[Extranjeros en Morelos] La dulce lengua de los antiguos morelenses

En esta ocasión José N. Iturriaga nos presenta fragmentos del Atlas de Morelos, un libro coeditado por la UAEM y la editorial Praxis, donde el profesor Carlos López expone sobre las toponimias de nuestra entidad

José N. Iturriaga | Historiador

  · viernes 26 de enero de 2024

Portada del libro Atlas Municipal del Estado de Morelos. /Cortesía | UAEM

El profesor Carlos López, oriundo de Guatemala, es autor de varios diccionarios especializados, de libros de calambures y palíndromos y de otro género.

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Algunos de sus títulos son francas invitaciones para leerlos: Pasión por el libro, El que a yerro, Helarte de la errata, Redacción en movimiento. Herramientas para el cultivo de la palabra.

López forma parte del consejo editorial en varias revistas. En 1981 fundó Editorial Praxis -que desde entonces dirige-, donde lleva editados más de 900 títulos de autores nacionales y extranjeros.

En coedición de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos y Praxis, publicó en el año 2000 el Atlas de Morelos. En él se incluye un capítulo de su autoría sobre las toponimias de nuestra entidad. He aquí algunos fragmentos:

“El estado de Morelos, al mismo tiempo que ha tenido profundas transformaciones en su estructura socioeconómica y en sus manifestaciones culturales, científicas, educativas, artísticas y literarias, entre otras, ha visto modificada su geografía lingüística desde que se impuso en la Constitución Política de la República Mexicana el español como idioma oficial”.

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“En la República Mexicana, el mexicano o náhuatl es el idioma más hablado después del español. La región morelense, como parte de Mesoamérica, estuvo dominada por la cultura azteca, imperial por ese entonces, y, como consecuencia, el idioma que se impuso fue el náhuatl. Éste es el origen de la mayor parte de las toponimias. Tocó a los primeros pobladores de estas tierras nombrar el lugar donde hicieron su vida. Aunque se han rebautizado algunas poblaciones, la casi totalidad de sitios, ejidos, comunidades, ranchos, haciendas, campos, ampliaciones, colonias, fraccionamientos, pueblos y ciudades conservan el nombre en el idioma aborigen, así como lagunas, volcanes, serranías, montes, cerros, ríos, afluentes, cascadas, grutas. Como en la mayor parte del país, la mayoría de las toponimias ha quedado a salvo de la invasión de barbarismos, lo que, por lo menos en ese nivel, ha servido para respetar la tradición de los mexicanos”.

“La lengua es una de las mayores riquezas. El ser humano no puede vivir sin hablar, sin comunicarse. En el caso de los antiguos morelenses, la lengua servía no sólo para entenderse entre ellos sino también para establecer una comunión con la naturaleza, con lo sobrenatural. El entorno, el universo era la prolongación de su ser, su interlocutor. La alianza establecida generaba metáforas, imágenes, poesía. A más de alguno deslumbra todavía la manera natural de crear figuras literarias de los nahuas. En su dulce lengua se expresaban y guardaban sabiduría, costumbres, tradiciones, reverencia, respeto; había sustancia en su lengua; en su verbo, concreción".




El siguiente párrafo erudito, no obstante su especialización y tecnicismos, es del mayor interés:

“Fueron los españoles y ladinos quienes suprimieron fonemas, inventaron sílabas tónicas (el idioma náhuatl, que tenía acentos graves, hoy tiene acentos agudos, la mayor parte de ellos, y esdrújulos) según sus reglas y fonología, y crearon voces híbridas nahuas y latinas: síncopas (Amatlipa por Amatlicpac), aféresis (Xochiapan por Axochiapan), apócopes (Toto por Tototl). Los nahuas y mestizos, y mesoamericanos en general, por su parte, hicieron elisiones (l’olla) y elisiones inversas (on’toy), aparte de que suavizaron el tono con diminutivos, para facilidad del hablante y por cambio de valores fonéticos, para expresar cariño, sentimiento, afecto, al contrario de algunos diminutivos españoles que denotan desprecio o burla”.

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