/ sábado 5 de febrero de 2022

[Extranjeros en Morelos] Barba Jacob: del odio al amor por Zapata

El periodista colombiano trabajó en México durante la Revolución, en la que lo mismo fue crítico acérrimo que defensor póstumo de la figura del Caudillo del Sur

El periodista y poeta colombiano Miguel Ángel Osorio Benítez (1883-1942) utilizó numerosos seudónimos a lo largo de su carrera, y el más famoso y el último fue Porfirio Barba Jacob. “Su vida fue un continuo y desgarrado peregrinaje por diversos países de América”: en efecto, vivió en nueve naciones del Caribe y de Centro, Sud y Norteamérica. Colaboró en numerosos periódicos y revistas mexicanos desde 1913 hasta 1941 y su pluma igual tocaba asuntos políticos que insólitas noticias de canibalismo o brujería.

En 1908, a los 24 años, llegó exilado a nuestro país. Preso medio año por difamación, salió de México en 1915 y regresó en 1918. Debió de nuevo salir en 1922 para volver “diez años después, aquejado de tuberculosis y sífilis y agotado por la pobreza […] Fuma marihuana por las calles, se declara públicamente homosexual […], se hunde en una amargura indetenible provocada por el terrible fracaso de su vida.” En la ruina e ignorado, muere en la ciudad de México, en el hotel en que vivía.

Los giros de punto de vista en el colombiano podían ser de ciento ochenta grados y, así, cuesta trabajo conciliar las dos posiciones increíblemente polarizadas de Barba acerca de Emiliano Zapata. En 1913 escribía:

“Las hordas de Emiliano Zapata han arrojado cien vidas al fondo de una barranca para darse el placer felino de aspirar el vapor de la sangre, y entregarse, airadas y sañudas, a la satisfacción bestial de las torturas dantescas.”

“La hoja volante, estremecida de horror, refiere el tremendo episodio, y pide a voces el exterminio de estas fieras humanas que desquebrajan y achicharran hombres, que violan y asesinan mujeres, que azotan y remuelen cráneos de niños y que dejan en el suelo, para remembranza de la orgía macabra, charcos de púrpura, miembros rotos y negruras y pavesas de incendio.”

“¿Quién es Zapata? Para los intelectos trufados de quimeras socialistas, Zapata es la encarnación del grito de venganza y guerra de los oprimidos, es la protesta iracunda contra la vejación agraria, es el brazo armado de todas las miserias y de todos los dolores que se retuercen en el fondo oscuro de la gleba. Los que creen que Zapata es un redentor de esclavos y le atribuyen la misión y los lineamientos del escapado de Capua, opinan que el Estado debe despojar a los propietarios de las fincas de Morelos para repartirlas entre las falanges de Zapata. Esto no tiene más que una explicación: el miedo a las rojas cóleras del zapatismo, miedo que se oculta bajo la forma del humanitarismo más torpe y más digno de desdén.”

“Para nosotros, Zapata es un industrial del crimen. Y cubierto con el plan de Ayala, nos produce el mismo efecto que un logrero enredado en la camisa de once varas de la filantropía.”

“Esperar que Zapata entre dulcemente a la civilización, sería tan absurdo como esperar una caricia de la garra de un tigre.”

Sorpréndase ahora el lector con estos párrafos del mismo periodista, en 1921:

“Emiliano Zapata fue inmune al esplendor palaciego, nunca despertó su ambición el viejo Palacio de los Virreyes, ni tuvo pretensiones de héroe de leyenda, ni de necesario conductor de pueblos, ni de labrar fortunas con la punta de su espada, habiendo sido el eterno ideal de su vida de luchador incansable, el repartimiento justiciero de la tierra.”

“Era un caudillo de conciencia honrada y su causa, tirios y troyanos la reconocen después de su muerte, no fue la de la ambición, sino la del bienestar popular.”

“Zapata muerto, ha sido ya justificado ante la conciencia nacional como un mexicano patriota y sincero que consagró su valor, su entusiasmo y su gran voluntad, en defensa de una causa que merecerá la sanción de la historia.”

Aquí vemos la victoria de la figura de Zapata frente a la pluma arrebatada de un periodista. ¿Oportunismo o sincero cambio de opinión?


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El periodista y poeta colombiano Miguel Ángel Osorio Benítez (1883-1942) utilizó numerosos seudónimos a lo largo de su carrera, y el más famoso y el último fue Porfirio Barba Jacob. “Su vida fue un continuo y desgarrado peregrinaje por diversos países de América”: en efecto, vivió en nueve naciones del Caribe y de Centro, Sud y Norteamérica. Colaboró en numerosos periódicos y revistas mexicanos desde 1913 hasta 1941 y su pluma igual tocaba asuntos políticos que insólitas noticias de canibalismo o brujería.

En 1908, a los 24 años, llegó exilado a nuestro país. Preso medio año por difamación, salió de México en 1915 y regresó en 1918. Debió de nuevo salir en 1922 para volver “diez años después, aquejado de tuberculosis y sífilis y agotado por la pobreza […] Fuma marihuana por las calles, se declara públicamente homosexual […], se hunde en una amargura indetenible provocada por el terrible fracaso de su vida.” En la ruina e ignorado, muere en la ciudad de México, en el hotel en que vivía.

Los giros de punto de vista en el colombiano podían ser de ciento ochenta grados y, así, cuesta trabajo conciliar las dos posiciones increíblemente polarizadas de Barba acerca de Emiliano Zapata. En 1913 escribía:

“Las hordas de Emiliano Zapata han arrojado cien vidas al fondo de una barranca para darse el placer felino de aspirar el vapor de la sangre, y entregarse, airadas y sañudas, a la satisfacción bestial de las torturas dantescas.”

“La hoja volante, estremecida de horror, refiere el tremendo episodio, y pide a voces el exterminio de estas fieras humanas que desquebrajan y achicharran hombres, que violan y asesinan mujeres, que azotan y remuelen cráneos de niños y que dejan en el suelo, para remembranza de la orgía macabra, charcos de púrpura, miembros rotos y negruras y pavesas de incendio.”

“¿Quién es Zapata? Para los intelectos trufados de quimeras socialistas, Zapata es la encarnación del grito de venganza y guerra de los oprimidos, es la protesta iracunda contra la vejación agraria, es el brazo armado de todas las miserias y de todos los dolores que se retuercen en el fondo oscuro de la gleba. Los que creen que Zapata es un redentor de esclavos y le atribuyen la misión y los lineamientos del escapado de Capua, opinan que el Estado debe despojar a los propietarios de las fincas de Morelos para repartirlas entre las falanges de Zapata. Esto no tiene más que una explicación: el miedo a las rojas cóleras del zapatismo, miedo que se oculta bajo la forma del humanitarismo más torpe y más digno de desdén.”

“Para nosotros, Zapata es un industrial del crimen. Y cubierto con el plan de Ayala, nos produce el mismo efecto que un logrero enredado en la camisa de once varas de la filantropía.”

“Esperar que Zapata entre dulcemente a la civilización, sería tan absurdo como esperar una caricia de la garra de un tigre.”

Sorpréndase ahora el lector con estos párrafos del mismo periodista, en 1921:

“Emiliano Zapata fue inmune al esplendor palaciego, nunca despertó su ambición el viejo Palacio de los Virreyes, ni tuvo pretensiones de héroe de leyenda, ni de necesario conductor de pueblos, ni de labrar fortunas con la punta de su espada, habiendo sido el eterno ideal de su vida de luchador incansable, el repartimiento justiciero de la tierra.”

“Era un caudillo de conciencia honrada y su causa, tirios y troyanos la reconocen después de su muerte, no fue la de la ambición, sino la del bienestar popular.”

“Zapata muerto, ha sido ya justificado ante la conciencia nacional como un mexicano patriota y sincero que consagró su valor, su entusiasmo y su gran voluntad, en defensa de una causa que merecerá la sanción de la historia.”

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