Diego Rivera en Cuernavaca y en NY

Las vueltas que da la vida

Lya Gutiérrez Quintanilla

  · lunes 24 de febrero de 2020

Queridos lectores, desde que vi por primera vez la película Frida en 2002, me pregunté por el famoso mural de Diego que Rockefeller rechazó.

Y cuál fue mi sorpresa, que en un reciente viaje con mis hijas a NY acudimos a The Whitney Museum of American Art. Porque desde México, don Poncho Aguilar y su hijo Arturo (mi yerno), dedicados al mundo del arte desde siempre, nos recomendaron que no dejáramos de visitar la exposición de pintores del siglo pasado “Vida Americana: Mexican Muralists”.

Ya ahí, al subir al quinto piso, que es el piso estelar, se abrieron las puertas del enorme elevador y se nos fue casi la respiración del colorido arte desplegado ante nuestros ojos y la cantidad de público admirándolo. En uno de los muros, un enorme boceto en blanco y negro del Emiliano Zapata a tamaño natural dibujado por Diego Rivera para el Palacio de Cortés, en Cuernavaca y varias de sus obras más reconocidas como la Vendedora de Alcatraces, entre otras.

Un enorme fragmento del Hombre en Llamas de José Clemente Orozco cuyo original se encuentra en la cúpula del Hospicio Cabañas de Guadalajara, Jalisco y obra de David Alfaro Siqueiros. Debido a que en esa época los Artistas en los E.U. buscaban sacudirse la influencia estética europea descubrieron en México una nueva corriente inspiradora para ellos, lo que confirma lo dicho por expertos en Historia de Arte: México aportó al arte mundial tres temas sin discusión alguna: la escultura prehispánica (nada más dense una vuelta por el Museo Nacional de Antropología de la CDMX y admiren esculturas como la Piedra del Sol y la Coatlicue, la madre de todos los dioses, para mencionar tan sólo dos). La segunda aportación de México la constituye el Barroco mexicano: un ejemplo de ello es la Capilla de la Virgen del Rosario, siglo XVII, anexa al Templo de Santo Domingo en Puebla y que ha sido llamada por su ornamentación, la “capilla de oro” y la tercera es el muralismo de principios del siglo XX.

Seguimos la visita y de pronto, al final, en una gran sala con un gran muro, ahí estaba el mismo mural que durante años busqué infructuosamente, el que le ordenaron a Diego borrar. Ahí lucía, lo que es la vida, el mismo pero ahora resplandeciente para asombro de visitantes de todo el mundo. Por fin, el sueño de Diego se cumplía. Ahí, los rostros de Marx y de Lenin. De León Trosky, Federico Engels y Bertram D. Wolf, el biógrafo de Lenin, Trosky y Stalin autor del libro: Los tres que hicieron una revolución. Esos rostros fueron el motivo de la polémica. Y es que en 1933, Diego Rivera hizo lo impensable: pintó un mural llamado El Hombre en la encrucijada, que glorificaba al comunismo en una de las más grandes representaciones del capitalismo de los Estados Unidos: el Rockefeller Center.

La escena del momento en que al vestíbulo principal del edificio irrumpe Nelson, hijo del magnate petrolero John D. Rockefeller para ordenarle a Diego que tapara la cara de Lenin y pusiera la de un trabajador anónimo, a lo que el muralista se negó.

Y es que ese mural para la época, fue algo así como una bomba ideológica que no le cayó nada bien al hombre que lo contactó porque al hacerlo contrató a un activista que usaba su excelente arte como medio de expresión por lo que no podía dar un paso atrás y aunque Diego propuso pintar la cara de Abraham Lincoln sin quitar la de Lenin, no fue aceptado. Y mientras esto sucedía en el vestíbulo del Radio City Hall del Rockefeller Center, afuera, manifestantes gritaban “Basta al vandalismo de Rockefeller y convocaban a una manifestación masiva con la presencia de Diego en su apoyo para el domingo 14 de mayo del mismo año de 1933. Hay diferentes versiones de lo qué pasó con el mural, una es que Rockefeller mandó destruirlo. Otra de que fue tapado durante ocho meses, luego embodegado y trasladado a México donde fue terminado.

La noticia se hizo escándalo internacional porque días después de que despidieron a Rivera, él y su esposa Frida Kahlo, activistas comunistas ambos, en el corazón de NY protestaron exhibiendo pancartas que decían: “Larga Vida a Lenin”. Y así, amigos, desde Cuernavaca presentaron en NY un formidable dibujo de Zapata y de NY, trajeron a México y volvieron a enviar el famoso mural, ahora ya en otra época, admirado por propios y extraños. Cabe resaltar que los nuevos “Yellow cabs” (taxis) de NY fueron fabricados en la planta de la Nissan en Civac, Morelos. Las Vueltas que da la Vida.

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