/ martes 16 de mayo de 2023

Ingenio Santa Inés apoyó a decenas de productores

La empresa abastecía a 20 socios productores de la región; cerró sus puertas en 1968

Una edificación antigua que data de la época de la conquista española es el casco de la exhacienda de Santa Inés, ubicado al poniente del centro de Cuautla.

Desde el siglo XVI en este lugar existió un ingenio azucarero que pasó de mano en mano y tuvo su último halo de vida en 1968, cuando dejó de fabricar azúcar producto de una mala administración financiera, al menos así lo relata quien trabajó como auxiliar del departamento de refacción y avío, Humberto Ariza Aguilar.

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En este departamento es donde se otorgaba el financiamiento a los socios productores para apoyar el ciclo operativo de la empresa, cuyo importe se condicionaba a ser invertido en la compra de materias primas y materiales, así como los pago de salarios y gastos directos de operación.

Su último dueño fue Rafael Monterde Olea, vecino de Cuautla, quien fue un mal administrador, ya que el derroche en créditos a productores cañeros le cobró factura al tener que cerrar la fábrica por no generar las ganancias suficientes para el mantenimiento de la empresa.

“Como empleado que era del área administrativa, siempre se le enteró las fallas financieras, pero nunca se tomaron medidas drásticas, al grado que después de cinco años, justo el tiempo que trabajé en este ingenio, se tuvo que cerrar al declararse en quiebra”, comentó Ariza Aguilar, quien asegura que en el poco tiempo que duró en el trabajo se convirtió en una de las personas de confianza de Monterde.

"Entré a trabajar a la empresa muy joven, apenas a los 18 años, tras egresar de la Academia Comercial Fénix de Cuautla, donde estudié contaduría; tras un mes de prueba mi jefe inmediato me aceptó para trabajar en el puesto de auxiliar, fui uno más de los cientos de empleados que tenía la fábrica, la cual en tiempo de zafra daba de comer a cerca de mil familias".

“Al poco tiempo me convertí en gente de confianza del patrón Monterde, y tenía trabajo todo el año, lo que solo pasaba con unos 20 trabajadores, los demás se les contrataba solo en periodo de zafra que era de noviembre a marzo, cinco meses en que se trabajaba en la producción el azúcar y hasta de alcohol”.

Comentó que la producción en los mejores tiempos del ingenio era muy buena pues por cada soca de caña y resoca se tenían buenas ganancias.

La azúcar obtenida se vendía a una financiera que después la colocaba con los clientes comerciales.

También se vendía guarapo a un trapiche que se encuentra en el centro de Cuautla y que hoy es un amplio estacionamiento donde todavía luce el chacuaco y en aquellos años ahí se fabricaba piloncillo.

Promovió la actividad deportiva entre empleados

En esos tiempos de vacas gordas, entre las actividades extralaborales al patrón le gustaba incentivar a su empleados y se creó un equipo de futbol llamado Deportivo Ingenio Santa Inés (DISI) y para ello al interior de la Hacienda se contaba con una de las mejores canchas de la región, con un pasto importado que no le pedía nada a canchas del futbol profesional, la cual además contaba con unas pequeñas gradasen las que se podían ver cómodamente los partidos.

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En el Ingenio trabajaron obreros que en este campo deportivo descubrieron su vocación como futbolistas y llegaron al nivel profesional, el más destacado fue Manuel Nájera Siller, que después debutó con los Arroceros del Cuautla en Segunda División y luego pasó al máximo circuito al fichar con los Leones Negros de la Universidad de Guadalajara.

Llegó a ser seleccionado nacional en el Mundial jugado en Argentina 1978. También su hermano Javier Nájera y su señor padre trabajaron aquí, pero ellos no tuvieron la misma trascendencia deportiva.

La debacle y el cierre

En esa época la fábrica recibía la producción de 20 ejidos, entre otros el de la Abelardo L. Rodríguez, Anenecuilco, San Pedro Apatlaco, Cuautla, La Colmena, Los Cuartos, Gabriel Tepepa, Eusebio Jáuregui, Cuautlixco, Tetelcingo, Amilcingo, Tlayca, Jonacatepec, Tetelilla, Moyotepec, y La Villa.

“Eran 20 sociedades y yo me entendía con un capitán de campo que era quien me daba el reporte para los créditos, para saber si se les otorgaban o no porque luego algunos estaban ya sobregirados y así puse a muchos con asterisco para ya no darles más créditos”.

En aquellos años se daban 150 pesos por soca y 200 por plantilla, “sin embargo, lo malo es que se seguían dando los créditos a pesar de que no pagaban y por lo tanto no se producía lo necesario para tener a una empresa sana y así fue como inició la debacle”.

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Al lado de otros ingenios como el de Casasano, la producción era mínima, “se producía menos de la tercera parte que Casasano el cual tenía una producción muy parecida a la de Zacatepec; sin embargo se trabajó con desorden, había mucho derroche en los créditos, eso se reportaba con el gerente y al dueño, y aunque era el consentido de don Rafael Monterde Olea porque le cuidaba el negocio, no se solucionó y el destino fue inevitable. Empezó el Ingenio a trabajar en números rojos, se gastaba más de lo que se ganaba porque los jefes de campo no cuidaban la producción de caña y eso bajó la producción de azúcar y todos salimos volando con el cierre de la empresa”.

El Ingenio Santa Inés fue desmantelado pues su maquinaria fue vendida a un ingenio en Oaxaca y hoy el terreno es utilizado para eventos sociales, conservado su construcción colonial.



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Una edificación antigua que data de la época de la conquista española es el casco de la exhacienda de Santa Inés, ubicado al poniente del centro de Cuautla.

Desde el siglo XVI en este lugar existió un ingenio azucarero que pasó de mano en mano y tuvo su último halo de vida en 1968, cuando dejó de fabricar azúcar producto de una mala administración financiera, al menos así lo relata quien trabajó como auxiliar del departamento de refacción y avío, Humberto Ariza Aguilar.

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En este departamento es donde se otorgaba el financiamiento a los socios productores para apoyar el ciclo operativo de la empresa, cuyo importe se condicionaba a ser invertido en la compra de materias primas y materiales, así como los pago de salarios y gastos directos de operación.

Su último dueño fue Rafael Monterde Olea, vecino de Cuautla, quien fue un mal administrador, ya que el derroche en créditos a productores cañeros le cobró factura al tener que cerrar la fábrica por no generar las ganancias suficientes para el mantenimiento de la empresa.

“Como empleado que era del área administrativa, siempre se le enteró las fallas financieras, pero nunca se tomaron medidas drásticas, al grado que después de cinco años, justo el tiempo que trabajé en este ingenio, se tuvo que cerrar al declararse en quiebra”, comentó Ariza Aguilar, quien asegura que en el poco tiempo que duró en el trabajo se convirtió en una de las personas de confianza de Monterde.

"Entré a trabajar a la empresa muy joven, apenas a los 18 años, tras egresar de la Academia Comercial Fénix de Cuautla, donde estudié contaduría; tras un mes de prueba mi jefe inmediato me aceptó para trabajar en el puesto de auxiliar, fui uno más de los cientos de empleados que tenía la fábrica, la cual en tiempo de zafra daba de comer a cerca de mil familias".

“Al poco tiempo me convertí en gente de confianza del patrón Monterde, y tenía trabajo todo el año, lo que solo pasaba con unos 20 trabajadores, los demás se les contrataba solo en periodo de zafra que era de noviembre a marzo, cinco meses en que se trabajaba en la producción el azúcar y hasta de alcohol”.

Comentó que la producción en los mejores tiempos del ingenio era muy buena pues por cada soca de caña y resoca se tenían buenas ganancias.

La azúcar obtenida se vendía a una financiera que después la colocaba con los clientes comerciales.

También se vendía guarapo a un trapiche que se encuentra en el centro de Cuautla y que hoy es un amplio estacionamiento donde todavía luce el chacuaco y en aquellos años ahí se fabricaba piloncillo.

Promovió la actividad deportiva entre empleados

En esos tiempos de vacas gordas, entre las actividades extralaborales al patrón le gustaba incentivar a su empleados y se creó un equipo de futbol llamado Deportivo Ingenio Santa Inés (DISI) y para ello al interior de la Hacienda se contaba con una de las mejores canchas de la región, con un pasto importado que no le pedía nada a canchas del futbol profesional, la cual además contaba con unas pequeñas gradasen las que se podían ver cómodamente los partidos.

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En el Ingenio trabajaron obreros que en este campo deportivo descubrieron su vocación como futbolistas y llegaron al nivel profesional, el más destacado fue Manuel Nájera Siller, que después debutó con los Arroceros del Cuautla en Segunda División y luego pasó al máximo circuito al fichar con los Leones Negros de la Universidad de Guadalajara.

Llegó a ser seleccionado nacional en el Mundial jugado en Argentina 1978. También su hermano Javier Nájera y su señor padre trabajaron aquí, pero ellos no tuvieron la misma trascendencia deportiva.

La debacle y el cierre

En esa época la fábrica recibía la producción de 20 ejidos, entre otros el de la Abelardo L. Rodríguez, Anenecuilco, San Pedro Apatlaco, Cuautla, La Colmena, Los Cuartos, Gabriel Tepepa, Eusebio Jáuregui, Cuautlixco, Tetelcingo, Amilcingo, Tlayca, Jonacatepec, Tetelilla, Moyotepec, y La Villa.

“Eran 20 sociedades y yo me entendía con un capitán de campo que era quien me daba el reporte para los créditos, para saber si se les otorgaban o no porque luego algunos estaban ya sobregirados y así puse a muchos con asterisco para ya no darles más créditos”.

En aquellos años se daban 150 pesos por soca y 200 por plantilla, “sin embargo, lo malo es que se seguían dando los créditos a pesar de que no pagaban y por lo tanto no se producía lo necesario para tener a una empresa sana y así fue como inició la debacle”.

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Al lado de otros ingenios como el de Casasano, la producción era mínima, “se producía menos de la tercera parte que Casasano el cual tenía una producción muy parecida a la de Zacatepec; sin embargo se trabajó con desorden, había mucho derroche en los créditos, eso se reportaba con el gerente y al dueño, y aunque era el consentido de don Rafael Monterde Olea porque le cuidaba el negocio, no se solucionó y el destino fue inevitable. Empezó el Ingenio a trabajar en números rojos, se gastaba más de lo que se ganaba porque los jefes de campo no cuidaban la producción de caña y eso bajó la producción de azúcar y todos salimos volando con el cierre de la empresa”.

El Ingenio Santa Inés fue desmantelado pues su maquinaria fue vendida a un ingenio en Oaxaca y hoy el terreno es utilizado para eventos sociales, conservado su construcción colonial.



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