/ martes 3 de diciembre de 2019

Territorio II

Mirar hacia adentro

Como les comentaba la columna pasada, la correlación entre el territorio, las sociedades que lo habitan y la cultura popular que producen y reproducen, está asociada al desarrollo de cada uno de ellos; la actual dislocación de este entramado propicia la desafortunada circunstancia en la que nos hallamos tanto en Morelos como en el país entero.

La violencia, la depredación de la naturaleza y la inviabilidad de varias expresiones populares, se nutren de esta dislocación. En la primera columna publicada por mí en este diario, escribí sobre la certeza científica, a través del trabajo de la Dra. Cristina Amezcua, sobre cómo la cultura popular ayuda a fortalecer el tejido social, sobre esto es sobre lo que quiero abundar: A menudo se ve a la descomposición del tejido social cómo una de las principales causas de la violencia social actual, lo cual es un razonamiento adecuado pero que carece de cierta profundidad. Esta descomposición se da también porque los elementos para que esa cohesión exista, se dislocan. La sociedad se cohesiona en torno a rasgos compartidos, como los que proporciona la cultura popular, pero si esta es vista como algo negativo porque no se corresponde a lo que las industrias culturales exhiben como lo deseable, se le deja de voltear a ver, de vivir y de disfrutar. Y al no tenerla, a la cultura popular, como un elemento cohesionador, las sociedades se desarticulan y su identidad se reblandece.

Por otro lado, si las sociedades se desprenden del territorio que habitan, ambos sufren. El territorio porque si esa sociedad que lo habita, en vez de percibirlo como un lugar apreciable pues sus características modelan y nutren su cultura y por ende su vida, únicamente lo ven como un espacio inerte en el cual viven y cuyo bienestar, el del territorio, no es algo que les incumba, dejan abierta la puerta para, o incluso participan en, su depredación y maltrato al grado de que desaparezca la naturaleza asentada en él y las especies animales y vegetales que allí prosperan. Las sociedades que habitan un territorio depredado rápidamente experimentan una pobreza cada vez mayor en su calidad de vida.

Así, la descomposición del tejido social que da paso a la violencia humana y la depredación de la naturaleza, en parte procede del desgaste de la correlación que hay entre territorio, sociedades que lo habitan y cultura popular que producen y reproducen. En este cierre de año en que volteamos a ver lo que hemos vivido y compartido, podemos también pensar en la forma en que nos relacionamos entre nosotros y con el lugar que habitamos y la cultura que alberga. A fin de cuentas, son nuestros para cuidar, vivir y disfrutar o para descuidar, desechar y dejar morir, la opción parecería obvia, pero por lo visto no lo es.

Como les comentaba la columna pasada, la correlación entre el territorio, las sociedades que lo habitan y la cultura popular que producen y reproducen, está asociada al desarrollo de cada uno de ellos; la actual dislocación de este entramado propicia la desafortunada circunstancia en la que nos hallamos tanto en Morelos como en el país entero.

La violencia, la depredación de la naturaleza y la inviabilidad de varias expresiones populares, se nutren de esta dislocación. En la primera columna publicada por mí en este diario, escribí sobre la certeza científica, a través del trabajo de la Dra. Cristina Amezcua, sobre cómo la cultura popular ayuda a fortalecer el tejido social, sobre esto es sobre lo que quiero abundar: A menudo se ve a la descomposición del tejido social cómo una de las principales causas de la violencia social actual, lo cual es un razonamiento adecuado pero que carece de cierta profundidad. Esta descomposición se da también porque los elementos para que esa cohesión exista, se dislocan. La sociedad se cohesiona en torno a rasgos compartidos, como los que proporciona la cultura popular, pero si esta es vista como algo negativo porque no se corresponde a lo que las industrias culturales exhiben como lo deseable, se le deja de voltear a ver, de vivir y de disfrutar. Y al no tenerla, a la cultura popular, como un elemento cohesionador, las sociedades se desarticulan y su identidad se reblandece.

Por otro lado, si las sociedades se desprenden del territorio que habitan, ambos sufren. El territorio porque si esa sociedad que lo habita, en vez de percibirlo como un lugar apreciable pues sus características modelan y nutren su cultura y por ende su vida, únicamente lo ven como un espacio inerte en el cual viven y cuyo bienestar, el del territorio, no es algo que les incumba, dejan abierta la puerta para, o incluso participan en, su depredación y maltrato al grado de que desaparezca la naturaleza asentada en él y las especies animales y vegetales que allí prosperan. Las sociedades que habitan un territorio depredado rápidamente experimentan una pobreza cada vez mayor en su calidad de vida.

Así, la descomposición del tejido social que da paso a la violencia humana y la depredación de la naturaleza, en parte procede del desgaste de la correlación que hay entre territorio, sociedades que lo habitan y cultura popular que producen y reproducen. En este cierre de año en que volteamos a ver lo que hemos vivido y compartido, podemos también pensar en la forma en que nos relacionamos entre nosotros y con el lugar que habitamos y la cultura que alberga. A fin de cuentas, son nuestros para cuidar, vivir y disfrutar o para descuidar, desechar y dejar morir, la opción parecería obvia, pero por lo visto no lo es.

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