Lo que hace un año celebrábamos como un acto de amor -un beso en la mejilla o un abrazo de despedida-, este año se ha convertido en un acto de egoísmo y crimen. Ahí radica la fragilidad y lo cambiante de la vida.
Estamos a pocos días de terminar el año, un año caótico y agotador, que ha dejado miles de muertes ocasionadas por un virus del cual nunca dimensionamos su alcance y magnitud.
La pandemia por COVID-19 articuló nuestros desajustes y deficiencias. Deficiencias en nuestra forma de vivir en sociedad, deficiencias en el sector económico, deficiencias en el sector salud y deficiencias en la gobernabilidad, y que diez meses después se han traducido en más de 120 mil muertes y más de un millón de contagios, sin embargo, hasta la fecha es imposible dimensionar de forma precisa el costo humano en nuestro país.
El impacto de la pandemia nunca fue igual para todos, hasta el día de hoy no lo es. Nos ha tocado enfrentar nueve meses de confinamiento, viviendo realidades muy lejos de ser iguales. Para algunos la cuarentena fue un privilegio, para otros tantos, nunca lo fue.
El 23 de diciembre, México se convirtió en el primer país de América Latina y uno de los diez primeros en el mundo en recibir la vacuna contra el COVID-19. Fueron 33 mil millones de pesos invertidos en la vacuna contra el SARS-Cov-2, sumado a los 1,300 millones de pesos para su aplicación. Sin embargo, contar con una estrategia certera para distribuir y aplicar la vacuna, hoy es el reto imperioso del gobierno mexicano.
En Morelos, no avanzamos. Hoy, el semáforo rojo ha sucumbido el ánimo y la esperanza ya no está en nosotros –a decir verdad, nunca lo estuvo-, quienes se supone debíamos quedarnos en casa. Egoístamente e insensiblemente hemos dejado solos en la lucha contra el virus a las y los de bata blanca y uniforme azul. Aquellos, quienes sabiéndose y reconociéndose vulnerables, continúan luchando incansablemente para mantener a flote una situación plagada de irresponsabilidad, egoísmo y caso omiso a las medidas sanitarias. Este año, el único agradecimiento que merece ser escrito en todos los medios es a ellas y ellos, a nuestros salvadores de vidas. Nosotros hemos quedado a deber. Hemos fallado.
Pero aún tengo la esperanza de que este año nos haya servido a todas y todos para comprender y dimensionar la fragilidad del mundo y la vida misma. Ojalá esta pandemia sea el punto de inflexión para construir un mejor país, uno que ya se vio evidenciado con sus tantas fallas y debilidades estructurales para hacer frente a una crisis.
Que el egoísmo, el privilegio y la ignorancia no nos sigan nublando la empatía. En estas fechas sigamos cuidándonos. El virus sigue con nosotros y los otros tantos virus que adolecen a este país por igual.
Yo no lo sé de cierto, pero tengo la esperanza de que el siguiente año será mejor. Quiero ser optimista.
Nos leemos el otro año. Les deseo lo mejor.