/ viernes 26 de abril de 2024

El derecho a morir: autonomía y dignidad

“La muerte no venció, porque todo lo que muere, es porque alguna vez nació”.

-René Pérez Joglar

El postrer aliento en la vastedad del ser, evoca la necesaria libertad humana. El derecho a determinar el cierre de la propia existencia con gracia y autonomía. Es un acto de un profundo ejercicio de soberanía personal, en el que el individuo, enfrentando una enfermedad terminal o el implacable deterioro del cuerpo, opta por un final que refleje sus valores, su dignidad y su concepción del alivio. Unido con la compasión y el respeto por la integridad, se desafían antiguas normativas que a menudo prolongan la agonía en nombre de la vida, y reclama, en cambio, una consideración que honre la decisión consciente y considerada de la persona para despedirse en sus propios términos.

Las recientes partidas de José Armando Guzmán y Ana Estrada Ugarte en Perú, no son epílogos de vidas dolientes; sino potentes narrativas que esclarecen la evolución de este diálogo contemporáneo, un reflejo del intrincado examen ético y jurídico que nuestras sociedades enfrentan.

José Armando, un adolescente de 14 años, cedió ante el ocaso el 23 de abril en Xalapa, Veracruz. La elección de interrumpir las quimioterapias para su leucemia linfoblástica, tomada con el consenso y apoyo de su familia, resalta un creciente reconocimiento hacia el valor de la calidad de vida, sobre la extensión de la misma, en las penumbras de enfermedades incurables.

En contraste, la lucha de Ana Estrada Ugarte en Perú por su derecho a decidir el final de su vida significó la inspiración para un cambi. Afectada por una polimiositis debilitante, se enfrentó a la rigidez de la ley y a la incomprensión social, culminando en una victoria legal que le permitió partir bajo sus propios términos este 21 de abril, y estableció un precedente crucial que podría guiar futuras batallas similares en Latinoamérica y en el mundo.

Estos relatos son testimonios de la dualidad entre el progreso médico y las realidades sociales y legales. La habilidad para mitigar el sufrimiento físico nunca ha sido tan avanzada; y sin embargo, persisten las interrogantes sobre cuándo y cómo deberíamos permitir a los individuos concluir su agonía. Instamos que cada uno de estos eventos deberían actuar como un catalizador para profundizar el diálogo entre médicos, legisladores, pacientes y la sociedad. La desmitificación de la muerte asistida mediante la educación y la sensibilización es imperativa para eliminar los prejuicios que aún nublan este tema en diversas culturas.

Ante la controversia que envuelve estas prácticas, estos ejemplos subrayan una necesidad imperiosa de abordar con sabiduría y empatía. Debemos asegurar que cada uno pueda tejer el cierre de su propia existencia con serenidad, garantizando que el final de cada vida sea tan respetado como su comienzo. De este modo, se plantea la pregunta fundamental sobre cómo nuestras leyes y moralidades colectivas pueden evolucionar para acompañar el innegable avance de la medicina y la autonomía personal. ¿No sería acaso un acto de amor permitir que aquellos que sufren indescriptiblemente puedan elegir terminar su sufrimiento de manera digna? La capacidad de decidir sobre el propio final, lejos de ser un rechazo a la vida, es un reconocimiento de su sacralidad y del derecho inalienable a vivir y morir con dignidad.

La reestructuración de los sistemas legales y de salud para garantizar que la elección de morir con dignidad sea segura, debe ponderar la decisión informada y libre de cualquier forma de coerción o abuso. Es esencial desarrollar protocolos rigurosos que resguarden los derechos de los más vulnerables, al tiempo que se respetan las decisiones autónomas de quienes desean poner fin a su dolor.

Cada historia de final de vida, cada legislación que se reforma y cada debate que se abre, reflejan un aspecto fundamental de nuestra existencia: el derecho a decidir nuestro destino. En la búsqueda de un equilibrio entre la compasión y la ley, ¿podremos algún día ver el derecho a morir no como una derrota ante la vida; sino como un acto de afirmación a la dignidad humana en su máxima expresión?

*Profesor de Derecho Civil y Derecho Familiar de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México

“La muerte no venció, porque todo lo que muere, es porque alguna vez nació”.

-René Pérez Joglar

El postrer aliento en la vastedad del ser, evoca la necesaria libertad humana. El derecho a determinar el cierre de la propia existencia con gracia y autonomía. Es un acto de un profundo ejercicio de soberanía personal, en el que el individuo, enfrentando una enfermedad terminal o el implacable deterioro del cuerpo, opta por un final que refleje sus valores, su dignidad y su concepción del alivio. Unido con la compasión y el respeto por la integridad, se desafían antiguas normativas que a menudo prolongan la agonía en nombre de la vida, y reclama, en cambio, una consideración que honre la decisión consciente y considerada de la persona para despedirse en sus propios términos.

Las recientes partidas de José Armando Guzmán y Ana Estrada Ugarte en Perú, no son epílogos de vidas dolientes; sino potentes narrativas que esclarecen la evolución de este diálogo contemporáneo, un reflejo del intrincado examen ético y jurídico que nuestras sociedades enfrentan.

José Armando, un adolescente de 14 años, cedió ante el ocaso el 23 de abril en Xalapa, Veracruz. La elección de interrumpir las quimioterapias para su leucemia linfoblástica, tomada con el consenso y apoyo de su familia, resalta un creciente reconocimiento hacia el valor de la calidad de vida, sobre la extensión de la misma, en las penumbras de enfermedades incurables.

En contraste, la lucha de Ana Estrada Ugarte en Perú por su derecho a decidir el final de su vida significó la inspiración para un cambi. Afectada por una polimiositis debilitante, se enfrentó a la rigidez de la ley y a la incomprensión social, culminando en una victoria legal que le permitió partir bajo sus propios términos este 21 de abril, y estableció un precedente crucial que podría guiar futuras batallas similares en Latinoamérica y en el mundo.

Estos relatos son testimonios de la dualidad entre el progreso médico y las realidades sociales y legales. La habilidad para mitigar el sufrimiento físico nunca ha sido tan avanzada; y sin embargo, persisten las interrogantes sobre cuándo y cómo deberíamos permitir a los individuos concluir su agonía. Instamos que cada uno de estos eventos deberían actuar como un catalizador para profundizar el diálogo entre médicos, legisladores, pacientes y la sociedad. La desmitificación de la muerte asistida mediante la educación y la sensibilización es imperativa para eliminar los prejuicios que aún nublan este tema en diversas culturas.

Ante la controversia que envuelve estas prácticas, estos ejemplos subrayan una necesidad imperiosa de abordar con sabiduría y empatía. Debemos asegurar que cada uno pueda tejer el cierre de su propia existencia con serenidad, garantizando que el final de cada vida sea tan respetado como su comienzo. De este modo, se plantea la pregunta fundamental sobre cómo nuestras leyes y moralidades colectivas pueden evolucionar para acompañar el innegable avance de la medicina y la autonomía personal. ¿No sería acaso un acto de amor permitir que aquellos que sufren indescriptiblemente puedan elegir terminar su sufrimiento de manera digna? La capacidad de decidir sobre el propio final, lejos de ser un rechazo a la vida, es un reconocimiento de su sacralidad y del derecho inalienable a vivir y morir con dignidad.

La reestructuración de los sistemas legales y de salud para garantizar que la elección de morir con dignidad sea segura, debe ponderar la decisión informada y libre de cualquier forma de coerción o abuso. Es esencial desarrollar protocolos rigurosos que resguarden los derechos de los más vulnerables, al tiempo que se respetan las decisiones autónomas de quienes desean poner fin a su dolor.

Cada historia de final de vida, cada legislación que se reforma y cada debate que se abre, reflejan un aspecto fundamental de nuestra existencia: el derecho a decidir nuestro destino. En la búsqueda de un equilibrio entre la compasión y la ley, ¿podremos algún día ver el derecho a morir no como una derrota ante la vida; sino como un acto de afirmación a la dignidad humana en su máxima expresión?

*Profesor de Derecho Civil y Derecho Familiar de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México