¿Te imaginas que para poder entrar a tu lugar de trabajo primero tengas que sortear las embestidas de una fúrica vaca? ¿Increíble, verdad?, pues eso le ocurría a los trabajadores de la hoy extinta discoteca Candiles, que en su momento y en su pleno apogeo fue la competencia directa de Zarco, dos emblemáticos centros nocturnos de Cuautla que casi iniciaron a la par en la segunda mitad de la década de los 80.
En Candiles lo mismo bailabas de cachecito, en modo romántico o bien hacías brillar la pista con los mejores pasos de tu género musical preferido, cumbia, rock en español, tropical, bachata, rap.
A diferencia del Zarco, en este lugar se tocaban todos los ritmos, algo que después su competencia tuvo que adoptar en esa búsqueda de ganar la preferencia de los clientes.
Cuántas anécdotas, cuántos encuentros, cuántas citas amorosas o cuántos desencuentros y rompimientos al ver a tu pareja bailar con alguien que no eras tú. Incluso hasta una boda se celebró en Candiles.
Y qué decir de los grupos de amigos que esperaban el fin de semana, viernes o sábado, los días que abría sus puertas, para acudir a divertirse como se acostumbraba, "muy sanamente", en donde lo más difícil que podía pasar era una riña al calor de las copas, pero nada que no podría controlar la seguridad privada, responsable de poner el orden.
La vaca que cuidó a Candiles
Miles de cuautlenses y gente de sus alrededores, durante los 15 años de vida que tuvo Candiles, disfrutaron del peculiar estilo de sus instalaciones.
El nombre se le dio justamente por los cuatro candiles que eran parte de la estructura de este centro de diversión.
Se localizaba a un costado de la Plaza de Toros la Guadalupana, en la colonia Plan de Ayala, al oriente de Cuautla.
La plaza y la discoteca tenían el mismo dueño, don Bonifacio Enríquez, que llegó a Cuautla de la capital del país, por lo que el ruedo y la disco formaban parte del mismo terreno, por lo que no era de extrañarse que el dueño fuera amante de los animales y tuviera en el redondel una vaquilla muy celosa de sus dominios.
Justamente por la plaza de toros el personal tenía que ingresar aproximadamente a las 8 de la noche para iniciar su jornada laboral, sin embargo, ya no sabían si llevar su herramienta de trabajo, o bien armarse con una muleta de matador de toros para sortear a la agresiva vaca.
Y es que no precisamente era una vaca mansa, sino una muy brava que cada vez que veía pasar a los intrusos invasores, no perdía la oportunidad para activarlos haciéndolos correr y estos entraran a la disco con toda adrenalina por delante.
Genaro trabajaba como disc light, es decir, era el encargado de la iluminación de toda la instalación, incluida la pista de donde también salía la nube de humo que le daba ese toque especial a las noches de baile.
Pero nuestro personaje, que también había trabajado como locutor en Sono Armonía, la única estación de radio en FM de la ciudad en ese entonces, tampoco desconocía la labor de disc jockey, la cual llegó a desempeñar en cabina cuando el titular del área sufría algún contratiempo, como el de la vaca, o simplemente se le hacía tarde y él tenía que abrir pista de manera puntual para no fallarle a la gente, lo que ocurría sin retraso a las 11 de la noche.
Asegura que llegó a trabajar en Candiles a las pocas semanas de abrir sus puertas a mediados de los 80.
Estuvo casi los primeros cinco años hasta que le cedió el lugar a su cuñado Felipe Romero, a quien instruyó en un curso rápido de dos horas para que fuera en adelante el responsable de iluminar el recinto de baile.
Felipe era trabajador por las mañanas en Yautepec en el Servicio Postal Mexicano, y no le desagradó la idea de trabajar dos días de la semana en la disco pese a desconocer el oficio, así que aceptó y desde finales de 1990 pasó a iluminar las noches en Candiles.
Tanto a Genaro como a Felipe les tocó vivir todo el apogeo de la disco, sus mejores momentos desde la cabina al lado de los diferentes DJ que desfilaron por el lugar, uno de ellos el fallecido Francisco Aragón mejor conocido como “Pacho”, quien se ganó la fama de ser el mejor del oficio.
Los cuñados fueron los únicos responsables de hacer esa función de jugar con las luces al ritmo de la música de aquellos años.
Pero mientras Genaro vio nacer prácticamente a Candiles, Felipe lo vio morir, recuerda, en el último mes del año 2000.
“Las entradas ya no eran las mismas, el aforo promedio de Candiles en sus años de apogeo era arriba del 70 y 80 por ciento del aforo total, que era para unas 800 personas, así que acabado diciembre también se acabó la disco”, dice Felipe.
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