/ miércoles 15 de mayo de 2024

Mujeres en la política: Un objetivo de los próximos ¿130 años?

Por Andrea Navarro de la Rosa

En todo el mundo, ser mujer, especialmente en la política, no es fácil. De acuerdo con el último reporte de ONU Mujeres, la cuota de género, entre otras medidas para aumentar la participación de las mujeres en la política y principales sectores económicos, han contribuido al avance de las naciones con miras a alcanzar el ODS de paridad e igualdad de género al año 2030.

Y sí que ha aumentado la participación de las mujeres (apenas en 22.8% ¡qué gran logro!), aunque “irónicamente” solo es tangible en los cinco espacios más ocupados políticamente por las mujeres debido a sus objetivos y causas (o, mejor dicho, por los estereotipos de género que estos cargos implican), en las cuales figuran como Ministras de: Mujer e igualdad de género, Familia e infancia, Inclusión social y desarrollo, Protección social y seguridad social, así como en Asuntos indígenas y minorías.

Sumado a esto, al día de hoy en nada más y nada menos que 13 naciones las mujeres ocupan el +50% de los cargos de alto mando en el ejecutivo que dirigen las distintas áreas políticas; mientras que sólo 26 países
en todo el mundo son gobernados por Jefas de Estado o de Gobierno, entre los que destacan las Presidentas, Primeras ministras y Vicepresidentas de:

Estados Unidos - Kamala Harris, Honduras - Xiomara Castro, Barbados - Mia Mottley, Trinidad y Tobago - Christine Kangaloo, Perú - Dina Boluarte, Samoa - Saomi Mata’afa, Taiwan - Tsai Ing-Wen, Bangladesh - Sheikh Hasina, India - Draupadi Murmu, Suazilandia - Reina Ntombi, Etiopía - Sahlework Zewde, Uganda - Robina Nabbanja, Namibia - Saara Kuugongelwa, Togo - Victoire Tomegah, Guinea Ecuatorial - Manuela Roka, Tanzania - Samia Suluhu, Moldavia - Maia Sandu, Georgia - Salomé Zurabishvili, Kosovo - Vjosa Osmani, Serbia - Ana Brnavic´, Bosnia y Herzegovina - Borjana Cristo, Eslovaquia - Zuzana Caputova, Lituania - Ingrida Simonyte, Letonia - Evika Silina, Estonia - Kaja Kallas, Grecia - Katerina Sakellaropoulou, Italia - Giorgia Meloni, Dinamarca - Mette Frederiksen, e Islandia - Katrín Jakobsdottir.

Aunque es evidente la necesidad de dar visibilidad a sus nombres y naciones donde lograron cambiar la balanza del liderazgo político tradicional, es claro que ante un escenario donde aún es necesario aumentar la representatividad de las mujeres en altos mandos, se entienda la advertencia de Naciones Unidas que, al paso que vamos, solo lograremos la paridad de género en los espacios de mayor toma de decisiones en 130 años.

Pero, si bien la cuota de género nos muestra que -ya sea por obligación o necedad- se debe avanzar con el liderazgo de las mujeres en todos los sectores, ¿realmente basta para garantizar la paridad sin traer de vuelta viejas conductas y patrones tóxicos que merman los nuevos liderazgos construidos por las mujeres?

Sin duda alguna, asegurar un liderazgo femenino a través de cargos como jefas de gobierno o Estado, especialmente en países con regímenes presidencialistas, implica un gran salto para sus sociedades en la manera en que se relacionan con todas las mujeres dentro y fuera de sus territorios. Es decir, ver a una mujer al frente de un país, aún en tiempos críticos, reconfigura totalmente el comportamiento de quienes se encuentran a la cabeza de sus gabinetes (en su mayoría hombres), así como del sector privado donde son las negociadoras y gerentes generales quienes llegan a transformar positivamente (en su mayoría) la manera de relacionarse con el gobierno y sociedad civil para amplificar su potencial y resolver problemáticas en común.

Solo basta revisar la opinión pública y los resultados de anteriores presidentas como Michelle Bachelet (Chile), o de primeras ministras como Ángela Merkel (Alemania) y Jacinta Arden (Nueva Zelanda), e incluso de Tsai Ing-wen (Taiwán), durante la mayor crisis sanitaria de este siglo. Hoy en día, no hay medio que no haya reportado y aplaudido el gran manejo tanto de recursos públicos como de soft skills (en el discurso y en los hechos) con todos los sectores implicados durante y al término de la pandemia por COVID-19.

No obstante, como en toda la historia, lamentablemente no se puede decir lo mismo de líderes más conservadoras y tradicionales como la “Dama de Hierro” Margaret Thatcher en Reino Unido, o de la máxima representante del movimiento de izquierda en Brasil, Dilma Rousseff; a quienes durante toda su gestión se les señaló, juzgó y, llegado el momento, se les destituyó por sumergir a su población en grandes olas de violencia, pobreza, enfermedad, corrupción, inseguridad e impacto ambiental, a pesar de tener una visión “más progresista” que la que tuvieron sus predecesores.

Vale la pena mencionar que la mayoría de especialistas también nos han advertido el difícil camino de las mujeres para superar los estereotipos de género, el acoso y la violencia física y psicológica (como los macro y micromachismos), etc. en todo su desarrollo personal y profesional; y que el hecho de aumentar la participación de las mujeres en la política también las hace más susceptibles a tener que confrontar una situación más: el alto escrutinio de la opinión pública antes, durante y al finalizar su gestión.

Pero independientemente de que hoy en día se hable de “violencia política por razón de género” o de una mayor exigencia pública para las mujeres en la política sin importar si son madres o simplemente profesionales de excelencia, casadas o no, la situación real es que mucho depende de la madurez y educación de sus sociedades para que a una mujer en la política se le juzgue por su visión, trabajo y resultados, más allá de por su condición personal o física.

Entonces, ¿estamos o no preparados para tener mayor participación de mujeres en la política? La respuesta siempre será SÍ, pues no hay mejor momento para que como humanidad nos comprometamos en avanzar hacia la igualdad entre hombres y mujeres como lo es AHORA. Aún más teniendo un compromiso con los Objetivos de Desarrollo Sostenible firmados por la mayoría de las naciones que creen en el cambio.

Próximamente, México (donde por primera vez en la historia contienden a la Presidencia dos mujeres con carreras en STEM) será añadido como el número 27 en la lista de naciones con jefas de Estado y de Gobierno, a pesar de ser actualmente el país más peligroso para ser mujer en Latinoamérica. Esperemos que el cambio de liderazgo en una nación tradicionalmente machista pueda dar luz a la siguiente generación que permitirá mayor representación de las mujeres en la política, así como en todos los espacios, en menos de los próximos 130 años.

ANDREA NAVARRO DE LA ROSA es Maestra en Marketing Digital y Comercio Electrónico. Licenciada en Relaciones Internacionales por la UNAM-FES Aragón. Actualmente es asociada del Programa de Jóvenes del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales (PJ COMEXI) y miembro de la Fundación española Ciencias de la Documentación FD–Mujeres Líderes de las Américas. Sígala en Twitter como @andie_nr

Por Andrea Navarro de la Rosa

En todo el mundo, ser mujer, especialmente en la política, no es fácil. De acuerdo con el último reporte de ONU Mujeres, la cuota de género, entre otras medidas para aumentar la participación de las mujeres en la política y principales sectores económicos, han contribuido al avance de las naciones con miras a alcanzar el ODS de paridad e igualdad de género al año 2030.

Y sí que ha aumentado la participación de las mujeres (apenas en 22.8% ¡qué gran logro!), aunque “irónicamente” solo es tangible en los cinco espacios más ocupados políticamente por las mujeres debido a sus objetivos y causas (o, mejor dicho, por los estereotipos de género que estos cargos implican), en las cuales figuran como Ministras de: Mujer e igualdad de género, Familia e infancia, Inclusión social y desarrollo, Protección social y seguridad social, así como en Asuntos indígenas y minorías.

Sumado a esto, al día de hoy en nada más y nada menos que 13 naciones las mujeres ocupan el +50% de los cargos de alto mando en el ejecutivo que dirigen las distintas áreas políticas; mientras que sólo 26 países
en todo el mundo son gobernados por Jefas de Estado o de Gobierno, entre los que destacan las Presidentas, Primeras ministras y Vicepresidentas de:

Estados Unidos - Kamala Harris, Honduras - Xiomara Castro, Barbados - Mia Mottley, Trinidad y Tobago - Christine Kangaloo, Perú - Dina Boluarte, Samoa - Saomi Mata’afa, Taiwan - Tsai Ing-Wen, Bangladesh - Sheikh Hasina, India - Draupadi Murmu, Suazilandia - Reina Ntombi, Etiopía - Sahlework Zewde, Uganda - Robina Nabbanja, Namibia - Saara Kuugongelwa, Togo - Victoire Tomegah, Guinea Ecuatorial - Manuela Roka, Tanzania - Samia Suluhu, Moldavia - Maia Sandu, Georgia - Salomé Zurabishvili, Kosovo - Vjosa Osmani, Serbia - Ana Brnavic´, Bosnia y Herzegovina - Borjana Cristo, Eslovaquia - Zuzana Caputova, Lituania - Ingrida Simonyte, Letonia - Evika Silina, Estonia - Kaja Kallas, Grecia - Katerina Sakellaropoulou, Italia - Giorgia Meloni, Dinamarca - Mette Frederiksen, e Islandia - Katrín Jakobsdottir.

Aunque es evidente la necesidad de dar visibilidad a sus nombres y naciones donde lograron cambiar la balanza del liderazgo político tradicional, es claro que ante un escenario donde aún es necesario aumentar la representatividad de las mujeres en altos mandos, se entienda la advertencia de Naciones Unidas que, al paso que vamos, solo lograremos la paridad de género en los espacios de mayor toma de decisiones en 130 años.

Pero, si bien la cuota de género nos muestra que -ya sea por obligación o necedad- se debe avanzar con el liderazgo de las mujeres en todos los sectores, ¿realmente basta para garantizar la paridad sin traer de vuelta viejas conductas y patrones tóxicos que merman los nuevos liderazgos construidos por las mujeres?

Sin duda alguna, asegurar un liderazgo femenino a través de cargos como jefas de gobierno o Estado, especialmente en países con regímenes presidencialistas, implica un gran salto para sus sociedades en la manera en que se relacionan con todas las mujeres dentro y fuera de sus territorios. Es decir, ver a una mujer al frente de un país, aún en tiempos críticos, reconfigura totalmente el comportamiento de quienes se encuentran a la cabeza de sus gabinetes (en su mayoría hombres), así como del sector privado donde son las negociadoras y gerentes generales quienes llegan a transformar positivamente (en su mayoría) la manera de relacionarse con el gobierno y sociedad civil para amplificar su potencial y resolver problemáticas en común.

Solo basta revisar la opinión pública y los resultados de anteriores presidentas como Michelle Bachelet (Chile), o de primeras ministras como Ángela Merkel (Alemania) y Jacinta Arden (Nueva Zelanda), e incluso de Tsai Ing-wen (Taiwán), durante la mayor crisis sanitaria de este siglo. Hoy en día, no hay medio que no haya reportado y aplaudido el gran manejo tanto de recursos públicos como de soft skills (en el discurso y en los hechos) con todos los sectores implicados durante y al término de la pandemia por COVID-19.

No obstante, como en toda la historia, lamentablemente no se puede decir lo mismo de líderes más conservadoras y tradicionales como la “Dama de Hierro” Margaret Thatcher en Reino Unido, o de la máxima representante del movimiento de izquierda en Brasil, Dilma Rousseff; a quienes durante toda su gestión se les señaló, juzgó y, llegado el momento, se les destituyó por sumergir a su población en grandes olas de violencia, pobreza, enfermedad, corrupción, inseguridad e impacto ambiental, a pesar de tener una visión “más progresista” que la que tuvieron sus predecesores.

Vale la pena mencionar que la mayoría de especialistas también nos han advertido el difícil camino de las mujeres para superar los estereotipos de género, el acoso y la violencia física y psicológica (como los macro y micromachismos), etc. en todo su desarrollo personal y profesional; y que el hecho de aumentar la participación de las mujeres en la política también las hace más susceptibles a tener que confrontar una situación más: el alto escrutinio de la opinión pública antes, durante y al finalizar su gestión.

Pero independientemente de que hoy en día se hable de “violencia política por razón de género” o de una mayor exigencia pública para las mujeres en la política sin importar si son madres o simplemente profesionales de excelencia, casadas o no, la situación real es que mucho depende de la madurez y educación de sus sociedades para que a una mujer en la política se le juzgue por su visión, trabajo y resultados, más allá de por su condición personal o física.

Entonces, ¿estamos o no preparados para tener mayor participación de mujeres en la política? La respuesta siempre será SÍ, pues no hay mejor momento para que como humanidad nos comprometamos en avanzar hacia la igualdad entre hombres y mujeres como lo es AHORA. Aún más teniendo un compromiso con los Objetivos de Desarrollo Sostenible firmados por la mayoría de las naciones que creen en el cambio.

Próximamente, México (donde por primera vez en la historia contienden a la Presidencia dos mujeres con carreras en STEM) será añadido como el número 27 en la lista de naciones con jefas de Estado y de Gobierno, a pesar de ser actualmente el país más peligroso para ser mujer en Latinoamérica. Esperemos que el cambio de liderazgo en una nación tradicionalmente machista pueda dar luz a la siguiente generación que permitirá mayor representación de las mujeres en la política, así como en todos los espacios, en menos de los próximos 130 años.

ANDREA NAVARRO DE LA ROSA es Maestra en Marketing Digital y Comercio Electrónico. Licenciada en Relaciones Internacionales por la UNAM-FES Aragón. Actualmente es asociada del Programa de Jóvenes del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales (PJ COMEXI) y miembro de la Fundación española Ciencias de la Documentación FD–Mujeres Líderes de las Américas. Sígala en Twitter como @andie_nr