/ lunes 26 de abril de 2021

Los olvidados de la sociedad

Las vueltas que da la vida

Mis muy queridos lectores, a punto de iniciar mi tema dándoles a conocer unos vestigios olmecas desconocidos para la mayoría de los morelenses, pasé caminando muy temprano por la mañana por una esquina cualquiera cuando vi acostado en la entrada de un inmueble,

Un bulto tapado con periódicos que al moverse resultó ser un jovencito de los llamados niños de la calle y ahí fue cuando recordé al sacerdote español Alejandro García Durán, más conocido por su sobrenombre Chinchachoma.

De la Orden de los Escolapios afincado en México, como una sanata misión se dedicó a levantar niños y jóvenes de la calle para darles cobijo, sustento y alimento. Lo conocí aquí en Cuernavaca, pasaba yo por un momento laboral muy interesante pero muy tenso por el golpeteo al que estaba siendo sometido uno de los tres gobernadores para los que yo trabajé, cuando una mañana recibo una llamada de Javier Sicilia invitándome a un retiro con el Padre Chinchachoma ese mismo día en el Monasterio Benedictino de Ahuatepec al norte de Cuernavaca. Feliz acepté.

Necesitaba yo un remanso de paz y tranquilidad. Nos fuimos ubicando en el templo y al poco entró el Padre, alto, gordo, barbudo y sin pelo en la cabeza e inició la misa, al llegar al mensaje evangélico y comenzar a hablar, así como era él, con un vozarrón salpicado de palabras altisonantes, fue llegando al corazón de todos los presentes por ese mensaje de amor, que trasmitía como un iluminado, tanto, que sin darme cuenta hagan de cuenta que me abrieron una llavecita de lágrimas en mis ojos y durante todo el mensaje fue imparable mi silencioso llanto. Les confieso que yo, creí que nadie se daría cuenta de mi emoción, pero a la salida, se me acerca Sicilia y me dice pasándome un brazo por los hombros: “¿Tuviste un encuentro espiritual verdad Lya?”.Al mismo tiempo que me daba un kleenex para limpiarme la cara. Ahí mismo supe que el sacredote daba misa los domingos en la CDMX en la terrible por lo insegura y popular colonia La Candelaria de los Patos y me propuse ir a seguir sus mensajes pero en su parroquia.

Mi hijo que estaba en casa, no nos dejó a mis hijas y a mí, ir solas y nos acompañó.Como era el único auto que llegaba, sin pedírselos, lo vigilaban para que nada le pasara.Qué les puedo contar queridos amigos: la concurrencia estaba compuesta por mariguanos, chemos (los que se drogan con cemento y pegamentos), sentados en el suelo rodeando y recargadas sus espaldas a las paredes del altar, los asientos llenos de esa misma concurrencia, junto a mí, uno de ellos sin dejar de inhalar thiner todo el tiempo, mujeres de la vida que de alegre no tiene nada, como de a peso el acostón, así lucían ¡imagínenselas! Y todos con ropa que hacía tiempo no había sido lavada a la espera cada domingo de escuchar el mensaje de amor que les trasmitía el Padre, el único mensaje amoroso en sus vidas. De lo que recuerdo, les decía: “Cristo, hijos míos, era como ustedes, también fue apedreado, perseguido, rechazado, golpeado (y un largo etcétera), por lo que les aseguro que él los ama como nadie los ha amado jamás.

Qué importa que en esta vida no tengan nada más que sufrimiento y penurias, que sus padres los hayan abusado y abandonado, si no conocen más que hambre y droga si en la otra los espera Jesús con los braos abiertos y no crean hijos de la chingada que no me he dado cuenta de que hasta el mantel del altar ya me robaron”, les decía con cariño. Jamás, amigos, he asistido a misas más espirituales y cargadas de amor al prójimo como las del P. Chinchachoma frente a toda esa “escoria” de la sociedad. Qué afortunada soy de haberlo escuchado allí, en su ambiente. Gracias Javier. Cuando terminó tan preciosa misa, pasó mi hijo a confesarse con él a la sacristía, el padre sacó a los jóvenes para poder hablar a solas con él. Al térmno nos pidió un aventón a una de las casas donde ubicaba a los jóvenes que levantaba por la noche para brindarles cobijo, alimentos y baño. De camino a ese lugar, -iba acompañado con uno de esos jóvenes ya rescatado, limpio, bien arreglado dentro de su pobreza y al parecer ya rehabilitado, quien diga que eso no es posible, miente- y nos platicó que a diario le llegaban camionetas de la central de abasto con alimentos y todo tipo de ayuda gratuita para la manutención de esos refugios.

Y bueno, aunque aquí hay en Morelos una Fundación con su nombre para niños en situación de calle, es tanta la labor que hay que hacer que sugiero lo siguiente: Vivimos un gobierno que quiero pensar que así como en las mañaneras aseguran que primero los pobres, ¿porqué no en un plan bien estructurado, con ayuda del Ejército Mexicano recogen, obvio a los niños y jóvenes que quieran o esperan esa oportunidad que jamás han tenido y en refugios tipo internados adaptados para albergarlos un mínimo de uno o dos años, les brinden esa oportunidad anhelada? Con disciplina militar podrían entrar a un programa de desintoxicación acompañado de aseo personal, estudio de un oficio que les permita trabajar cuando salgan, asistencia sicológica, religiosa, sí, no se espanten, hay predicadores magníficos, pero sobre todo con pláticas continuas que les ayuden a encontrar sentido a sus vidas podrían salir adelante.

Aunque esto no es fácil, vale la pena que la inmensa labor que realizó ese sacerdote que “adoptó” a miles de niños de la calle, siga. A casi 22 años de su muerte ocurrida en Colombia donde también tenía otros centros para niños, ojalá continúe esa labor. En México, el padre Alejandro sintió el llamado intenso de Dios de dedicar su vida a los más olvidados por la sociedad. Convivía con ellos y dormía incluso en la calle hasta que al ganar su confianza, ellos le pedían que los llevara con él. Sus amigos, familiares y colaboradores lo recuerdan, lo recordamos, como un servidor incansable, como un hombre tosco, directo y mal hablado pero a la vez dulce, cariñoso y con un gran corazón mismo que como todo un hombre de Dios, les brindaba en cada homilía a los olvidados de la sociedad.

Y hasta el próximo lunes.

Mis muy queridos lectores, a punto de iniciar mi tema dándoles a conocer unos vestigios olmecas desconocidos para la mayoría de los morelenses, pasé caminando muy temprano por la mañana por una esquina cualquiera cuando vi acostado en la entrada de un inmueble,

Un bulto tapado con periódicos que al moverse resultó ser un jovencito de los llamados niños de la calle y ahí fue cuando recordé al sacerdote español Alejandro García Durán, más conocido por su sobrenombre Chinchachoma.

De la Orden de los Escolapios afincado en México, como una sanata misión se dedicó a levantar niños y jóvenes de la calle para darles cobijo, sustento y alimento. Lo conocí aquí en Cuernavaca, pasaba yo por un momento laboral muy interesante pero muy tenso por el golpeteo al que estaba siendo sometido uno de los tres gobernadores para los que yo trabajé, cuando una mañana recibo una llamada de Javier Sicilia invitándome a un retiro con el Padre Chinchachoma ese mismo día en el Monasterio Benedictino de Ahuatepec al norte de Cuernavaca. Feliz acepté.

Necesitaba yo un remanso de paz y tranquilidad. Nos fuimos ubicando en el templo y al poco entró el Padre, alto, gordo, barbudo y sin pelo en la cabeza e inició la misa, al llegar al mensaje evangélico y comenzar a hablar, así como era él, con un vozarrón salpicado de palabras altisonantes, fue llegando al corazón de todos los presentes por ese mensaje de amor, que trasmitía como un iluminado, tanto, que sin darme cuenta hagan de cuenta que me abrieron una llavecita de lágrimas en mis ojos y durante todo el mensaje fue imparable mi silencioso llanto. Les confieso que yo, creí que nadie se daría cuenta de mi emoción, pero a la salida, se me acerca Sicilia y me dice pasándome un brazo por los hombros: “¿Tuviste un encuentro espiritual verdad Lya?”.Al mismo tiempo que me daba un kleenex para limpiarme la cara. Ahí mismo supe que el sacredote daba misa los domingos en la CDMX en la terrible por lo insegura y popular colonia La Candelaria de los Patos y me propuse ir a seguir sus mensajes pero en su parroquia.

Mi hijo que estaba en casa, no nos dejó a mis hijas y a mí, ir solas y nos acompañó.Como era el único auto que llegaba, sin pedírselos, lo vigilaban para que nada le pasara.Qué les puedo contar queridos amigos: la concurrencia estaba compuesta por mariguanos, chemos (los que se drogan con cemento y pegamentos), sentados en el suelo rodeando y recargadas sus espaldas a las paredes del altar, los asientos llenos de esa misma concurrencia, junto a mí, uno de ellos sin dejar de inhalar thiner todo el tiempo, mujeres de la vida que de alegre no tiene nada, como de a peso el acostón, así lucían ¡imagínenselas! Y todos con ropa que hacía tiempo no había sido lavada a la espera cada domingo de escuchar el mensaje de amor que les trasmitía el Padre, el único mensaje amoroso en sus vidas. De lo que recuerdo, les decía: “Cristo, hijos míos, era como ustedes, también fue apedreado, perseguido, rechazado, golpeado (y un largo etcétera), por lo que les aseguro que él los ama como nadie los ha amado jamás.

Qué importa que en esta vida no tengan nada más que sufrimiento y penurias, que sus padres los hayan abusado y abandonado, si no conocen más que hambre y droga si en la otra los espera Jesús con los braos abiertos y no crean hijos de la chingada que no me he dado cuenta de que hasta el mantel del altar ya me robaron”, les decía con cariño. Jamás, amigos, he asistido a misas más espirituales y cargadas de amor al prójimo como las del P. Chinchachoma frente a toda esa “escoria” de la sociedad. Qué afortunada soy de haberlo escuchado allí, en su ambiente. Gracias Javier. Cuando terminó tan preciosa misa, pasó mi hijo a confesarse con él a la sacristía, el padre sacó a los jóvenes para poder hablar a solas con él. Al térmno nos pidió un aventón a una de las casas donde ubicaba a los jóvenes que levantaba por la noche para brindarles cobijo, alimentos y baño. De camino a ese lugar, -iba acompañado con uno de esos jóvenes ya rescatado, limpio, bien arreglado dentro de su pobreza y al parecer ya rehabilitado, quien diga que eso no es posible, miente- y nos platicó que a diario le llegaban camionetas de la central de abasto con alimentos y todo tipo de ayuda gratuita para la manutención de esos refugios.

Y bueno, aunque aquí hay en Morelos una Fundación con su nombre para niños en situación de calle, es tanta la labor que hay que hacer que sugiero lo siguiente: Vivimos un gobierno que quiero pensar que así como en las mañaneras aseguran que primero los pobres, ¿porqué no en un plan bien estructurado, con ayuda del Ejército Mexicano recogen, obvio a los niños y jóvenes que quieran o esperan esa oportunidad que jamás han tenido y en refugios tipo internados adaptados para albergarlos un mínimo de uno o dos años, les brinden esa oportunidad anhelada? Con disciplina militar podrían entrar a un programa de desintoxicación acompañado de aseo personal, estudio de un oficio que les permita trabajar cuando salgan, asistencia sicológica, religiosa, sí, no se espanten, hay predicadores magníficos, pero sobre todo con pláticas continuas que les ayuden a encontrar sentido a sus vidas podrían salir adelante.

Aunque esto no es fácil, vale la pena que la inmensa labor que realizó ese sacerdote que “adoptó” a miles de niños de la calle, siga. A casi 22 años de su muerte ocurrida en Colombia donde también tenía otros centros para niños, ojalá continúe esa labor. En México, el padre Alejandro sintió el llamado intenso de Dios de dedicar su vida a los más olvidados por la sociedad. Convivía con ellos y dormía incluso en la calle hasta que al ganar su confianza, ellos le pedían que los llevara con él. Sus amigos, familiares y colaboradores lo recuerdan, lo recordamos, como un servidor incansable, como un hombre tosco, directo y mal hablado pero a la vez dulce, cariñoso y con un gran corazón mismo que como todo un hombre de Dios, les brindaba en cada homilía a los olvidados de la sociedad.

Y hasta el próximo lunes.

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