/ martes 19 de marzo de 2024

Una tragedia llamada Haití

La situación en la que se encuentra Haití ha estado llamando mucho la atención en los medios de comunicación últimamente. Y no es que se trate únicamente por la actual preocupación del entorno internacional hacia la falta de Estado de Derecho que se vive en la nación caribeña, sino por el impacto económico que tiene una isla que, aunque no se compara con grandes economías globales, al menos sí representa un gran mercado para la zona del Caribe con sus casi 12 millones de habitantes: los tentáculos del tío Sam vuelven, pero ahora acompañados de otros, los de naciones latinoamericanas y europeas que ven en Haití una nación que, de recuperarse, puede volver a brillar (en temas productivos, claro está) como lo hizo alguna vez en su historia.

Resulta que, además de los problemas que ya se conocían de Haití, tales como que no hay un presidente sino un ministro encargado desde el magnicidio de Jovenel Moïse hace ya casi tres años, o que existen grupos (llamados pandillas por la comunidad internacional occidental) que dominan los canales de distribución en la isla, se han ido sumando otros tantos como el cierre total de la frontera con la República Dominicana y el incremento de la inseguridad en la parte haitiana de la isla que ha llevado a una diáspora que empieza a causar algunos efectos en el devenir regional latinoamericano y en el estadounidense, principalmente.

Un informe de la ONU en el año 2020 aseguraba que un poco más del 15% de la población haitiana había migrado, teniendo como principales destinos Estados Unidos con casi un 40% de la diáspora, mientras que naciones como la República Dominicana y Chile también recibían una gran cantidad de migrantes, ya sea por su cercanía en el caso del primero o por su estabilidad social, como en el caso del segundo. Además, naciones como Canadá, Francia, Brasil, Bahamas, México, Dominica y Bélgica completan el top ten de naciones que reciben haitianos en su búsqueda por mejorar su calidad de vida.

Es necesario recordar que el problema más contemporáneo que Haití ha tenido tiene que ver con el terremoto sufrido a inicios del año 2010 porque, a partir de ese evento, la economía se deterioró todavía más y la gente retomó con mayor fuerza la migración. De hecho, el informe de la ONU señalado con anterioridad habla de que en los siguientes diez años la diáspora se incrementó un 64%, situación nada usual en países que no sufren conflictos bélicos. Además, todas las problemáticas sociales han hecho que las integraciones regionales y los organismos internacionales volteen a ver al Caribe en general, y a Haití en particular, para tratar de mitigar las problemáticas que como países hegemónicos habían desatendido los últimos casi 15 años, luego del terremoto.

Para ello, y para mitigar problemas como la alta mortalidad derivado de la falta de seguridad pública, social, educativa y alimenticia, el CARICOM se reunió hace unos días con el objetivo de analizar y proponer alternativas de solución para Haití. De hecho, la Secretaria de Relaciones Exteriores, Alicia Bárcena, viajó personalmente a colaborar con el llamado estadounidense para rescatar Haití. En la reunión se acordaron puntos que pretenden mitigar las dolencias haitianas pero que, en mi forma de ver las cosas, solamente servirán como pequeños paliativos que no erradicarán la enfermedad completa de un paciente desahuciado.

De hecho, Estados Unidos propone una transición política en Haití y, para ello, pone a disposición 100 millones de dólares adicionales a lo que ya se destinaba con anterioridad luego del anuncio del Primer Ministro que ha retrasado las elecciones, una vez más, para el verano del 2025, situación que no abona a la estabilidad política de la nación y que ha reactivado la ola de protestas y violencia en contra del gobierno. Cabe resaltar que las operaciones de la ONU que Estados Unidos ha financiado cuentan con una fuerza de seguridad de 300 millones de dólares que deberán ser utilizados para restaurar el orden público y, de la misma manera, luchar contra las pandillas que tienen el control de la isla.

La realidad de la región caribeña, en las manos del CARICOM, es que por sí sola no representa una ventana de oportunidad para salir adelante al pueblo haitiano pues, a pesar de pertenecer a esta integración, las naciones que le representan no cuentan con la suficiente fuerza económica ni política para apoyar y sacar adelante a Haití. Es ahí donde el porvenir de la nación caribeña vuelve al origen de todo: el apoyo de los Estados Unidos, el de siempre, el héroe, pero también el villano, porque ¿Qué pueden hacer Antigua y Barbuda, Bahamas, Barbados, Belice, Dominica, Granada, Guyana, Jamaica, Monserrat, Santa Lucía, San Cristóbal y Nieves, San Vicente y las Granadinas, Surinam y Trinidad y Tobago que no haga sin despeinarse Estados Unidos?

La realidad de Haití será la misma de la región latinoamericana en los últimos cien años: ser lo que el gigante continental quiera que sea a expensas de que este último explote los recursos agrícolas y pesqueros de su territorio a cambio de copiar el modelo demócrata del Tío Sam. Por mi parte, no veo diferencia con lo sucedido en Guatemala, Nicaragua, Cuba, Panamá, Costa Rica o República Dominicana en el siglo XX, ¿ustedes sí?

FERNANDO ABREGO CAMARILLO es Doctor en Ciencias Administrativas por el IPN. Profesor de telesecundaria en los SEIEM además de investigador y catedrático de tiempo completo en la academia de Bloques Regionales de la Escuela Superior de Comercio y Administración Unidad Santo Tomás en el IPN. Asociado COMEXI. Sígalo en @fabrecam

La situación en la que se encuentra Haití ha estado llamando mucho la atención en los medios de comunicación últimamente. Y no es que se trate únicamente por la actual preocupación del entorno internacional hacia la falta de Estado de Derecho que se vive en la nación caribeña, sino por el impacto económico que tiene una isla que, aunque no se compara con grandes economías globales, al menos sí representa un gran mercado para la zona del Caribe con sus casi 12 millones de habitantes: los tentáculos del tío Sam vuelven, pero ahora acompañados de otros, los de naciones latinoamericanas y europeas que ven en Haití una nación que, de recuperarse, puede volver a brillar (en temas productivos, claro está) como lo hizo alguna vez en su historia.

Resulta que, además de los problemas que ya se conocían de Haití, tales como que no hay un presidente sino un ministro encargado desde el magnicidio de Jovenel Moïse hace ya casi tres años, o que existen grupos (llamados pandillas por la comunidad internacional occidental) que dominan los canales de distribución en la isla, se han ido sumando otros tantos como el cierre total de la frontera con la República Dominicana y el incremento de la inseguridad en la parte haitiana de la isla que ha llevado a una diáspora que empieza a causar algunos efectos en el devenir regional latinoamericano y en el estadounidense, principalmente.

Un informe de la ONU en el año 2020 aseguraba que un poco más del 15% de la población haitiana había migrado, teniendo como principales destinos Estados Unidos con casi un 40% de la diáspora, mientras que naciones como la República Dominicana y Chile también recibían una gran cantidad de migrantes, ya sea por su cercanía en el caso del primero o por su estabilidad social, como en el caso del segundo. Además, naciones como Canadá, Francia, Brasil, Bahamas, México, Dominica y Bélgica completan el top ten de naciones que reciben haitianos en su búsqueda por mejorar su calidad de vida.

Es necesario recordar que el problema más contemporáneo que Haití ha tenido tiene que ver con el terremoto sufrido a inicios del año 2010 porque, a partir de ese evento, la economía se deterioró todavía más y la gente retomó con mayor fuerza la migración. De hecho, el informe de la ONU señalado con anterioridad habla de que en los siguientes diez años la diáspora se incrementó un 64%, situación nada usual en países que no sufren conflictos bélicos. Además, todas las problemáticas sociales han hecho que las integraciones regionales y los organismos internacionales volteen a ver al Caribe en general, y a Haití en particular, para tratar de mitigar las problemáticas que como países hegemónicos habían desatendido los últimos casi 15 años, luego del terremoto.

Para ello, y para mitigar problemas como la alta mortalidad derivado de la falta de seguridad pública, social, educativa y alimenticia, el CARICOM se reunió hace unos días con el objetivo de analizar y proponer alternativas de solución para Haití. De hecho, la Secretaria de Relaciones Exteriores, Alicia Bárcena, viajó personalmente a colaborar con el llamado estadounidense para rescatar Haití. En la reunión se acordaron puntos que pretenden mitigar las dolencias haitianas pero que, en mi forma de ver las cosas, solamente servirán como pequeños paliativos que no erradicarán la enfermedad completa de un paciente desahuciado.

De hecho, Estados Unidos propone una transición política en Haití y, para ello, pone a disposición 100 millones de dólares adicionales a lo que ya se destinaba con anterioridad luego del anuncio del Primer Ministro que ha retrasado las elecciones, una vez más, para el verano del 2025, situación que no abona a la estabilidad política de la nación y que ha reactivado la ola de protestas y violencia en contra del gobierno. Cabe resaltar que las operaciones de la ONU que Estados Unidos ha financiado cuentan con una fuerza de seguridad de 300 millones de dólares que deberán ser utilizados para restaurar el orden público y, de la misma manera, luchar contra las pandillas que tienen el control de la isla.

La realidad de la región caribeña, en las manos del CARICOM, es que por sí sola no representa una ventana de oportunidad para salir adelante al pueblo haitiano pues, a pesar de pertenecer a esta integración, las naciones que le representan no cuentan con la suficiente fuerza económica ni política para apoyar y sacar adelante a Haití. Es ahí donde el porvenir de la nación caribeña vuelve al origen de todo: el apoyo de los Estados Unidos, el de siempre, el héroe, pero también el villano, porque ¿Qué pueden hacer Antigua y Barbuda, Bahamas, Barbados, Belice, Dominica, Granada, Guyana, Jamaica, Monserrat, Santa Lucía, San Cristóbal y Nieves, San Vicente y las Granadinas, Surinam y Trinidad y Tobago que no haga sin despeinarse Estados Unidos?

La realidad de Haití será la misma de la región latinoamericana en los últimos cien años: ser lo que el gigante continental quiera que sea a expensas de que este último explote los recursos agrícolas y pesqueros de su territorio a cambio de copiar el modelo demócrata del Tío Sam. Por mi parte, no veo diferencia con lo sucedido en Guatemala, Nicaragua, Cuba, Panamá, Costa Rica o República Dominicana en el siglo XX, ¿ustedes sí?

FERNANDO ABREGO CAMARILLO es Doctor en Ciencias Administrativas por el IPN. Profesor de telesecundaria en los SEIEM además de investigador y catedrático de tiempo completo en la academia de Bloques Regionales de la Escuela Superior de Comercio y Administración Unidad Santo Tomás en el IPN. Asociado COMEXI. Sígalo en @fabrecam