/ lunes 27 de junio de 2022

Reivindicando a Plutón | Los derechos de las mujeres

La historia, como registro de los acontecimientos sociales no pretende ser lineal sino que se limita a dar fe tanto de los avances como de los retrocesos. En esta semana hemos sido testigos de uno de estos retrocesos, uno de enormes consecuencias, que quedará marcado en la historia, la cancelación de la interrupción del embarazo como un derecho constitucional en Estados Unidos.

Quisiera comenzar por exponer que despenalizar la interrupción del embarazo no lo convierte en una práctica deseable pero sí en el reconocimiento de la realidad, las mujeres interrumpen sus embarazos aún sabiendo las consecuencias médicas y entendiendo las implicaciones éticas y morales del acto.

En su revelador ensayo “La tragedia del infante no deseado: lo que las culturas antiguas practicaban antes del aborto”, Rob Brookes documenta las diferentes etapas que ha pasado la humanidad ante el dilema histórico de la procreación no deseada.

Para entenderlo en perspectiva hay que reconocer a la madre como una persona adaptada para realizar multitud de tareas rutinarias simultáneamente y que tiene que balancear cuidadosamente su capacidad de cuidado entre los diferentes integrantes de su familia y su comunidad. Esta descripción resulta igualmente válida para una madre prehistórica como para una contemporánea.

Es, por lo tanto, natural que una mujer reflexione cuidadosamente el impacto de un nuevo hijo sobre sus condiciones de vida tomando en cuenta sus recursos, potencial reproductivo, oportunidades de apoyo externo y estatus social.

De acuerdo con investigaciones de diferentes expertos, la práctica de medidas tan o más radicales que la interrupción del embarazo, como con el infanticidio, el descuido o el abandono, no solo han sido sorprendentemente frecuentes sino que por largos periodos fueron socialmente aceptadas. Tanto así, que se estima que uno de cada diez recién nacidos en la historia de la humanidad fue víctima de infanticidio.

Conforme la civilización fue consolidándose, la dureza del infanticidio fue desplazada por el abandono. Se estima que en la antigua Roma de 20 a 40 por ciento de los recién nacidos fueron abandonados a su suerte y que quienes sobrevivieron la rudeza de las condiciones pero no encontraron espacio con otras familias fueron esclavizados. Esta práctica se convirtió en política y durante los mil años que duró la edad media en Europa cuando las órdenes religiosas asumieron el papel de cuidadores llegando inclusive a implementar mecanismos como las ventanas rotatorias en los conventos o monasterios donde las madres depositaban de manera anónima a los recién nacidos. En la mayor parte del mundo contemporáneo, es el estado el que asume el cuidado de los infantes descuidados o abandonados.

Aunque bajo condiciones mucho más favorables para el recién nacido, el abandono sigue existiendo actualmente y es más frecuente cuando las condiciones económica o sociales se deterioran, siendo particularmente vulnerables las mujeres más jóvenes por su falta de capacidad emocional, financiera y práctica para afrontar la maternidad. Registros recientes indican que es precisamente en el grupo de madres adolescentes no casadas entre quienes se concentra la mayoría de incidencias de aborto o infanticidio.

Como se dijo más arriba, la interrupción del embarazo no es una práctica deseable como tampoco lo son el infanticidio, el descuido o el abandono, sino que debiéramos aspirar a sustituirlos todos por la prevención.

Para prevenir los embarazos no deseados seria un buen inicio visualizar el sexo como una actividad biológica conocida y predecible, de la cual podríamos informar de manera clara y científicamente sustentada, sobre todo a las más mujeres más jóvenes. Igualmente, sería de enorme utilidad hacer de conocimiento general los diferentes métodos y prácticas anticonceptivas liberalizando su acceso. Si a pesar de esto ocurriese, todavía queda como alternativa ofrecer a la madre las condiciones necesarias para que la interrupción del embarazo resulte innecesaria pero sin penalizarla.

Aprendamos de la historia y busquemos cómo aprovecharla para mejorar nuestras condiciones, ampliando y reforzando nuestro derecho como mujeres a una vida plena que comienza por la aceptación del embarazo como un fenómeno biológico y sus consecuencias.

Para información adicional de éste y otros temas de interés visiten:

Blogspot: Reinvindicando a Plutón

Facebook: BValderramaB

La historia, como registro de los acontecimientos sociales no pretende ser lineal sino que se limita a dar fe tanto de los avances como de los retrocesos. En esta semana hemos sido testigos de uno de estos retrocesos, uno de enormes consecuencias, que quedará marcado en la historia, la cancelación de la interrupción del embarazo como un derecho constitucional en Estados Unidos.

Quisiera comenzar por exponer que despenalizar la interrupción del embarazo no lo convierte en una práctica deseable pero sí en el reconocimiento de la realidad, las mujeres interrumpen sus embarazos aún sabiendo las consecuencias médicas y entendiendo las implicaciones éticas y morales del acto.

En su revelador ensayo “La tragedia del infante no deseado: lo que las culturas antiguas practicaban antes del aborto”, Rob Brookes documenta las diferentes etapas que ha pasado la humanidad ante el dilema histórico de la procreación no deseada.

Para entenderlo en perspectiva hay que reconocer a la madre como una persona adaptada para realizar multitud de tareas rutinarias simultáneamente y que tiene que balancear cuidadosamente su capacidad de cuidado entre los diferentes integrantes de su familia y su comunidad. Esta descripción resulta igualmente válida para una madre prehistórica como para una contemporánea.

Es, por lo tanto, natural que una mujer reflexione cuidadosamente el impacto de un nuevo hijo sobre sus condiciones de vida tomando en cuenta sus recursos, potencial reproductivo, oportunidades de apoyo externo y estatus social.

De acuerdo con investigaciones de diferentes expertos, la práctica de medidas tan o más radicales que la interrupción del embarazo, como con el infanticidio, el descuido o el abandono, no solo han sido sorprendentemente frecuentes sino que por largos periodos fueron socialmente aceptadas. Tanto así, que se estima que uno de cada diez recién nacidos en la historia de la humanidad fue víctima de infanticidio.

Conforme la civilización fue consolidándose, la dureza del infanticidio fue desplazada por el abandono. Se estima que en la antigua Roma de 20 a 40 por ciento de los recién nacidos fueron abandonados a su suerte y que quienes sobrevivieron la rudeza de las condiciones pero no encontraron espacio con otras familias fueron esclavizados. Esta práctica se convirtió en política y durante los mil años que duró la edad media en Europa cuando las órdenes religiosas asumieron el papel de cuidadores llegando inclusive a implementar mecanismos como las ventanas rotatorias en los conventos o monasterios donde las madres depositaban de manera anónima a los recién nacidos. En la mayor parte del mundo contemporáneo, es el estado el que asume el cuidado de los infantes descuidados o abandonados.

Aunque bajo condiciones mucho más favorables para el recién nacido, el abandono sigue existiendo actualmente y es más frecuente cuando las condiciones económica o sociales se deterioran, siendo particularmente vulnerables las mujeres más jóvenes por su falta de capacidad emocional, financiera y práctica para afrontar la maternidad. Registros recientes indican que es precisamente en el grupo de madres adolescentes no casadas entre quienes se concentra la mayoría de incidencias de aborto o infanticidio.

Como se dijo más arriba, la interrupción del embarazo no es una práctica deseable como tampoco lo son el infanticidio, el descuido o el abandono, sino que debiéramos aspirar a sustituirlos todos por la prevención.

Para prevenir los embarazos no deseados seria un buen inicio visualizar el sexo como una actividad biológica conocida y predecible, de la cual podríamos informar de manera clara y científicamente sustentada, sobre todo a las más mujeres más jóvenes. Igualmente, sería de enorme utilidad hacer de conocimiento general los diferentes métodos y prácticas anticonceptivas liberalizando su acceso. Si a pesar de esto ocurriese, todavía queda como alternativa ofrecer a la madre las condiciones necesarias para que la interrupción del embarazo resulte innecesaria pero sin penalizarla.

Aprendamos de la historia y busquemos cómo aprovecharla para mejorar nuestras condiciones, ampliando y reforzando nuestro derecho como mujeres a una vida plena que comienza por la aceptación del embarazo como un fenómeno biológico y sus consecuencias.

Para información adicional de éste y otros temas de interés visiten:

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