/ lunes 2 de marzo de 2020

Personajes inolvidables de Cuernavaca

Las vueltas que da la vida

Hace más de dos décadas, el gran promotor cultural y ex cónsul honorario de Hungría en Cuernavaca, Alberto Vadas Khun, gracias a sus gestiones consolidó la creación de “La Tallera”, en lo que fue la casa-taller del genial muralista David Alfaro Siqueiros que así la llamaba, en la colonia Jardines de Cuernavaaca.

Lugar que desde su inauguración Vadas lo impulsó como un espacio donde se fomentó la cultura en todas sus expresiones.

Desde entonces, en su casa de la calle Abraham Zepeda, por Cerritos donde habitaba Vadas con su esposa, la belga Ann Thoaes que siempre recibió a los invitados con gran sonrisa y preciosos ratones de rábanos sobre la mesa, comenzó a organizar un desayuno sabatino, que se volvió permanente durante varios años y que fueron realmente únicos porque agruparon a grandes personajes que ya iré desgranando poco a poco, casi todos destacados por lo que las pláticas que se llevaban a cabo cada sábado en su terraza jardín, eran siempre muy interesantes. De Vadas dijo el cónsul Tibot Kun: Alberto Vadas, no nació en Hungría, no habla el húngaro, pero es todo un “magiar”, (feroz grupo étnico del este de Europa correspondiente al territorio de Hungría cuyos orígenes se remontan al siglo IV). Tal vez por eso él y Ricardo Garibay, otro de los organizadores del desayuno, también feroz en sus lúcidos argumentos y uno de los más grandes escritores mexicanos de todos los tiempos, eran tan amigos. Ninguno de ellos dudaba en defender una idea en la que cada uno creía.

Otro de los habituales, desde el primer desayuno, además del antropólogo Santiago Genovés y quién esto escribe, fue Vladimir Viktorovich Kibalchich Ruzakov, mejor conocido como Vlady, pintor y grabador ruso nacido en San Petersburgo en 1920. quien con voz suave de claro acento ruso, pero firme en cualquier discusión inteligente, defendía sus ideas ante Garibay, que era un portentoso contrincante cuando se lo proponía, o sea casi siempre. Solo que Vlady, vestido de manera habitual con la típica camisa rusa, atada por fuera con un viejo y gastado, como toda la ropa y zapatos que usaba, cinturón y su cabello amarrado con una agujeta negra a una cola de cabello ya manchado de plata, no daba cuartel en la defensa de sus ideas rojas solo que con voz tranquila, eso sí, mientras se hablaba del tema del día, Vlady pintaba preciosos dibujos a lápiz aunque aparentara que lo hacía de manera distraída sobre un cuadernillo que llevaba con él y que jamás soltaba.

Cuando se referían al subcomandante zapatista que irrumpió en 1994 en Chiapas, mientras que Garibay decía: ¡¡El sub, no!!. Vlady repicaba: ¡!El Sub, sí!!. “Por Dios Vlady, le contestaba Garibay. Hijo, del notable escritor y político comunista Víctor Serge, a quien por pertenecer al grupo cercano a León Trosky, Stalin desterró a Siberia durante años junto con su esposa y su pequeño hijo Vlady, aunque al salir del castigo, Serge y su hijo, emigraron a México en busca de Trosky sin embargo pese a todo lo padecido: su madre Luba Russakova, perteneciente a una familia también de comunistas y por breve tiempo estenógrafa en francés de Stalin, que enloqueció y después falleció, en el helado destierro donde el régimen totalitario de Stalin los confinó a Oremburg, con un frío en el que “hasta las lágrimas y los mocos se nos congelaban”, me narró, Vlady que fue un auténtico heredero de la ideología comunista y con empatía hacia el troskismo.

Pese a todo ellos, nunca perdió la mirada increíblemente azul de genial soñador, mirada como de niño. Autor del libro editado por la Editorial Siglo XXI, “Abrir los ojos para soñar”. A su vez, Ricardo Garibay, excelente periodista autor de guiones cinematográficos de gran éxito, cronista, era un placer escuchar sus argumentos y fino dominio del idioma, así aunque fuera irascible, impaciente, gritón, fue, es, aunque falleció en 1999, un gran escritor. Siempre lúcido y escudriñador del alma humana, solo lean una de sus excelentes novelas “Beber un Cáliz”, lo que aunado al impecable manejo de la lengua castellana y una excelente narrativa, lo convierte en uno de los grandes escritores mexicanos. En los desayunos sabatinos que organizaba el “gordo” e inolvidable Vadas lo único que estaba prohibido era salir a la palestra de las pláticas con una tontería o sin estar bien informados. Ya les iré detallando a esos grandes personajes de nuestra ciudad.


Y hasta la próxima.

Hace más de dos décadas, el gran promotor cultural y ex cónsul honorario de Hungría en Cuernavaca, Alberto Vadas Khun, gracias a sus gestiones consolidó la creación de “La Tallera”, en lo que fue la casa-taller del genial muralista David Alfaro Siqueiros que así la llamaba, en la colonia Jardines de Cuernavaaca.

Lugar que desde su inauguración Vadas lo impulsó como un espacio donde se fomentó la cultura en todas sus expresiones.

Desde entonces, en su casa de la calle Abraham Zepeda, por Cerritos donde habitaba Vadas con su esposa, la belga Ann Thoaes que siempre recibió a los invitados con gran sonrisa y preciosos ratones de rábanos sobre la mesa, comenzó a organizar un desayuno sabatino, que se volvió permanente durante varios años y que fueron realmente únicos porque agruparon a grandes personajes que ya iré desgranando poco a poco, casi todos destacados por lo que las pláticas que se llevaban a cabo cada sábado en su terraza jardín, eran siempre muy interesantes. De Vadas dijo el cónsul Tibot Kun: Alberto Vadas, no nació en Hungría, no habla el húngaro, pero es todo un “magiar”, (feroz grupo étnico del este de Europa correspondiente al territorio de Hungría cuyos orígenes se remontan al siglo IV). Tal vez por eso él y Ricardo Garibay, otro de los organizadores del desayuno, también feroz en sus lúcidos argumentos y uno de los más grandes escritores mexicanos de todos los tiempos, eran tan amigos. Ninguno de ellos dudaba en defender una idea en la que cada uno creía.

Otro de los habituales, desde el primer desayuno, además del antropólogo Santiago Genovés y quién esto escribe, fue Vladimir Viktorovich Kibalchich Ruzakov, mejor conocido como Vlady, pintor y grabador ruso nacido en San Petersburgo en 1920. quien con voz suave de claro acento ruso, pero firme en cualquier discusión inteligente, defendía sus ideas ante Garibay, que era un portentoso contrincante cuando se lo proponía, o sea casi siempre. Solo que Vlady, vestido de manera habitual con la típica camisa rusa, atada por fuera con un viejo y gastado, como toda la ropa y zapatos que usaba, cinturón y su cabello amarrado con una agujeta negra a una cola de cabello ya manchado de plata, no daba cuartel en la defensa de sus ideas rojas solo que con voz tranquila, eso sí, mientras se hablaba del tema del día, Vlady pintaba preciosos dibujos a lápiz aunque aparentara que lo hacía de manera distraída sobre un cuadernillo que llevaba con él y que jamás soltaba.

Cuando se referían al subcomandante zapatista que irrumpió en 1994 en Chiapas, mientras que Garibay decía: ¡¡El sub, no!!. Vlady repicaba: ¡!El Sub, sí!!. “Por Dios Vlady, le contestaba Garibay. Hijo, del notable escritor y político comunista Víctor Serge, a quien por pertenecer al grupo cercano a León Trosky, Stalin desterró a Siberia durante años junto con su esposa y su pequeño hijo Vlady, aunque al salir del castigo, Serge y su hijo, emigraron a México en busca de Trosky sin embargo pese a todo lo padecido: su madre Luba Russakova, perteneciente a una familia también de comunistas y por breve tiempo estenógrafa en francés de Stalin, que enloqueció y después falleció, en el helado destierro donde el régimen totalitario de Stalin los confinó a Oremburg, con un frío en el que “hasta las lágrimas y los mocos se nos congelaban”, me narró, Vlady que fue un auténtico heredero de la ideología comunista y con empatía hacia el troskismo.

Pese a todo ellos, nunca perdió la mirada increíblemente azul de genial soñador, mirada como de niño. Autor del libro editado por la Editorial Siglo XXI, “Abrir los ojos para soñar”. A su vez, Ricardo Garibay, excelente periodista autor de guiones cinematográficos de gran éxito, cronista, era un placer escuchar sus argumentos y fino dominio del idioma, así aunque fuera irascible, impaciente, gritón, fue, es, aunque falleció en 1999, un gran escritor. Siempre lúcido y escudriñador del alma humana, solo lean una de sus excelentes novelas “Beber un Cáliz”, lo que aunado al impecable manejo de la lengua castellana y una excelente narrativa, lo convierte en uno de los grandes escritores mexicanos. En los desayunos sabatinos que organizaba el “gordo” e inolvidable Vadas lo único que estaba prohibido era salir a la palestra de las pláticas con una tontería o sin estar bien informados. Ya les iré detallando a esos grandes personajes de nuestra ciudad.


Y hasta la próxima.

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