/ jueves 14 de noviembre de 2019

Justicia restaurativa

Diócesis de Cuernavaca

Mira, Señor, voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes, y si he defraudado a alguien, le restituiré cuatro veces más.

Lc. 19, 8

Me parece oportuno brindar la siguiente reflexión a partir del texto del domingo pasado respecto a los dramáticos sucesos ocurridos recientemente en el penal de Atlacholoayan y la pretensión del gobierno federal de buscar hacer justicia encarcelando a funcionarios de cuello blanco.

La doctrina social de la Iglesia sostiene que la paz es fruto de la justicia, por lo tanto nuestro deseo de pacificación nacional debe estar vinculado a una profunda reflexión ética más allá de una aplicación de la ley.

En el evangelio de Lucas 19 encontramos a un recaudador de impuestos llamado “Zaqueo”, adinerado, bien acomodado en sus privilegios como jefe de publicanos, probablemente hacia honor a su nombre pues “zaqueaba” mediante la corrupción de su cargo público al pueblo judío oprimido por el imperio romano. Este funcionario de mala reputación por lo ya señalado era de “baja estatura”, así lo describe el evangelio para simbolizar sus carencias afectivas, su pobreza espiritual y su baja auto estima, porque debajo de todo corrupto hay un ser pequeño, de poco talente ético, empobrecido de valores, escaso de dignidad.

Las instituciones mexicanas para impartir justicia tienen en el sentir popular una “baja estatura”, han sido cooptadas por un sistema kafkiano desmesurado en procesos legaloides, laberinticos, amparando en todo momento a los poderosos, encarcelando a miles de pobres, presos políticos, activistas sociales, haciendo juicios severos contra quién no tiene los suficientes recursos de buenos abogados, y exonerando con artilugios legales a criminales de cuello blanco, ganando fortunas mensuales, otorgando cargos de jueces a familiares y otras tantas vejaciones que han ido menguando su credibilidad.

Estas instituciones desafortunadamente para la mayoría de la nación no tienen la altura moral para propiciar un elemento de suma relevancia como la de hacer justicia. Se requiere urgentemente una depuración institucional para recobrar la confianza perdida, de lo contrario estaremos amputados de un órgano fundamental para la construcción de paz. De igual manera nuestro sistema penitenciario debe reformularse para verdaderamente ser instancias de reinserción social y no cuarteles del crimen; estas patologías institucionales deben ser atendidas de inmediato porque están carcomiendo los pequeños logros de paz.

La narrativa evangélica nos propone un diálogo maduro desde el interior de las instituciones, como Jesús lo hizo con Zaqueo dentro de su casa, allí se dio entonces la conversión de dicho funcionario, recapacito y enmendó repartiendo la mitad de sus bienes a los pobres y restituyendo cuatro veces más a quienes había defraudado. A mi parecer este es el camino, no el encarcelamiento, sino la restitución del daño ocasionado, la reparación de los agravios cometidos a la sociedad. Hablamos entonces no de una justicia punitiva sino restaurativa, la cual nos permitiría replantearnos las formas de hacer justicia y de cómo generar “penales” que sí permitan la reinserción social. De no ser así, estamos solo administrando la maldad, creando paradójicamente criminales más peligrosos donde las cárceles están siendo rebasadas en población y en su razón de ser.

Nuestros Zaqueos se les tiene que dar la oportunidad de restituir el daño, no hablo de dejarlos en la impunidad sino de generar procesos reconciliatorios a favor de un bien común, porque de otra manera su condena sólo hace una perpetuación de víctimas y victimarios. Toda persona de conductas anti-sociales debe de saldar su condena, pero no tras las rejas sino re-dignificándose a sí mismo y ante la sociedad desde la reparación de sus ultrajes. Entonces sí, empezaríamos a crear una civilidad de justica auténtica.

Mira, Señor, voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes, y si he defraudado a alguien, le restituiré cuatro veces más.

Lc. 19, 8

Me parece oportuno brindar la siguiente reflexión a partir del texto del domingo pasado respecto a los dramáticos sucesos ocurridos recientemente en el penal de Atlacholoayan y la pretensión del gobierno federal de buscar hacer justicia encarcelando a funcionarios de cuello blanco.

La doctrina social de la Iglesia sostiene que la paz es fruto de la justicia, por lo tanto nuestro deseo de pacificación nacional debe estar vinculado a una profunda reflexión ética más allá de una aplicación de la ley.

En el evangelio de Lucas 19 encontramos a un recaudador de impuestos llamado “Zaqueo”, adinerado, bien acomodado en sus privilegios como jefe de publicanos, probablemente hacia honor a su nombre pues “zaqueaba” mediante la corrupción de su cargo público al pueblo judío oprimido por el imperio romano. Este funcionario de mala reputación por lo ya señalado era de “baja estatura”, así lo describe el evangelio para simbolizar sus carencias afectivas, su pobreza espiritual y su baja auto estima, porque debajo de todo corrupto hay un ser pequeño, de poco talente ético, empobrecido de valores, escaso de dignidad.

Las instituciones mexicanas para impartir justicia tienen en el sentir popular una “baja estatura”, han sido cooptadas por un sistema kafkiano desmesurado en procesos legaloides, laberinticos, amparando en todo momento a los poderosos, encarcelando a miles de pobres, presos políticos, activistas sociales, haciendo juicios severos contra quién no tiene los suficientes recursos de buenos abogados, y exonerando con artilugios legales a criminales de cuello blanco, ganando fortunas mensuales, otorgando cargos de jueces a familiares y otras tantas vejaciones que han ido menguando su credibilidad.

Estas instituciones desafortunadamente para la mayoría de la nación no tienen la altura moral para propiciar un elemento de suma relevancia como la de hacer justicia. Se requiere urgentemente una depuración institucional para recobrar la confianza perdida, de lo contrario estaremos amputados de un órgano fundamental para la construcción de paz. De igual manera nuestro sistema penitenciario debe reformularse para verdaderamente ser instancias de reinserción social y no cuarteles del crimen; estas patologías institucionales deben ser atendidas de inmediato porque están carcomiendo los pequeños logros de paz.

La narrativa evangélica nos propone un diálogo maduro desde el interior de las instituciones, como Jesús lo hizo con Zaqueo dentro de su casa, allí se dio entonces la conversión de dicho funcionario, recapacito y enmendó repartiendo la mitad de sus bienes a los pobres y restituyendo cuatro veces más a quienes había defraudado. A mi parecer este es el camino, no el encarcelamiento, sino la restitución del daño ocasionado, la reparación de los agravios cometidos a la sociedad. Hablamos entonces no de una justicia punitiva sino restaurativa, la cual nos permitiría replantearnos las formas de hacer justicia y de cómo generar “penales” que sí permitan la reinserción social. De no ser así, estamos solo administrando la maldad, creando paradójicamente criminales más peligrosos donde las cárceles están siendo rebasadas en población y en su razón de ser.

Nuestros Zaqueos se les tiene que dar la oportunidad de restituir el daño, no hablo de dejarlos en la impunidad sino de generar procesos reconciliatorios a favor de un bien común, porque de otra manera su condena sólo hace una perpetuación de víctimas y victimarios. Toda persona de conductas anti-sociales debe de saldar su condena, pero no tras las rejas sino re-dignificándose a sí mismo y ante la sociedad desde la reparación de sus ultrajes. Entonces sí, empezaríamos a crear una civilidad de justica auténtica.

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