“La revolución mexicana no tiene un origen académico. La influencia del extranjero, de las doctrinas filosóficas y de los sistemas de gobierno implantados en otros países es mínima, ya que se reduce a informar el pensamiento de algunos líderes. Sin el apoyo de las masas auténticamente mexicanas, habría fracasado. Los intelectuales, primer núcleo del movimiento, carecían de fuerza real”.
“Los campesinos, eternamente despojados y olvidados, dieron a la revolución su base, su impulso inicial, su justificación y la mantuvieron luego hasta el fin con su fe y con su sangre. El apoyo incondicional lo prestó, pues, la clase más prístinamente mexicana de la nación y cuanto se hizo para contener la ola de sus reivindicaciones fue inútil. La realidad era más poderosa que las teorías y se impuso a los gobernantes. Si el mexicano se alzó en armas fue para remediar la condición inferior en que vivía, protegido por la razón y la justicia de sus demandas”.
“Entre Porfirio Díaz y Huerta, pongamos por ejemplo, y los villistas y zapatistas, por elegir a los dos grupos revolucionarios más censurados, existen diferencias fundamentales. Fueron crueles, es cierto; pero no se puede juzgar a la ligera a Villa y Zapata, porque uno y otro defendían la causa del pueblo, la de los sometidos, la de los eternamente humillados. Hicieron resurgir la fe entre las gentes del pueblo y les dieron confianza en un México nuevo, hecho por ellos y para ellos. Huerta, tan feroz como Villa, asesinaba al servicio de una clase social poderosa, para mantenerla en el goce indefinido de unos privilegios irritantes e injustos”.
“Quien está en el poder nunca tiene excusa para sus atropellos y menos si procede de la clase culta o ha convivido con ella años y años. El rebelde, y más si agrupa en su torno a los desventurados que tenían a sus órdenes Villa y Zapata, no siempre puede responder de los crímenes que tienen por origen la desesperación y el odio a unas clases ensoberbecidas, egoístas y estúpidas, el único programa de las cuales es someterles de nuevo a la esclavitud más vergonzosa”.
“Zapata recogía en su programa el anhelo de todos los campesinos mexicanos. Idealmente, representa la fuerza dormida de la nacionalidad, que expresa cuáles son sus aspiraciones para poder convivir en la paz y el orden con sus compatriotas que fueron, como clase, sus adversarios tradicionales. Zapata señala el camino del resurgimiento patrio, al ampliar y concretar el programa revolucionario de don Francisco I. Madero. Su intransigencia, la del verdadero campesino, fundido con sus compatriotas en un anhelo común, salvó la revolución y a ella se deben, en gran parte, los preceptos de la Constitución de 1917 relacionados con el problema de la tierra. Zapata hizo un gran bien a los mexicanos. La Historia así lo reconocerá, porque aun cuando los acontecimientos de los que fue principal protagonista se hallan todavía muy cercanos, ya se ve hoy en él uno de los precursores de la nueva nacionalidad mexicana, más fuerte, libre y unida que la patria de unos pocos agraciados que fue el México de Don Porfirio”.
“Las realidades nacionales son las que crearon estos caudillos auténticamente mexicanos y el movimiento no fue desvirtuado gracias a ellos”.
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“Quien está en el poder nunca tiene excusa para sus atropellos y menos si procede de la clase culta o ha convivido con ella años y años”