/ martes 16 de marzo de 2021

Doña Guadalupe enfrenta la crisis con sabiduría y trabajo duro

“Chiles secos Lupita”, ubicado en el mercado municipal de Cuautla, es un negocio que sigue construyendo su historia

Para Guadalupe siempre hay una forma de hacer mejor las cosas, y se podría que, en cada una de las actividades que ha llevado a cabo, ha intentado encontrarla. Por eso, cuando le pregunto qué opina del trabajo que su hijo Ricardo está haciendo al frente del negocio familiar, no duda en responder: “le falta”. Sentada al escritorio, a sus setenta y dos de edad, Guadalupe responde a mis preguntas sin dejar de inspeccionar lo que ocurre alrededor: los clientes que llegan, los clientes que se van, las cosas que hace falta comprar.

“Es bastante exigente, pero es parte del oficio. Si no te exigieran nada, lo harías todo mal”, confiesa Ricardo, su hijo.

“Chiles secos Lupita” es un local, dividido en varios, ubicado al interior del mercado municipal de Cuautla. La historia del negocio se remonta a hace unos ochenta años, cuando era atendido por Josefina Reyes, la madre de Guadalupe. Su ejemplo, como ella misma la describe:

“Ella fue una guerrera para enseñarnos a trabajar, porque fuimos ocho hermanos y ella se vio en la necesidad de mantenernos, y de ahí yo fui viendo cómo le hacía para poder con todo el gasto, porque no se podía”, recuerda Guadalupe.

A pesar de las dificultades económicas a las que se enfrentó al crecer, Guadalupe González logró formarse como maestra, una profesión que, no obstante, no desempeñó inmediatamente después de terminar la carrera. Primero estaban sus hijos.

“Dejé pasar diez años para ingresar al magisterio, porque no podía, por los niños, que estaban chiquitos, y me partía para ir a la escuela y venir a atender aquí. Antes de irme a la escuela tenía que preparar todo para dejarlo listo, y así, partiéndome el brazo, me iba a Chiconcuac a comprar ropa para que alcanzara el gasto para los niños que tenía”, narra.

Pero su voz no tiene dejo alguno de tristeza. Incluso al mirar al pasado, Guadalupe parece inspeccionar en los recuerdos con el mismo temple con el que ha forjado su vida y criado a sus hijos y, una vez seleccionados, los comparte ceremoniosamente, sabiendo el valor que tienen.

–Cuando fue maestra… –intento preguntarle.

–No fui. Soy –me corrige.

–Mientras trabajó como maestra, ¿cómo le hizo para emparejar su trabajo en la escuela y la administración del negocio familiar?

Y responde que no fue difícil.

“Porque me gustaba mi trabajo. Tenía que pararme temprano, lógico, para dejar la comida para mis pequeños, correr a arreglar lo de la refresquería, surtir lo que faltaba y correr a la escuela. Salir, venirme para acá. A mí me gustaba mucho el mercado, pero el doctor me dijo ‘elije la escuela o el negocio’, y dije ‘no, mi negocio’. Por eso me jubilé. Si no me hubiera jubilado...”, dice e inicia una pausa. Y recuerda lo mucho que le gustaba dar clases, el cariño que sentía por sus alumnos. “Los extraño, pero así tiene que ser”, termina.

Reflexiones para afrontar una pandemia

Guadalupe tiene una respuesta para todo. Y, si no la tiene, la espera. Cuando apareció la pandemia del covid-19, la esperó pacientemente en su casa. Aunque se cuidó de no exponerse al virus, no estaba aterrada, y aceptó las cosas tal como llegaran.

“Mis hijos me dijeron ya no vengas. En marzo cumplo un año de que no he venido al mercado, no por miedo, pero me siento a gusto en mi casa. Durante muchos años no pude disfrutar un día entero en ella, así que también le doy gracias a Dios por permitirme hacerlo”, afirma.

Durante el último año, Guadalupe ha revalorado la oportunidad de estar viva. Al hablar con otras personas responsables de algún negocio, es común escuchar quejas de lo mal que la han pasado, de lo difícil que fue ver sus ventas reducidas. Guadalupe, en cambio, agradece el privilegio de despertar cada día.

“Hay que empujar, hay que estar juntos. La familia debe estar unida. La pandemia es muy preocupante para nosotros como comerciantes, porque tenemos el contacto directo con la gente, con el dinero, entonces desinfectamos el dinero, los documentos que recibimos, la gente que ingresa. Procuramos tener un cierto orden para poder afrontar la pandemia”, explica Ricardo.

Pero hoy es un día especial: la madre ha venido al negocio a una entrevista y puede convivir laboralmente no sólo con Ricardo, sino con su hija Verónica, su hijo Reyes Ricardo y su nieta Abigail, que también ejercen el comercio.

Semillas y mole

El negocio se llama “Chiles secos Lupita”, pero aquí es posible encontrar también semillas, camarones secos, mole y otros ingredientes para preparar comida, adquiridos, según afirma Guadalupe, en los sitios que garanticen la mejor calidad. Pero además de la calidad, hay una cosa que todos aquí tienen claro: a la hora de atender al cliente, hay que ofrecer no sólo el mejor producto, sino tener la mejor actitud.

“Yo quería ser administradora de empresas, pero no se pudo, entonces con mi profesión estoy muy a gusto y pienso que realmente sí he fundado una empresa, y estamos aquí para servir a Dios y a los clientes, para poner nuestra mejor cara”.

En el afán de que sus clientes estén satisfechos, la familia tiene una política: si la gente llega y no encuentra el producto que busca, la próxima vez que vuelva el producto estará ahí.

“El mole nos lo trae ahorita ‘Mole Don Pancho’, es la persona que nos está surtiendo ahorita el mole. Estamos tratando de ser franquicia de ellos, no vendemos otro tipo de mole que no sea ese, y nos mandan promociones: playeras, bolsas, y todo se lo entregamos al cliente”, dice Ricardo, entre que lee algunos de los documentos que le han traído, despacha a los clientes y subraya el orgullo que siente hacia su madre. Sobre todo, está orgulloso de ella.

“Yo creo que se da por herencia y es muy bonito escucharla y ver nuestros orígenes, que son muy bonitos. Nosotros venimos de una raza humilde, vendimos nanches, jumiles, chapulines, anonas… Entonces todos esos detalles que ella cuenta me hacen recordar mi infancia, y ahorita verme en este negocio, llevando el control de las situaciones, es bonito”, dice Ricardo, aunque en unos minutos su madre dirá: “le falta”.

Un consejo para empezar

Cuando escuchas hablar a Guadalupe dan ganas de hacerle más y más preguntas, no sólo sobre su negocio, sino sobre la vida en general. Sin embargo, la última pregunta es sobre el tema que nos ha traído aquí: su negocio. O mejor dicho: el consejo que le daría aquellos jóvenes que, como ella algún día, deciden iniciar una empresa, sea grande o chica, en un panorama incierto.

“Miedo no debe uno tener, para nada. Si vas a emprender debes tener un colchoncito para sostenerte mientras te acreditas, mucha organización y no pensar que lo vas a abrir y vas a empezar a vender de inmediato, y vas a ganar y recibir ganancias, no, que esa idea se les quite. Primero necesitamos organizarnos y tener una carterita. No hay que agarrar del negocio ni de la mercancía, porque te quedas sin mercancía y luego, ¿con qué empiezas, con qué sigues?”.

Para Guadalupe siempre hay una forma de hacer mejor las cosas, y se podría que, en cada una de las actividades que ha llevado a cabo, ha intentado encontrarla. Por eso, cuando le pregunto qué opina del trabajo que su hijo Ricardo está haciendo al frente del negocio familiar, no duda en responder: “le falta”. Sentada al escritorio, a sus setenta y dos de edad, Guadalupe responde a mis preguntas sin dejar de inspeccionar lo que ocurre alrededor: los clientes que llegan, los clientes que se van, las cosas que hace falta comprar.

“Es bastante exigente, pero es parte del oficio. Si no te exigieran nada, lo harías todo mal”, confiesa Ricardo, su hijo.

“Chiles secos Lupita” es un local, dividido en varios, ubicado al interior del mercado municipal de Cuautla. La historia del negocio se remonta a hace unos ochenta años, cuando era atendido por Josefina Reyes, la madre de Guadalupe. Su ejemplo, como ella misma la describe:

“Ella fue una guerrera para enseñarnos a trabajar, porque fuimos ocho hermanos y ella se vio en la necesidad de mantenernos, y de ahí yo fui viendo cómo le hacía para poder con todo el gasto, porque no se podía”, recuerda Guadalupe.

A pesar de las dificultades económicas a las que se enfrentó al crecer, Guadalupe González logró formarse como maestra, una profesión que, no obstante, no desempeñó inmediatamente después de terminar la carrera. Primero estaban sus hijos.

“Dejé pasar diez años para ingresar al magisterio, porque no podía, por los niños, que estaban chiquitos, y me partía para ir a la escuela y venir a atender aquí. Antes de irme a la escuela tenía que preparar todo para dejarlo listo, y así, partiéndome el brazo, me iba a Chiconcuac a comprar ropa para que alcanzara el gasto para los niños que tenía”, narra.

Pero su voz no tiene dejo alguno de tristeza. Incluso al mirar al pasado, Guadalupe parece inspeccionar en los recuerdos con el mismo temple con el que ha forjado su vida y criado a sus hijos y, una vez seleccionados, los comparte ceremoniosamente, sabiendo el valor que tienen.

–Cuando fue maestra… –intento preguntarle.

–No fui. Soy –me corrige.

–Mientras trabajó como maestra, ¿cómo le hizo para emparejar su trabajo en la escuela y la administración del negocio familiar?

Y responde que no fue difícil.

“Porque me gustaba mi trabajo. Tenía que pararme temprano, lógico, para dejar la comida para mis pequeños, correr a arreglar lo de la refresquería, surtir lo que faltaba y correr a la escuela. Salir, venirme para acá. A mí me gustaba mucho el mercado, pero el doctor me dijo ‘elije la escuela o el negocio’, y dije ‘no, mi negocio’. Por eso me jubilé. Si no me hubiera jubilado...”, dice e inicia una pausa. Y recuerda lo mucho que le gustaba dar clases, el cariño que sentía por sus alumnos. “Los extraño, pero así tiene que ser”, termina.

Reflexiones para afrontar una pandemia

Guadalupe tiene una respuesta para todo. Y, si no la tiene, la espera. Cuando apareció la pandemia del covid-19, la esperó pacientemente en su casa. Aunque se cuidó de no exponerse al virus, no estaba aterrada, y aceptó las cosas tal como llegaran.

“Mis hijos me dijeron ya no vengas. En marzo cumplo un año de que no he venido al mercado, no por miedo, pero me siento a gusto en mi casa. Durante muchos años no pude disfrutar un día entero en ella, así que también le doy gracias a Dios por permitirme hacerlo”, afirma.

Durante el último año, Guadalupe ha revalorado la oportunidad de estar viva. Al hablar con otras personas responsables de algún negocio, es común escuchar quejas de lo mal que la han pasado, de lo difícil que fue ver sus ventas reducidas. Guadalupe, en cambio, agradece el privilegio de despertar cada día.

“Hay que empujar, hay que estar juntos. La familia debe estar unida. La pandemia es muy preocupante para nosotros como comerciantes, porque tenemos el contacto directo con la gente, con el dinero, entonces desinfectamos el dinero, los documentos que recibimos, la gente que ingresa. Procuramos tener un cierto orden para poder afrontar la pandemia”, explica Ricardo.

Pero hoy es un día especial: la madre ha venido al negocio a una entrevista y puede convivir laboralmente no sólo con Ricardo, sino con su hija Verónica, su hijo Reyes Ricardo y su nieta Abigail, que también ejercen el comercio.

Semillas y mole

El negocio se llama “Chiles secos Lupita”, pero aquí es posible encontrar también semillas, camarones secos, mole y otros ingredientes para preparar comida, adquiridos, según afirma Guadalupe, en los sitios que garanticen la mejor calidad. Pero además de la calidad, hay una cosa que todos aquí tienen claro: a la hora de atender al cliente, hay que ofrecer no sólo el mejor producto, sino tener la mejor actitud.

“Yo quería ser administradora de empresas, pero no se pudo, entonces con mi profesión estoy muy a gusto y pienso que realmente sí he fundado una empresa, y estamos aquí para servir a Dios y a los clientes, para poner nuestra mejor cara”.

En el afán de que sus clientes estén satisfechos, la familia tiene una política: si la gente llega y no encuentra el producto que busca, la próxima vez que vuelva el producto estará ahí.

“El mole nos lo trae ahorita ‘Mole Don Pancho’, es la persona que nos está surtiendo ahorita el mole. Estamos tratando de ser franquicia de ellos, no vendemos otro tipo de mole que no sea ese, y nos mandan promociones: playeras, bolsas, y todo se lo entregamos al cliente”, dice Ricardo, entre que lee algunos de los documentos que le han traído, despacha a los clientes y subraya el orgullo que siente hacia su madre. Sobre todo, está orgulloso de ella.

“Yo creo que se da por herencia y es muy bonito escucharla y ver nuestros orígenes, que son muy bonitos. Nosotros venimos de una raza humilde, vendimos nanches, jumiles, chapulines, anonas… Entonces todos esos detalles que ella cuenta me hacen recordar mi infancia, y ahorita verme en este negocio, llevando el control de las situaciones, es bonito”, dice Ricardo, aunque en unos minutos su madre dirá: “le falta”.

Un consejo para empezar

Cuando escuchas hablar a Guadalupe dan ganas de hacerle más y más preguntas, no sólo sobre su negocio, sino sobre la vida en general. Sin embargo, la última pregunta es sobre el tema que nos ha traído aquí: su negocio. O mejor dicho: el consejo que le daría aquellos jóvenes que, como ella algún día, deciden iniciar una empresa, sea grande o chica, en un panorama incierto.

“Miedo no debe uno tener, para nada. Si vas a emprender debes tener un colchoncito para sostenerte mientras te acreditas, mucha organización y no pensar que lo vas a abrir y vas a empezar a vender de inmediato, y vas a ganar y recibir ganancias, no, que esa idea se les quite. Primero necesitamos organizarnos y tener una carterita. No hay que agarrar del negocio ni de la mercancía, porque te quedas sin mercancía y luego, ¿con qué empiezas, con qué sigues?”.

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