/ lunes 25 de septiembre de 2023

El gran olvidado en el Aniversario Allendista

Queridos lectores, fíjense que me llamó la atención ver cómo todo el mundo se levantó el cuello durante el 50 Aniversario del Golpe Militar que privó a Chile de un gran presidente, el Dr. Salvador Allende, y que los grandes ausentes fueron los hijos o representantes de la familia Echeverría Zuno porque el entonces presidente de México, aunque les moleste a muchos por representar una época ya calificada de conservadurismo y de largos etcéteras, realmente fue el gran apoyador de los chilenos en ese entonces. Y parece mentira que fue el único cuyo nombre no se pronunció.

Todavía recuerdo haber escuchado críticas en México por el gran apoyo que les dio a los refugiados por el brutal golpe militar en ese momento, ya que algunos llegaron en esos días sin documentos, y, pese a que tardaron en regularizarse, al recibirlos aquí fue con los brazos abiertos en universidades y diversos empleos que se les dieron.

Don Luis, además, ordenó rescatar a la familia de Allende. A doña Hortensia Bussi, su viuda, la recibió el mismo presidente de México al pie del avión que la trajo a salvo a la CDMX. Sí. En este aniversario solo recordaron al entonces embajador de México en Chile, Gonzalo Martínez Corbalá, pero nadie trajo a la memoria o mencionó que el que ordenó al embajador brindar todo el apoyo a los chilenos pese a que desde entonces se rumoraba que los E.U. a través de Henry Kissinger fueron los promotores del golpe militar, fue don Luis.

En ese entonces, nuestro presidente no dudó en poner nuestra embajada, la de México, así como lo hicieron Francia, Argentina, Cuba, Italia, Suecia y Alemania, al servicio de quien buscara refugio en ella. Es cierto, Martínez Corbalá, el también priísta político mexicano, cumplió a cabalidad y con gran valentía las órdenes que le diera el presidente de México. Sin embargo realmente el gran protector de los chilenos tanto para sacar con vida de ese país a quienes corrieran peligro, como ya aquí en México el apoyo que se les brindó para que tuvieran una vida digna con empleos y seguridad social a todos los que lo solicitaran, y un largo etcétera, como la autorización para la fundación de la política y polémica Casa de Chile, fue don Luis. Y lo que es la vida, este último 11 de septiembre nadie se acordó de él, ni en Chile, durante la celebración del 50 Aniversario del llamado –“pinochetazo”--, ni en México. Al menos, yo no lo escuché.

Echeverría y Allende se entendían. Se respetaban. Tanto que su hija Isabel Allende, no confundir con la gran escritora del mismo nombre, que siendo hija del diplomático Tomás Allende es, o era, sobrina del depuesto presidente, acompañada de una de sus hijas, viajó a México tiempo atrás y en un acto en la SRE entregó a la familia una medalla con la efigie de don Luis Echeverría Álvarez como agradecimiento por cómo se portó con su patria, con los exiliados y con su familia. En ese acto se mencionó que el derrocamiento de su padre representó el fin de una época con todo lo que llevó implícito de utopía y de tragedia.

A don Luis lo vi solo tres veces, la primera en una comida de pocos comensales, Jorge Carrillo Olea, doña Hilda, su esposa, don Luis, Ricardo y Adriana, su esposa y quien esto escribe, en casa del filósofo Dr. Ricardo Guerra Tejada, la segunda cuando lo entrevisté años después en su casa en San Jerónimo, gracias a la intervención de mi amigo Pablo Echeverría Zuno, y la tercera en un encuentro fortuito en un restaurante de Cuernavaca, pero en las tres ocasiones brilló su inteligencia en la conversación.

Don Luis y el Dr. Allende se entendían. Ambos socialistas, aunque no marxistas, sabían que contaban uno con el otro. Lo de Chile fue tremendo, realmente, dicen los que saben cómo el sociólogo, ensayista, empresario y consultor chileno Eugenio Tironi Barrios, “en ese tiempo mientras Allende más hacía por la población necesitada, aumentaba la brecha que dividía a las derechas y a las izquierdas, al grado de llegar el país a un caos, así es que un quiebre en cualquier sentido era ya inevitable lo que orilló al presidente Allende a sentir desde semanas antes de su derrocamiento, la fatalidad inminente. Era un hecho, en La Moneda se respiraba el aliento de la muerte, pero pese a que su caída era algo tangible, la violencia que desplegaron las Fuerzas Armadas la mañana del 11 de septiembre de 1973 y días posteriores, superó todo lo previsto y aún lo imaginado. Ese día no solo bombardearon el Palacio de Gobierno, sino su casa propia con la familia Allende en su interior”. Gabriel García Márquez lo describió de la siguiente manera: “Ocurrió en Chile, para mal de los chilenos, pero ha de pasar a la historia como algo que nos sucedió sin remedio a todos los hombres de ese tiempo y que se quedó en nuestras vidas para siempre”. Y a don Luis, lo olvidaron ese día.

Y hasta el próximo lunes.

Queridos lectores, fíjense que me llamó la atención ver cómo todo el mundo se levantó el cuello durante el 50 Aniversario del Golpe Militar que privó a Chile de un gran presidente, el Dr. Salvador Allende, y que los grandes ausentes fueron los hijos o representantes de la familia Echeverría Zuno porque el entonces presidente de México, aunque les moleste a muchos por representar una época ya calificada de conservadurismo y de largos etcéteras, realmente fue el gran apoyador de los chilenos en ese entonces. Y parece mentira que fue el único cuyo nombre no se pronunció.

Todavía recuerdo haber escuchado críticas en México por el gran apoyo que les dio a los refugiados por el brutal golpe militar en ese momento, ya que algunos llegaron en esos días sin documentos, y, pese a que tardaron en regularizarse, al recibirlos aquí fue con los brazos abiertos en universidades y diversos empleos que se les dieron.

Don Luis, además, ordenó rescatar a la familia de Allende. A doña Hortensia Bussi, su viuda, la recibió el mismo presidente de México al pie del avión que la trajo a salvo a la CDMX. Sí. En este aniversario solo recordaron al entonces embajador de México en Chile, Gonzalo Martínez Corbalá, pero nadie trajo a la memoria o mencionó que el que ordenó al embajador brindar todo el apoyo a los chilenos pese a que desde entonces se rumoraba que los E.U. a través de Henry Kissinger fueron los promotores del golpe militar, fue don Luis.

En ese entonces, nuestro presidente no dudó en poner nuestra embajada, la de México, así como lo hicieron Francia, Argentina, Cuba, Italia, Suecia y Alemania, al servicio de quien buscara refugio en ella. Es cierto, Martínez Corbalá, el también priísta político mexicano, cumplió a cabalidad y con gran valentía las órdenes que le diera el presidente de México. Sin embargo realmente el gran protector de los chilenos tanto para sacar con vida de ese país a quienes corrieran peligro, como ya aquí en México el apoyo que se les brindó para que tuvieran una vida digna con empleos y seguridad social a todos los que lo solicitaran, y un largo etcétera, como la autorización para la fundación de la política y polémica Casa de Chile, fue don Luis. Y lo que es la vida, este último 11 de septiembre nadie se acordó de él, ni en Chile, durante la celebración del 50 Aniversario del llamado –“pinochetazo”--, ni en México. Al menos, yo no lo escuché.

Echeverría y Allende se entendían. Se respetaban. Tanto que su hija Isabel Allende, no confundir con la gran escritora del mismo nombre, que siendo hija del diplomático Tomás Allende es, o era, sobrina del depuesto presidente, acompañada de una de sus hijas, viajó a México tiempo atrás y en un acto en la SRE entregó a la familia una medalla con la efigie de don Luis Echeverría Álvarez como agradecimiento por cómo se portó con su patria, con los exiliados y con su familia. En ese acto se mencionó que el derrocamiento de su padre representó el fin de una época con todo lo que llevó implícito de utopía y de tragedia.

A don Luis lo vi solo tres veces, la primera en una comida de pocos comensales, Jorge Carrillo Olea, doña Hilda, su esposa, don Luis, Ricardo y Adriana, su esposa y quien esto escribe, en casa del filósofo Dr. Ricardo Guerra Tejada, la segunda cuando lo entrevisté años después en su casa en San Jerónimo, gracias a la intervención de mi amigo Pablo Echeverría Zuno, y la tercera en un encuentro fortuito en un restaurante de Cuernavaca, pero en las tres ocasiones brilló su inteligencia en la conversación.

Don Luis y el Dr. Allende se entendían. Ambos socialistas, aunque no marxistas, sabían que contaban uno con el otro. Lo de Chile fue tremendo, realmente, dicen los que saben cómo el sociólogo, ensayista, empresario y consultor chileno Eugenio Tironi Barrios, “en ese tiempo mientras Allende más hacía por la población necesitada, aumentaba la brecha que dividía a las derechas y a las izquierdas, al grado de llegar el país a un caos, así es que un quiebre en cualquier sentido era ya inevitable lo que orilló al presidente Allende a sentir desde semanas antes de su derrocamiento, la fatalidad inminente. Era un hecho, en La Moneda se respiraba el aliento de la muerte, pero pese a que su caída era algo tangible, la violencia que desplegaron las Fuerzas Armadas la mañana del 11 de septiembre de 1973 y días posteriores, superó todo lo previsto y aún lo imaginado. Ese día no solo bombardearon el Palacio de Gobierno, sino su casa propia con la familia Allende en su interior”. Gabriel García Márquez lo describió de la siguiente manera: “Ocurrió en Chile, para mal de los chilenos, pero ha de pasar a la historia como algo que nos sucedió sin remedio a todos los hombres de ese tiempo y que se quedó en nuestras vidas para siempre”. Y a don Luis, lo olvidaron ese día.

Y hasta el próximo lunes.