/ jueves 25 de julio de 2019

Procesos restaurativos como ejercicios de pacificación nacional

Diócesis de Cuernavaca

…la fragmentación social, el crecimiento de la violencia y el surgimiento de nuevas formas de agresividad social, el narcotráfico y el consumo creciente de drogas entre los más jóvenes, la pérdida de identidad…algunos de estos signos son al mismo tiempo síntomas de una verdadera degradación social, de una silenciosa ruptura de lazos de integración y de comunión social.

Laudato Si, 46 Papa Francisco

La continua oleada de violencia social nos desconcierta, pero nos convoca a una sincera interlocución de los actores sociales en favor de la reconstrucción del tejido social, no podemos sólo reclamar una exigencia punitiva a los actos criminales, sino tratar de repensarnos de manera más profunda, saber leernos desde las heridas no sanadas y necesidades no satisfechas, que han desgarrado el cuerpo comunitario. Nos encontramos en una constante desvinculación existencial, la cual no ha sido priorizada como foco de atención.

Atender de manera emergente esta fragmentación social, implica la sensibilidad de saber reconocer la desconexión de vínculos para el buen convivir. Es sentir con el pueblo sus demandas no escuchadas que han provocado prácticas malsanas, las cuales han fracturado nuestros espacios comunitarios, así como una desconfianza vecinal e institucional. Ante esta incertidumbre descomunal, urge repensarnos desde esas carencias, heridas, traumas, complejos y todo tipo de padecimientos no reconciliados tanto de las víctimas como de los agresores. Si no logramos leer el conflicto más allá del crimen y el castigo, estaremos condenados a la repetición sucesiva de la maldad.

Frente a una forma viciosa de comprender nuestra descomposición social, requerimos implementar procesos de restauración concretos como ejercicios barriales, familiares, vecinales, laborales, religiosos, gubernamentales que nos permitan sentir nuestros dolores y lograr focalizar las necesidades no atendidas. Pero para ello, será necesario la colaboración mutua de los más posibles agentes de transformación, no puede sólo ser una tarea del gobierno, sino de la suma conjunta de instancias para la resolución de conflictos.

Estos procesos restaurativos requieren abrir más espacios públicos, religiosos, educativos, comunitarios y de gobierno para un diálogo maduro, donde de manera conjunta con los actores correspondientes puedan construir juntos alternativas de restauración, es decir, de generar propuestas concretas para resarcir el daño ocasionado e incluir acciones, estrategias y compromisos para la prevención e intervención de las demandas no satisfechas, siempre vinculado a la comunidad y las instituciones correspondientes. Debemos entender que la solución no debe ser una práctica vertical de programas, sino de acuerdos nacidos de la horizontalidad sentida de los dolores del pueblo, que son escuchados, pero a la vez resignificados para la reconstrucción del tejido social, que nos permita ir pacificando una nación tan desgarrada por tan innumerables tipos de violencias. Hemos de ir acotando que el fuego se expanda, aprendiendo pedagogías de restauración que nos permitan reconocer el daño, reconciliarlo y prevenirlo desde sus raíces. Esto será posible si comenzamos una corresponsabilidad de trabajo colaborativo con todas las dependencias necesarias para una sinergia restaurativa. El tema de la paz social, involucra el compromiso horizontal de todos, aún a pesar de nuestras diferencias ideológicas.

…la fragmentación social, el crecimiento de la violencia y el surgimiento de nuevas formas de agresividad social, el narcotráfico y el consumo creciente de drogas entre los más jóvenes, la pérdida de identidad…algunos de estos signos son al mismo tiempo síntomas de una verdadera degradación social, de una silenciosa ruptura de lazos de integración y de comunión social.

Laudato Si, 46 Papa Francisco

La continua oleada de violencia social nos desconcierta, pero nos convoca a una sincera interlocución de los actores sociales en favor de la reconstrucción del tejido social, no podemos sólo reclamar una exigencia punitiva a los actos criminales, sino tratar de repensarnos de manera más profunda, saber leernos desde las heridas no sanadas y necesidades no satisfechas, que han desgarrado el cuerpo comunitario. Nos encontramos en una constante desvinculación existencial, la cual no ha sido priorizada como foco de atención.

Atender de manera emergente esta fragmentación social, implica la sensibilidad de saber reconocer la desconexión de vínculos para el buen convivir. Es sentir con el pueblo sus demandas no escuchadas que han provocado prácticas malsanas, las cuales han fracturado nuestros espacios comunitarios, así como una desconfianza vecinal e institucional. Ante esta incertidumbre descomunal, urge repensarnos desde esas carencias, heridas, traumas, complejos y todo tipo de padecimientos no reconciliados tanto de las víctimas como de los agresores. Si no logramos leer el conflicto más allá del crimen y el castigo, estaremos condenados a la repetición sucesiva de la maldad.

Frente a una forma viciosa de comprender nuestra descomposición social, requerimos implementar procesos de restauración concretos como ejercicios barriales, familiares, vecinales, laborales, religiosos, gubernamentales que nos permitan sentir nuestros dolores y lograr focalizar las necesidades no atendidas. Pero para ello, será necesario la colaboración mutua de los más posibles agentes de transformación, no puede sólo ser una tarea del gobierno, sino de la suma conjunta de instancias para la resolución de conflictos.

Estos procesos restaurativos requieren abrir más espacios públicos, religiosos, educativos, comunitarios y de gobierno para un diálogo maduro, donde de manera conjunta con los actores correspondientes puedan construir juntos alternativas de restauración, es decir, de generar propuestas concretas para resarcir el daño ocasionado e incluir acciones, estrategias y compromisos para la prevención e intervención de las demandas no satisfechas, siempre vinculado a la comunidad y las instituciones correspondientes. Debemos entender que la solución no debe ser una práctica vertical de programas, sino de acuerdos nacidos de la horizontalidad sentida de los dolores del pueblo, que son escuchados, pero a la vez resignificados para la reconstrucción del tejido social, que nos permita ir pacificando una nación tan desgarrada por tan innumerables tipos de violencias. Hemos de ir acotando que el fuego se expanda, aprendiendo pedagogías de restauración que nos permitan reconocer el daño, reconciliarlo y prevenirlo desde sus raíces. Esto será posible si comenzamos una corresponsabilidad de trabajo colaborativo con todas las dependencias necesarias para una sinergia restaurativa. El tema de la paz social, involucra el compromiso horizontal de todos, aún a pesar de nuestras diferencias ideológicas.

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