Una tarde decidí jugarle una broma a un amigo poniendo Your home is where you’re happy, preguntándole si conocía la canción o si sabía algo sobre quién la cantaba.
Él lo negó. Entonces le pedí que prestara atención a la letra. Quemar los puentes, dejar la vida atrás, la libertad ni siquiera importa, mientras tengas amor en el corazón, tu hogar es donde seas feliz. La melodía era tranquila, el significado profundo y la voz suave, casi inalterable. Después de eso no tardé en confesárselo: el cantante era un asesino. Charles Manson la había escrito, el mismo que corrompió a adolescentes para empujarlos a cometer asesinatos. Mi amigo se quedó sin palabras, apenas creyendo que le gustó la canción.
En realidad, es bastante común quedar desarmado ante situaciones que contrarían las impresiones que tenemos de las personas. A veces ni siquiera lo creemos. Así como la voz y letra de Manson nos induce a sospechar que en la suma de sus cualidades podemos encontrar una buena persona, escucharlo sin conocerlo apenas da crédito a la voz de un potencial homicida. En ocasiones no creemos que las personas son capaces de atrocidades sólo porque tienen virtudes fuera de lo común.
Tzvetan Todorov lo llama fragmentación, perteneciente a una de las formas de discontinuidad. Para el filósofo búlgaro la vida de una persona no se circunscribe en un plano absoluto de bondad o maldad, más bien la existencia de todo individuo se desenvuelve en un plano que abarca ambos sitios, incluso en ocasiones llegando a tocar los extremos. Para decirlo brevemente, no hay persona que sea enteramente bondadosa o malvada, o por lo menos es muy extraño encontrarla, puesto que siempre hay una coexistencia entre las virtudes y vicios.
Un ejemplo es la normalidad con la que se escucha que profesionistas, como médicos y abogados, cometen todo tipo de faltas, así como en círculos académicos profesores acosan a sus alumnos para mejorar calificaciones, donde lo realmente trágico es la rapidez con que se desacreditan las acusaciones debido al sentido ético, so pretexto por cualidades inherentes, de su ocupación. Como si la parte virtuosa o talentosa de una persona lograra disipar todo rastro de indecencia o gravedad, apostando más a la fe que a los actos cometidos.
La discontinuidad no promete ser la deducción final sobre la naturaleza humana, sólo nos permite reconocer cierto grado de ambigüedad dentro de las relaciones cotidianas, en una suerte de comprensión de que la maldad no proviene realmente de un monstruo o un ente fuera de lo normal, sino de una persona común y corriente, a veces en un ambiente bastante usual e insospechado.
Así que no importa realmente las veces que escuchemos las canciones de Manson, su voz no deja de ser bella y sus letras permanecerán profundas, así como sus actos siempre estarán constreñidos a su propia historia y deberán ser juzgadas por el mismo peso, siendo una tentativa de asesino. Mientras tanto, lo realmente horroroso de la fragmentación en las personas no es que son capaces de atrocidades, sino que muchas veces tienen las mejores cualidades y virtudes.