He tomado este espacio para nombrarlas, para no olvidarlas y para exigir justicia.
Pamela González, una niña de 16 años, fue asesinada en su propia casa el 09 de mayo en el Estado de México; Lorena Covarrubias, asesinada el 22 de mayo en el municipio de Ayala en Morelos; Ana, de 17 años, desapareció en octubre de 2019, siete meses después, su cuerpo fue encontrado en un terreno baldío el 3 de junio en Uruapan, Michoacán; Susy Salais, fue torturada, violada y asesinada frente a su hijo de 5 años el 06 de junio en Chihuahua; Gardenia de 26 años y su hija Dayann de 11 años, fueron calcinadas dentro de un vehículo, sus restos fueron encontrados el 12 de junio, en la comunidad de Santa María Nenetzintla, en el municipio de Acajete, Puebla; Alondra Sánchez Romero, 15 años, desapareció el 19 de junio en Tenango del Valle, Estado de México, fue hallada días después con signos de violencia física, murió el 24 de junio en un hospital; Elideth Ríos Cabrera, 29 años, golpeada y asesinada por su pareja en su propio hogar el 22 de junio en Ciudad Nezahualcóyotl, Estado de México; María Guadalupe Martínez, Rectora de la Universidad de Valladolid en Veracruz, asesinada el 29 de junio dentro de las mismas instalaciones de la universidad.
Virginia Casiano, de 89 años y Julia Martínez de 43 años, madre e hija, fueron asesinadas el 22 de junio, en Peña Campana, una localidad marginada del municipio de Huautla de Jiménez, Oaxaca; María Concepción de 17 años, junto con su bebé fueron asesinados y calcinados el 28 de junio en un cerro de San Miguel, Ejutla de Crespo en Oaxaca; Reyna, una niña de 12 años, salió a vender pan, su cuerpo fue encontrado con signos de violencia sexual el 05 de julio, en un río en Naolinco, Veracruz; Fátima Palacios, 18 años, desapareció el 2 de marzo, salió de su hogar para una entrevista de trabajo y nunca regresó, su cuerpo fue encontrado el 13 de junio en una fosa clandestina; Isabel, 35 años, desapareció el 11 de abril, su cuerpo fue encontrado dos días después con signos de violencia extrema; Itzel González, 20 años, desapareció el 14 de abril; Cassandra Ramírez, 23 años, desapareció el 6 de mayo en busca de trabajo, al igual que Fátima, fue encontrada en la misma fosa clandestina. Estas cuatro víctimas, violentadas en un solo lugar, en el municipio de Tuxtepec, Oaxaca.
Escribir sus nombres hiere, siembra rabia y miedo. Cada tecleo es un nudo en la garganta, sentir a cada minuto la proximidad de poder ser asesinada. Ellas son solo algunas de las muchas que nos han arrebatado. A ellas, las mató la otra pandemia, una a la que el Estado no le importa erradicar. Ellas son solo pocas de las que hemos conocido su muerte, pues, los datos nos siguen invisibilizando y no corresponden a una realidad violenta y misógina y, cuyos responsables, son tres: el agresor, que priva de la libertad y la vida; la sociedad, nicho de vida de la violencia contra la mujer; y el Estado, opresor, patriarcal y perpetuador de la violencia, incapaz de actuar y erradicarla, y que ya ha demostrado con sangre que nosotras no importamos.
Hoy y siempre, nuestra lucha no tiene fronteras. Defiendo y grito por mi hermana en Morelos, Puebla, Oaxaca, Michoacán, Perú, Argentina o Colombia. Próximas o distantes, somos todas y luchamos por todas, porque nosotras no soltamos.