/ viernes 2 de febrero de 2024

[Extranjeros en Morelos] Anenecuilco, un paradigma de la crisis que sufrían otros pueblos

En las siguientes líneas leemos fragmentos de la biografía Zapata y la Revolución Mexicana, del historiador estadounidense John Womack, que describe al pueblo de Anenecuilco, en Ayala

Primera parte. Del historiador estadunidense John Womack destaca la ya clásica biografía Zapata y la Revolución Mexicana, de 1967. Allí leemos:


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“Situada a unos cuantos kilómetros al sur de Cuautla, en el rico Plan de Amilpas del estado de Morelos, con sus casas de adobe y sus chozas de palma dispersas bajo el sol, en las laderas achaparradas que descuellan sobre el río Ayala, Anenecuilco era, en 1909, una aldea tranquila, entris­tecida, de menos de 400 habitantes. Era un pueblo que estaba al borde del colapso, y su crisis era tanto la consecuencia de una historia particular, que tenía 700 años de antigüedad, como el resultado de luchas específicas. Pero era también, destacándose entre los detalles singulares, un paradigma de la crisis que sufrían muchos otros pueblos de Morelos y de toda la República”.

“Según las normas del campo, los campesinos sabían que Emiliano Zapata no era pobre: los Zapata vivían en una sólida casa de adobe y tierra, y no en una choza. Ni él, ni su hermano mayor Eufemio, habían trabajado nunca como jornaleros en las haciendas, y ambos habían heredado un poco de tierra y algo de ganado al morir sus padres. Eufemio había vendido su patrimonio para hacerse de un capital con el cual dedicarse a los negocios en el estado de Veracruz, y se había dedicado a buhonero, revendedor, comerciante, y a quién sabe cuántas cosas más. Pero Emiliano se había quedado en la región de Anenecuilco. Trabajaba su tierra, era aparcero de unas cuantas hectáreas más de una hacienda local, y en las temporadas en las que aflojaba el trabajo llevaba una recua de mulas por los poblados del sur situados a lo largo del río Cuautla. También compraba y vendía caballos, aunque no en grande. Por falta de tierras, la familia Zapata había comenzado desde hacía años a tratar en ganado, y Emiliano había aprendido desde joven el oficio. También había aprendido a sentir el orgullo que los caballos despiertan en los hombres, y cuando ganaba algo de dinero lo empleaba en ello; se compraba uno nuevo, le ponía una silla de fantasía a su caballo favorito, se compraba botas y espuelas de calidad, para poder cabalgar orgullosamente en los lomos brillantes del caballo que más quería”.

LEE: Plan de Anenecuilco será firmado por descendientes de Zapata


“La reputación de conocedor de caballos le dio buenos resultados, pues los dueños de haciendas del centro y del este de Morelos, y del oeste de Puebla, y aun de la ciudad de México decían que era el mejor domador de caballos y se peleaban sus servicios. Pero nunca lo conquistaron con sus elogios y advirtieron siempre en él una independencia laboriosa. Los de Anenecuilco se acordaban de una historia de su niñez, según la cual, siendo niño, había visto a su padre llorar de rabia por causa de la usurpación que la hacienda local había hecho de un huerto que pertenecía al pueblo, y había prometido que su padre recuperaría la tierra"

"Si ocurrió el incidente, debió tener entonces nueve años, y era el noveno de diez hijos, sólo cuatro de los cuales vivieron hasta alcanzar la edad adulta. Si la historia es apócrifa, la determinación de que se habla en ella sí se podía ver en su mirada; y a veces, aunque era duro como la piedra y nadie se atrevía a gastarse bromas con él, parecía estar a punto de derramar lágrimas. Hombre tranquilo, bebía menos que la mayoría de los demás varones del pueblo, y se agitaba también menos que ellos cuando lo hacía. En cierta ocasión, durante varias semanas, se encargó de los lujosos establos que en la ciudad de México tenía un dueño de ingenios azucareros de Morelos. Era una buena oportunidad para comenzar a progresar social y económicamente, para ir haciendo su lucha y terminar siendo dueño de sus propios establos y tal vez, inclusive, de un ranchito”.

Continuará...

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Primera parte. Del historiador estadunidense John Womack destaca la ya clásica biografía Zapata y la Revolución Mexicana, de 1967. Allí leemos:


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“Situada a unos cuantos kilómetros al sur de Cuautla, en el rico Plan de Amilpas del estado de Morelos, con sus casas de adobe y sus chozas de palma dispersas bajo el sol, en las laderas achaparradas que descuellan sobre el río Ayala, Anenecuilco era, en 1909, una aldea tranquila, entris­tecida, de menos de 400 habitantes. Era un pueblo que estaba al borde del colapso, y su crisis era tanto la consecuencia de una historia particular, que tenía 700 años de antigüedad, como el resultado de luchas específicas. Pero era también, destacándose entre los detalles singulares, un paradigma de la crisis que sufrían muchos otros pueblos de Morelos y de toda la República”.

“Según las normas del campo, los campesinos sabían que Emiliano Zapata no era pobre: los Zapata vivían en una sólida casa de adobe y tierra, y no en una choza. Ni él, ni su hermano mayor Eufemio, habían trabajado nunca como jornaleros en las haciendas, y ambos habían heredado un poco de tierra y algo de ganado al morir sus padres. Eufemio había vendido su patrimonio para hacerse de un capital con el cual dedicarse a los negocios en el estado de Veracruz, y se había dedicado a buhonero, revendedor, comerciante, y a quién sabe cuántas cosas más. Pero Emiliano se había quedado en la región de Anenecuilco. Trabajaba su tierra, era aparcero de unas cuantas hectáreas más de una hacienda local, y en las temporadas en las que aflojaba el trabajo llevaba una recua de mulas por los poblados del sur situados a lo largo del río Cuautla. También compraba y vendía caballos, aunque no en grande. Por falta de tierras, la familia Zapata había comenzado desde hacía años a tratar en ganado, y Emiliano había aprendido desde joven el oficio. También había aprendido a sentir el orgullo que los caballos despiertan en los hombres, y cuando ganaba algo de dinero lo empleaba en ello; se compraba uno nuevo, le ponía una silla de fantasía a su caballo favorito, se compraba botas y espuelas de calidad, para poder cabalgar orgullosamente en los lomos brillantes del caballo que más quería”.

LEE: Plan de Anenecuilco será firmado por descendientes de Zapata


“La reputación de conocedor de caballos le dio buenos resultados, pues los dueños de haciendas del centro y del este de Morelos, y del oeste de Puebla, y aun de la ciudad de México decían que era el mejor domador de caballos y se peleaban sus servicios. Pero nunca lo conquistaron con sus elogios y advirtieron siempre en él una independencia laboriosa. Los de Anenecuilco se acordaban de una historia de su niñez, según la cual, siendo niño, había visto a su padre llorar de rabia por causa de la usurpación que la hacienda local había hecho de un huerto que pertenecía al pueblo, y había prometido que su padre recuperaría la tierra"

"Si ocurrió el incidente, debió tener entonces nueve años, y era el noveno de diez hijos, sólo cuatro de los cuales vivieron hasta alcanzar la edad adulta. Si la historia es apócrifa, la determinación de que se habla en ella sí se podía ver en su mirada; y a veces, aunque era duro como la piedra y nadie se atrevía a gastarse bromas con él, parecía estar a punto de derramar lágrimas. Hombre tranquilo, bebía menos que la mayoría de los demás varones del pueblo, y se agitaba también menos que ellos cuando lo hacía. En cierta ocasión, durante varias semanas, se encargó de los lujosos establos que en la ciudad de México tenía un dueño de ingenios azucareros de Morelos. Era una buena oportunidad para comenzar a progresar social y económicamente, para ir haciendo su lucha y terminar siendo dueño de sus propios establos y tal vez, inclusive, de un ranchito”.

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