En un país donde la supervivencia está tomando formas inesperadas, la vida de Luis Ángel Arriaga, un joven biólogo de Cuernavaca, es un gran testimonio de resistencia y adaptación. Hasta hace poco, Ángel lidiaba con una batalla interna y social: vivir con VIH en un estado donde prevalece la ignorancia y la discriminación hacia lo que no se puede comprender. Como muchas historias de resiliencia, la de Ángel es también una de discriminación y fortaleza.
Ángel, de 31 años, descubrió que era seropositivo no por una prueba, sino porque alguien más se lo dijo: “Me enteré por otra persona, no por mi cuenta”, recuerda.
La revelación marcó el inicio de un profundo viaje hacia la aceptación y el autocuidado. Inicialmente, fue canalizado al Centro Ambulatorio para la Prevención y Atención del Sida e Infecciones de Transmisión Sexual (Capasits) y, posteriormente, al Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), donde aún recibe sus medicamentos. Durante la pandemia, Ángel vivió una discriminación sutil, pero no por ello menos dañina:
“Algunos amigos me dijeron que mejor no dijera nada relacionado con el VIH en mi trabajo porque me iba a limitar”, cuenta Ángel.
Trabajaba como profesor en un laboratorio cuando se enfrentó a la ignorancia y los prejuicios en su entorno laboral. A pesar de ser indetectable y no representar riesgo alguno para los estudiantes, sufrió un aumento de carga laboral y una forma de acoso que solo pudo interpretar como intentos reiterados para forzar su renuncia.
“En la pandemia me corrieron. Nunca me lo dijeron directamente, pero sí vi un cambio muy drástico en la forma en que me trataban, y ahí fue cuando decidí que no iba a ser muy abierto con mi condición de salud en cuestiones laborales”.
Estado contra VIH: Lucha a medias
La historia de Ángel va más allá de una lucha personal: refleja la situación general del VIH en México, especialmente en Morelos, donde la estrechez de pensamiento hace juego con el limitado trabajo que realiza el gobierno del estado para garantizar el bienestar de quienes viven con esta condición. De acuerdo con el Centro Nacional para la Prevención y Control del VIH y el Sida, en Morelos hay siete mil 136 personas que viven con el virus, una cifra que va en constante aumento:
“Cada vez hay más casos. Hemos visto un rebrote considerable, especialmente después de la pandemia, porque, aunque estábamos confinados, las relaciones sexuales continuaron, lo que resultó en un incremento en los contagios detectados”, dice Israel Dirzo Bahena, del Observatorio Ciudadano de Derechos Humanos y Diversidad Sexual en Morelos.
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Aunque el tratamiento contra el VIH está cubierto por el Estado y las instituciones de Salud, el activista reconoce varios desafíos que aún no se han logrado superar, principalmente burocráticos, lo que ha llegado a retrasar el acceso al tratamiento, pero también la falta de especialización del personal médico que atiende a los pacientes.
“Los médicos que nos atienden a veces no tienen experiencia suficiente en el tema, les falta conocerlo a fondo, porque llegan a recetar medicamentos que pueden ser perjudiciales para la salud: cuando una persona seropositiva se enferma de alguna otra enfermedad, a veces los médicos recetan cosas que no, y eso evita que el tratamiento antirretroviral funcione correctamente”, dice Ángel.
Por ser biólogo, Ángel ha logrado identificar aquellas ocasiones en que un medicamento podía agravar su estado de salud, pero no todos los pacientes cuentan con la misma preparación académica, lo que resulta preocupante cuando se considera que, para las personas con VIH, un efecto adverso podría tener consecuencias mortales.
Tratamientos costosos
La decisión entre recibir tratamiento para el VIH en el sector público o el privado es una encrucijada que enfrentan muchas personas seropositivas. No se trata de una elección meramente clínica, sino que está entrelazada con aspectos relacionados a la privacidad, la calidad del tratamiento, los costos económicos y la accesibilidad.
De acuerdo con Dirzo Bahena, el costo del tratamiento antirretroviral oscila entre los 11 y los 14 mil pesos mensuales para quienes no cuentan con seguro, pero también hay quienes, teniendo seguridad social, prefieren recurrir al sector privado. La privacidad es un elemento importante.
“Hay gente que prefiere tratarse con infectólogos particulares, especialmente quienes buscan una mayor privacidad en su diagnóstico”, dice el activista.
Ciertamente, la mayoría de pacientes reciben atención en las dos principales instituciones de seguridad social del país, así como en los tres Capasits del estado, distribuidos en las tres regiones en las que se divide Morelos: norte, oriente y sur. Estos espacios, operados por la Secretaría de Salud estatal, brindan atención médica gratuita a quienes no cuentan con seguro social.
“El tratamiento está garantizado mensualmente. Los usuarios deben acudir cada mes a su unidad médica para resurtir su medicamento, así que en ese aspecto vamos bien”, afirma Dirzo.
Ángel Arriaga, por su parte, afirma que jamás ha sufrido la escasez de medicamentos en el Capasits ni el IMSS, pero le preocupa algo: en unos meses dejará de contar con seguro, y tendrá que buscar un empleo que le permita seguir teniendo acceso al tratamiento gracias al cual hoy es un paciente seropositivo indetectable, lo que significa que no puede contagiar el VIH a los demás.
El activismo
La falta de especialización y la atención insuficiente del sector público se ven compensadas con el trabajo que realizan las asociaciones civiles dedicadas a apoyar a quienes viven con VIH y a intentar evitar que los contagios sigan aumentando. Como siempre, los esfuerzos pueden estancarse cuando la propia comunidad no colabora con la causa.
“Estamos llevando talleres, conferencias y cursos a diferentes instituciones, sobre todo educativas. Nos enfocamos en la vinculación, la detección y el acercamiento a las instancias pertinentes para usuarios con alguna infección, pero estamos encontrando un aumento en otras infecciones, como sífilis, gonorrea y papiloma humano”, admite Israel Dirzo.
Para el activista, lo ideal es que cada persona asuma la responsabilidad de su salud sexual desde la prevención, pero también con un tratamiento adecuado, proporcionado por las instituciones o los centros médicos particulares, si es que así lo prefieren. Hoy en día, vivir con VIH no es lo que era hasta hace unas décadas: gracias al tratamiento, los pacientes pueden seguir desarrollándose personal y profesionalmente, edificar nuevas aspiraciones y propagar un mensaje positivo que fomente un cambio social:
“No tengan miedo. Al final de cuentas, es mejor saber lo que estamos viviendo para que podamos ser felices, porque no es algo que te vaya a privar de ciertas actividades. Al contrario, asumirlo adecuadamente puede ayudarte a crecer, a comprender mejor por qué estamos aquí”, concluye Ángel, quien está decidido a dar el siguiente paso e involucrarse en el activismo para ayudar a quienes, como él, han sentido temor y han sido discriminados.
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