando a más hombres y mujeres que se consagren al servicio de su pueblo, sin duda alguna, a pesar de tanta maldad en nuestra sociedad, la iglesia siempre estará allí como una madre que no abandona a sus hijos. Valoremos a nuestro sacerdotes, porque a pesar de su fragilidad, Dios sigue obrando en ellos como sus enviados, como bien recita un himno de la liturgia de las horas: “Instrumento de paz y justicia/ pregonero de todas tus palabras/ agua para calmar la sed hiriente/ mano que bendice y que ama.”

Los ministros del Evangelio deben ser personas capaces de caldear el corazón de las personas, de caminar con ellas en la noche, de saber dialogar e incluso descender a su noche y su oscuridad sin perderse. El pueblo de Dios necesita pastores y no funcionarios ‘clérigos de despacho’.

Papa Francisco

En varias ocasiones, cuando tengo la oportunidad de hablar con mis amigos activistas, y se toca el tema de ¿qué tanto bien hace un sacerdote a la sociedad?, mi respuesta siempre ha sido tratar de mirar la cercanía del sacerdote allí donde no llega nunca el político mediático, pocas veces el activista social y casi nunca alguna otra figura social. Me refiero a que el sacerdote que normalmente ejerce su ministerio adecuadamente, tiene mediante el servicio de los sacramentos y su compromiso pastoral, un acercamiento personal con la gente que le permite generar vínculos de fraternidad y amistad, logrando convertirse no sólo por su investidura sino por sus obras y cercanía en una figura de liderazgo y autoridad que legítima la misma comunidad, cuando no es así, inmediatamente es la misma comunidad la que pide su cambio. El sacerdote por lo tanto se congratula con la comunidad cuando sus acciones responden a las necesidades del bien común del pueblo.

Lo cual, la gente valora en demasía la presencia sacerdotal cuando éste escucha, consuela, acompaña el corazón dolido de las personas; cuando visita al enfermo, ora por él, lo unge o le lleva la eucaristía; cuando visita al hermano encarcelado, cuando comparte las alegría de un nuevo miembro a la gran familia por medio del bautismo o de la una acción de gracias o más aún la de la unión matrimonial; cuando alienta la vida de los grupos parroquiales, su convivencia con las familias, la impartición de talleres, sus predicas dominicales, impulsar proyectos de bien comunitario, entre otras tantas obras creativas de caridad, no cabe duda, que el sacerdote se vuelve un referente de autoridad moral muy fuerte para la comunidad, porque precisamente comparte las alegrías y las tristezas ordinarias de la vida del pueblo, cosa que los otros líderes compran o capitalizan para sus propios beneficios, o simplemente no llegan al corazón de las personas, porque no lograron involucrarse tan íntimamente con la comunidad como lo hace un sacerdote.

El sacerdote sigue teniendo a pesar de tanto ataque mediático (aunque no por ello trate de justificar sus errores) una aceptación mayoritaria en la sociedad sobre todo en el sentido de confiabilidad. La gente prefiere confiar en un sacerdote más que en un político, policía, activista social, funcionario público o compañía empresarial. Porque a pesar de los defectos de un sacerdote, son más los bienes que propicia.

Ahora bien, con esto quiero resaltar el papel de incidencia sacerdotal, es decir, el sacerdote realiza una sinergia comunitaria favorable para la reconstrucción del tejido social, mediante la promoción, formación y vivencia de los valores evangélicos. La mayoría de nuestros sacerdotes gastan día a día sus esfuerzos en esta línea, la cual como he señalado anteriormente, le debemos un sincero agradecimiento a quien fielmente se ha dedicado a conservar y fortalecer la vida cristiana. El mismo Estado reconoce que la iglesia hace mucho bien para la paz social, porque aunque no se ve en los medios masivos de comunicación, la labor social de nuestros sacerdotes es medular en la construcción de una sociedad más humanista.

Por ello pido su oración constante por cada uno de sus sacerdotes que están a cargo de su comunidad, si oramos por ellos y pedimos a nuestro Señor que siga llamando a más hombres y mujeres que se consagren al servicio de su pueblo, sin duda alguna, a pesar de tanta maldad en nuestra sociedad, la iglesia siempre estará allí como una madre que no abandona a sus hijos. Valoremos a nuestro sacerdotes, porque a pesar de su fragilidad, Dios sigue obrando en ellos como sus enviados, como bien recita un himno de la liturgia de las horas: “Instrumento de paz y justicia/ pregonero de todas tus palabras/ agua para calmar la sed hiriente/ mano que bendice y que ama.”

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